Por: Estudiantes
universitarios
¿Sabes tú qué es la memoria?
Estómago del alma, dijo erróneamente alguien.
Aunque en el nombrar las cosas nunca hay un primero.
No hay más que infinidad de repetidores.
Sólo se inventan nuevos errores.
Memoria de uno solo no sirve para nada.
Augusto Roa Bastos en Yo, el Supremo.
1. A manera de introducción…
Desde marzo del año pasado los venezolanos vivimos a un ritmo tan acelerado de eventos que da la sensación de no poder procesar todo lo que ocurre. La memoria de uno solo no sirve para nada; la memoria sirve en la medida en que es colectiva porque se construyó en el debate, y no se quedó en el ensimismamiento. Tenemos una realidad muy compleja, es esencial escuchar las miradas que tiene cada uno de nosotros para construir un análisis más completo y, a partir de allí, pasar a la acción; se trata de hacer un ejercicio como ese al que nos invita Akira Kurosawa en su célebre película Rashomón: un mismo evento contado desde cuatro ópticas para que así el espectador recree qué fue lo que realmente ocurrió.
Va siendo evidente que la exacerbación de lo emocional tiene
cada vez más peso en la política venezolana. Entonces muchos asumen la memoria
como estómago del alma; es decir, se acuerdan de lo que sus sentimientos le
permiten. No estamos diciendo que haya que ubicarse en el lugar de una
racionalidad fría, cartesiana. Pero en ese sentimentalismo dominante hemos
vivido durante este año cosas que no pueden verse como normales: comparaciones
entre Chávez y Jesucristo, rosarios con la cara de Chávez, “el flaco” que nos
viene a redimir del oscurantismo, el callejón sin salida de “La salida”,
gatillos alegres de la adjetivación en ambos bandos. El sentimiento sirve así
para la estupidización política, para una enajenación que ni Elías Canetti en
Masa y Poder podría haber anunciado.
Los jóvenes ubicados en cada polo terminan por ser como
barras extremas de fútbol de esas que le gritan negro, macaco, sudaka a un
jugador de otro equipo y no se detienen a ubicar que en su equipo también hay
negros o sudakas. Todo podría entenderse desde el principio del doblepensar
orwelliano tan bien descrito en 1984. Se dicen fascistas unos a otros y ni
pueden escribir bien la palabra; ¿saben qué es el fascismo? Y pese a la
trivialización del término, vemos que en el “Manifiesto de Mérida”, publicado
hace pocos días, al lado de las firmas de los dirigentes estudiantiles de los
partidos de la MUD aparece la firma de un Lorent Saleh, cuya filiación fascista
es pública y notoria luego de que asistiera el año pasado al acto de
lanzamiento de un partido nazi. ¿Puede ese manifiesto ser representativo del
movimiento estudiantil? ¿Pueden formas de lucha como las que hemos visto en el
último mes, aisladas de las luchas sociales, realmente dar una respuesta a la
crisis que vive el país?
2. Breve contextualización histórica…
Pasemos brevemente a mencionar algunos elementos sobre la
historia del movimiento estudiantil. Aunque parezca mentira, han pasado 95 años
de la Reforma de Córdoba. No cabe duda de que las universidades en
Latinoamérica siguen en gran medida bajo “la antigua dominación monárquica y
monástica” (Manifiesto de Córdoba, 1918). Impera en ellas un pensamiento
elitista que mira con desdén cualquier intento de democratización. Es en aquel
Manifiesto donde muchos leímos por primera vez un término que describe muy bien
ese elitismo: castas profesorales. Por supuesto, no ubicamos que todo profesor
sea parte de una en estos tiempos en los que son de los profesionales peor
pagados en nuestro país, en estos tiempos en los que incluso muchos de ellos
están en situación de tercerizados.
Si la Reforma de Córdoba representa un ícono de lo que
implica cuestionar las estructuras medievales de una universidad, el Mayo
Francés en 1968 representa un ícono con respecto a la conexión que debe tener
un movimiento estudiantil con las luchas de la clase trabajadora. El espíritu
de lucha de ambos momentos nos da una perspectiva de por dónde transitar.
Evidentemente, también nos la dan momentos y dirigentes
clave del movimiento estudiantil venezolano por su fiel intención de no
plegarse a ninguna instancia de poder, sea esta el gobierno de turno, grupos
económicos o una autoridad universitaria y los intereses que están detrás de
ellos. Podemos recordar, por ejemplo, a la generación de 1928, un movimiento
insigne que se atrevió a enfrentar al gobierno de Juan Vicente Gómez y terminó
convirtiéndose en una vanguardia; también los estudiantes que aquel 21 de
noviembre de 1957 salieron a protestar contra la dictadura de Marcos Pérez
Jiménez y fueron un elemento esencial para lograr la salida del dictador; o
aquellos que, en 1969, participaron en la Renovación Universitaria y lucharon
contra sectores afectos al primer gobierno de Rafael Caldera que se negaban a
un cambio, quienes apelaron a la intervención universitaria con tanques
incluidos; por último recordamos al movimiento de los azules que inició con la
Marcha de Desnudos en el 1998 como forma de hacer resistencia a la aprobación
del famoso PLES (Proyecto de Ley de Educación Superior) que, al final del
segundo gobierno de Caldera, se quería aprobar en plenas vacaciones de agosto.
