Íñigo Arza
Es difícil encontrar a alguien que no haya jugado a fútbol. Pegar patadas a un balón es algo muy básico, casi instintivo, quizás por eso una cosa tan simple sea el principal entretenimiento nacional. Es innegable que el fútbol de élite, la industria del fútbol, se ha convertido en un negocio. Es más, se ha convertido en una fachada tras la cual realizar negocios de lo más inmorales. Pero, ¿por qué renunciamos a plantear batalla? ¿por qué cedemos el fútbol al enemigo en vez de tratar de reapropiárnoslo? El fútbol profesional, el mediático, no representa ni un 1% de todo el fútbol. A pesar de ello, caemos en la trampa, y llamamos “el fútbol” a esa industria futbolera en la que el balón es lo de menos. De un tiempo a esta parte han surgido críticas que van más allá del famoso “el fútbol es el opio del pueblo”, y cada vez hay más interés por encontrar alternativas organizativas saludables para “el ballet de la clase trabajadora”.
Los anarquistas y socialistas sudamericanos lo comprendieron muy pronto. A principios del siglo pasado había llegado al continente un nuevo entretenimiento que estaba causando furor entre los obreros. En un principio el histórico diario anarquista argentino La Protesta acusaba a este deporte de ser una distracción embrutecedora; meses después dedicaba una sección del periódico al “football”. No fue una evolución caprichosa: el movimiento obrero pronto tuvo que asumir la popularidad del balompié y apreciar su potencial socializador. Comenzaron a aflorar los clubs de fútbol proletarios: Mártires de Chicago, El sol de la Justicia (anarquistas los primeros, socialistas los segundos, que tras fusionarse dieron lugar al actual Argentinos Juniors), Chacarita, Independiente, Libertarios Unidos (hoy Atlético Colegiales)… En el seno del movimiento obrero había fuertes debates sobre cómo organizar estos deportes, el amateurismo contra el profesionalismo, la democracia interna en las asociaciones deportivas, el fútbol como herramienta para el desarrollo, etc. Un siglo después, apenas hemos avanzado en estos aspectos. Estancados en esa posición, algo elitista y paternalista, de rechazo al fútbol y punto, hemos caído en la negligencia ya que la falta de propuestas sociales han dejado al neoliberalismo el camino allanado.
Como sucedía en aquella Argentina, hoy el fútbol es el principal entretenimiento de los trabajadores españoles. Y hoy, igual que entonces, las organizaciones que pretenden ser de masas y que tienen una utopía hacia la que caminar, están cojas si no tienen una propuesta respecto a ello. El discurso de “el opio del pueblo” ha sido muy cómodo durante un tiempo, pero toca dar un paso adelante y plantear una alternativa al modelo actual. El fútbol es un vehículo de sentimientos y también de valores que no podemos desaprovechar. ¿Qué opinamos de la creciente presencia de la mafia de las apuestas en el fútbol? ¿Y de la llegada de fondos de inversión y de oligarcas árabes o rusos? ¿Qué alternativa proponemos a la gestión de los equipos de fútbol llevada a cabo por empresarios del ladrillo como la familia Gil o Florentino Pérez?
Uno de los principales debates en torno a la organización del fútbol actual se basa en la mercantilización o no de las entidades deportivas. Actualmente la inmensa mayoría de los clubs de fútbol españoles son entidades democráticas, en el sentido más restrictivo de la palabra: los socios votan a una junta directiva que es la que gestiona el club. Además, sobre el papel hay mecanismos para convocar asambleas de socios. Sin embargo, los clubs de fútbol que compiten en el fútbol profesional (1ª y 2ª división) deben ser obligatoriamente Sociedades Anónimas Deportivas, es decir, empresas mercantiles con un accionista mayoritario y cuyo objeto de negocio es el deporte. Las contradicciones entre el origen popular de sus hinchas y la evolución capitalista no se queda ahí: la falta de jugadores locales, la conversión del aficionado en consumidor, los precios prohibitivos para los trabajadores, la pérdida de identidad y de contacto con la comunidad… los ejemplos son multitud. Probablemente por esa razón, palabras como asamblea o autogestión comienzan a ser habituales en determinados círculos futboleros como asociaciones críticas de aficionados, clubs de fútbol con propuestas sociales o simplemente hinchas de a pie hartos de la deriva actual.
En los fondos de muchos estadios, las zonas más populares, es habitual ver pancartas criticando el “fútbol moderno”. Además, casi todos los equipos importantes tienen una asociación de aficionados críticos, que proponen que el club lo gestionen todos sus socios y no los que más dinero tengan, o que critican que se use el fútbol para hacer negocios ajenos y buscar el lucro personal. Y no solo eso, también se está pasando a la ofensiva: clubs de fútbol como el Ceares, el Ciudad de Murcia, el CD Palencia o tantos equipos de barrio y de pueblo, enfocan sus objetivo hacia colaborar activamente con su entorno, utilizan su potencial para fomentar el desarrollo de su comunidad, proponen una gestión asamblearia lo más participativa posible, y se oponen a que el dinero y las victorias deportivas sean lo más importante.
La mayor derrota posible haciendo política es abandonar un escenario de posible debate por no sentirse cómodo. Hagamos autocrítica. Si existe un fútbol que es el opio del pueblo, construyamos otro que no lo sea. Porque nos guste o no, en la utopía socialista, por muy anarquista que llegue a ser, también habrá una liga de fútbol.
[Fuente: Periódico CNT, # 408, Febrero de 2014, http://cnt.es/periodico/peri%C3%B3dico-cnt-n%C2%BA-408-febrero-2014.]
