¿Cuál es la sombra a vencer?
Nuestros temores se hicieron realidad: llegaron la
violencia y la muerte a escupirnos los rostros, invadirnos los ojos; a
advertirnos que estábamos a merced de su voluntad; a intentar quebrarnos porque
sí; porque le da su más abyecta y arbitraria gana de someter nuestra voces,
porque sí.
Mi
testimonio de los eventos
Desde la 1:15 pm aproximadamente se instaló la asamblea convocada por el Centro de Estudiantes de la FAU UCV con el objetivo de reconocer e incluir la voz de los compañeros que no se sentían representados en el llamado a paro promovido por el Movimiento Estudiantil. Una encuesta realizada una semana atrás, arrojaba el dato de que cerca del 75% de los estudiantes de arquitectura no deseaban volver a clases si no se garantizaban las condiciones adecuadas de seguridad y funcionamiento de nuestras actividades e instalaciones. Sin embargo, se consideraba necesario revisar el modo en que se realizó esa encuesta, confirmar sus datos, tratar de captar otros y asistir con un método mejor fundado la toma de una decisión de suma importancia para la comunidad académica de la FAU.
Esa asamblea se desarrolló según lo previsto por sus organizadores. A las 4:45 pm, aproximadamente, cuando pensé que ya no tenía nada que aportar ni podía seguir recogiendo mis impresiones acerca de sus logros y debates, pues estaban cercanos a culminar, justo antes de retirarme, vi un grupo de unos seis hombres que no reconocí como estudiantes de la FAU subiendo al ascensor. Me pareció extraño, pues se suponía que no había actividades en la torre de aulas. Sin embargo, no me alarmé. Antes de abandonar el vestíbulo, vi que los estudiantes se habían percatado de la presencia de esas personas extrañas a la comunidad y comenzaron a tomar control de los accesos disponibles de la Planta Baja y a obstruir las escaleras y el único ascensor (de cuatro) en funcionamiento desde hace años.
Me di cuenta de que yo era el único profesor presente en ese momento junto al grupo de estudiantes de la asamblea, que reunía a unos 60 o 70, quizás; estaban también dos vigilantes; el señor y la señora que gestionan la cafetería, para ese momento ya cerrada, y el señor Pedro, empleado de la cafetería. Me sentí en el deber de quedarme y acompañar a los estudiantes. No sabía qué otra cosa debía o podía hacer.
Reconociendo el estado de ansiedad que inmediatamente surgió en todos nosotros, procuré ayudar a los estudiantes a que no produjeran barricadas de manera absoluta y peligrosa ante una caída o una reacción de huída intempestiva. Comprendía que el temor era que esos desconocidos salieran escapando con violencia. Al darnos cuenta de que quienes habían subido se dirigieron al piso 8, donde está el Decanato, al cual no había posibilidad de acceder por encontrase vacío y cerrado, unos estudiantes se fueron al mostrador de vigilancia, donde están los monitores de las cámaras de seguridad instaladas en los pisos de la torre. Ahí pudimos ver claramente al grupo de hombres deshaciendo el mural de palabras que días atrás los estudiantes de la FAU habían realizado en las paredes de bloques huecos, para hacer visible hacia la ciudad, a través de la fachada sur de la torre, nuestras demandas de Seguridad, Libertad, Justicia, Respeto y Paz.
Eso alteró aún más los ánimos. La mayoría de los estudiantes trataban de mantenerse unidos y presentes; algunos, más aguerridos, comenzaron a buscar barras y palos para defenderse. El miedo y la rabia comenzaron a extenderse entre nosotros.
Me dirigí hacia los dos vigilantes y pregunté si habían solicitado ayuda al cuerpo de vigilancia central de la UCV. Dijeron que nadie acudiría. Supe que estábamos solos. Al darme cuenta de que algunos estudiantes estaban alterados y con palos en las manos, comencé a llamarlos a la calma, a persuadirlos de soltarlas, a serenar sus ánimos para que no cayéramos en actos de violencia que podrían ser graves. Les advertía que no debíamos permitir que ocurriera la reacción de una poblada contra quienes viniesen de arriba. Había que recuperar la calma. A pesar de lo fuerte de sus sentimientos y razones de defensa, comenzaron a escucharme y los fueron soltando.
