Gastón
En su trabajo titulado Los límites de la ciudad (1974), Murray Bookchin desarrolla su crítica a la urbe como “ente aglutinador” y su relación con el proyecto capitalista de planificación social. En este libro, poco conocido en la actualidad, el autor busca, a lo largo de su recorrido argumental, dar una idea acabada de cómo se piensa a la ciudad desde la planificación capitalista, contraponiéndole sus ideas de descentralización y organización no jerárquica.
Básicamente sus tesis se centran en las ideas de que “importa poco si la ciudad es fea, si degrada a sus habitantes, si resulta estética, espiritual o físicamente tolerable. Lo que cuenta es que la operaciones económicas se desarrollen en una escala y con una eficacia capaces de satisfacer el único criterio burgués de supervivencia: el crecimiento económico”. Otra idea que recorre el libro es el concepto médico de elefantiasis, que para Bookchin, es una cualidad que bien puede definir a la ciudad moderna y capitalista ya que « (las ciudades) se están desintegrando desde todos los puntos de vista: administrativo, institucional y logístico; cada vez pueden menos asegurar los servicios mínimamente necesarios para la habitabilidad, la seguridad, el transporte de mercancías y personas...» «Casi todos los problemas cívicos se resuelven, no a través de una acción que tenga en cuenta sus raíces sociales, sino por intervención legislativa que reduce ulteriormente los derechos del ciudadano como ser autónomo, y aumenta el poder de las fuerzas que operan por encima del individuo ». Hasta terminar argumentando de que “la expansión sin límite es un límite en sí misma, un proceso auto-devorador en el que el contenido es sacrificado a la forma y la realidad a la apariencia”.
Esta argumentación esgrimida por el autor hace ya casi 40 años no sólo continúa vigente, sino que se ha agudizado en los últimos años ya que a esa idea de “funcionalidad” que la ciudad tiene para el proyecto capitalista hay que agregarle la variable especulativa/financiera de la tierra como “bien de cambio” y acumulador de riqueza. ¿En que consiste esta variable especulativa? Básicamente en la socialización de los costos e inversiones públicas y en las privatizaciones de los beneficios y las ganancias. Los costos y riesgos son de todos, los beneficios y las ganancias de unos pocos.
En Argentina, desde mediados de 2003, la actividad e inversión inmobiliaria mantiene una línea ascendente sostenida, polarizando aún más la brecha entre el sector dedicado a la construcción (inversores, inmobiliarias, empresarios, etc) y el grueso de la población que cada vez más se encuentra al margen de la posibilidad del “techo propio”, más allá de los planes crediticios al estilo ProCreAr con que el kirchnerismo pretende maquillar la crisis habitacional que desde hace más de una década se viene agudizando.
Mientras muchos sectores de la economía se encuentran en franco retroceso, la inversión en construcción parece romper la norma y mantiene un avance en relación a otros sectores económicos, pero con una característica esencial: una tendencia cada vez más manifiesta de especulación urbana. O sea, que la tierra, desde la lógica capitalista, adquiere una cualidad inherente al funcionamiento del capital basado en entenderla como un “bien de cambio”, una mercancía, sólo accesible a un selecto sector de la población. Por ejemplo, la especulación puede entenderse como tal si tenemos en cuenta que el precio del suelo con respecto a junio de 2004 aumento un 270 por ciento. En los partidos de la zona Oeste, la tierra se valorizó un 235 por ciento; la zona Sur, un 360,3 por ciento; y la zona Norte, un 78,8 por ciento. En la Ciudad de Buenos Aires, los precios subieron desde 2004 un 271 por ciento, y sólo en el último año, un 34,5 por ciento.
La tierra al convertirse en mercancía adquiere un valor, arbitrario, por supuesto, impuesto por las leyes del mercado, quienes son realmente las que moldean la realidad económica, y no la falacia de la ley de “oferta y demanda” capitalista. Se origina, inevitablemente, y como consecuencia del valor arbitrario de la tierra, un fenómeno de especulación con el precio ya que los que “ofertan” y compran los terrenos esperan que se valoricen antes de venderlos. El fin es uno sólo; comprar la tierra y esperar a que los precios suban para ofertarlos en el mercado.
El Estado, como es de esperar, no es un actor ajeno a esta situación, porque es él quien con sus “políticas de inclusión social”, según los eslóganes marketineros a los que nos acostumbran, invierte en servicios públicos básicos, transportes, caminos urbanizados, escuelas, hospitales y créditos “blandos” para la inversión en la construcción.
