Por Luis Sánchez
La pregunta cobra especial importancia, en momentos en que
la lucha por la libertad en el país puede verse comprometida por posiciones
cortoplacistas y sectarias; por la negativa de una parte de quienes adversan al
gobierno en asomarse a una realidad posterior al conflicto actual, en la que el
aporte de todos los venezolanos es necesario.
Las demandas de fondo que hoy exige la oposición en la calle
no difieren de las que el sector que apoya al gobierno desea. Todos queremos
seguridad, calidad de vida, justicia, y paz. Siendo así, ¿Por qué no logramos
ser escuchados por ellos? ¿Por qué no están junto a nosotros luchando por los
mismos objetivos? La cuestión pasa por cómo es percibido nuestro reclamo.
Es necesario tener presente que la interpretación de las
acciones de protesta –y, en realidad, de acción alguna– toma lugar en un
espacio que no es neutro. Ya existe una imagen construida desde el Gobierno
sobre quienes integramos la oposición, que incide en que nuestras acciones sean
entendidas de una determinada manera, concordante a la imagen creada.
Curiosamente, la construcción de esta imagen se funde con la del propio Chávez,
sirviéndole de contraposición al mito que le rodea. Y las acciones que tomemos
pueden seguir dando vida al mito, por lo que conviene revisar su origen.
Contrario a lo que pudiera pensarse, el endiosamiento del
cual es objeto Chávez no nace con su fracasado golpe de Estado en 1992, nace
diez años después ante su respuesta al paro cívico nacional. Como todo mito,
tiene más de distorsión que de realidad, pero no por ello disminuye su
actuación en quienes le rinden tributo. De acuerdo al mito, Chávez sería el
único con la voluntad y capacidad para liderar la ofensiva contra la antigua
clase dirigente, hoy convertida en oposición, quienes (para que el mito funcione)
son señalados como una amenaza a la propia supervivencia de la población.
Literalmente.
Por eso el inicio del Chávez mítico no es 1992, cuando
intenta acabar por la fuerza con un gobierno obtuso (tanto como lo sería el
suyo propio años después), ni 1998, cuando asciende a la presidencia nacional
en medio de una gran expectativa de cambio. Hasta entonces, no era sino un
militar convertido en político, si bien con aparentes buenas intenciones, aún
de carne y hueso. Su status comienza a cambiar para una parte de la población a
partir de 2002, cuando conscientemente dirige sus esfuerzos por aparentar ser
su salvador.
A comienzos de 2002, poco quedaba del optimismo con el cual
el líder de la revolución iniciaba su presidencia. Mientras sus índices de apoyo
popular rondaban el 25% y la animadversión hacia su gestión seguía creciendo
(especialmente ante la negativa a dirimir el conflicto mediante una consulta
popular), parte de las manifestaciones pasaron a exigir la renuncia
presidencial en las calles. Poco se escuchó a las voces que señalaron que el
camino era el insistir en la vía electoral. El tambaleo que mostraba el
gobierno en ese entonces hacía lucir posible su salida por la presión en las
calles, como finalmente resultó ser… por dos breves días.
Irónicamente, la vía de la protesta que terminó imponiéndose
en la oposición, con cierres de calles y un paro nacional, a la final se
revirtió a favor del Comandante. Al tiempo que la oposición y quienes la
apoyaban era repetidamente presentados por el ex presidente como causantes del
desabastecimiento y violencia en las calles, inició una política de provisión
directa de los bienes más urgidos, insistiendo al ofrecerlos que llegaban a la
población gracias a su mano benévola.
El contraste era patente, mientras la oposición insistía en
el paro y en acciones de calle (claramente azuzado por el gobierno), Chávez era
dispendioso en su propaganda como proveedor. El largo periplo que llevó al
referéndum de 2004, con el cual el ex presidente ganó tiempo a su favor, estuvo
fuertemente cargado de la repetición de los conceptos ya señalados: la
oposición quiere el mal para la población y Chávez es todo bendición. La
estrategia rindió sus frutos y desde entonces se hizo de un seguimiento devoto,
cuyos réditos aún disfruta su sucesor Maduro. Fue allí cuando Chávez comenzó a
pisar la inmortalidad para sus seguidores, ya ni siquiera amenazada por su
propia mala gestión.
Pero todo tiene su fin, y Maduro ya está contando las
últimas rentas de la cuenta creada por su padre político, especialmente en
medio de una crisis económica de la que todavía no vemos la peor parte. Lo
sabe, y necesita una cuenta propia. Por tanto apeló al libreto escrito por su
antecesor, el cual ha calcado sin disimulo.
Es ante este escenario que cabe la pregunta a los
guarimberos ¿no es evidente que le hacen el juego al nuevo Presidente, quien
también aspira al seguimiento devoto que lo salve de la hecatombe de
ineficiencia y corrupción de su gobierno? ¿No tendría que saber Maduro que el
detener a Leopoldo López incrementaría las protestas violentas en la calle?
¿Por qué los colectivos manejados desde el Gobierno actuarían precisamente
contra los estudiantes de Táchira y Mérida, dos Estados donde era previsible
que la respuesta sería la de la confrontación?
Volviendo a lo planteado al inicio, las acciones legítimas
de protesta que llevan a cabo quienes se oponen al gobierno, deben ser entonces
planteadas en términos que no permitan ser leídas por esa otra parte de la
población, susceptible de ser cautivados por Maduro como su nuevo salvador,
como una acción dirigida a dañarlos. No debe quedar dudas sobre el carácter
pacífico de la protesta, a la vez que debemos insistir en que es por objetivos
compartidos. Que quien apoye al gobierno está tan afectado como nosotros por la
situación. Hacer ver que ellos también necesitan de nosotros para mejorar su
realidad. Que solos ni nosotros ni ellos podremos construir un mejor país.
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