Entre tanto, el grupo que organizó las barricadas ante el ascensor y la escalera supo que en los pisos de la torre había otros integrantes de la Facultad. No sabíamos en qué pisos ni cuántos eran, pero algunos llegaron por el ascensor. Una estudiante comentó que se trataba de dos profesores de Diseño y algunos estudiantes, en el piso dos, que se habían reunido para intentar avanzar algo en sus clases. Los estudiantes que controlaban las barricadas los dejaron salir, tanto por el ascensor como por las escaleras. Alguien que venía corriendo por las escaleras gritó que uno de los hombres, que ya se encontraban en el piso 1, estaba armado. Eso excitó el terror en quienes estábamos en la Planta Baja.
Los estudiantes bloquearon con mayor volumen de cosas las salidas de la escalera y del ascensor. Me comuniqué con una profesora amiga para ponerla al tanto de la situación y para que ayudara a solicitar apoyo. Intenté comunicarme vía Tweeter con Juan Requesens, con la Rectora y con el Secretario de la UCV. Les advertía de una situación que ameritaba el auxilio de vigilancia central. En ese momento recibí un tuíter de un profesor que me advertía que había un grupo de profesores encerrados en un salón del piso 1 en un curso de postgrado. Ellos estaban ahí desde el principio de la tarde, tratando de sostener algún grado de “normalidad” académica. Seguí insistiendo, ahora con más ahínco, en tratar de convocar ayuda.
Los desconocidos llegaron al descanso de la escalera próximo a la Planta Baja. Por la pared de bloques huecos pregunté a uno de ellos quién era. Respondió que era de la UCV y que los teníamos secuestrados ahí. Comprendí la gravedad de la situación.
Otros de los estudiantes también lograron comunicarse con ellos, les reclamaron haber deshecho el mural de la FAU. Ellos arguyeron que no estaban de acuerdo con esas consignas y que tenían el derecho a quitarlas. Creo haber escuchado que se definían “chavistas” y que no aceptaban “el fascismo” en la UCV.
Comencé a interceder ante los estudiantes para que los dejaran salir. Algunos apelaban al estudio de leyes y normas que durante la asamblea se había estado considerando. Un grupo se esforzaba por moderar, otro estaba sumamente alterado y decían que ya no podían seguir aceptando que los tratasen como ovejas, los hiciesen correr, que tuvieran que ceder en sus exigencias y silenciarse siempre sumidos en el terror.
No logré influir para calmarlos y resolver la situación en ese momento. Uno de los dirigentes del Centro de Estudiantes trataba de hacer lo propio, a él lo escuchaba una parte. Otra de las dirigentes insistía en que para dejar salir a los desconocidos debía exigírseles que repusieran el mural. A ella, otra parte la apoyaba.
En medio de esa discusión, vimos llegar a dos o tres motorizados. Quienes estaban encerrados en la escalera se habían comunicado con gente de fuera de la Facultad.
En ese momento lograron bajar por el ascensor los profesores que estaban en el piso 1. También nerviosos, se unieron a quienes tratábamos de interceder para dejar salir a los desconocidos. Los estudiantes entraron en razón y abrieron paso. Para este instante, ya solo estaban en Planta Baja la mitad de los estudiantes reunidos al principio de la asamblea.
Entre tanto, alguien llamó a los bomberos universitarios y dos de ellos empezaron a evaluar la situación. Me preguntaron si yo estaba a cargo de los estudiantes, les dije que no. Preguntaron por la dirigencia estudiantil y señalé quiénes eran. Les preguntaron sobre las salidas disponibles. En ese momento, los vigilantes ya habían dejado salir a los desconocidos por la escalera de emergencia. Eran las 5:59 pm.
El horror
Justo en ese instante un grupo de personas encapuchadas, armadas y amenazantes entró gritando. Los vi desparramarse en todas direcciones. Unos venían hacia mí.
La mayor parte de los estudiantes salieron corriendo hacia el fondo de los pasillos de la Planta Baja, donde quedaron atrapados. Vi que otro grupo, creo que algunos estudiantes y la mayor parte de los profesores, se dirigieron hacia el estacionamiento y lograron salir a tiempo. Me quedé paralizado en el vestíbulo de los ascensores. No sabía qué hacer. Vi a uno de los encapuchados arrojar algo hacia el fondo de los pasillos, vi a dos de los que pasaron frente a mí con armas (una negra, creo que un revólver y otra plateada, que no sé identificar). Todos portaban palos o barras, forrados de algo que no identifiqué. Unos amenazaron a los señores de la cafetería. Uno de los armados con pistola se dirigió hacia mí, me empujó y me arrinconó contra una columna y me preguntó si yo era profesor. Balbuceé que sí. Bajé la mirada. Comencé a sentir una presión intensa dentro de mi cabeza (temí una subida de tensión). Me dejó ahí y se dirigió hacia otro profesor joven, que estaba frente a nosotros. Lo empujó y golpeó, acusándolo de ser uno de los que armó las barricadas y de atreverse a secuestrar gente. Le quitó el celular. Lo golpeó. Me di cuenta de que estaban cazando a los estudiantes.
