Heleno Saña
[Nota de El Libertario: He aquí la parte final de la conferencia pronunciada por el autor en la Universidad Politécnica de Atenas el 29 de septiembre de 2014, con motivo de la presentación de la edición en griego de su libro ANTROPOMANÍA - En defensa de lo humano. El texto completo de la disertación es accesible en http://fal.cnt.es/?q=node/35820.]
La cultura obrera
A lo largo del siglo XIX y primer tercio del siglo XX se gesta y desarrolla la cultura obrera de la solidaridad y la ayuda mutua. En el curso de este memorable ciclo histórico, el proletariado europeo funda cooperativas de producción y consumo, sindicatos, cajas de solidaridad, escuelas, ateneos, centros recreativos y otras organizaciones destinadas a autoeducarse, mancomunar sus esfuerzos y deliberar sobre la manera más idónea de ofrecer resistencia a la burguesía y luchar por el advenimiento de una sociedad basada en la igualdad y la justicia distributiva. De la misma manera que en los tiempos de Sócrates los atenienses acudían al ágora para deliberar en común sobre sus problemas, los trabajadores se reunían en sus locales para asistir a actos culturales, para coordinar su proceso de resistencia o simplemente para conversar con sus compañeros.
[Nota de El Libertario: He aquí la parte final de la conferencia pronunciada por el autor en la Universidad Politécnica de Atenas el 29 de septiembre de 2014, con motivo de la presentación de la edición en griego de su libro ANTROPOMANÍA - En defensa de lo humano. El texto completo de la disertación es accesible en http://fal.cnt.es/?q=node/35820.]
La cultura obrera
A lo largo del siglo XIX y primer tercio del siglo XX se gesta y desarrolla la cultura obrera de la solidaridad y la ayuda mutua. En el curso de este memorable ciclo histórico, el proletariado europeo funda cooperativas de producción y consumo, sindicatos, cajas de solidaridad, escuelas, ateneos, centros recreativos y otras organizaciones destinadas a autoeducarse, mancomunar sus esfuerzos y deliberar sobre la manera más idónea de ofrecer resistencia a la burguesía y luchar por el advenimiento de una sociedad basada en la igualdad y la justicia distributiva. De la misma manera que en los tiempos de Sócrates los atenienses acudían al ágora para deliberar en común sobre sus problemas, los trabajadores se reunían en sus locales para asistir a actos culturales, para coordinar su proceso de resistencia o simplemente para conversar con sus compañeros.
En el curso de su confrontación con los capitanes de industria y los magnates financieros, el proletariado crea paulatinamente formas de conducta y hábitos mentales radicalmente opuestos a los del mundo burgués. La fuerza motórica de la cultura obrera arrancaba de la idea de que la vida humana sólo puede desarrollarse dignamente a partir de la puesta en pie de un sistema económico y social basado en el mutualismo, el comunitarismo y el colectivismo. Se olvida que el signo más genuino y específico del proletariado heroico no fue su lucha económica contra sus explotadores burgueses , sino los valores humanos, éticos, espirituales e intelectuales que postulaban. Eso explica que junto a las reivindicaciones de orden material, la preocupación central de la militancia obrera era la de cultivar la pureza de costumbres, la rectitud moral y el ennoblecimiento del alma. Juan Peiró, destacado militante de la Confederación Nacional del Trabajo, expresaba muy bien esta voluntad de autoperfeccionamiento al hablar de la "espiritualidad revolucionaria" que alentaba en su corazón y en el de sus compañeros. Benoit Malon, una de las figuras más representativas del sindicalismo francés, no quería expresar otra cosa cuando en los tiempos de la I Internacional dijo que "toda transformación económica y política de la sociedad significa una revolución moral". Fueron los valores éticos que profesaban y practicaban los que les dieron la fuerza interior necesaria para sostener su lucha encarnizada contra la injusticia y afrontar con serenidad el riesgo constante de la persecución, el ostracismo, la cárcel o el piquete de ejecución.
Autogestión
Si he traído a colación el testimonio de la cultura creada por la clase obrera en el período clásico de la lucha de clases no ha sido ciertamente para practicar arqueología histórica o por nostalgia sentimental, sino porque creo firmemente que esa cultura es hoy más actual que nunca y puede servirnos de base a la hora de plantearnos la confrontación a fondo con la civilización de la muerte. Y por eso mismo estoy persuadido de que rescatar del olvido y reactualizar esa cultura se ha convertido en una necesidad imprescindible.
Aunque el término técnico de autogestión no empezó a ser usado hasta años después de terminada la II Guerra Mundial, la esencia de su contenido se halla en el humanismo obrero que acabamos de describir. Y para convencernos de ello no necesitamos más que tener presente el cordón umbilical que une la idea autogestionaria y la praxis del sindicalismo de origen libertario. En sentido etimológico, la palabra "autogestión" significa gestión propia y autónoma, libre de toda heteronomía o coación externa. Es, pues, sinónimo de autodeterminación o autogobierno. En sentido sociológico, indica la gestión independiente de un grupo o colectividad de individuos voluntariamente unidos entre sí para realizar un fín común. En términos más específicamente político-económicos, se entiende por autogestión un modelo de organización laboral-productivo basado en la gestión autónoma de los propios trabajadores. Creo que no se necesita ningún gran esfuerzo mental para convencerse de que lo que desde hace varias décadas viene denominándose "autogestión", lejos de ser una novedad histórica, corresponde a la vieja praxis del ideario libertario, desde la Comuna de París a la colectivización de la economía durante la guerra civil española de 1936-1939.
