Daniela Romero http://www.hojablanca.net/elpaisdeldisimulo /2014/02/26/indignacion-en-el-pais-cuartel/#comments
La muerte es la que ronda en las calles de Venezuela, nadie
apuesta a otra cosa diferente. En medio de este caos, lo único que me queda
claro es que la gente no vive a diario sino que muere un poco cada día.
Pareciera que la sentencia de todos los venezolanos está escrita con fecha
reciente.
A pesar de que el índice de analfabetismo indica un 0%, el
leer y escribir no manifiesta ese complejo y necesario tópico de educar a un
país, por ende me desligo de eso y de cualquier asunto panfletario que crea que
la educación es que la gente sepa que si juntas vocales y consonantes se forma
una palabra.
Salir a la calle con la sensación de inseguridad es una
tortura diaria, un malestar que acompaña a todos los que salen a transitar su
sector. La inseguridad nos aqueja por varias problemáticas que son consecuencia
de una mala jugada: la falta de educación, ese es un asunto sin arreglar. A pesar
de que el índice de analfabetismo indica un 0%, el leer y escribir no
manifiesta ese complejo y necesario tópico de educar a un país, por ende me
desligo de eso y de cualquier asunto panfletario que crea que la educación es
que la gente sepa que si juntas vocales y consonantes se forma una palabra.
Aquí las empresas cierran todos los días por falta de
divisas y el empleo de todos pende de un hilo finísimo; la inflación es más
alta cada vez, el dinero y los incrementos salariales son inútiles para satisfacer
el encarecimiento de los productos más básicos. El dólar oficial marca 11
bolívares y el dólar negro se cotiza en 87; este último es por el que se rige
el país, pues el control cambiario es cada día más riguroso: el gobierno nos
controla el bolsillo y, por tanto, la voluntad.
Encender el televisor para conseguir información veraz es un
asunto fallido. Siempre he criticado a algunos medios por tergiversar la
verdad, pero en este caso, ni siquiera se presenta una noticia a medias; la
irresponsabilidad de la mala información proviene del gobierno, quien amenaza
constantemente con juicios legales a todo aquel que quebrante su política de
censura. Esta misma situación se repite con la radio y los periódicos que, por
si fuera poco, gracias a la falta de divisas no se imprimen porque no hay
papel.
Como consecuencia de un mal gobierno hemos tenido una semana
agitada. La violencia que se ha desatado en el país no es ni siquiera la que se
menciona en los medios; tanto es así, que la incertidumbre es considerada la
única noticia veraz y la represión es la política pública más eficaz. Con este
panorama, parte de la población insiste en salir a protestar porque existen
innumerables razones para unirse: la escasez, la violencia, el militarismo, el
desatino del Presidente, la violación de Derechos Humanos, la inflación, el
control cambiario, el desempleo, la crisis de salud, la decadencia del sistema
educativo, el neoliberalismo, el mal sistema carcelario, la crisis económica,
la pobreza… en fin, estamos tan mal, que si existiera algún progreso del
gobierno, sería totalmente opacado por las consecuencias de este atraso
generalizado.
La gran mayoría de los que nos unimos a la protestas tenemos
conciencia de lo que ocurre y repudiamos a los que buscan la violencia. También
repudiamos las protestas que se venden como ‘la salida’, porque no caemos en
trampas ni le damos razones al gobierno para criminalizar a la disidencia con
eso de tener un plan conspirador para tumbar al Presidente; además, esos
radicalismos se los dejamos a los desesperados, a los que no construyen país, a
los que piden intervención gringa, a los que la soberanía les parece un adorno
patrio.
Debido a la desinformación de los noticieros, quienes
reportan los avances del mundial de fútbol en vez de la situación real, las
redes sociales intentan hacer el trabajo de informar y así se llenan las
cuentas de fotos y anuncios con los desaparecidos y detenidos, esos que nos
llenan de temor y reviven la posibilidad de que se esté practicando la tortura.
En varias fotos de las que circulan he podido reconocer a un par de amigos, en
otros, sin ni siquiera conocerlos, reconozco una parte de mí. El llanto de sus
madres se escucha cerquita, el lamento de sus padres se siente en las puertas
de los tribunales de justicia esperando buenas noticias de los jóvenes. Esto le
parte el alma a cualquiera.
Entre tanto desconcierto los “ismos” salen a relucir, se
comienza a pedir el nacimiento de líderes imposibles y se apunta a una fe en la
milicia, ya sea para que reaccione y se una a la disidencia o para que defienda
a la revolución chavista. Es triste ver cómo la esperanza de algunos todavía
está puesta en los cuerpos armados, pues ellos no saben de paz ni de
ciudadanía, su naturaleza es la antesis de la estructura civil. Por otro lado,
existe una temerosa cautela en aquellos izquierdistas que tienen miedo a
criticar este proceso decadente sólo por no ser tildados de burgueses o porque
no lo metan en el saco de los adeptos de la derecha. Acabar esta censura ha
sido una responsabilidad ignorada por aquellos que pertenecen a la izquierda
caviar.
En todos los lados se manifiesta la necesidad de un líder;
el chavismo se aferra a Maduro convencido de que apostarle su gobierno, es
volver a las políticas de antaño. Por otro lado, la oposición se pasea entre la
representación serena de Henrique Capriles o el ardor de Leopoldo López; hay
gente que prefiere verse en ambos. Esta dinámica tiene una lógica que no merece
estigma alguno, pues el país está acostumbrado a que debe medirse todos los
años en unas elecciones; por ende, consideran un deber ciudadano encontrar un
líder por quien votar. De lo que no se han dado cuenta, es que entre esta
búsqueda innecesaria se desvanece el ideal del ciudadano, en el que la lucha se
hace desde cada individuo, desde sus trincheras, desde sus verdades, desde su
propio cambio. Lo que no saben es que están buscando algo que ya tienen, porque
sus mejores líderes son ellos mismos, que entre los escombros intentan
reconstruir un país con las uñas donde el miedo no tenga cabida nunca más.
Mientras realizo este escrito me distrae el olor a bomba
lacrimógena. Me distraen los gritos de la gente, el humo y el sonido de
disparos. Me distrae la idea de que aquí no hay ninguna izquierda, ni ninguna
revolución, que estamos sumergidos es un profundo caos que no atañe a
ideologías de ningún tipo.
Siempre que salimos a protestar ya tenemos las batallas
perdidas, la disidencia está acostumbrada a que son 15 años de militarismo y
que seguir en la pelea se ha convertido en un asunto de fe. Sabemos que el
resultado de todos los procesos es la implementación de más leyes y el cerco de
las libertades; pero también sabemos que no cuesta nada sumarnos a una batalla
más para ver si esta vez gana el ciudadano de a pie, el verdadero pueblo y no
esa elite que se lucra de todo el conflicto. De todo este escenario no sabemos
lo que lo que viene, es difícil medir consecuencias. Lo único que tenemos
claro, es que para seguir en este país hay que lucharlo, hay que quererlo y hay
que vivirlo aunque duela.
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