Sin la necesidad de ser eruditos en economía es fácil constatar que el alza del valor de la tierra repercute necesariamente no sólo en el aumento de los precios de las propiedades, sino también, en los alquileres. Pero no termina ahí ya que ese aumento de los alquileres origina también, en aquellos con posibilidades de ahorro, que sus márgenes se acoten haciendo casi imposible que sea una opción real la planificación futura en la compra de una casa. Según Andrea Catenazzi, arquitecta especialista en planificación, “El precio del suelo desplaza a los sectores populares y a la vivienda social a zonas cada vez más alejadas. La ciudad –entendida como un lugar con transporte e infraestructura adecuados, actividad cultural, escuelas, hospitales, entre otros servicios expresa la posibilidad de acceder a oportunidades de trabajo, a equipamientos de educación, salud y esparcimiento más especializados; a un conjunto de atributos complejos e indivisibles que no pueden adquirirse como mercancías, aunque se reflejan en el precio de las propiedades residenciales urbanas”.
Otros datos por demás elocuentes que ejemplifican esta realidad urbana sostienen que, desde la crisis política y económica de 2001, más del 60% de los habitantes que por diferentes causas se instalaron permanentemente en la zona metropolitana de Buenos Aires lo hicieron en asentamientos informales, muchos de ellos a partir de la ocupación de la tierra. Lo paradójico de esta situación, aunque en realidad nada es incoherente desde la lógica del capital, es su contrapartida ya que según especialistas en urbanismo “la Ciudad de Buenos Aires tiene 88 mil familias que tienen necesidades de una vivienda social, 150 mil que viven en villas de emergencia, 220 mil en casas tomadas, 60 mil en inquilinatos, 60 mil en hoteles, y 120 mil que se hacinan, viviendo familias enteras alquilando una habitación de una casa. Por otro lado hay otros 600 mil habitantes de clase media y de clase media baja que no son propietarios. En total, se estima en 1.200.000 las personas que necesitan vivienda, ya que 4 de cada 10 vecinos no tienen vivienda propia.”
La lógica especulativa no sólo se manifiesta en el precio de la tierra y los alquileres, sino también en la fisonomía de las ciudades y la forma, o mejor dicho la “no forma” en que éstas expanden sus límites (lo que Bookchin denomina como elefantiasis). La pérdida de identidad arquitectónica guarda una relación directa con la especulación capitalista y la progresiva demolición de la arquitectura histórica en la zona urbana de la ciudad de Buenos Aires es un reflejo de ello.
[Publicado originalmente en el periódico ¡Libertad! # 64, Buenos Aires, agosto 2014; accesible en www.periodicolibertad.com.ar.]
En su trabajo titulado Los límites de la ciudad (1974), Murray Bookchin desarrolla su crítica a la urbe como “ente aglutinador” y su relación con el proyecto capitalista de planificación social. En este libro, poco conocido en la actualidad, el autor busca, a lo largo de su recorrido argumental, dar una idea acabada de cómo se piensa a la ciudad desde la planificación capitalista, contraponiéndole sus ideas de descentralización y organización no jerárquica.
Básicamente sus tesis se centran en las ideas de que “importa poco si la ciudad es fea, si degrada a sus habitantes, si resulta estética, espiritual o físicamente tolerable. Lo que cuenta es que la operaciones económicas se desarrollen en una escala y con una eficacia capaces de satisfacer el único criterio burgués de supervivencia: el crecimiento económico”. Otra idea que recorre el libro es el concepto médico de elefantiasis, que para Bookchin, es una cualidad que bien puede definir a la ciudad moderna y capitalista ya que « (las ciudades) se están desintegrando desde todos los puntos de vista: administrativo, institucional y logístico; cada vez pueden menos asegurar los servicios mínimamente necesarios para la habitabilidad, la seguridad, el transporte de mercancías y personas...» «Casi todos los problemas cívicos se resuelven, no a través de una acción que tenga en cuenta sus raíces sociales, sino por intervención legislativa que reduce ulteriormente los derechos del ciudadano como ser autónomo, y aumenta el poder de las fuerzas que operan por encima del individuo ». Hasta terminar argumentando de que “la expansión sin límite es un límite en sí misma, un proceso auto-devorador en el que el contenido es sacrificado a la forma y la realidad a la apariencia”.
Esta argumentación esgrimida por el autor hace ya casi 40 años no sólo continúa vigente, sino que se ha agudizado en los últimos años ya que a esa idea de “funcionalidad” que la ciudad tiene para el proyecto capitalista hay que agregarle la variable especulativa/financiera de la tierra como “bien de cambio” y acumulador de riqueza. ¿En que consiste esta variable especulativa? Básicamente en la socialización de los costos e inversiones públicas y en las privatizaciones de los beneficios y las ganancias. Los costos y riesgos son de todos, los beneficios y las ganancias de unos pocos.