El espíritu crítico estudiantil se ha visto diezmado en
estos últimos años, sin embargo es innegable que hoy el estudiantado demuestra
una gran disposición de salir a enfrentar una agobiante crisis económica y una
limitada democracia capitalista que, pese a autodefinirse como socialista, en
los hechos niega la posibilidad de que las mayorías tomen las riendas de su
propio destino. Lo dramático de la situación actual es que, debido a que la
mayor parte de la izquierda universitaria se plegó al proyecto nacionalista
burgués del chavismo y se tornó conservadora, este ímpetu de la juventud que
quiere cambiar su situación es capitalizado y metabolizado por una dirigencia estudiantil
plegada a los enemigos históricos del movimiento, los mismos partidos
puntofijistas y sus derivaciones, quienes cuando gobernaron reprimieron con
saña a los estudiantes, cerraban las escuelas técnicas, y hasta intervinieron
la UCV. La confusión es grande, muchos estudiantes salen a pelear y creen
combatir al socialismo, sin intentar identificar el origen estructural de los
problemas sociales, económicos y políticos que atravesamos como país. ¿Es
posible construir un movimiento que construya su propia agenda y no termine
siendo funcional al Estado, al poder económico o a los partidos del statu quo?
No solo estamos convencidos de que así es, sino que además consideramos que la
única salida a la crisis del país es la construcción de un programa político
propio de los sectores populares y obreros y la movilización en pos de los
objetivos en él trazados.
3. Romper la camisa de fuerza de la burocracia estudiantil
La superficialidad del discurso de ambos bandos (MUD y
gobierno) termina dominando también al movimiento estudiantil. Por más de una
década, la polarización ha llevado a ver la realidad de una forma sesgada,
desquiciada… se critica un autoritarismo, pero se callan otros. En las
universidades autónomas, si se protesta contra alguna decisión de las
autoridades, sectores reaccionarios dirán “le estás haciendo el juego al
chavismo”. En las universidades experimentales, la situación es la misma: los
grupos estudiantiles deben funcionar como unos gestores de las autoridades
dedocráticas de turno, que se dicen de izquierda, pero que en las acciones
resultan tan o más reaccionarias que las autoridades de las universidades
autónomas. En consecuencia, denunciar alguna irregularidad en una universidad
experimental es considerado “hacerle el juego a la derecha”; la mayoría de esos
grupos solo sirve para mantener el actual estado de relaciones.
Así vemos cómo en el movimiento estudiantil venezolano
predominan grupos que no defienden los intereses del estudiantado, sino que se
pliegan a los de arriba y olvidan su rol primigenio: pasan a ser representantes
de las autoridades o del gobierno ante los estudiantes en lugar de ser
representantes de los estudiantes. Es una inaudita inversión de roles que ha
traído numerosas derrotas, y entonces se asumen como normales cosas que de
principio no lo son: defender una ley antiestudiantil, ser vocero de la
propuesta de una autoridad que menoscaba los derechos de los estudiantes,
prohibirle la entrada a una asamblea a un estudiante solo porque se sabe que es
de una postura contraria, decir que algo no se puede cambiar porque “está así
en la ley”, aceptar inscripciones por promedio y hasta defenderlas, usar
elementos símbolos de la Policía Metropolitana puntofijista (gases
lacrimógenos) o de los nazis (brazaletes) para intimidar y hacer callar,
ponerse del lado del patrono Estado y no de la clase trabajadora cuando hay una
huelga, bajo el argumento de que “no podemos perder clases”.
Acciones de ese tipo las vemos en el chavismo y en las
juventudes de los partidos tradicionales de derecha. Habría que preguntarle a
unos cuantos grupos oficialistas en qué momento de la historia acciones que
eran típicas de las derechas en el puntofijismo pasaron a ser revolucionarias.
A fin de cuentas, se trata de dos posturas entre las que no vemos mayor
diferencia, y con las que resulta debatir sobre los problemas de fondo.
Franquear un debate se vuelve un calvario porque surgen
etiquetas basadas en esa emocionalidad; se supone ahora que todo venezolano que
se reivindique de izquierda debe ser chavista o madurista, como si acaso aquel
que no haya creído en el proyecto político de Chávez y que se supone continúa
Maduro tiene que ser obligatoriamente de derecha, como si acaso no pudiera
haber puntos de coincidencia entre estudiantes que votaron por Maduro,
estudiantes que votaron por Capriles y estudiantes que se abstuvieron o votaron
nulo. ¿No pueden coincidir en reivindicaciones y derechos, por ejemplos? Hay
quienes intentan hacer ver que no es así. Son chantajes baratos de los que ya
nos cansamos, chantajes que responden a esa forma desquiciada, sesgada y
reduccionista de ver la realidad que tanto favorece a que no se atiendan las
reivindicaciones, a que se abandonen las luchas, y que el actual estado de
cosas se sostenga.
No es de sorprender entonces que año tras año acudamos a un
espectáculo lamentable en las universidades donde aún se hacen elecciones
(porque hay casos como el de la ULA en el que no se hacen elecciones de la FCU
desde hace 6 años): las elecciones estudiantiles se han convertido en una
escuela de grandes macollas a las que no les interesa discutir sobre lo
cualitativo de la política universitaria. Se caracterizan por un vacío de ideas
impresionante, sin grandes debates ni análisis universitarios. Lo fundamental
es quién tiene más votos, qué se obtiene a cambio de apoyarlo. ¿De qué ha
servido que se siga haciendo énfasis en la fuerza cuantitativa, esa en la que
se va a un cargo porque se pertenece a un partido más grande o a una facultad
con más votos? ¿Qué ha generado asumir este tipo de prácticas?: pues tener a
dirigentes con pocas herramientas y/o intereses para defender lo justo en los
diferentes espacios de decisión de la universidad (Consejos de Escuela,
Facultad y Universitario); son “dirigentes” incapaces de defender las conquistas
del gremio o ampliarlas.
Se pelean por estar en un Consejo Universitario o en una
Federación de Estudiantes porque interesa estar cerca de autoridades
universitarias para negociar prebendas. Hay universidades en las que vemos
arepresentantes estudiantiles organizando cursos en los que les cobran a los
estudiantes; en otras,el dirigente estudiantil se concibe como un gestor medio
mafioso, medio farandulero: consigue cupos, becas, regala refrigerios y
uniformes que sobren de los Juegos Interescuelas, organiza cervezadas y
elecciones de reinas. Y si se trata de militantes de algún partido tradicional
de derecha o del PSUV, por lo general les interesa más hacer plataforma en sus
partidos políticos y salir a la calle a ser candidatos a diputados, alcaldes o
gobernadores que defender a los estudiantes, transformar las obsoletas
instancias de cogobierno o gremio, o ligarse a las luchas sociales.
