Manuel de los andamios
El que la mayoría de la población maneje y reproduzca prejuicios contra los anarquistas no debería ser ya ninguna novedad. Hace mucho que ese fenómeno acompaña los pasos de estas ideas y de quienes se han propuesto vivirlas y promoverlas. Ciertamente es un problema que hay que afrontar si acaso nos mueve el deseo de invitar a discutir puntos de vista más allá de nuestros reducidos círculos de gentes y espacios. Por eso nace este pequeño escrito, para analizar la situación y contribuir al debate en torno a las formas de superar la querella, entendiendo que si bien parte importante de los prejuicios han sido alimentados desde “afuera”, también tenemos nuestra propia cuota de responsabilidad pasada y presente en torno a ello.
Las caricaturas que se manejan son variadas. La más recurrente y constante en el tiempo sin duda es la del anarquista como sinónimo de terrorista pone-bombas. Pero antes de detenernos en ella pasaremos revista por otras que si bien parecen lejanas en el tiempo, no falta la ocasión en que retornan resignificadas al presente, y no precisamente para ayudarnos.
Caricaturas de ayer…
Durante las primeras décadas del siglo XX el anarquismo estaba estrechamente relacionado con el sindicalismo, por ello muchas de las caricaturas construidas en ese entonces tenían que ver con el rol activo que desempeñaban aquellos en el mundo de las organizaciones laborales revolucionarias. Se decía que los ácratas (y también los socialistas) eran agitadores profesionales. Gente floja que solo se dedicaba a interrumpir la paz social e impedir por medio de las huelgas la libertad de trabajo. Alborotadores, enemigos de la civilización y el progreso económico, delincuentes, “apaches”. Desquiciados que veían males en donde no los había, sembradores de odios infundados. Vividores. Esos eran los conceptos que se utilizaban para calificar a los llamados agitadores profesionales. Con el tiempo, esa denominación se unió a la idea del agitador extranjero, es decir, un tipo que inyectaba doctrinas foráneas a los apacibles trabajadores locales (Cómo si la idea de Estado, Iglesia y Capital, así como la lengua, no hubiesen sido introducidas desde afuera). El internacionalismo a ultranza de los revolucionarios de entonces y sus constantes llamados en contra de las guerras estatales, era utilizado por los patrioteros para justificar la idea de que los anarquistas servían con sus desórdenes a intereses foráneos. A los libertarios de la región chilena se les acusó de servir al Estado peruano, en esa región ocurrió lo mismo, en los Estados Unidos de la Primera Guerra Mundial se sostuvo que los IWW de allí, trabajaban para el Estado Alemán.
Todas estas imágenes no fueron construidas al azar, al contrario, fueron explotadas con el claro objetivo de desprestigiar a los revolucionarios, atacar a sus organizaciones y desvirtuar y deslegitimar las luchas de los trabajadores. La idea también era aislar a los subversivos, levantando la dualidad “trabajadores honrados y pacíficos versus trabajadores flojos y levantiscos”. ¿Quiénes estaban detrás de estas caricaturas? La clase política gobernante, la oligarquía, sus senadores y diputados, y sobre todo su prensa, con El Mercurio a la cabeza, naturalmente. No faltaron los trabajadores que hicieron eco de la misma creencia. Fruto de tan patriótica unión fue la dictación en 1918 de la Ley de Residencia con la cual echaron del país a varios compañeros antiautoritarios cuyo crimen, además de no aguantar la miseria ambiente, no era otro que haber nacido por casualidad en otro punto de la Tierra. En Argentina y por los mismos motivos, habían aprobado esa Ley en 1902.
Hoy en día el vínculo entre los anarquistas y las organizaciones laborales no es tan estrecho como en ese entonces. Por lo mismo la idea de estos subversivos como provocadores de huelgas no es manejada por los medios. En ese caso prefieren utilizar la imagen del “comunista” consolidada tras el declive de la presencia ácrata en este país. A lo que sí se recurre de vez en vez, es a vincular a los difusores libertarios con supuestas relaciones de subordinación y financiamiento desde cúpulas extranjeras. Esa tesis se utilizó por ejemplo en el “Caso Bombas” (desde Italia, se dijo).
