Francisco Ortiz
... Si llamamos “gobierno” a este conjunto de intereses [del poder jerárquico y autoritario] y a la manipulación de la “voluntad popular”, no creo que muchas personas en su sano juicio pudieran decir que no podemos prescindir de ellos. ¿Acaso no tenemos derecho, como pueblo, ahora sí soberano, a plantearnos un cambio en el modelo de Estado? No nos lo concede la ley, efectivamente, pero ese derecho es inalienable y no puede ser otorgado ni sustraido por ninguna ley. ¿No podemos aspirar a otro sistema económico? ¿A otra “constitución”?
Más allá de la ideología de cada cual —exceptuando, obviamente, las autoritarias y dictatoriales— parece difícil poder negarle al pueblo este derecho intrínseco. Otra cosa sería que el pueblo supiera que es pueblo, en primer lugar, y que adquiera la conciencia de querer cambiar su situación, en segundo lugar. Los extraordinarios esfuerzos del Estado para intentar evitar que esto ocurra no son escasos. Sin embargo, sucede, día a día, de mil formas distintas y en mil lugares, y nadie sería capaz de predecir —incluido el Estado con todo su poder y su capacidad de control— cuando puede ocurrir a escala de un país o de un continente.
Esa anarquía, esa ausencia de poder establecido, está mucho más cerca de nosotros de lo que a simple vista pudiera parecer. Existen multitud de relaciones y actividades sociales que no están regidas por ninguna acción gubernativa –ni participan en ellas en ninguna medida- en las que sin embargo, no impera el caos, entendido éste como desorden y carencia de organización.
Al margen de los partidos —y sindicatos— que participan de la política institucional, los parlamentos y todo el aparato del Estado, con sus consiguientes subvenciones y prebendas, la inmensa mayoría del entramado de organizaciones sociales existente se basa en la toma de decisiones de forma horizontal, de carácter asambleario, es decir, se autogobiernan sin gobierno, sin dotarse de una estructura jerárquica que tenga otorgado el poder de dirigir y decidir en nombre de sus miembros, que conservan su poder de decisión. Esto, al mismo tiempo, les obliga a participar en la “política” de la organización, en su funcionamiento, en sus problemas y aspiraciones. De esta manera, el grupo tiende a ser, en la mayor medida posible, lo que sus miembros quieren que sea. Pero además, como pieza imprescindible para la autogestión, nuestro interés se centra en aquellos grupos que aúnan esta horizontalidad política con la autonomía financiera, que les hace independientes de la “censura previa” que los grupos que dependen de las subvenciones terminan irremediablemente adquiriendo.
En el ámbito local, se mueven en un sinfín de cuestiones sociales de todo tipo: organizaciones dedicadas a la ecología y la agroecología que defienden una asunción doble de los papeles de productor y consumidor; vecinales, que reivindican políticas de defensa de los barrios o los edificios y contra la especulación; culturales, fuera del espacio de la cultura subvencionada y distribuida por los medios de masas, que buscan un espectador-participante; en el terreno educativo, las escuelas libertarias y los proyectos y talleres educativos de esa tendencia; las redes de consumo nacidas del trueque y otras actividades no-económicas, los centros sociales ocupados y autogestionados repartidos por todo el Estado y una cantidad ingente de grupos organizados en torno a reivindicaciones sociales, laborales, urbanísticas o económicas que se crean, cambian y desaparecen en nuestras ciudades y pueblos. En el mundo del trabajo, las secciones sindicales de empresa que defiende la CNT se construyen y funcionan de forma asamblearia, con plena autonomía en su actividad.
En el ámbito nacional e internacional, también abundan los ejemplos de autogestión política y económica de organizaciones que se autogobiernan y que son independientes de poderes externos: una buena parte de las organizaciones surgidas al calor de los movimientos antiglobalización han tenido este cariz, entorno a las cuales se desarrollan multitud de prácticas autogestionarias; en internet, las comunidades de software libre funcionan de esta manera y con un notable éxito y desarrollo; En Sudamérica, el movimiento obrero sigue gestionando las fábricas ocupadas a pesar del duro hostigamiento de los gobiernos; con sus diversos matices y características propias, en otros países muchas organizaciones desarrollan luchas contra el capitalismo en su vertiente ecológica o alimentaria. En el mundo libertario propiamente dicho, las organizaciones anarcosindicalistas agrupadas en la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores) defienden un modelo de sociedad basado en principios anarquistas al mismo tiempo que desarrollan su lucha sindical fuera de la co-participación en instituciones y empresas; ateneos, grupos y colectivos de inspiración libertaria se crean y se gestionan por sí mismos en los lugares más insospechados.