En resumidas cuentas, detrás de la polarización que ha
venido copando la escena nacional se esconden liderazgos corrompidos que
reclaman el apoyo incondicional de sectores descontentos bajo el chantaje de
“no dividir para combatir al autoritarismo del gobierno”, o “no hacerle el
juego a la derecha”. Es un perverso proceso en el que el movimiento estudiantil
y demás sectores universitarios vienen perdiendo importantes reivindicaciones y
la democracia de sus organizaciones.
Describimos aquí una dinámica cuyo ejemplo más patético lo
tenemos con los seudodirigentes que se pusieron de moda con la no renovación de
la concesión de RCTV en 2007. Varios de ellos fueron candidatos a cargos
importantes en elecciones regionales y de diputados, mientras que su desempeño
en las instancias de cogobierno a las que pertenecieron fue deplorable.
La situación de los estudiantes empeora. Las universidades
autónomas tienen una democracia sumamente limitada; en la UBV y la Unefa no se
permite la organización autónoma de los estudiantes, en las universidades
privadas aumentan la matrícula todos los semestres y tampoco se permiten
centros de estudiantes; los jóvenes de educación media y diversificada son cada
vez más desatendidos y subestimados; hay una juventud que está fuera del
sistema educativo por razones sociales insoslayables como el embarazo temprano.
Los jóvenes y los estudiantes, que ven con ímpetu rebelde
cómo este lamentable estado de cosas amenaza su presente y su futuro, deben
colocar sus luchas al lado de los trabajadores y del pueblo por la superación
de la crisis en una perspectiva realmente revolucionaria.
También hay otros
escenarios en los que los jóvenes tienden a accionar hoy, en parte porque ya el
sistema universitario no es lo que era en cuanto a beligerancia: colectivos
ecológicos, en defensa de la diversidad sexual, por la igualdad de género, por
los derechos de los pueblos indígenas, por la defensa animal. Son espacios en
los que la presencia de una juventud realmente revolucionaria es fundamental
para que esas luchas se fortalezcan y no se desvíen por la cooptación de
dirigentes burocratizados, bien sea por el gobierno o por la MUD.
4. La polarización nacional expresada en el paro profesoral
de 2013
No podemos dejar de tratar con detenimiento el tema del paro
universitario de 2013, acaso porque terminó siendo un reflejo del estado actual
de la comunidad universitaria.
Lo primero que debe considerarse es el contexto nacional en
el que se da el paro universitario; forma parte de un proceso social más amplio
en el cual muchos sectores de los asalariados también están en conflicto. Hay
una crisis nacional, una inflación que no se puede ocultar; los aumentos de
salario se los come enseguida algunas de las devaluaciones disfrazadas que
decreta el gobierno.
Por supuesto, la polarización termina desviando muchas de
esas luchas porque tanto los intereses de la burocracia del gobierno como los
de la MUD tienen fuerza a nivel de las direcciones gremiales y sindicales.
Sabemos que si nuestro discurso no trasciende de ese maniqueísmo polarizado, no
podremos abordar las expresiones de la crisis nacional en el ámbito
universitario.
Todos los sectores de la comunidad universitaria tenían
importantes reivindicaciones que plantearle al gobierno: los obreros, empleados
y profesionales demandando un aumento salarial y respeto a las condiciones
contractuales; los estudiantes con servicios cada vez más depauperados y becas
simbólicas; los profesores demandando un aumento acorde con la inflación,
contemplado en las normas de homologación, y el reconocimiento de su gremio.
Sin embargo, se impuso una lucha compartimentada, en parte debido al éxito de
la política gubernamental de sembrar la división en la comunidad universitaria,
y en parte debido al sectarismo arrogante y antidemocrático de la dirección
gremial profesoral, hipotecada a la MUD.
Vimos casos como el de la dirigencia gremial acusando a todo
profesor que se atreviera a dar clases, a reunirse en el aula con los
estudiantes de ser un “chavista que no apoya la lucha”. ¿Todo profesor que
decida dar clases es porque no está con la lucha?, ¿o es que acaso las únicas
formas académicas de estar con el paro es dando “clases magistrales” y
aplicando las lucrativas Pruebas Internas? Para esto último sí que no
estuvieron de paro… hecho que pareciera a nadie le llamó la atención.
A pesar de las diferencias con la dirigencia antidemocrática
del gremio profesoral, con su negativa a mantener asambleas abiertas a todos
los sectores para levantar un pliego unitario de exigencias al gobierno,
apoyamos la huelga en la medida en que apoyamos un aumento salarial de uno de
los sectores más menospreciados a la hora de decretar aumentos; apoyamos el
respeto a las Normas de Homologación, el no retroceso ante derechos ya
adquiridos. Aquí es donde nos etiquetarían de “escuálidos”, incluso hay quien
nos ha dicho que fuimos ambiguos por cuestionar a las autoridades universitarias
y a la dirigencia gremial profesoral y al mismo tiempo apoyar el paro.
En realidad, hemos sido consecuentes. Apoyamos las justas
exigencias de profesores, obreros y empleados, mientras que los activistas del
Psuv y la MUD acomodan de manera oportunista sus argumentos a favor o en contra
de las huelgas, dependiendo de cuál gremio o sindicato es el que lo encabeza.
Que en el caso de la dirigencia estudiantil chavista, llega al extremo de
cumplir el rol de rompehuelgas.