Este último fenómeno en todo caso no es exclusivo de los antiautoritarios, pues lo mismo ocurrió con los comunistas cuando se les señalaba que eran “pagados desde Moscú y La Habana”, con los activistas que luchan contra los megaproyectos energéticos cuando son acusados de ser pagados por grupos y ONG´s europeas, y últimamente con las comunidades autónomas del pueblo mapuche, apoyadas y entrenadas según la prensa por las FARC e incluso por la ETA.
Anarquía y petardos. Una constante histórica e histérica.
Como se ha esbozado más arriba, la imagen más recurrente sobre los anarquistas es la de un pone-bombas. Acá no interesa discutir si la colocación de artefactos explosivos en lugares no habitados es o no una estrategia útil para el contexto actual en los sitios puntuales en que convivimos. Eso vale para otra reflexión. Esta es una conversación sobre estereotipos. Y si de caricaturas hablamos, no podemos obviar que el anarquismo a nivel mundial ha sido identificado con las bombas.
El origen histórico de esta relación se vincula con el desarrollo en Europa durante las últimas décadas del siglo XIX de la llamada “propaganda por el hecho”, que –en parte- consistió en una estrategia de acción en donde el asesinato selectivo de altas personalidades consideradas enemigas de los trabajadores y los anarquistas, cumplía el objetivo de hacer justicia, llamar la atención, agudizar conflictos, etcétera. Así cayeron presidentes, reyes, generales y ministros. Además, también se atentaba contra los espacios y edificios representativos de los principales pilares de la sociedad autoritaria de entonces, a saber: Estado, Capital e Iglesia. Las expresiones de violencia política libertaria se trasladaron a otras partes del mundo, alcanzando especial notoriedad en ciudades como Buenos Aires. En Chile la imagen se alimentó con algunos atentados que si bien no fueron del todo aclarados en cuanto a su autoría, fueron vinculados inmediatamente a los anarquistas (1911, 1912, 1913, 1918, 1920).
La propaganda por el hecho era aceptada y difundida por sus protagonistas y por un sector particular y minoritario del heterogéneo movimiento anárquico, pero por la acción conjunta de los medios masivos de comunicación, se perpetuó la idea de que así eran en general todos los anarquistas (¡ay de los tolstoyanos!). Y sin embargo el uso de la violencia política generaba y genera numerosas disputas y peleas internas entre los propios ácratas.
Cuando ya avanza el siglo XXI estas imágenes vuelven a surgir de la mano de los cientos de atentados explosivos que han sido atribuidos, con razón y sin ella, a los anarquistas. Hace unas décadas eran los grupos marxista-leninistas los catalogados como dinamiteros, caricaturizando de igual forma a la generalidad del espectro socialista autoritario. Pero ahora que volvieron los anarquistas y algunos han elegido estos métodos, la gran prensa vuelve a meterlos a todos en el mismo saco.
Y nos guste o no, de la mano de la pólvora la palabra “anarquía” ha vuelto a instalarse en la prensa de masas. Sin duda aquello tiene el natural objeto de perseguir y desprestigiar a las ideas antiautoritarias (¡es la prensa del poder!), pero no se puede obviar el hecho de que hoy por hoy, por lo menos en estos confines, más gente tiene una imagen –aunque vaga y distorsionada- del anarquismo. Cuestión que no se daba desde tiempos remotos. Hace unos años nadie se preguntaba siquiera qué diablos era la anarquía. Hoy como ayer las ideas y expresiones antiautoritarias son mucho más que eso. Diversas y ricas iniciativas, algunas radicalmente opuestas a las bombas, dan vuelta por todo el territorio. Su descripción (y la de sus problemáticas) escapa al objetivo de este escrito. Hay una gran distancia entre lo que “somos” y lo que se selecciona para mostrar de nosotros (¿hay un “nosotros”?). Ignorar esa cuestión por considerarle “discusión superada”, creo, es entregarse a los designios del poder en lugar de plantarle cara.