Aunque se dirigían amenazantes hacia donde estábamos el otro profesor y yo, ahora creo que trataban de mantenernos a raya mientras otros encapuchados perseguían, atrapaban y arrastraban a los estudiantes golpeándolos con los palos. Escuché algunas detonaciones. Oí gritos y llantos de terror. Temí que estuviesen disparando y que ya hubiesen herido a algún estudiante. Me moví hacia el foyer del auditorio. Me puse contra la pared. Sentí que en cualquier momento me pondrían la pistola en la cabeza y hasta ahí llegaría mi vida.
Vi que llevaban a un estudiante a rastras hacia la antesala de la biblioteca. No pude correr a ayudarlo. Me horrorizó mi cobardía. Sólo me moví pegado a la pared tratando de escurrirme hacia la salida. Sentí que ya no podía hacer nada más que intentar salir. No corrí. Fue cuando vi que había gas lacrimógeno. Tuve que atravesar la nube. Casi no podía ver ni respirar. Creí que caería al suelo. En todo momento esperaba sentir un golpe, un tiro, una mano en mi cuello. Llegué al corredor oeste, que se dirige hacia Ingeniería. Me detuve, sintiéndome miserable por no tener la entereza para ayudar a los estudiantes. Junto a mí estaba el otro profesor. Comenzamos a caminar, tratando de huir sin correr. Unos encapuchados que estaban custodiando afuera pararon al dirigente estudiantil. Él levantó las manos. Temí lo peor. Le requisaron el bolso y lo dejaron salir. Los tres seguimos caminando en dirección hacia el decanato de ingeniería. Recordé que mi carro estaba en el estacionamiento de los profesores, pero mi única opción era tratar de llegar a la estación de Metro en las Tres Gracias. Lo dejé abandonado.
Caminamos aterrados. Todas las personas que veíamos alrededor, sin importar lo que estuviesen haciendo, nos parecían asociadas al grupo armado que atacó a la FAU. Vi que un vigilante de Ingeniería cerraba las puertas. Al profesor que iba conmigo le pareció ver que delante de nosotros alguien estaba armado. Cambiamos de rumbo y dimos la vuelta pasando por la Facultad de Humanidades. De ahí salían personas y el vigilante también cerraba las puertas. Pensamos irnos hacia Plaza Cubierta, descartamos ir hacia Plaza Venezuela al saber que tendríamos que pasar por Trabajo Social. Creímos que por ahí habría mayor peligro. Decidimos continuar hacia la salida de las Tres Gracias y pasamos entre personas que percibíamos como encapuchados celebrando su victoria.
Logramos llegar a la estación del Metro. Eran las 6:17 pm. Ahí estaban varios de los estudiantes de la FAU y, por supuesto, otras personas de la UCV y otros ciudadanos. Nos sentimos aliviados al vernos unos a otros y al mismo tiempo angustiados por no saber nada de nuestros compañeros. En ese momento vimos llegar un grupo de motorizados desde la UCV al portal de las Tres Gracias. Bajamos corriendo hacia el interior de la estación. Estúpidamente me paré ante la taquilla intentando obtener un ticket. La operadora dio entrada libre a los andenes y seguimos corriendo. El pánico derrumbó a una estudiante. Unos compañeros la asistieron. Alcanzamos el andén y esperamos el tren, que llegó en pocos momentos. Ya adentro, reventaron en llanto varios de los estudiantes. La gente en el tren nos miraba con incredulidad, curiosidad y conmoción. Una pasajera le decía a su compañera que el Tweeter nos tiene vueltos locos. Sentí agrietarme de tristeza.
Cuando llegamos a la estación de Plaza Venezuela percibía como una amenaza a todas las personas alrededor de mí. Quería salir de ahí corriendo. Apenas pude, llamé a mi esposa para avisarle que estaba sano y salvo aunque humillado y aterrado. Eran las 6:30 pm.