La FAPUV es una entidad paquidérmica y desde hace muchos
años buena parte de sus dirigentes están acomodados al statu quo universitario;
es incapaz de impulsar la unidad con los demás sectores universitarios debido a
sus inclinaciones pro-patronales con relación a las autoridades universitarias,
quienes también aplican medidas contra la clase trabajadora. Por eso es incapaz
de articular la unidad con los demás sectores universitarios o diseñar una
política incluyente respecto a los profesores tercerizados: los tiempo
convencional, los llamados “becados” (que no es más que pagar con horas de
clases sus postgrados), etc.
Es innegable que la mayoría de la comunidad universitaria
está exigiendo aumento presupuestario, aumentos salariales y aumentos en las
becas, pero de manera aislada. Es necesario unificar las luchas y la
movilización para alcanzar victorias resonantes y, al calor de la lucha,
renovar las direcciones sindicales, gremiales y estudiantiles con dirigentes
surgidos del propio proceso de movilización, comprometidos con la transformación
universitaria y con métodos de conducción verdaderamente democráticos. Hablamos
de liderazgos que planteen unaplataforma de lucha unitaria de todos los
sectores y no que se limitan a pedir apoyo a los demás sectores, como hemos
llegado a leer en comunicados profesorales.
Por eso somos partidarios de las Asambleas Generales. Claro,
sabemos que algunos se niegan a esto porque implicaría validar el criterio del
voto igualitario en las universidades.
Como en aquel paro universitario de cuatro meses de 1996,
aquí la tendencia fue a dejar los espacios universitarios… esa es la eterna
dinámica de los paros. Se supone que ocuparíamos los externos... que saldríamos
a la calle, que era un paro activo indefinido. El de 1996 también lo era; ¿y
qué ocurrió?: se luchó los primeros días y después se cayó en un punto muerto
porque los gremios andaban negociando quién sabe qué y cómo.
La crisis universitaria no se resolverá únicamente con
aumentos de salarios
Sería miopía política centrarse única y exclusivamente en lo
económico. Dado el contexto en el que estamos hoy, el asunto explotó por lo
económico, pero la crisis universitaria viene desde hace bastante tiempo y va
más allá de ese aspecto.
Hemos leído pancartas de la dirigencia estudiantil proMUD
con consignas huecas que solo consideran a los profesores: “sueldos mejores
implicará mejores profesores”. ¿Acaso todo profesor pirata dejará de serlo por
el hecho de que le dupliquen el sueldo? Tendrían que inscribirse en las
universidades experimentales que no dependen del Ministerio de Educación
Universitaria, sino del Ministerio del Interior y Justicia, como la Universidad
Experimental de Seguridad y la Universidad Marítima; allí los profesores tienen
sueldos muy superiores a los de las autónomas (porque al gobierno le interesa
más formar a militares y policías que otros profesionales) y ello no exime a
esas universidades de la piratería profesoral. Lo mismo ocurre en universidades
privadas como la Universidad Metropolitana.
En aras de comprender mejor y debatir con más profundidad el
tema de la crisis universitaria, quisimos incorporar cuatro preguntas:
a) ¿Cómo es la conformación de la planta profesoral hoy?
A la triste realidad de los sueldos hay que agregar que el
porcentaje de profesores de escalafón Asistente, Agregado, Asociado o Titular
disminuye año tras año. El mayor porcentaje es Instructor o contratado. Esto se
debe a que ha habido una política sistemática de reponer pocos cargos; es
decir, cuando un profesor se jubila, no se abre el Concurso de Oposición para que
entre otro profesor. En consecuencia, la universidad debe “administrar la
crisis”; entiéndase: recurrir a contrataciones en condiciones nada idóneas.
Abundan así los Concursos de Credenciales y escasean los Concursos de
Oposición, lo que a su vez generará que cada vez menos profesores tengan
derecho a votar porque seguimos regidos por una Ley de Universidades según la
cual solo votan los profesores de escalafón.
No reponer cargos del personal universitario en general fue
un plan orquestado desde organismos multilaterales como el Fondo Monetario
Internacional. Y, lamentablemente, ese plan fue seguido tanto por los últimos
gobiernos del puntofijismo como por el chavismo.
b) ¿Cuáles son algunas consecuencias de que haya más
profesores contratados que fijos?
El profesor contratado tiene menos derechos laborales y, por
ende, menos deberes laborales. Eso explica por qué la universidad ha tenido que
“administrar la crisis” con el tema de los TMT (Todo Menos Tesis), por ejemplo.
Al no haber profesores fijos, la investigación disminuye, los profesores
contratados no pueden asumir tantas tutorías porque deben buscar otros trabajos
que complementen un sueldo que ni siquiera alcanza para cubrir la cesta básica.
Al disminuir la investigación, entonces vemos a grupos estudiantiles
proponiendo cosas absurdas como eliminar las tesis, como si la universidad ya
no tuviera que producir conocimiento sino graduar empresarios.
Ese elemento es una pequeña muestra de cómo la situación
laboral de los profesores termina afectando la calidad de la enseñanza. Resulta
insólito que existan grupos estudiantiles para los cuales “no se debe luchar
por la situación laboral de los docentes porque ese no es nuestro problema”.
c) ¿Son los profesores universitarios una clase social en sí
misma?
El nivel del debate en torno a lo universitario es tan
reduccionista que hay quienes reproducen una afirmación que pretende ser de
izquierda: los profesores universitarios son burgueses. ¿Nunca leyeron a Marx?,
¿o solo repiten las categorías semánticas oportunistas que los de arriba les
imponen? Para ser burgués hay que dejar de ser un asalariado, convertirse en un
patrono, tener rentas de capital. Burgueses son los Mendoza, dueños de la
Polar; burgués es Diosdado Cabello.
No negamos que haya profesores burgueses. Lo que decimos es
que la condición de profesor no lo convierte en burgués. Sí hay profesores con
ínfulas de mantuanos criollos de la Colonia, que aún creen que son habitantes
de primera categoría de un señorío cuyos habitantes de segunda son obvios:
estudiantes, empleados y obreros (los egresados ni siquiera entrarían en su
visión de señorío). Confrontamos con ese pensamiento elitista que lleva a
muchos profesores ligados a la MUD a tener posturas rancias como decir que no
debe haber ingreso irrestricto a la universidad, o que no todos los miembros de
la comunidad universitaria deben votar para elegir autoridades.