En Argentina, desde mediados de 2003, la actividad e inversión inmobiliaria mantiene una línea ascendente sostenida, polarizando aún más la brecha entre el sector dedicado a la construcción (inversores, inmobiliarias, empresarios, etc) y el grueso de la población que cada vez más se encuentra al margen de la posibilidad del “techo propio”, más allá de los planes crediticios al estilo ProCreAr con que el kirchnerismo pretende maquillar la crisis habitacional que desde hace más de una década se viene agudizando.
Mientras muchos sectores de la economía se encuentran en franco retroceso, la inversión en construcción parece romper la norma y mantiene un avance en relación a otros sectores económicos, pero con una característica esencial: una tendencia cada vez más manifiesta de especulación urbana. O sea, que la tierra, desde la lógica capitalista, adquiere una cualidad inherente al funcionamiento del capital basado en entenderla como un “bien de cambio”, una mercancía, sólo accesible a un selecto sector de la población. Por ejemplo, la especulación puede entenderse como tal si tenemos en cuenta que el precio del suelo con respecto a junio de 2004 aumento un 270 por ciento. En los partidos de la zona Oeste, la tierra se valorizó un 235 por ciento; la zona Sur, un 360,3 por ciento; y la zona Norte, un 78,8 por ciento. En la Ciudad de Buenos Aires, los precios subieron desde 2004 un 271 por ciento, y sólo en el último año, un 34,5 por ciento.
La tierra al convertirse en mercancía adquiere un valor, arbitrario, por supuesto, impuesto por las leyes del mercado, quienes son realmente las que moldean la realidad económica, y no la falacia de la ley de “oferta y demanda” capitalista. Se origina, inevitablemente, y como consecuencia del valor arbitrario de la tierra, un fenómeno de especulación con el precio ya que los que “ofertan” y compran los terrenos esperan que se valoricen antes de venderlos. El fin es uno sólo; comprar la tierra y esperar a que los precios suban para ofertarlos en el mercado.
El Estado, como es de esperar, no es un actor ajeno a esta situación, porque es él quien con sus “políticas de inclusión social”, según los eslóganes marketineros a los que nos acostumbran, invierte en servicios públicos básicos, transportes, caminos urbanizados, escuelas, hospitales y créditos “blandos” para la inversión en la construcción.
Sin la necesidad de ser eruditos en economía es fácil constatar que el alza del valor de la tierra repercute necesariamente no sólo en el aumento de los precios de las propiedades, sino también, en los alquileres. Pero no termina ahí ya que ese aumento de los alquileres origina también, en aquellos con posibilidades de ahorro, que sus márgenes se acoten haciendo casi imposible que sea una opción real la planificación futura en la compra de una casa. Según Andrea Catenazzi, arquitecta especialista en planificación, “El precio del suelo desplaza a los sectores populares y a la vivienda social a zonas cada vez más alejadas. La ciudad –entendida como un lugar con transporte e infraestructura adecuados, actividad cultural, escuelas, hospitales, entre otros servicios expresa la posibilidad de acceder a oportunidades de trabajo, a equipamientos de educación, salud y esparcimiento más especializados; a un conjunto de atributos complejos e indivisibles que no pueden adquirirse como mercancías, aunque se reflejan en el precio de las propiedades residenciales urbanas”.
Otros datos por demás elocuentes que ejemplifican esta realidad urbana sostienen que, desde la crisis política y económica de 2001, más del 60% de los habitantes que por diferentes causas se instalaron permanentemente en la zona metropolitana de Buenos Aires lo hicieron en asentamientos informales, muchos de ellos a partir de la ocupación de la tierra. Lo paradójico de esta situación, aunque en realidad nada es incoherente desde la lógica del capital, es su contrapartida ya que según especialistas en urbanismo “la Ciudad de Buenos Aires tiene 88 mil familias que tienen necesidades de una vivienda social, 150 mil que viven en villas de emergencia, 220 mil en casas tomadas, 60 mil en inquilinatos, 60 mil en hoteles, y 120 mil que se hacinan, viviendo familias enteras alquilando una habitación de una casa. Por otro lado hay otros 600 mil habitantes de clase media y de clase media baja que no son propietarios. En total, se estima en 1.200.000 las personas que necesitan vivienda, ya que 4 de cada 10 vecinos no tienen vivienda propia.”
La lógica especulativa no sólo se manifiesta en el precio de la tierra y los alquileres, sino también en la fisonomía de las ciudades y la forma, o mejor dicho la “no forma” en que éstas expanden sus límites (lo que Bookchin denomina como elefantiasis). La pérdida de identidad arquitectónica guarda una relación directa con la especulación capitalista y la progresiva demolición de la arquitectura histórica en la zona urbana de la ciudad de Buenos Aires es un reflejo de ello.
[Publicado originalmente en el periódico ¡Libertad! # 64, Buenos Aires, agosto 2014; accesible en www.periodicolibertad.com.ar.]
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