El trayecto de las dos simples cuadras que hay entre esa estación y mi casa fue el más largo que he recorrido en toda mi vida. Mientras trataba de vencerme y avanzar, sentía que todos los motorizados eran una amenaza feroz. Imaginaba que cualquiera de ellos se detendría a mi lado y me dispararía.
Cuando pude traspasar el portón del edificio donde vivo, creí respirar de nuevo.
Al ver a mi esposa y a mi hijo esperándome, supe que Dios me había llevado con bien hasta sus brazos. Hasta mi verdadero hogar.
El parte del Director de la Escuela de Arquitectura
Los desconocidos que inicialmente ingresaron a la FAU sustituyeron la palabra SEGURIDAD del mural, por la palabra CHÁVEZ, que no completaron. Se supone que luego de haber salido de la FAU, ese grupo de personas regresaron con el refuerzo de aproximadamente 20 a 30 sujetos, algunos de ellos motorizados y con armas de fuego. Ese grupo persiguió a los estudiantes y los acorralaron en la Planta Baja, los desnudaron, vejaron y golpearon con mucha agresividad. Además, les robaron todas sus pertenencias.
Dos estudiantes le informan al Director que pudieron identificar a dos personas uniformadas de Bomberos Universitarios, con máscaras antigás, agrediendo también con saña a varios estudiantes.
La acción de la banda delictiva dejó un saldo de 12 heridos, de los cuales 8 ingresaron al Hospital Clínico Universitario y 4 en la Clínica Las Ciencias de Los Chaguaramos. Fueron tratados por múltiples contusiones en cráneo, heridas, cortadas, fracturas de tabique nasal y de cúbito, a causa de los golpes que recibieron con tubos y palos en distintas partes de sus cuerpos.
El Decano y el Director acompañaron a los estudiantes que ingresaron al HCU hasta que todos fueron dados de alta; 2 de ellos con supervisión médica, uno con reducción ortopédica de fractura de cúbito y otro con reducción quirúrgica de fractura de tabique nasal.
La Rectora visitó a los heridos que estaban en la Clínica Las Ciencias de Los Chaguaramos y decidió suspender las actividades de la UCV.
El Decano, por su parte, también suspendió las actividades de la FAU indefinidamente.
Desde la 1:15 pm aproximadamente se instaló la asamblea convocada por el Centro de Estudiantes de la FAU UCV con el objetivo de reconocer e incluir la voz de los compañeros que no se sentían representados en el llamado a paro promovido por el Movimiento Estudiantil. Una encuesta realizada una semana atrás, arrojaba el dato de que cerca del 75% de los estudiantes de arquitectura no deseaban volver a clases si no se garantizaban las condiciones adecuadas de seguridad y funcionamiento de nuestras actividades e instalaciones. Sin embargo, se consideraba necesario revisar el modo en que se realizó esa encuesta, confirmar sus datos, tratar de captar otros y asistir con un método mejor fundado la toma de una decisión de suma importancia para la comunidad académica de la FAU.
Esa asamblea se desarrolló según lo previsto por sus organizadores. A las 4:45 pm, aproximadamente, cuando pensé que ya no tenía nada que aportar ni podía seguir recogiendo mis impresiones acerca de sus logros y debates, pues estaban cercanos a culminar, justo antes de retirarme, vi un grupo de unos seis hombres que no reconocí como estudiantes de la FAU subiendo al ascensor. Me pareció extraño, pues se suponía que no había actividades en la torre de aulas. Sin embargo, no me alarmé. Antes de abandonar el vestíbulo, vi que los estudiantes se habían percatado de la presencia de esas personas extrañas a la comunidad y comenzaron a tomar control de los accesos disponibles de la Planta Baja y a obstruir las escaleras y el único ascensor (de cuatro) en funcionamiento desde hace años.
Me di cuenta de que yo era el único profesor presente en ese momento junto al grupo de estudiantes de la asamblea, que reunía a unos 60 o 70, quizás; estaban también dos vigilantes; el señor y la señora que gestionan la cafetería, para ese momento ya cerrada, y el señor Pedro, empleado de la cafetería. Me sentí en el deber de quedarme y acompañar a los estudiantes. No sabía qué otra cosa debía o podía hacer.