Pero hay una gran diferencia de allí a no entender que la
mayoría de los profesores universitarios se han convertido en especies de
indigentes académicos. Incluso muchos están bajo la figura de Tiempo
Convencional seis horas, ganando por debajo del salario mínimo.
¿Es de una “clase privilegiada” quien gana ese sueldo
miserable y debe esperar, como suele ocurrir en la UCV, más de un año para cobrar?
¿Es de una “clase privilegiada” el profesor que paga su postgrado dando clases
en pregrado? Estos son los llamados “becados”, y resulta que son unos
explotados porque jamás un postgrado costará lo mismo que el producto de su
trabajo. ¿Qué burgueses van a ser, a fin de cuentas, unos profesores que, como
muchos empleados y obreros, están en condición de tercerizados?
d) ¿Cuesta tanto reconocer responsabilidades de autoridades
universitarias en la crisis actual?
No se puede ocultar que el hecho de que muchos profesores
contratados pasen más de un año sin cobrar es responsabilidad de una burocracia
kafkiana creada dentro de la propia universidad. ¿Y qué pasaría si se organizan
pupitrazos contra la instancia universitaria responsable de que aún le deban su
trabajo de un año o más? Eso sería un paro activo, ¿o no?
Una de las grandes responsabilidades de las autoridades
universitarias, como hemos venido diciendo, es dedicarse a “administrar la
crisis”. ¿Cuántas veces los Consejos Universitarios han aprobado presupuestos
chucutos “bajo protesta”? ¿Por qué no se ha enfrentado firmemente la no
reposición de cargos? ¿Cuáles son las partidas presupuestarias que se han visto
más afectadas y por qué no se le rinde cuentas a la comunidad universitaria
sobre cómo se distribuye el presupuesto?
Hablemos descarnadamente sobre los usos de los espacios
deportivos y el papel de la Fundación UCV y la Fundación Andrés Bello, por
ejemplo, o la creación de elefantes blancos como Corpoula. Queremos una
asamblea general donde la Fundación UCV nos diga cómo distribuye la plata que
percibe por concepto de temporada de beisbol, alquiler del Olímpico, etc.
¿Cuánta gente deposita en cuentas que dicen “Ingresos Propios UCV”? Las cuentas
de cada facultad por concepto de ingresos propios terminan siendo una cosa muy
oscura de la cual pocos tienen idea de cómo funciona. ¿Y todavía hay quien se
atreve a decir que se tardan en pagarles a los empleados y profesores
contratados “por ingresos propios” porque no está entrando dinero?
¿Para qué debe estar y para qué no debe estar una
universidad?
La universidad venezolana refuerza en gran medida los vicios
de nuestro sistema educativo, con regímenes castrantes, poco reflexivos. Se
falsea la libertad de cátedra para imponer un modo de pensar, una ideología,
inclusive una metodología.
Insólitamente, aún encontramos universidades con pupitres
pegados unos de otros. Es común encontrar salones con tarimas en las que se
ubica el profesor para desde allí hacer un depósito, como diría Freire cuando
habló de “educación bancaria” en su Pedagogía del Oprimido. El lugar para hacer
ese depósito no es otro que los cerebros de los estudiantes. Se sigue enseñando
desde la “clase magistral”, con poca reflexión sobre el contexto, con un
conocimiento fragmentado, con pocas oportunidades para la evaluación.
Así las cosas, no debe sorprendernos que muchos profesores
decidan de forma arbitraria cuál autor resulta obsoleto y cuál no. Todo lo que
implique una lectura crítica del sistema económico y político que nos oprime
puede ser calificado de obsoleto. Por eso es que en carreras humanistas y de
las ciencias sociales se lee cada vez menos a Marx, Sartre, Freire, etc. Por
eso es que se insiste en impartir conocimiento desde el Positivismo más rancio,
y se alega que “lo científico” es básicamente lo cuantitativo. Hay que ser
demasiado ingenuo para no entender que esa postura responde a intereses de una
institucionalidad que quiere mantenerse incólume, que está al servicio de una
clase dominante. La universidad termina siendo un espacio que reproduce la lucha
de clases toda vez que organiza el conocimiento en función de que no cambien
las relaciones de poder entre quienes tienen los Medios de Producción y quienes
debemos conformarnos con ser unos explotados que adquirimos unos
“conocimientos” para luego entregar nuestra plusvalía como mano de obra
calificada.
La universidad es encomendada por la clase dominante para
fungir de especie de fábrica de robots: todos iguales, dispuestos a salir a
aplastar, a consumir, a competir. Hay una palabra clave en ella: competencia.
Si al menos se cumpliera el artículo 1 de la Ley de Universidades que nos dice
que se trata de una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores
y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores
trascendentales del hombre, ya nos habríamos dado cuenta de que la búsqueda de
esa verdad implica que a la universidad no la forman solamente profesores y
estudiantes… es decir, ese primer artículo ya tendría que haber sido rescrito.
Debe existir un ejercicio de democracia y autonomía en el
aula de clases que enseñe para la justicia y la independencia; enseñar
significa aprender y viceversa. Lo importante es construir un diálogo que nos
haga críticos, analíticos y reflexivos al contrastar la teoría con la realidad.
Pero ello debe hacerse a través de estrategias didácticas junto con relaciones
democráticas que permitan elevar nuestras potencialidades como futuros
profesionales con sensibilidad social, comprometidos con dar respuesta a las
demandas sociales del país.
Lejos de ese escenario, el egresado suele salir convencido
de que debe sobrevivir con un título; que eso del bien de la comunidad, de la
transformación de la sociedad son utopías de románticos inmaduros. La mayoría
de los egresados sale convencida de reproducir en sus espacios patrones que le
impusieron: “la realidad no se puede cambiar”, “la investigación está para
reproducir el sistema y no para su transformación”.