Caricaturas de hoy… y unas preguntas
Las anarquistas ya no son agitadoras sindicales incorregibles. Ahora son otros estereotipos, aunque tan flojos y poco útiles para la santa patria como los anteriores. Además del pone-bombas ya mencionado, ahora se trata de “okupas”, gente vestida de negro, muchas perforaciones y tatuajes, parchecitos de bandas de nombres indescifrables, cara de malos, gustosa de música punk, conspicuos bebedores y reconocidos marihuaneros, no comen carne, y…son violentos. También hay quienes dicen que son hijos de familias de clase media disfuncionales y que tienen déficit atencional. Comer guaguas ya está pasado de moda. Como se ve, nuevas imágenes contienen la misma vieja urgencia de anular a los “otros” de turno.
El heterogéneo campo anárquico está lleno de elementos (vestimentas, consignas, actitudes) que contribuyen a levantar estereotipos inservibles. Y esto no es solo un problema para difundir nuestras ideas, también es un problema para nosotros. ¿O es otro mundo de uniformes el que buscamos?
Acá no se trata de reivindicar un verdadero tipo de anarquistas ni de presentarlos como blancas palomitas. Pues en ese extremo no faltan los que pretenden imaginar al anarquismo como una cosa puramente intelectual y exenta de contradicciones o salidas violentistas para determinados problemas. Tampoco se trata de asumir que anarquista es cualquier cosa que sea llamada de esa forma.
Claramente hemos sido bastante de esas caricaturas, pero sin duda somos mucho más que ello. Los estereotipos no sirven, pues no somos homogéneos ni queremos serlo, y toda caricatura es un impedimento para conocer a las personas y las ideas en su complejidad. Por lo mismo, si entendemos que aquellas son una traba para la exposición y debate de nuestras ideas, también nos debe urgir a nosotras la necesidad de estudiar la realidad y a quienes nos rodean sin construir caricaturas de ellos tampoco.
Es cierto que la prensa y los de arriba nos han demonizado. Y lo seguirán haciendo. Eso no nos puede sorprender y no podemos exigirles a quienes son nuestros enemigos y trabajan para ellos que nos traten de forma distinta. Somos nosotras quienes debemos ganar la batalla de la comunicación. Y somos nosotros los que debemos dejar también de ser caricaturas.
[Fuente: periódico El Surco Nº 42, Santiago de Chile, enero-febrero 2013.]
El que la mayoría de la población maneje y reproduzca prejuicios contra los anarquistas no debería ser ya ninguna novedad. Hace mucho que ese fenómeno acompaña los pasos de estas ideas y de quienes se han propuesto vivirlas y promoverlas. Ciertamente es un problema que hay que afrontar si acaso nos mueve el deseo de invitar a discutir puntos de vista más allá de nuestros reducidos círculos de gentes y espacios. Por eso nace este pequeño escrito, para analizar la situación y contribuir al debate en torno a las formas de superar la querella, entendiendo que si bien parte importante de los prejuicios han sido alimentados desde “afuera”, también tenemos nuestra propia cuota de responsabilidad pasada y presente en torno a ello.
Las caricaturas que se manejan son variadas. La más recurrente y constante en el tiempo sin duda es la del anarquista como sinónimo de terrorista pone-bombas. Pero antes de detenernos en ella pasaremos revista por otras que si bien parecen lejanas en el tiempo, no falta la ocasión en que retornan resignificadas al presente, y no precisamente para ayudarnos.
Caricaturas de ayer…
Durante las primeras décadas del siglo XX el anarquismo estaba estrechamente relacionado con el sindicalismo, por ello muchas de las caricaturas construidas en ese entonces tenían que ver con el rol activo que desempeñaban aquellos en el mundo de las organizaciones laborales revolucionarias. Se decía que los ácratas (y también los socialistas) eran agitadores profesionales. Gente floja que solo se dedicaba a interrumpir la paz social e impedir por medio de las huelgas la libertad de trabajo. Alborotadores, enemigos de la civilización y el progreso económico, delincuentes, “apaches”. Desquiciados que veían males en donde no los había, sembradores de odios infundados. Vividores. Esos eran los conceptos que se utilizaban para calificar a los llamados agitadores profesionales. Con el tiempo, esa denominación se unió a la idea del agitador extranjero, es decir, un tipo que inyectaba doctrinas foráneas a los apacibles trabajadores locales (Cómo si la idea de Estado, Iglesia y Capital, así como la lengua, no hubiesen sido introducidas desde afuera). El internacionalismo a ultranza de los revolucionarios de entonces y sus constantes llamados en contra de las guerras estatales, era utilizado por los patrioteros para justificar la idea de que los anarquistas servían con sus desórdenes a intereses foráneos. A los libertarios de la región chilena se les acusó de servir al Estado peruano, en esa región ocurrió lo mismo, en los Estados Unidos de la Primera Guerra Mundial se sostuvo que los IWW de allí, trabajaban para el Estado Alemán.