Reconociendo el estado de ansiedad que inmediatamente surgió en todos nosotros, procuré ayudar a los estudiantes a que no produjeran barricadas de manera absoluta y peligrosa ante una caída o una reacción de huída intempestiva. Comprendía que el temor era que esos desconocidos salieran escapando con violencia. Al darnos cuenta de que quienes habían subido se dirigieron al piso 8, donde está el Decanato, al cual no había posibilidad de acceder por encontrase vacío y cerrado, unos estudiantes se fueron al mostrador de vigilancia, donde están los monitores de las cámaras de seguridad instaladas en los pisos de la torre. Ahí pudimos ver claramente al grupo de hombres deshaciendo el mural de palabras que días atrás los estudiantes de la FAU habían realizado en las paredes de bloques huecos, para hacer visible hacia la ciudad, a través de la fachada sur de la torre, nuestras demandas de Seguridad, Libertad, Justicia, Respeto y Paz.
Eso alteró aún más los ánimos. La mayoría de los estudiantes trataban de mantenerse unidos y presentes; algunos, más aguerridos, comenzaron a buscar barras y palos para defenderse. El miedo y la rabia comenzaron a extenderse entre nosotros.
Me dirigí hacia los dos vigilantes y pregunté si habían solicitado ayuda al cuerpo de vigilancia central de la UCV. Dijeron que nadie acudiría. Supe que estábamos solos. Al darme cuenta de que algunos estudiantes estaban alterados y con palos en las manos, comencé a llamarlos a la calma, a persuadirlos de soltarlas, a serenar sus ánimos para que no cayéramos en actos de violencia que podrían ser graves. Les advertía que no debíamos permitir que ocurriera la reacción de una poblada contra quienes viniesen de arriba. Había que recuperar la calma. A pesar de lo fuerte de sus sentimientos y razones de defensa, comenzaron a escucharme y los fueron soltando.
Entre tanto, el grupo que organizó las barricadas ante el ascensor y la escalera supo que en los pisos de la torre había otros integrantes de la Facultad. No sabíamos en qué pisos ni cuántos eran, pero algunos llegaron por el ascensor. Una estudiante comentó que se trataba de dos profesores de Diseño y algunos estudiantes, en el piso dos, que se habían reunido para intentar avanzar algo en sus clases. Los estudiantes que controlaban las barricadas los dejaron salir, tanto por el ascensor como por las escaleras. Alguien que venía corriendo por las escaleras gritó que uno de los hombres, que ya se encontraban en el piso 1, estaba armado. Eso excitó el terror en quienes estábamos en la Planta Baja.
Los estudiantes bloquearon con mayor volumen de cosas las salidas de la escalera y del ascensor. Me comuniqué con una profesora amiga para ponerla al tanto de la situación y para que ayudara a solicitar apoyo. Intenté comunicarme vía Tweeter con Juan Requesens, con la Rectora y con el Secretario de la UCV. Les advertía de una situación que ameritaba el auxilio de vigilancia central. En ese momento recibí un tuíter de un profesor que me advertía que había un grupo de profesores encerrados en un salón del piso 1 en un curso de postgrado. Ellos estaban ahí desde el principio de la tarde, tratando de sostener algún grado de “normalidad” académica. Seguí insistiendo, ahora con más ahínco, en tratar de convocar ayuda.
Los desconocidos llegaron al descanso de la escalera próximo a la Planta Baja. Por la pared de bloques huecos pregunté a uno de ellos quién era. Respondió que era de la UCV y que los teníamos secuestrados ahí. Comprendí la gravedad de la situación.
Otros de los estudiantes también lograron comunicarse con ellos, les reclamaron haber deshecho el mural de la FAU. Ellos arguyeron que no estaban de acuerdo con esas consignas y que tenían el derecho a quitarlas. Creo haber escuchado que se definían “chavistas” y que no aceptaban “el fascismo” en la UCV.
Comencé a interceder ante los estudiantes para que los dejaran salir. Algunos apelaban al estudio de leyes y normas que durante la asamblea se había estado considerando. Un grupo se esforzaba por moderar, otro estaba sumamente alterado y decían que ya no podían seguir aceptando que los tratasen como ovejas, los hiciesen correr, que tuvieran que ceder en sus exigencias y silenciarse siempre sumidos en el terror.
No logré influir para calmarlos y resolver la situación en ese momento. Uno de los dirigentes del Centro de Estudiantes trataba de hacer lo propio, a él lo escuchaba una parte. Otra de las dirigentes insistía en que para dejar salir a los desconocidos debía exigírseles que repusieran el mural. A ella, otra parte la apoyaba.