Como diría La Polla Records en su tema “Tan sometido”,
dedicado a las universidades: el mercado laboral pronto va a necesitar gente
con preparación, no pensar ni criticar, sumisión y adaptación (…) y llaman
universidades a criaderos de mutantes.
¿No será porque el Artículo 4 de la actual Ley de
Universidades es uno de los más violados?: La enseñanza universitaria se
inspirará en un definido espíritu de democracia, de justicia social y de
solidaridad humana, y estará abierta a todas las corrientes del pensamiento
universal, las cuales se expondrán y analizarán de manera rigurosamente
científica. ¿Cuál espíritu de democracia hay en una universidad en la que el
voto de un estudiante no vale ni una décima con respecto al de un profesor?,
¿por qué la relación profesor- estudiante sigue siendo autoritaria en su
didáctica y evaluación?
La universidad tiene que ser un espacio para despertar
conciencias, para organizarse contra todo opresor dentro y fuera de ella, para
producir conocimiento y no exponer conocimiento refrito, para cuestionar la
forma en que funcionan las instituciones del Estado y la economía… y salir a
cambiarlas, a humanizarlas, a destruirlas si es necesario y construir otra
nuevas…
5. Perfilando a ese movimiento estudiantil
Con un panorama así, ¿cuál es el movimiento estudiantil que
necesitamos construir? En principio, debemos entender que sus luchas no son
aisladas, que lograr una transformación universitaria implica involucrar a toda
su comunidad: empleados administrativos, obreros, profesores, egresados y
estudiantes. Parafraseando aquella frase de Peter Tosh de que no todo hombre
negro es tu amigo, ni todo hombre blanco es tu enemigo, para nosotros es claro
que no todo profesor es un enemigo ni que todo estudiante es nuestro aliado. Es
la lucha concreta la que va decantando campos.
Otro elemento esencial es que necesitamos combatir el
apoliticismo en el movimiento estudiantil. Tenemos claro que desde los años
ochenta ha venido calando en muchos jóvenes un discurso antipartido que es
parte de la ideología de la postmodernidad: esa que con teóricos agentes de la
CIA como Fukuyama nos habla del fin de la historia, de la muerte de los
metarrelatos (que puede resumirse como la muerte de toda posibilidad de generar
cambios profundos en la sociedad), de la muerte de los partidos políticos; esa
que trasladó pintorescamente un planteamiento de Foucault sobre la microfísica
del poder a lo universitario para que unos jóvenes ingenuos digan: “es que a mí
solo me interesa mi escuela, no quiero saber nada de política ni ideologías”.
Claro, no se percata de que su ideología es la postmodernidad. Una cosa es oponerse
a los partidos burgueses que han corrompido al movimiento estudiantil, y otra
muy distinta asumir que un partido es un mal per se llámese como se llame. Para
nosotros, un partido es un instrumento, no es un fin en sí mismo.
Creemos también en la construcción de un movimiento amplio,
que tenga un perfil democrático, que considere las opiniones de cada uno de sus
integrantes, que asume para dentro y para afuera del movimiento aquella
consigna del Mayo Francés: “El debate es nuestro penúltimo cartucho”. Y ese
debate debe incluso incorporar la discusión de las fallas organizativas, de los
errores que se cometan; es decir, no creemos en la infalibilidad de la que se
jactan otros grupos estudiantiles, sí creemos en una autonomía creativa que dé
un vuelco a la forma de emprender las luchas.
Es insoslayable disputar la conducción del movimiento
estudiantil a los sectores que hoy lo vienen dirigiendo. Hay que sacarlo de la
influencia de la oposición de derecha y del chavismo e inscribirlo en la
articulación de la luchas de los trabajadores y sectores populares, en el
torrente común por los verdaderos cambios que reclama el país.
Se trata de un gran reto, pero así como en el seno de los
trabajadores existen importantes sectores que se vienen desprendiendo de la
manipulación de un gobierno que cercena la autonomía de los sindicatos
ejecutando una política capitalista, en el movimiento estudiantil hay sectores
que se vienen levantando en contra de la manipulación de los medios de
comunicación, partidos de derecha, empresarios y autoridades universitarias.
Queremos construir un movimiento estudiantil que no se quede
sólo con lo que ocurre dentro de las universidades, como si esa realidad
estuviera aislada del resto de la sociedad. Sabemos que la fragmentación ha
sido otra de las tácticas de muchos teóricos de la postmodernidad y que hoy
cierta izquierda opta por la vía de la fragmentación de las luchas. No estamos
negando que existan particularidades, sino que vemos la necesidad de articular
estos sujetos populares en lucha. Desde los discursos postmodernos, hay un
interés muy grande en que se renuncie a sujetos históricos que impliquen hablar
de clases sociales, como si se tratase de revanchismo y no de una realidad que
origina la desigualdad ante la propiedad. Somos iguales ante la ley, pero
desiguales ante la economía, y en la práctica, no tenemos los mismos derechos.
De lo anterior se deriva entonces que un movimiento
estudiantil que no se vincule con las luchas encarnizadas que libran nuestros
pueblos indígenas contra las transnacionales que tan contentas están con sus
concesiones obtenidas en pleno “socialismo del siglo XXI”, que no se solidarice
con una clase obrera cada vez más golpeada por la política económica del
gobierno, con la exclusión por condición sexual o color de piel, que crea que
los artistas son unos hippies a los que solo debe invitársele para tomas
culturales, es un movimiento estudiantil atomizado, aletargado, postmoderno que
nunca entenderá el potencial crítico y combativo de cada sector social. Necesitamos
un movimiento estudiantil que ubique críticamente su propio rol en la sociedad
de la que forma parte.