Estos grupos y su actividad no son promocionados en televisión, en prensa o en la radio —salvo que sea para criminalizarlos, relacionándolos con delitos, drogas o violencia— por lo que una gran parte de la sociedad ignora su existencia. No es ningún secreto que mantener la ignorancia política del electorado –alias “pueblo soberano”- es una necesidad de cualquier Estado. De esta manera no es de extrañar que, en España, mientras un 60% de la población declara que la política le interesa poco o nada, al mismo tiempo, un 70% de esa misma población le otorga más de 5 puntos sobre 10 a la satisfacción con la democracia en España. No obstante, en esta encuesta del CIS que referimos, de diciembre de 2009, respecto a la afirmación “esté quien esté en el poder siempre busca sus intereses personales”, el 76% de los entrevistados se mostraba de acuerdo o muy de acuerdo.
Estas organizaciones a las que nos referimos funcionan como laboratorios donde las personas adquieren la experiencia de la democracia directa y más allá del carácter intrínseco de cada una, representan un ejemplo de organización al margen de los criterios jerárquicos, independientes de las formas de participación autorizadas y permitidas por el Estado. Cada una de ellas es un intento de ese “pueblo soberano” de exigir su derecho a dirigirse y una prueba de que puede hacerlo. Un desafío a la política autoritaria que padecemos, que no deja de serlo por muy recubierta de envoltura “democrática” que se nos presente.
De estas experiencias, de su éxito para las personas que las integran y de sus energias organizativas para extenderse y hacerse visibles depende en una buena parte que cada vez más personas, en más espacios sociales se den cuenta de que tienen el derecho a plantearse otra forma de vivir y gestionar la sociedad, de administrar la economía, el consumo o la ecología. El fruto de este éxito será el progresivo aumento de espacios autogestionados y libres de autoridad, que al mismo tiempo han de convertirse en la semilla de ulteriores movimientos más estructurados, —que no más burocratizados— en torno a las ideas comunes que la sociedad se marque en su desarrollo.
No hay recetas para ese tránsito, ni hojas de ruta escritas previamente por ningún sabio gurú, ni ilusiorios designios científicos que predigan cómo, dónde o cuándo va a ocurrir esta toma de conciencia colectiva de la que hablamos. De hecho, ocurre constantemente en todo el globo de forma incontrolable. Sólo es necesario que esas conciencias se agreguen y se doten de un objetivo común. Un objetivo en cuyo corazón necesariamente tiene que habitar el ansia de liberación individual y colectivo tanto del sistema político del económico, es decir, del capitalismo en todas sus vertientes.
[Fragmento tomado de Es posible funcionar sin gobiernos: alternativas al parlamentarismo, folleto # 2 de la serie "Cuadernos de Formación", CNT, Cordoba, 2011. El texto completo está en www.cnt.es/sites/default/files/es_posible_funcionar_sin_gobiernos.pdf.]
... Si llamamos “gobierno” a este conjunto de intereses [del poder jerárquico y autoritario] y a la manipulación de la “voluntad popular”, no creo que muchas personas en su sano juicio pudieran decir que no podemos prescindir de ellos. ¿Acaso no tenemos derecho, como pueblo, ahora sí soberano, a plantearnos un cambio en el modelo de Estado? No nos lo concede la ley, efectivamente, pero ese derecho es inalienable y no puede ser otorgado ni sustraido por ninguna ley. ¿No podemos aspirar a otro sistema económico? ¿A otra “constitución”?
Más allá de la ideología de cada cual —exceptuando, obviamente, las autoritarias y dictatoriales— parece difícil poder negarle al pueblo este derecho intrínseco. Otra cosa sería que el pueblo supiera que es pueblo, en primer lugar, y que adquiera la conciencia de querer cambiar su situación, en segundo lugar. Los extraordinarios esfuerzos del Estado para intentar evitar que esto ocurra no son escasos. Sin embargo, sucede, día a día, de mil formas distintas y en mil lugares, y nadie sería capaz de predecir —incluido el Estado con todo su poder y su capacidad de control— cuando puede ocurrir a escala de un país o de un continente.
Esa anarquía, esa ausencia de poder establecido, está mucho más cerca de nosotros de lo que a simple vista pudiera parecer. Existen multitud de relaciones y actividades sociales que no están regidas por ninguna acción gubernativa –ni participan en ellas en ninguna medida- en las que sin embargo, no impera el caos, entendido éste como desorden y carencia de organización.
Al margen de los partidos —y sindicatos— que participan de la política institucional, los parlamentos y todo el aparato del Estado, con sus consiguientes subvenciones y prebendas, la inmensa mayoría del entramado de organizaciones sociales existente se basa en la toma de decisiones de forma horizontal, de carácter asambleario, es decir, se autogobiernan sin gobierno, sin dotarse de una estructura jerárquica que tenga otorgado el poder de dirigir y decidir en nombre de sus miembros, que conservan su poder de decisión. Esto, al mismo tiempo, les obliga a participar en la “política” de la organización, en su funcionamiento, en sus problemas y aspiraciones. De esta manera, el grupo tiende a ser, en la mayor medida posible, lo que sus miembros quieren que sea. Pero además, como pieza imprescindible para la autogestión, nuestro interés se centra en aquellos grupos que aúnan esta horizontalidad política con la autonomía financiera, que les hace independientes de la “censura previa” que los grupos que dependen de las subvenciones terminan irremediablemente adquiriendo.