Es difícil encontrar a alguien que no haya jugado a fútbol. Pegar patadas a un balón es algo muy básico, casi instintivo, quizás por eso una cosa tan simple sea el principal entretenimiento nacional. Es innegable que el fútbol de élite, la industria del fútbol, se ha convertido en un negocio. Es más, se ha convertido en una fachada tras la cual realizar negocios de lo más inmorales. Pero, ¿por qué renunciamos a plantear batalla? ¿por qué cedemos el fútbol al enemigo en vez de tratar de reapropiárnoslo? El fútbol profesional, el mediático, no representa ni un 1% de todo el fútbol. A pesar de ello, caemos en la trampa, y llamamos “el fútbol” a esa industria futbolera en la que el balón es lo de menos. De un tiempo a esta parte han surgido críticas que van más allá del famoso “el fútbol es el opio del pueblo”, y cada vez hay más interés por encontrar alternativas organizativas saludables para “el ballet de la clase trabajadora”.
Los anarquistas y socialistas sudamericanos lo comprendieron muy pronto. A principios del siglo pasado había llegado al continente un nuevo entretenimiento que estaba causando furor entre los obreros. En un principio el histórico diario anarquista argentino La Protesta acusaba a este deporte de ser una distracción embrutecedora; meses después dedicaba una sección del periódico al “football”. No fue una evolución caprichosa: el movimiento obrero pronto tuvo que asumir la popularidad del balompié y apreciar su potencial socializador. Comenzaron a aflorar los clubs de fútbol proletarios: Mártires de Chicago, El sol de la Justicia (anarquistas los primeros, socialistas los segundos, que tras fusionarse dieron lugar al actual Argentinos Juniors), Chacarita, Independiente, Libertarios Unidos (hoy Atlético Colegiales)… En el seno del movimiento obrero había fuertes debates sobre cómo organizar estos deportes, el amateurismo contra el profesionalismo, la democracia interna en las asociaciones deportivas, el fútbol como herramienta para el desarrollo, etc. Un siglo después, apenas hemos avanzado en estos aspectos. Estancados en esa posición, algo elitista y paternalista, de rechazo al fútbol y punto, hemos caído en la negligencia ya que la falta de propuestas sociales han dejado al neoliberalismo el camino allanado.
Como sucedía en aquella Argentina, hoy el fútbol es el principal entretenimiento de los trabajadores españoles. Y hoy, igual que entonces, las organizaciones que pretenden ser de masas y que tienen una utopía hacia la que caminar, están cojas si no tienen una propuesta respecto a ello. El discurso de “el opio del pueblo” ha sido muy cómodo durante un tiempo, pero toca dar un paso adelante y plantear una alternativa al modelo actual. El fútbol es un vehículo de sentimientos y también de valores que no podemos desaprovechar. ¿Qué opinamos de la creciente presencia de la mafia de las apuestas en el fútbol? ¿Y de la llegada de fondos de inversión y de oligarcas árabes o rusos? ¿Qué alternativa proponemos a la gestión de los equipos de fútbol llevada a cabo por empresarios del ladrillo como la familia Gil o Florentino Pérez?
Uno de los principales debates en torno a la organización del fútbol actual se basa en la mercantilización o no de las entidades deportivas. Actualmente la inmensa mayoría de los clubs de fútbol españoles son entidades democráticas, en el sentido más restrictivo de la palabra: los socios votan a una junta directiva que es la que gestiona el club. Además, sobre el papel hay mecanismos para convocar asambleas de socios. Sin embargo, los clubs de fútbol que compiten en el fútbol profesional (1ª y 2ª división) deben ser obligatoriamente Sociedades Anónimas Deportivas, es decir, empresas mercantiles con un accionista mayoritario y cuyo objeto de negocio es el deporte. Las contradicciones entre el origen popular de sus hinchas y la evolución capitalista no se queda ahí: la falta de jugadores locales, la conversión del aficionado en consumidor, los precios prohibitivos para los trabajadores, la pérdida de identidad y de contacto con la comunidad… los ejemplos son multitud. Probablemente por esa razón, palabras como asamblea o autogestión comienzan a ser habituales en determinados círculos futboleros como asociaciones críticas de aficionados, clubs de fútbol con propuestas sociales o simplemente hinchas de a pie hartos de la deriva actual.
En los fondos de muchos estadios, las zonas más populares, es habitual ver pancartas criticando el “fútbol moderno”. Además, casi todos los equipos importantes tienen una asociación de aficionados críticos, que proponen que el club lo gestionen todos sus socios y no los que más dinero tengan, o que critican que se use el fútbol para hacer negocios ajenos y buscar el lucro personal. Y no solo eso, también se está pasando a la ofensiva: clubs de fútbol como el Ceares, el Ciudad de Murcia, el CD Palencia o tantos equipos de barrio y de pueblo, enfocan sus objetivo hacia colaborar activamente con su entorno, utilizan su potencial para fomentar el desarrollo de su comunidad, proponen una gestión asamblearia lo más participativa posible, y se oponen a que el dinero y las victorias deportivas sean lo más importante.
La mayor derrota posible haciendo política es abandonar un escenario de posible debate por no sentirse cómodo. Hagamos autocrítica. Si existe un fútbol que es el opio del pueblo, construyamos otro que no lo sea. Porque nos guste o no, en la utopía socialista, por muy anarquista que llegue a ser, también habrá una liga de fútbol.
[Fuente: Periódico CNT, # 408, Febrero de 2014, http://cnt.es/periodico/peri%C3%B3dico-cnt-n%C2%BA-408-febrero-2014.]
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