Por último, necesitamos una juventud que trascienda la
coyuntura que le impone la polarización. Dejar que siempre uno de los dos polos
imponga agenda es renunciar a ser vanguardia, vivir en la inmediatez y ser
reactivos. Y así es difícil transformar. Es hora de que construyamos nuestra
propia agenda y nos movilicemos en pos de ella.
6. ¿De qué transformación hablamos?
Las universidades deben transformarse en espacios más
democráticos, espacios en los que se reconozca que hablar de comunidad
universitaria implica hablar de empleados administrativos, obreros, profesores,
egresados y estudiantes. Los tiempos en los que hay profesores de segunda, que
no tienen ni siquiera derecho a votar, deben terminar. Queremos que se hagan
evaluaciones profesorales y se publiquen los resultados (como son públicas las
notas de los estudiantes), que se discuta de una buena vez y de forma
democrática la situación curricular, las excluyentes políticas de admisión, las
causas de los altos índices de repitencia, la actualización de nuestras
bibliotecas y su apertura en horarios más amplios.
En el marco de nuestros planteamientos asumimos, pues, los
siguientes postulados:
a) Democracia interna. Defendemos un régimen de democracia
universitaria que garantice la igualdad de derechos políticos para profesores,
estudiantes, empleados, obreros y egresados, que sostenga una planificación
presupuestaria y un control del gasto democrático y transparente; así, se
pondrían a disposición de la comunidad universitaria los documentos referidos a
la ejecución del presupuesto para la observación y revisión permanente. En ese
sentido, defendemos la asamblea universitaria como máxima instancia de
decisión. Es allí donde podemos decidir cómo distribuir los ingresos propios de
nuestras universidades.
No somos tontos como para no darnos cuenta de que el
significado jurídico de la palabra experimental en el nombre de una universidad
sigue siendo el mismo que el del puntofijismo: en una universidad experimental,
su comunidad ni siquiera tiene derecho de elegir a sus autoridades. Además, ya
no sólo se trata de que sean electas a dedo, sino de que esas autoridades
conforman instancias de cogobierno con representantes escogidos por ellas
mismas… ¿no era el dedocratismo de los decanos para imponer directores una de
las cosas que más criticaron ex dirigentes estudiantiles que hoy son parte del
gobierno?
b) Autonomía universitaria. Este es un punto fundamental.
Estamos a favor de la inviolabilidad del recinto universitario, del
autogobierno universitario, pero no quiere decir que apoyemos la corruptela y
el autoritarismo imperantes en las universidades autónomas. La autonomía a
defender no puede ser otra que la que permita hacer los cambios necesarios a lo
interno para que su interacción para el bien común y el desarrollo del país;
utilizar el saber para frenar las desigualdades sociales, salir de la
dependencia tecnológica y rentística, ser crítico e independiente ante el poder
económico, político y cultural.
Exigimos que se eleve al rango de universidades autónomas a
todas las universidades experimentales, y que se reconozca el derecho a la
organización estudiantil en la UBV, la Unefa y cada una de las universidades
privadas en las que se prohíbe su existencia.
Rechazamos cualquier intento de imponer estructuras de
gremio estudiantil que deban rendir cuentas al gobierno que sea, como lo dice
la nefasta propuesta de Reglamento de los Consejos Estudiantiles. La autonomía
de una universidad debe incluir incluso la libertad para que los estudiantes
hagamos nuestros propios reglamentos de elecciones, sin nada impuesto.
¿Debe
forzosamente una Universidad de las Artes tener la misma forma de elegir
gremios y cogobiernos que una Universidad de Seguridad?
Abogamos por la necesidad de transformar la universidad
desde adentro, sin imposiciones. Es esa la autonomía que defenderemos; no la de
un statu quo cómplice de los sistemáticos atropellos de los que somos objeto
los estudiantes. Hay que hacer un cuestionamiento frontal a aquellos que hablan
de autonomía, pero que luego salen a negociarla por el simple hecho de que no
se tocan sus intereses; de igual manera lo haremos con aquellos que fueron
autonomistas ayer, pero que sumisamente hoy gritan “intervención”.
c) Ingreso irrestricto. La universidad debe permitir el
ingreso irrestricto, sin otro requisito que el título de bachiller, aunque
sabemos que ello implica un mayor presupuesto. Para viabilizar el derecho
democrático al estudio universitario, las universidades deben implementar
cursos preparatorios para que los bachilleres que lo requieran puedan contar
con las herramientas mínimas para los estudios universitarios; en el mediano
plazo, la universidad debe promover reformas en todo el sistema educativo tendientes
a superar la crisis actual y garantizar que todos los bachilleres estén
preparados para los estudios universitarios. Esto en el entendido de que la
medida administrativa de suprimir las pruebas de ingreso no basta por sí sola
para la superación de la crisis estructural del sistema educativo, a la cual se
deben las más odiosas exclusiones. La irresponsabilidad cometida en el 2013 por
el decanato de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV al excluir a
personas con disfuncionalidad visual de la Prueba Interna y la consecuente
intromisión del TSJ es una muestra de los disparates que se están cometiendo en
materia de exclusión.
d) Presupuesto. Alguien que sea realmente de izquierda, no
tendrá ningún problema en que se reduzca el sueldo de los diputados, que se
reduzca el sueldo de nuestros militares, los dos sueldos de Rafael Ramírez, se
eliminen las exenciones de impuestos a las transnacionales, y en su lugar se
aumente el presupuesto de la Educación y se aumenten los salarios de los
médicos y educadores. Sería justicia. ¿Para qué puede servir un conocimiento
que no alcanza para dar de comer al que lo enseña? El desprestigio del
conocimiento, de la cultura y de la salud es una marca de esta sociedad. Y eso
hay que combatirlo.
El incremento del presupuesto universitario serviría para
reoxigenar a la investigación y extensión, tan golpeadas en estos últimos años.