En medio de esa discusión, vimos llegar a dos o tres motorizados. Quienes estaban encerrados en la escalera se habían comunicado con gente de fuera de la Facultad.
En ese momento lograron bajar por el ascensor los profesores que estaban en el piso 1. También nerviosos, se unieron a quienes tratábamos de interceder para dejar salir a los desconocidos. Los estudiantes entraron en razón y abrieron paso. Para este instante, ya solo estaban en Planta Baja la mitad de los estudiantes reunidos al principio de la asamblea.
Entre tanto, alguien llamó a los bomberos universitarios y dos de ellos empezaron a evaluar la situación. Me preguntaron si yo estaba a cargo de los estudiantes, les dije que no. Preguntaron por la dirigencia estudiantil y señalé quiénes eran. Les preguntaron sobre las salidas disponibles. En ese momento, los vigilantes ya habían dejado salir a los desconocidos por la escalera de emergencia. Eran las 5:59 pm.
El horror
Justo en ese instante un grupo de personas encapuchadas, armadas y amenazantes entró gritando. Los vi desparramarse en todas direcciones. Unos venían hacia mí.
La mayor parte de los estudiantes salieron corriendo hacia el fondo de los pasillos de la Planta Baja, donde quedaron atrapados. Vi que otro grupo, creo que algunos estudiantes y la mayor parte de los profesores, se dirigieron hacia el estacionamiento y lograron salir a tiempo. Me quedé paralizado en el vestíbulo de los ascensores. No sabía qué hacer. Vi a uno de los encapuchados arrojar algo hacia el fondo de los pasillos, vi a dos de los que pasaron frente a mí con armas (una negra, creo que un revólver y otra plateada, que no sé identificar). Todos portaban palos o barras, forrados de algo que no identifiqué. Unos amenazaron a los señores de la cafetería. Uno de los armados con pistola se dirigió hacia mí, me empujó y me arrinconó contra una columna y me preguntó si yo era profesor. Balbuceé que sí. Bajé la mirada. Comencé a sentir una presión intensa dentro de mi cabeza (temí una subida de tensión). Me dejó ahí y se dirigió hacia otro profesor joven, que estaba frente a nosotros. Lo empujó y golpeó, acusándolo de ser uno de los que armó las barricadas y de atreverse a secuestrar gente. Le quitó el celular. Lo golpeó. Me di cuenta de que estaban cazando a los estudiantes.
Aunque se dirigían amenazantes hacia donde estábamos el otro profesor y yo, ahora creo que trataban de mantenernos a raya mientras otros encapuchados perseguían, atrapaban y arrastraban a los estudiantes golpeándolos con los palos. Escuché algunas detonaciones. Oí gritos y llantos de terror. Temí que estuviesen disparando y que ya hubiesen herido a algún estudiante. Me moví hacia el foyer del auditorio. Me puse contra la pared. Sentí que en cualquier momento me pondrían la pistola en la cabeza y hasta ahí llegaría mi vida.
Vi que llevaban a un estudiante a rastras hacia la antesala de la biblioteca. No pude correr a ayudarlo. Me horrorizó mi cobardía. Sólo me moví pegado a la pared tratando de escurrirme hacia la salida. Sentí que ya no podía hacer nada más que intentar salir. No corrí. Fue cuando vi que había gas lacrimógeno. Tuve que atravesar la nube. Casi no podía ver ni respirar. Creí que caería al suelo. En todo momento esperaba sentir un golpe, un tiro, una mano en mi cuello. Llegué al corredor oeste, que se dirige hacia Ingeniería. Me detuve, sintiéndome miserable por no tener la entereza para ayudar a los estudiantes. Junto a mí estaba el otro profesor. Comenzamos a caminar, tratando de huir sin correr. Unos encapuchados que estaban custodiando afuera pararon al dirigente estudiantil. Él levantó las manos. Temí lo peor. Le requisaron el bolso y lo dejaron salir. Los tres seguimos caminando en dirección hacia el decanato de ingeniería. Recordé que mi carro estaba en el estacionamiento de los profesores, pero mi única opción era tratar de llegar a la estación de Metro en las Tres Gracias. Lo dejé abandonado.