En el ámbito local, se mueven en un sinfín de cuestiones sociales de todo tipo: organizaciones dedicadas a la ecología y la agroecología que defienden una asunción doble de los papeles de productor y consumidor; vecinales, que reivindican políticas de defensa de los barrios o los edificios y contra la especulación; culturales, fuera del espacio de la cultura subvencionada y distribuida por los medios de masas, que buscan un espectador-participante; en el terreno educativo, las escuelas libertarias y los proyectos y talleres educativos de esa tendencia; las redes de consumo nacidas del trueque y otras actividades no-económicas, los centros sociales ocupados y autogestionados repartidos por todo el Estado y una cantidad ingente de grupos organizados en torno a reivindicaciones sociales, laborales, urbanísticas o económicas que se crean, cambian y desaparecen en nuestras ciudades y pueblos. En el mundo del trabajo, las secciones sindicales de empresa que defiende la CNT se construyen y funcionan de forma asamblearia, con plena autonomía en su actividad.
En el ámbito nacional e internacional, también abundan los ejemplos de autogestión política y económica de organizaciones que se autogobiernan y que son independientes de poderes externos: una buena parte de las organizaciones surgidas al calor de los movimientos antiglobalización han tenido este cariz, entorno a las cuales se desarrollan multitud de prácticas autogestionarias; en internet, las comunidades de software libre funcionan de esta manera y con un notable éxito y desarrollo; En Sudamérica, el movimiento obrero sigue gestionando las fábricas ocupadas a pesar del duro hostigamiento de los gobiernos; con sus diversos matices y características propias, en otros países muchas organizaciones desarrollan luchas contra el capitalismo en su vertiente ecológica o alimentaria. En el mundo libertario propiamente dicho, las organizaciones anarcosindicalistas agrupadas en la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores) defienden un modelo de sociedad basado en principios anarquistas al mismo tiempo que desarrollan su lucha sindical fuera de la co-participación en instituciones y empresas; ateneos, grupos y colectivos de inspiración libertaria se crean y se gestionan por sí mismos en los lugares más insospechados.
Estos grupos y su actividad no son promocionados en televisión, en prensa o en la radio —salvo que sea para criminalizarlos, relacionándolos con delitos, drogas o violencia— por lo que una gran parte de la sociedad ignora su existencia. No es ningún secreto que mantener la ignorancia política del electorado –alias “pueblo soberano”- es una necesidad de cualquier Estado. De esta manera no es de extrañar que, en España, mientras un 60% de la población declara que la política le interesa poco o nada, al mismo tiempo, un 70% de esa misma población le otorga más de 5 puntos sobre 10 a la satisfacción con la democracia en España. No obstante, en esta encuesta del CIS que referimos, de diciembre de 2009, respecto a la afirmación “esté quien esté en el poder siempre busca sus intereses personales”, el 76% de los entrevistados se mostraba de acuerdo o muy de acuerdo.
Estas organizaciones a las que nos referimos funcionan como laboratorios donde las personas adquieren la experiencia de la democracia directa y más allá del carácter intrínseco de cada una, representan un ejemplo de organización al margen de los criterios jerárquicos, independientes de las formas de participación autorizadas y permitidas por el Estado. Cada una de ellas es un intento de ese “pueblo soberano” de exigir su derecho a dirigirse y una prueba de que puede hacerlo. Un desafío a la política autoritaria que padecemos, que no deja de serlo por muy recubierta de envoltura “democrática” que se nos presente.
De estas experiencias, de su éxito para las personas que las integran y de sus energias organizativas para extenderse y hacerse visibles depende en una buena parte que cada vez más personas, en más espacios sociales se den cuenta de que tienen el derecho a plantearse otra forma de vivir y gestionar la sociedad, de administrar la economía, el consumo o la ecología. El fruto de este éxito será el progresivo aumento de espacios autogestionados y libres de autoridad, que al mismo tiempo han de convertirse en la semilla de ulteriores movimientos más estructurados, —que no más burocratizados— en torno a las ideas comunes que la sociedad se marque en su desarrollo.
No hay recetas para ese tránsito, ni hojas de ruta escritas previamente por ningún sabio gurú, ni ilusiorios designios científicos que predigan cómo, dónde o cuándo va a ocurrir esta toma de conciencia colectiva de la que hablamos. De hecho, ocurre constantemente en todo el globo de forma incontrolable. Sólo es necesario que esas conciencias se agreguen y se doten de un objetivo común. Un objetivo en cuyo corazón necesariamente tiene que habitar el ansia de liberación individual y colectivo tanto del sistema político del económico, es decir, del capitalismo en todas sus vertientes.
[Fragmento tomado de Es posible funcionar sin gobiernos: alternativas al parlamentarismo, folleto # 2 de la serie "Cuadernos de Formación", CNT, Cordoba, 2011. El texto completo está en www.cnt.es/sites/default/files/es_posible_funcionar_sin_gobiernos.pdf.]
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