Ya es raro que se hable de equipar los laboratorios de las universidades,
financiar los trabajos de campo de muchas de nuestras carreras, tener becas
contextualizadas con la realidad del estudiante, preparadurías y pasantías
equivalentes al sueldo mínimo, incrementar el número de beneficiarios
(deportistas, bomberos, estudiantes, investigadores); dotación permanente de
nuestras bibliotecas (digitalización y actualización); mejora del
funcionamiento de los comedores universitarios; mantenimiento y adquisición de
nuevas unidades de transporte; optimización del funcionamiento de los servicios
médicos; recuperación y mantenimiento de las canchas y los campos de las
universidades; construcción de sedes a Escuelas o Facultades que aún no las
tienen.
e) Reivindicaciones estudiantiles. Quisiéramos recordar acá
unas palabras de un personaje de la novela 1984 de George Orwell: “Cada año
habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más
pequeño”.
Si hay algo de lo que debemos estar conscientes es de cuáles
son los cercos de palabras que nos van imponiendo. Detengámonos a pensar en
palabras que han caído en desuso en las universidades: reivindicaciones,
providencias, pasantías (ahora se habla de ayudantía), gremio. Es común
encontrar que quien es electo para el cargo de Secretario de Reivindicaciones
de una Federación o de un centro de estudiantes no tiene una mínima idea de
cuáles son sus funciones. El trabajo que tenemos por delante es arduo.
La movilización y la organización por la mejora de los
servicios de comedor, transporte, residencias no son protestas trasnochadas,
como podría derivarse de la composición social del estudiantado de algunas
universidades. No… aún muchos estudiantes necesitamos de esos servicios, como
también necesitamos reapropiarnos de los espacios deportivos y culturales,
cuyos usos y/o desusos son fiel reflejo del estado de aletargamiento de los
estudiantes.
¿Debemos soportar pasivamente que se sigan haciendo
Concursos de la Reina en el marco de la Semana del Estudiante, que denigran a
la mujer venezolana cual Miss Venezuela (evento que ahora hasta emisoras del
gobierno promocionan dados los acuerdos con los Cisneros)? Creemos que el
potencial artístico y creativo de los estudiantes es demasiado grande como para
reducirlo a los típicos eventos institucionales. Ahora bien, salir de los
lugares comunes “culturales” que impulsan las instancias universitarias pasa por
entender que el perfil de nóveles artistas a proyectar es aquel del que nos
habla César Vallejo:
El artista es, inevitablemente, un sujeto político. Su
neutralidad, su carencia de sensibilidad política, probaría chatura espiritual,
mediocridad humana, inferioridad estética. Pero ¿en qué esfera deberá actuar
políticamente el artista?... el arte no es un medio de propaganda política,
sino el resorte supremo de creación política.
7. A manera de corolario…
Nada de lo que se dice en estas líneas lo impulsarán las
castas profesorales enquistadas desde hace años; tampoco creemos que ayude
mucho el fanatismo político-religioso basado en el discurso del amor, corazones
y cartas de amor incluidos, cual Gran Hermano en la ya mencionada novela 1984
de Orwell. Buscamos trascender el maniqueísmo tan favorable a los de arriba;
ese que lleva a muchos estudiantes izquierdistas a apoyar viejas tácticas
copeyanas como aprobar leyes sobre educación y paquetazos neoliberales en
vacaciones. Es ese fanatismo político-religioso, mirando un momento al otro
extremo, desde el que se nos dice que “cualquier protesta contra autoridades
lleva a facilitar una intervención universitaria”.
Es impostergable disputarle la conducción del movimiento
estudiantil a quienes hoy lo colocan al servicio del ala ultra de la MUD.
Dotándonos de un cuerpo de definiciones políticas y de una ética distinta al
abordar el ejercicio del liderazgo, para confluir en el torrente de las luchas
de los trabajadores y de los sectores populares.
Si decidimos empezar estas líneas con una frase de Yo, el
Supremo no es sólo porque se trate de una novela emblemática en torno a la
crítica al caudillismo latinoamericano, que tanto daño nos ha hecho como
pueblo. También es porque consideramos esencial el tema de la memoria. Queremos
construir un movimiento estudiantil que no pierda la memoria, que no olvide
quiénes fueron Noel Rodríguez, Belinda Álvarez, Richard López. Y nuestra
memoria no debe depender únicamente de aspectos emocionales (estomacales, diría
Roa Bastos). Con este autor paraguayo, reafirmamos que no somos los primeros en
“nombrar las cosas”, que podemos errar de una forma nueva (pero que erramos
para corregir), que nuestra memoria es colectiva y no individual. Y que en la
consecuencia con nuestra historia está una de las claves para el rescate de las
potencialidades creadoras y revolucionarias del estudiantado.
Es en un sentido colectivo que podemos entender otra frase
literaria sobre el valor de la memoria, una frase con la que queremos cerrar
como un humilde tributo a Sabino Romero, baluarte defensor de los derechos de
los pueblos indígenas asesinado el 3 de marzo de 2013 por sicarios defensores
de intereses del capital transnacional y de terratenientes en la Sierra de
Perijá:
“La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la
memoria contra el olvido.”
Milan Kundera en El libro de la risa y el olvido
Caracas, abril de 2014
Julio César Mancilla, consejero estudiantil de la Facultad
de Humanidades de la ULA
Josver Barboza, estudiante de la Escuela de Derecho de la
Universidad Rafael Belloso Chacín y directivo de Sintrabopsurz
Jesús Marcano, estudiante de la Escuela de Economía de la
UCV
Carlos Parra, estudiante de la Escuela de Criminología de la
ULA
Edson Rodríguez, estudiante de la Escuela de Medicina de la ULA
Jesús García Sayago, estudiante de la Escuela de
Comunicación Social de la UCAB-Guayana.
Bárbara De Armstrong, estudiante de la Escuela de
Comunicación Social de la Universidad Fermín Toro
Rafael Farrera, estudiante de la Escuela de Historia de la
UCVTomado de Laclase.info
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