[Tomado del periódico mensual ibérico CNT, julio 2010 <periodicocnt.org>. Fue publicado en El Libertario, # 60, septiembre-octubre 2010, donde modificamos algunas palabras para hacer más comprensible su lectura de este lado del Atlántico.]
La red bulle de actividad. Hay plataformas, redes sociales de adhesión, de solidaridad, de repulsa, de compromiso. Creemos que podemos discernir la avalancha de información sobre todo lo que pasa en el mundo, pero la realidad es que somos y repetimos lo que una y otra vez nos dicen los Creadores de Opinión. La vida virtual se expande sobrevolando nuestros monitores de computadora, se hace cada vez más sólida a costa de vampirizar nuestras actividades en el mundo real, nuestra práctica relacional en la esfera física. Si las 44.000 personas que se manifiestan en Facebook como «contrarias a Esperanza Aguirre» (jefa de gobierno de la comunidad madrileña) estuvieran haciendo sentadas todas las semanas frente a la madriguera donde diseña su fraudulenta política regional, otro gallo le cantaría a la soberana de Madrid.
Cualquiera con un mínimo ramalazo de anarquía en sus venas debe vivir en un perpetuo asombro/asqueamiento (cada uno según su talante) por el conformismo hipócrita que nos rodea. Nuestros vecinos están encantados de vivir en esta democracia –aunque el estado del bienestar se desmantele a marchas forzadas-, están convencidos de tener libertad de expresión –pese a que los mass media pertenecen todos ellos a tres o como mucho cuatro holdings empresariales-, y satisfechos por las comodidades materiales que disfrutan –aunque ese disfrute pase por vender nuestra alma a un banco para el resto de la vida-. La red de redes, que aspira a ser el instrumento que nos ayude a ser omniscientes y preclaros, un ente multimedia y colectivo depositario del conocimiento, soliviantador de voluntades, es para la mayoría de nuestros vecinos, no nos engañemos, una prolongación de sus vicios y materialismos diarios: compras, cotilleos en plataformas sociales, noticias de los voceros oficiales de las corporaciones. Pero lo que es preocupante, lo que de verdad asusta, es el incremento de la oposición virtual. Páginas y páginas de encendidas protestas, powerpoints que pasan de mano en mano con los indignantes sueldos de los políticos o con las justas reivindicaciones de funcionarios, bomberos, recogedores de basura, plataformas en contra de los chupasangres politicastros… ¿Qué repercusión tienen en nuestras vidas estos mensajes? ¿Utilizamos el medio, o somos esclavos de él?
Ante la avalancha de información alternativa, corremos el riesgo de que lo que debería ser un medio, un revulsivo, se convierta en una finalidad en sí mismo: una protesta que empieza y termina en las páginas virtuales de nuestra computadora, un grupo numerosísimo de manifestantes virtuales que ejercen su derecho clickeando furiosamente frente a sus monitores, mientras que en la calle, robada a nuestras presencias, se enseñorean los dispensadores de comida basura, las vallas publicitarias y las colas en la puerta del INE (Instituto Nacional de Empleo).
Ninguna acción virtual, por virulenta que sea, puede sustituir a la acción directa, nuestra presencia física e incómoda en manifestaciones, en las concentraciones, en los piquetes. Los medios quieren robarnos lo poco que nos queda: la calle, el aire limpio o contaminado, el derecho a gritarles a la cara. Que nadie se llame a engaño: los gritos virtuales, por muy grandes que sean las letras y muy en negrita que estén, no incomodan ni enrojecen a nadie. Es en los lugares de trabajo, en la calle que es nuestra, donde tenemos que gritarles todo nuestro descontento. Para que no puedan olvidarse tirando simplemente del enchufe.
La red bulle de actividad. Hay plataformas, redes sociales de adhesión, de solidaridad, de repulsa, de compromiso. Creemos que podemos discernir la avalancha de información sobre todo lo que pasa en el mundo, pero la realidad es que somos y repetimos lo que una y otra vez nos dicen los Creadores de Opinión. La vida virtual se expande sobrevolando nuestros monitores de computadora, se hace cada vez más sólida a costa de vampirizar nuestras actividades en el mundo real, nuestra práctica relacional en la esfera física. Si las 44.000 personas que se manifiestan en Facebook como «contrarias a Esperanza Aguirre» (jefa de gobierno de la comunidad madrileña) estuvieran haciendo sentadas todas las semanas frente a la madriguera donde diseña su fraudulenta política regional, otro gallo le cantaría a la soberana de Madrid.
Cualquiera con un mínimo ramalazo de anarquía en sus venas debe vivir en un perpetuo asombro/asqueamiento (cada uno según su talante) por el conformismo hipócrita que nos rodea. Nuestros vecinos están encantados de vivir en esta democracia –aunque el estado del bienestar se desmantele a marchas forzadas-, están convencidos de tener libertad de expresión –pese a que los mass media pertenecen todos ellos a tres o como mucho cuatro holdings empresariales-, y satisfechos por las comodidades materiales que disfrutan –aunque ese disfrute pase por vender nuestra alma a un banco para el resto de la vida-. La red de redes, que aspira a ser el instrumento que nos ayude a ser omniscientes y preclaros, un ente multimedia y colectivo depositario del conocimiento, soliviantador de voluntades, es para la mayoría de nuestros vecinos, no nos engañemos, una prolongación de sus vicios y materialismos diarios: compras, cotilleos en plataformas sociales, noticias de los voceros oficiales de las corporaciones. Pero lo que es preocupante, lo que de verdad asusta, es el incremento de la oposición virtual. Páginas y páginas de encendidas protestas, powerpoints que pasan de mano en mano con los indignantes sueldos de los políticos o con las justas reivindicaciones de funcionarios, bomberos, recogedores de basura, plataformas en contra de los chupasangres politicastros… ¿Qué repercusión tienen en nuestras vidas estos mensajes? ¿Utilizamos el medio, o somos esclavos de él?
Ante la avalancha de información alternativa, corremos el riesgo de que lo que debería ser un medio, un revulsivo, se convierta en una finalidad en sí mismo: una protesta que empieza y termina en las páginas virtuales de nuestra computadora, un grupo numerosísimo de manifestantes virtuales que ejercen su derecho clickeando furiosamente frente a sus monitores, mientras que en la calle, robada a nuestras presencias, se enseñorean los dispensadores de comida basura, las vallas publicitarias y las colas en la puerta del INE (Instituto Nacional de Empleo).
Ninguna acción virtual, por virulenta que sea, puede sustituir a la acción directa, nuestra presencia física e incómoda en manifestaciones, en las concentraciones, en los piquetes. Los medios quieren robarnos lo poco que nos queda: la calle, el aire limpio o contaminado, el derecho a gritarles a la cara. Que nadie se llame a engaño: los gritos virtuales, por muy grandes que sean las letras y muy en negrita que estén, no incomodan ni enrojecen a nadie. Es en los lugares de trabajo, en la calle que es nuestra, donde tenemos que gritarles todo nuestro descontento. Para que no puedan olvidarse tirando simplemente del enchufe.
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