por Luis Fuenmayor Toro
Hugo Chávez no era cínico cuando dio el golpe de Estado
en 1992. Era un teniente coronel muy ambicioso de poder, pero sincero. Al
fracasar la asonada militar que dirigía, llamó a deponer las armas a quienes
habían sido exitosos y reconoció que él no lo había sido. Señaló que los
objetivos no se habían alcanzado y lanzó un “por ahora”, que se transformó en
una promesa para una nación agobiada por los malos gobiernos, la corrupción y
el deterioro de las condiciones de vida de sus integrantes. No sólo de los
pobres de solemnidad, sino también los menos pobres, las capas medias, los
pocos campesinos e, incluso, sectores de la burguesía que añoraban un cambio
desde hacía ya cierto tiempo.
Recuerden la marcha de los pendejos encabezada por Uslar
Pietri, las peticiones de renuncia de todo el Poder Judicial, podrido como hoy,
el Caracazo, los cientos de movilizaciones de 1989, 1990 y 1991, cuando los
estudiantes y la gente en general no abandonaba las calles, más beligerantes
que hoy, y enfrentaban a pedradas y cohetones a la policía metropolitana y a la
guardia nacional, que actuaban en la misma forma que hoy lo hacen sus similares
de parecido nombre. El centro de Caracas ardía sin que CNN lo dijera y se
calificaba también a los manifestantes de desestabilizadores y de impulsores de
un golpe, pero nunca se llegó a la cifra de procesados alcanzada por el
gobierno pseudorrevolucionario actual.
El cinismo actual del chavecismo se formó en estos 15 años
de poder por su relación con los cubanos, expertos en la manipulación luego de
medio siglo de tener a su pueblo sin progreso económico ninguno ni social
importante. Para ellos todo se puede explicar favorablemente al gobierno,
aunque sus explicaciones sean burdas racionalizaciones. Así, el dólar del SICAD
II a Bs. 52 no es una devaluación de más de 800%, sino una revaluación y una
victoria sobre el dólar negro, innombrable pero que ahora se lo toma como si
fuera oficial. El aumento próximo de la gasolina no es aumento sino una
reducción del subsidio y la harina de maíz a 22, el aceite a 30, la pasta a 20,
el arroz a 22,50, el azúcar a 18, el café a 220 y la leche a 80 bolívares el
kilo son el loable resultado de la Ley de Precios Justos. Ahora si son baratas.
Seguir los dictados del FMI, del cual Venezuela nunca se
separó a pesar de la afirmación televisiva de Chávez ya en su etapa cínica,
para luego disertar que no se trata de un paquete económico, que deja chiquito
al de Carlos Andrés, sino de una acción soberana y revolucionaria y no de una
imposición como las que hacían en el pasado, como si a la hora de comprar esta
racionalización significara alguna diferencia en las cantidades que se
adquieren y sus precios. Tenemos transnacionales en la Faja del Orinoco,
importamos miles de toneladas de caraotas de China, arroz y trigo de Canadá,
soja de EEUU, carne congelada de Colombia y de Brasil, productos de higiene
personal, enlatados, medicinas, café, papel, autopartes, gasolina, pero tenemos
patria precisamente cuando menos patria tenemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.