Todas estas imágenes no fueron construidas al azar, al contrario, fueron explotadas con el claro objetivo de desprestigiar a los revolucionarios, atacar a sus organizaciones y desvirtuar y deslegitimar las luchas de los trabajadores. La idea también era aislar a los subversivos, levantando la dualidad “trabajadores honrados y pacíficos versus trabajadores flojos y levantiscos”. ¿Quiénes estaban detrás de estas caricaturas? La clase política gobernante, la oligarquía, sus senadores y diputados, y sobre todo su prensa, con El Mercurio a la cabeza, naturalmente. No faltaron los trabajadores que hicieron eco de la misma creencia. Fruto de tan patriótica unión fue la dictación en 1918 de la Ley de Residencia con la cual echaron del país a varios compañeros antiautoritarios cuyo crimen, además de no aguantar la miseria ambiente, no era otro que haber nacido por casualidad en otro punto de la Tierra. En Argentina y por los mismos motivos, habían aprobado esa Ley en 1902.
Hoy en día el vínculo entre los anarquistas y las organizaciones laborales no es tan estrecho como en ese entonces. Por lo mismo la idea de estos subversivos como provocadores de huelgas no es manejada por los medios. En ese caso prefieren utilizar la imagen del “comunista” consolidada tras el declive de la presencia ácrata en este país. A lo que sí se recurre de vez en vez, es a vincular a los difusores libertarios con supuestas relaciones de subordinación y financiamiento desde cúpulas extranjeras. Esa tesis se utilizó por ejemplo en el “Caso Bombas” (desde Italia, se dijo).
Este último fenómeno en todo caso no es exclusivo de los antiautoritarios, pues lo mismo ocurrió con los comunistas cuando se les señalaba que eran “pagados desde Moscú y La Habana”, con los activistas que luchan contra los megaproyectos energéticos cuando son acusados de ser pagados por grupos y ONG´s europeas, y últimamente con las comunidades autónomas del pueblo mapuche, apoyadas y entrenadas según la prensa por las FARC e incluso por la ETA.
Anarquía y petardos. Una constante histórica e histérica.
Como se ha esbozado más arriba, la imagen más recurrente sobre los anarquistas es la de un pone-bombas. Acá no interesa discutir si la colocación de artefactos explosivos en lugares no habitados es o no una estrategia útil para el contexto actual en los sitios puntuales en que convivimos. Eso vale para otra reflexión. Esta es una conversación sobre estereotipos. Y si de caricaturas hablamos, no podemos obviar que el anarquismo a nivel mundial ha sido identificado con las bombas.
El origen histórico de esta relación se vincula con el desarrollo en Europa durante las últimas décadas del siglo XIX de la llamada “propaganda por el hecho”, que –en parte- consistió en una estrategia de acción en donde el asesinato selectivo de altas personalidades consideradas enemigas de los trabajadores y los anarquistas, cumplía el objetivo de hacer justicia, llamar la atención, agudizar conflictos, etcétera. Así cayeron presidentes, reyes, generales y ministros. Además, también se atentaba contra los espacios y edificios representativos de los principales pilares de la sociedad autoritaria de entonces, a saber: Estado, Capital e Iglesia. Las expresiones de violencia política libertaria se trasladaron a otras partes del mundo, alcanzando especial notoriedad en ciudades como Buenos Aires. En Chile la imagen se alimentó con algunos atentados que si bien no fueron del todo aclarados en cuanto a su autoría, fueron vinculados inmediatamente a los anarquistas (1911, 1912, 1913, 1918, 1920).