Caminamos aterrados. Todas las personas que veíamos alrededor, sin importar lo que estuviesen haciendo, nos parecían asociadas al grupo armado que atacó a la FAU. Vi que un vigilante de Ingeniería cerraba las puertas. Al profesor que iba conmigo le pareció ver que delante de nosotros alguien estaba armado. Cambiamos de rumbo y dimos la vuelta pasando por la Facultad de Humanidades. De ahí salían personas y el vigilante también cerraba las puertas. Pensamos irnos hacia Plaza Cubierta, descartamos ir hacia Plaza Venezuela al saber que tendríamos que pasar por Trabajo Social. Creímos que por ahí habría mayor peligro. Decidimos continuar hacia la salida de las Tres Gracias y pasamos entre personas que percibíamos como encapuchados celebrando su victoria.
Logramos llegar a la estación del Metro. Eran las 6:17 pm. Ahí estaban varios de los estudiantes de la FAU y, por supuesto, otras personas de la UCV y otros ciudadanos. Nos sentimos aliviados al vernos unos a otros y al mismo tiempo angustiados por no saber nada de nuestros compañeros. En ese momento vimos llegar un grupo de motorizados desde la UCV al portal de las Tres Gracias. Bajamos corriendo hacia el interior de la estación. Estúpidamente me paré ante la taquilla intentando obtener un ticket. La operadora dio entrada libre a los andenes y seguimos corriendo. El pánico derrumbó a una estudiante. Unos compañeros la asistieron. Alcanzamos el andén y esperamos el tren, que llegó en pocos momentos. Ya adentro, reventaron en llanto varios de los estudiantes. La gente en el tren nos miraba con incredulidad, curiosidad y conmoción. Una pasajera le decía a su compañera que el Tweeter nos tiene vueltos locos. Sentí agrietarme de tristeza.
Cuando llegamos a la estación de Plaza Venezuela percibía como una amenaza a todas las personas alrededor de mí. Quería salir de ahí corriendo. Apenas pude, llamé a mi esposa para avisarle que estaba sano y salvo aunque humillado y aterrado. Eran las 6:30 pm.
El trayecto de las dos simples cuadras que hay entre esa estación y mi casa fue el más largo que he recorrido en toda mi vida. Mientras trataba de vencerme y avanzar, sentía que todos los motorizados eran una amenaza feroz. Imaginaba que cualquiera de ellos se detendría a mi lado y me dispararía.
Cuando pude traspasar el portón del edificio donde vivo, creí respirar de nuevo.
Al ver a mi esposa y a mi hijo esperándome, supe que Dios me había llevado con bien hasta sus brazos. Hasta mi verdadero hogar.
El parte del Director de la Escuela de Arquitectura
Los desconocidos que inicialmente ingresaron a la FAU sustituyeron la palabra SEGURIDAD del mural, por la palabra CHÁVEZ, que no completaron. Se supone que luego de haber salido de la FAU, ese grupo de personas regresaron con el refuerzo de aproximadamente 20 a 30 sujetos, algunos de ellos motorizados y con armas de fuego. Ese grupo persiguió a los estudiantes y los acorralaron en la Planta Baja, los desnudaron, vejaron y golpearon con mucha agresividad. Además, les robaron todas sus pertenencias.
Dos estudiantes le informan al Director que pudieron identificar a dos personas uniformadas de Bomberos Universitarios, con máscaras antigás, agrediendo también con saña a varios estudiantes.
La acción de la banda delictiva dejó un saldo de 12 heridos, de los cuales 8 ingresaron al Hospital Clínico Universitario y 4 en la Clínica Las Ciencias de Los Chaguaramos. Fueron tratados por múltiples contusiones en cráneo, heridas, cortadas, fracturas de tabique nasal y de cúbito, a causa de los golpes que recibieron con tubos y palos en distintas partes de sus cuerpos.
El Decano y el Director acompañaron a los estudiantes que ingresaron al HCU hasta que todos fueron dados de alta; 2 de ellos con supervisión médica, uno con reducción ortopédica de fractura de cúbito y otro con reducción quirúrgica de fractura de tabique nasal.
La Rectora visitó a los heridos que estaban en la Clínica Las Ciencias de Los Chaguaramos y decidió suspender las actividades de la UCV.
El Decano, por su parte, también suspendió las actividades de la FAU indefinidamente.
Mi reflexión acerca de lo vivido
Como una de las actividades promovidas dentro del espíritu del Paro Activo, el profesor de filosofía en la USB, Erick del Búfalo, tuvo la gentileza de aceptar la invitación que le hicieran algunos compañeros para que nos permitiera escuchar en la FAU su disertación que sobre el fascismo él había hecho hace pocos días en la Librería Lugar Común.
