J.R. López Padrino
Históricamente los discursos del odio han estado ligados a la expansión coyuntural del autoritarismo, del militarismo, del racismo, y de los diversos fanatismos. El siglo pasado fue testigo de proyectos siniestros que utilizaron el odio y la intolerancia para llegar o mantenerse en el poder.
La bastarda revolución del siglo XXI de falaces presunciones libertarias ha recurrido a la categoría schmitteana (Carl Schmitt) del “enemigo interno”, a fin de crear un objetivo apropiado para el odio y la destrucción. Enemigo al cual se le asocia a un poder hostil y por ende merecedor de las peores descalificaciones por parte del aparataje propagandístico Goebbeliano del régimen. Estigmatización que abrió las puertas a la ira, a la venganza, y hasta la muerte como parte de la solución del conflicto. Recordemos que Hugo Chávez llegó a plantear públicamente la necesidad de transformar en polvo cósmico a sus oponentes.
El gobierno totalitario recurre a una lógica binaria (buenos-malos, patriotas-antipatriotas) a fin de afianzar su odio e ira contra el disidente. El resultado de esta estrategia ha sido una creciente represión, una judicialización del pensamiento disímil, así como una deshumanización del sujeto disidente, perversidades muy propias del nazi-fascismo del siglo pasado.
No se trata de un discurso exclusivo de las cúpulas del bandidaje bolivariano, sino que lamentablemente ha permeado a los sectores populares. Retórica que se ha materializado de la forma más funesta en los grupos paramilitares del régimen, mezcolanza siniestra de intolerancia, desprecio y criminalidad auspiciados por un Estado forajido. Constituyen verdaderas bandas de sicarios integradas por lumpenproletarios fanatizados de índole muy similar a las “camisas negras” de Mussolini, o los Sturmabeteilung (SA) de Hitler, encargados de maximizar el odio a través del terror y la muerte.
Pero el discurso del odio que emplea la cúpula cívico militar bolivariana tiene otras funciones además de sembrar el odio. Busca reagrupar a sus desmoralizados partidarios, así como revitalizar la siniestra polarización entre la población que en medio de la crisis de desabastecimiento alimentario y de medicinas, del desempleo, del aumento de la criminalidad comienza a unirse, a compartir sus penurias al margen de sus preferencias políticas.
El fachochavismo en su intento por construir una hegemonía basada en el odio cultiva la violencia y la muerte. Su código genético totalitario lo impulsa a amedrentar, reprimir y aniquilar al contrario a fin de afianzar su pestilente proyecto militarista.
Históricamente los discursos del odio han estado ligados a la expansión coyuntural del autoritarismo, del militarismo, del racismo, y de los diversos fanatismos. El siglo pasado fue testigo de proyectos siniestros que utilizaron el odio y la intolerancia para llegar o mantenerse en el poder.
La bastarda revolución del siglo XXI de falaces presunciones libertarias ha recurrido a la categoría schmitteana (Carl Schmitt) del “enemigo interno”, a fin de crear un objetivo apropiado para el odio y la destrucción. Enemigo al cual se le asocia a un poder hostil y por ende merecedor de las peores descalificaciones por parte del aparataje propagandístico Goebbeliano del régimen. Estigmatización que abrió las puertas a la ira, a la venganza, y hasta la muerte como parte de la solución del conflicto. Recordemos que Hugo Chávez llegó a plantear públicamente la necesidad de transformar en polvo cósmico a sus oponentes.
El gobierno totalitario recurre a una lógica binaria (buenos-malos, patriotas-antipatriotas) a fin de afianzar su odio e ira contra el disidente. El resultado de esta estrategia ha sido una creciente represión, una judicialización del pensamiento disímil, así como una deshumanización del sujeto disidente, perversidades muy propias del nazi-fascismo del siglo pasado.
No se trata de un discurso exclusivo de las cúpulas del bandidaje bolivariano, sino que lamentablemente ha permeado a los sectores populares. Retórica que se ha materializado de la forma más funesta en los grupos paramilitares del régimen, mezcolanza siniestra de intolerancia, desprecio y criminalidad auspiciados por un Estado forajido. Constituyen verdaderas bandas de sicarios integradas por lumpenproletarios fanatizados de índole muy similar a las “camisas negras” de Mussolini, o los Sturmabeteilung (SA) de Hitler, encargados de maximizar el odio a través del terror y la muerte.
Pero el discurso del odio que emplea la cúpula cívico militar bolivariana tiene otras funciones además de sembrar el odio. Busca reagrupar a sus desmoralizados partidarios, así como revitalizar la siniestra polarización entre la población que en medio de la crisis de desabastecimiento alimentario y de medicinas, del desempleo, del aumento de la criminalidad comienza a unirse, a compartir sus penurias al margen de sus preferencias políticas.
El fachochavismo en su intento por construir una hegemonía basada en el odio cultiva la violencia y la muerte. Su código genético totalitario lo impulsa a amedrentar, reprimir y aniquilar al contrario a fin de afianzar su pestilente proyecto militarista.
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