La propaganda por el hecho era aceptada y difundida por sus protagonistas y por un sector particular y minoritario del heterogéneo movimiento anárquico, pero por la acción conjunta de los medios masivos de comunicación, se perpetuó la idea de que así eran en general todos los anarquistas (¡ay de los tolstoyanos!). Y sin embargo el uso de la violencia política generaba y genera numerosas disputas y peleas internas entre los propios ácratas.
Cuando ya avanza el siglo XXI estas imágenes vuelven a surgir de la mano de los cientos de atentados explosivos que han sido atribuidos, con razón y sin ella, a los anarquistas. Hace unas décadas eran los grupos marxista-leninistas los catalogados como dinamiteros, caricaturizando de igual forma a la generalidad del espectro socialista autoritario. Pero ahora que volvieron los anarquistas y algunos han elegido estos métodos, la gran prensa vuelve a meterlos a todos en el mismo saco.
Y nos guste o no, de la mano de la pólvora la palabra “anarquía” ha vuelto a instalarse en la prensa de masas. Sin duda aquello tiene el natural objeto de perseguir y desprestigiar a las ideas antiautoritarias (¡es la prensa del poder!), pero no se puede obviar el hecho de que hoy por hoy, por lo menos en estos confines, más gente tiene una imagen –aunque vaga y distorsionada- del anarquismo. Cuestión que no se daba desde tiempos remotos. Hace unos años nadie se preguntaba siquiera qué diablos era la anarquía. Hoy como ayer las ideas y expresiones antiautoritarias son mucho más que eso. Diversas y ricas iniciativas, algunas radicalmente opuestas a las bombas, dan vuelta por todo el territorio. Su descripción (y la de sus problemáticas) escapa al objetivo de este escrito. Hay una gran distancia entre lo que “somos” y lo que se selecciona para mostrar de nosotros (¿hay un “nosotros”?). Ignorar esa cuestión por considerarle “discusión superada”, creo, es entregarse a los designios del poder en lugar de plantarle cara.
Caricaturas de hoy… y unas preguntas
Las anarquistas ya no son agitadoras sindicales incorregibles. Ahora son otros estereotipos, aunque tan flojos y poco útiles para la santa patria como los anteriores. Además del pone-bombas ya mencionado, ahora se trata de “okupas”, gente vestida de negro, muchas perforaciones y tatuajes, parchecitos de bandas de nombres indescifrables, cara de malos, gustosa de música punk, conspicuos bebedores y reconocidos marihuaneros, no comen carne, y…son violentos. También hay quienes dicen que son hijos de familias de clase media disfuncionales y que tienen déficit atencional. Comer guaguas ya está pasado de moda. Como se ve, nuevas imágenes contienen la misma vieja urgencia de anular a los “otros” de turno.
El heterogéneo campo anárquico está lleno de elementos (vestimentas, consignas, actitudes) que contribuyen a levantar estereotipos inservibles. Y esto no es solo un problema para difundir nuestras ideas, también es un problema para nosotros. ¿O es otro mundo de uniformes el que buscamos?
Acá no se trata de reivindicar un verdadero tipo de anarquistas ni de presentarlos como blancas palomitas. Pues en ese extremo no faltan los que pretenden imaginar al anarquismo como una cosa puramente intelectual y exenta de contradicciones o salidas violentistas para determinados problemas. Tampoco se trata de asumir que anarquista es cualquier cosa que sea llamada de esa forma.
Claramente hemos sido bastante de esas caricaturas, pero sin duda somos mucho más que ello. Los estereotipos no sirven, pues no somos homogéneos ni queremos serlo, y toda caricatura es un impedimento para conocer a las personas y las ideas en su complejidad. Por lo mismo, si entendemos que aquellas son una traba para la exposición y debate de nuestras ideas, también nos debe urgir a nosotras la necesidad de estudiar la realidad y a quienes nos rodean sin construir caricaturas de ellos tampoco.
Es cierto que la prensa y los de arriba nos han demonizado. Y lo seguirán haciendo. Eso no nos puede sorprender y no podemos exigirles a quienes son nuestros enemigos y trabajan para ellos que nos traten de forma distinta. Somos nosotras quienes debemos ganar la batalla de la comunicación. Y somos nosotros los que debemos dejar también de ser caricaturas.
[Fuente: periódico El Surco Nº 42, Santiago de Chile, enero-febrero 2013.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.