Y a quienes me objeten que los tiempos han cambiado y que en la sociedad actual ya no es posible realizar el ideal autogestionario, les responderé que de la misma manera que existe una philosophia perennis invulnerable al paso del tiempo, existen valores humanos y sociales con vigencia eterna como la libertad, la dignidad o la conducta ética. Y por si esto no bastara para responder a quienes estampillan el humanismo autogestionario como un bello recuerdo del pasado y como un anacronismo, añadiré que los principios constitutivos de la concepción autogestionaria tienen su fundamento en la misma estructura antropológica del hombre: el instinto individual y el instinto social. El pensamiento autogestionario no es más que la síntesis de estos dos principios genéticos que la naturaleza nos ha dado.
Como hemos visto más arriba, el gran crimen histórico cometido por la burguesía ha sido el de fomentar únicamente los instintos egóticos del hombre y asfixiar sus instintos societarios. Producto de esta concepción unilateral e irracional de la criatura humana es una sociedad basada en la castración permanente del instinto comunitario y en el desarrollo ilimitado de lo que Max Horkheimer llamaba "el imperialismo del yo".
El camino de la liberación
¿Cómo llevar a la práctica los valores que acabamos de exponer? Lo primero que respondo al respecto es que a mi modesto entender el camino de la liberación sólo puede adquirir una dimensión colectiva si antes se gesta en nuestro propio interior. El proceso de liberación presupone, pues, como condición previa, lo que Schiller denominó en una de sus obras la "revolución de las conciencias". Sin esta revolución subjetiva no habrá ninguna revolución objetiva digna de este nombre.
La historia no es ningún deus ex machina o instancia providencial que se encarga por sí misma de conducirnos automáticamente a la tierra de promisión, función milagrosa que Hegel asignaba al "espíritu universal" y Marx al desarrollo de las fuerzas de producción. No necesito decir a estas alturas que ambas cosmovisiones parten de un concepto determinista y positivista de la historia y no son en el fondo más que la versión dialéctica del emanantismo de Proclo, del sustancialismo de Spinoza o, si quiere, del equivalente securalizado del profetismo hebreo.
La sociedad será siempre el reflejo de lo que el hombre es en tanto que persona. De ahí la importancia capital que el humanismo obrero y autogestionario, siguiendo en esto a los maestros griegos, ha concedido siempre a la paideia o educación. Prisionero de su concepción abstracta y teleológica de la historia, Marx consideraba que no existe ninguna moral con valor intrínseco e independiente de los flujos y reflujos históricos, sino únicamente la moral de clase reinante en cada respectiva época. Su sistema de ideas es aquí también, la negación más crasa de la cultura griega. Eso explica asimismo su afirmación de que los valores culturales, morales y humanos son siempre el reflejo o superestructura de la base económica y carecen por ello de entidad propia. De ahí su absurda y escandalosa tesis de que el fin de la historia es el de hacer innecesaria la filosofía. En última instancia, Marx degrada al ser humano a receptor o producto pasivo de la historia, le despoja de la dimensión poietica o creadora que la naturaleza le ha concedido.
Precisamente porque el hombre es todo lo contrario de un ser pasivo condenado a aceptar de antemano la dinámica de la historia, está en condiciones de oponerse activamente a todas las deformaciones e injusticias engendradas por ella. La naturaleza no nos creó en todo caso para que nos convirtamos en esclavos de quienes se valen de su poder o de su dinero para oprimirnos y humillarnos. Hemos nacido para elegir libremente nuestro destino, no para someternos a la prepotencia de los energúmenos que consideran a sus prójimos como propiedad suya. Como soberanos de nosotros mismos, la única ley que estamos obligados a cumplir es la que nos impone el respeto a la lbertad y a los derechos de los demás.
No hay ninguna razón ni ningún mandamiento legitimado para condenar a la criatura humana a ser utilizada eternamente como carne de cañon por los mandamases de turno. La tarea a cumplir no puede, por ello, ser otra que la de movilizar al máximo nuestra voluntad de resistencia e intentar poner fin al caos, la injusticia y la arbitrariedad reinantes a lo largo y ancho de la geografía mundial. Hemos llegado al point of no return del proceso nihilista y tanático a que nos ha conducido la irresponsabildad, el cinismo y la falta de escrúpulos morales de las clases dirigentes, y hemos de hacer todo lo humanamente posible para que la historia de la humanidad no termine en un infierno. Obrando de esta manera cumpliremos dos objetivos fundamentales: dar un sentido profundo a nuestro paso por la tierra y mostrarnos como dignos sucesores de los militantes obreros y de todas las personas de buena voluntad que en el pasado pusieron su vida al servicio de un ideal superior.
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