Luis Sánchez
Si bien no
sorprende, por reiterada, la inacción de la OEA ante la situación en Venezuela,
en esta ocasión raya en el cinismo. El argumentar
que no existe una “ruptura democrática” que justifique siquiera la convocatoria
de los cancilleres para tratar la cuestión, hace preguntarse qué entiende sus
Estados miembro por democracia. No parecieran importar en dicha concepción la
libertad a disentir y manifestar, la existencia de una prensa independiente, la
vigilancia de los DDHH y la actuación contra el terrorismo de Estado. Ni hablar
de autonomía de los poderes públicos.
El cese de las
transmisiones de la televisora NTN24, el hostigamiento a reporteros, la negativa
a aprobar las divisas para la importación del papel, la sanción desproporcionada
a medios y la consecuente autocensura de sus pares, no son suficientes evidencias
para la Organización presidida por José Miguel Inzulsa, de que en Venezuela la
libertad de expresión se encuentra en entredicho, y dista mucho de poder
cumplir con su rol de informar y servir al debate democrático.
No sólo es la
libertad de expresión un pilar de la democracia, sino un derecho humano
fundamental (art. 19), contando además con un desarrollo especial de la cual la
OEA debería ser garante: la Declaración de Principios sobre la Libertad de
Expresión. Esta declaración es inequívoca en su condena a las formas de castigo
o recompensa por ofrecer información u opiniones favorables o no al gobierno
(art. 7 y 13), propiciar la censura (art. 6), atentar contra periodistas o
material informativo (art. 9) y limitar la autonomía ciudadana para buscar,
recibir y difundir libremente información y opiniones (art. 2). Por claras que
sean al observador común las violaciones de tales principios en Venezuela, no
lo son así para la OEA.
Similar
apreciación cabe ante la represión a manifestaciones públicas, bien sea a manos
del Estado o grupos paramilitares. En ambos casos la represión ha sido
desmedida y por mucho no ajustada al respeto a los Derechos Humanos. La
coordinación de la actuación de los cuerpos policiales con la de colectivos
armados, son constancia de cómo el control del orden en las manifestaciones
públicas tiene a la violencia y amedrentamiento como patrón, acompañados de
fuerte carga de intolerancia.
Pero incluso considerada
por sí sola, la represión ejercida directamente por los organismos policiales ha
sido una nítida demostración de terrorismo de Estado. La desproporción en el
ataque, violación de domicilios, la actuación no apegada a la normativa en el
control de manifestaciones públicas, y de forma especial, el uso del sistema
judicial para penalizar y disuadir la disidencia, son actuaciones que, por la
vía ilegítima –es decir: no apegada a la legalidad y los Derechos Humanos–,
buscan obediencia infundiendo temor en la población.
En 2002 la OEA
se comprometía a enfrentar todas las formas de terrorismo, por medio del Comité
Interamericano Contra el Terrorismo. Pero ahora pareciera no importarle que sea
el propio gobierno venezolano el que financie, arme y sea permisivo con la
actuación represiva de grupos paramilitares, los cuales completan el cuadro de
terrorismo de Estado que, de alguna forma, no representan ahora un quiebre para
democracia.
Inútil es
mencionar la inoperancia de los poderes públicos para la preservación de los
Derechos Humanos. Ejemplos como los de la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo,
más preocupadas por justificar la actuación del Gobierno que de investigar
denuncias con sólidos fundamentos, ya pasan desapercibidas por cotidianas. A
ello habría que sumar las vejaciones y limitaciones en medio de las cuales
actúan los diputados opositores en la Asamblea Nacional, donde no pasan de ser
unos invitados sin voz (recordemos cómo de hecho en más de una ocasión se les
ha quitado el derecho de palabra). Una vez más el cercenamiento a la democracia
es constatable por cualquiera menos por la OEA,
Todo lo cual
lleva a la pregunta ¿sobre qué base piensa la Organismo hemisférico que se
llevará a cabo el diálogo entre oposición y gobierno, al cual se limitan a exhortar
en su comunicado sobre la crisis en Venezuela? ¿Cómo puede encauzarse una
democracia que presenta las deficiencias descritas, cuando la parte gobernante
no ha dado señales confirmables de considerar las demandas de quienes hoy en
día se encuentran en la calle, siendo que los demás poderes públicos tampoco
cuentan con la voluntad o autonomía para hacerlas respetar?
Cuesta
comprender las declaraciones de Insulza cuando, con el mayor desparpajo,
afirma: "Las herramientas que la OEA tiene para actuar, a no ser que la
crisis sea verdaderamente grave y haya una falta de gobernabilidad, son muy
pocas". Entonces… ¿Para qué sirve la OEA? ¿Cuál es su papel? ¿Simplemente
verán hacia otro lado mientras el país se sume cada vez más en la violencia?
ante tanta pusilanimidad, hay que concordar con Maduro en que en efecto se
trata de un Organismo moribundo, desprestigiado, títere de oscuros intereses.
Luis Sánchez
Sociólogo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.