Su exposición, iniciada a las 10:10 am, fue magistral y amablemente pedagógica. Esclarecedora, equilibrada y sumamente responsable. Dos lecciones interpreto y destaco ahora de lo que trató de comunicarnos: una, que el fascismo se ejerce desde el poder de un Estado que identifica como enemigo a quien no lo reconozca y acepte con absoluta veneración; la otra, que la dictadura de las mayorías es oclocracia y eso nada tiene que ver con la verdadera democracia, la cual es el irrestricto respeto por los derechos universales del ser humano.
La asamblea de los estudiantes de Arquitectura fue un hermosísimo y valioso esfuerzo por poner en práctica una verdadera democracia, al desear reconocer, respetar y valorar la voz de quienes disienten de los propósitos y acciones del Movimiento Estudiantil, orientándose a la búsqueda de propuestas responsables que incluyan todas las versiones y procuren una conciliación entre todos los miembros de nuestra comunidad universitaria.
Los eventos posteriores a la asamblea me mostraron cómo el miedo y la rabia nos enajenan y nos ponen en situación de peligro y de peligrosidad hacia nuestros conciudadanos. Nuestras reacciones nos situaron al borde de una locura colectiva en contra de esos seis desconocidos que irrumpieron en nuestros espacios y que violentaron una de nuestras formas pacíficas de protesta.
El miedo hizo presa de nosotros durante toda la jornada. Desde temprano y en todo momento circulaban rumores de que un grupo de violento nos rondaba. Nuestras actividades eran un esfuerzo por sobreponernos a miedos y rumores, para acercar las posibilidades de situarnos en la precaria normalidad que teníamos antes del 12F. De hecho, lamentablemente, creo haber percibido el nerviosismo del Prof. Del Búfalo ante cualquier grupo de estudiantes que entraba al aula durante el desarrollo de su clase. Yo, al menos, reconozco que me sentía así.
La irrupción del grupo armado y violento dentro de la FAU es otro caso más de las agresiones que sufren la Universidad y la sociedad venezolanas por causa de la política que el “gobierno” (régimen) ha sostenido al fomentar y mantener grupos paramilitares, adoctrinados para atacar a una parte de la ciudadanía, bajo la excusa de “defender la revolución”.
Lo que vivimos ayer es sólo una fracción de la realidad que, en mayor escala y gravedad, han estado viviendo nuestros conciudadanos de San Cristóbal, Mérida, Valencia, Maracay, Ciudad Guayana, Altamira, Chacao, Los Ruices, Montalbán y tantas otras localidades más de nuestro país. Es apenas un pálido reflejo del miedo con el que diariamente viven nuestros conciudadanos habitantes de los barrios.
Desde otra perspectiva, a los datos concretos de más de setenta casos de actos vandálicos y criminales que han asediado a la comunidad y patrimonio de la UCV durante estos quince años, sin haber recibido justicia en ninguno de ellos, se suman el hecho de ayer en la FAU y las condiciones de allanamiento de nuestra autonomía ejecutada por fases por parte del régimen en todo este tiempo: insuficiencia presupuestaria plena, intervención política, discriminación y represión.
Esas circunstancias las compartimos por igual con las otras universidades autónomas del país (incluso me atrevería a afirmar que con todas las otras) y se han agravado por los hechos que agobian a la sociedad venezolana por causa de la incapacidad del funcionariato para cumplir con sus deberes, pues han provocado ruina económica de la Nación, imperio de la delincuencia, militarismo, violación de Derechos Humanos e impunidad. Es un funcionariato cuyo único objetivo político es detentar el poder por el poder, polarizando políticamente a los ciudadanos, fomentando la lucha de clases, para seguir subyugándonos a las miserias de sus perversiones.
Ante este panorama, en mi opinión, es evidente que la Universidad está prácticamente imposibilitada de cumplir con la misión que la sociedad le exige, por causa del brutal ataque que el régimen sostiene en contra de ella; pues es el único bastión que no ha podido conquistar para tener el control total y absoluto de todo el sistema institucional del Estado.
Es esta la verdad que actualmente los universitarios venezolanos estamos en el deber de reconocer y exponer ante el país: estamos enfrentados ante un régimen dictatorial militarista, oclocrático, autocrático, anómico, corrupto, forajido, de rasgos fascistoides y talante tiránico.
Es un régimen enemigo de la Universidad.
En este momento, esa es la sombra que la UCV y todas las Universidades venezolanas estamos en el deber de vencer.
Hernán Zamora
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