Por Jorge Drexler
http://drexlerjorge.tumblr.com/post/77495807280/carta-de-mi-prima-venezolana-hija-de-exiliados
Carta de mi prima venezolana (hija de exiliados políticos de la dictadura uruguaya) en la cual nos explica a la familia la grave situación en Venezuela en estos días. Recomiendo su lectura.
http://drexlerjorge.tumblr.com/post/77495807280/carta-de-mi-prima-venezolana-hija-de-exiliados
Carta de mi prima venezolana (hija de exiliados políticos de la dictadura uruguaya) en la cual nos explica a la familia la grave situación en Venezuela en estos días. Recomiendo su lectura.
Solos
Por estos días vi la foto de los presidentes
latinoamericanos posando con Raúl Castro en Cuba. Una foto por decir lo menos
curiosa, de varios hombres y mujeres que en su mayoría pasaron media vida
tratando de convencer a sus conciudadanos de que eran la mejor opción de
gobierno en sus países, luchando por sus ideas justas o injustas, ganando con
enorme esfuerzo unas elecciones, que sonreían junto al designado heredero de la
monarquía cubana. Como siempre que veo una cosa así, me acordé de Yoani
Sánchez, me la imaginé en el piso de un carro recibiendo patadas en la cara,
aquella vez que se la llevaron por andar escribeindo un blog, y me pregunté si
la lluvia de golpes sería tal vez distinta si ella supiera que quien iba a
salir mañana a defenderla y a acusar a los esbirros del régimen no era,
digamos, la bestia de George Bush. Yo cuando pienso en los cubanos siempre
termino diciéndome lo mismo: solos, los dejamos solos.
Eso de la foto fue antes de que empezaran las protestas en
Venezuela. Claro que yo no iba a a protestar, no porque no sobren razones, sino
porque me parecía que se estaba llamando a tumbar el gobierno. Entonces fue
cuando otra vez, otra muchacha de la universidad en el Táchira fue atacada por
unos malandros en pleno día, estuvo a punto de convertirse en otra de las
decenas de miles de personas asesinadas por año en Venezuela (las cifras son
oficiales), y los muchachos dijeron basta. Y salieron, protestaron, se portaron
mal, quemaron cauchos, trancaron calles. Agarraron a unos cuantos, y los
mandaron, sin proceso alguno, directamente a la cárcel de Coro a mil kilómetros
de distancia. En una de esas demostraciones del surrealismo venezolano a las
que nos hemos acostumbrado últimamente, los presos hicieron una protesta
violenta y dijeron que esos muchachos no podían entrar en la cárcel, aquí solo
hay criminales, dijeron, los estudiantes no deben estar aquí.
Así empezó todo, y aquí en Mérida esa misma tarde estaban protestando los estudiantes. Y salió Leopoldo López a llamar a una marcha. Tampoco iba a ir, no me gusta nada Leopoldo López, aunque tengamos enemigos comunes, y pienso que Henrique Capriles tenía mucha razón y mucho valor en llamar a que no se saliera a descargar la frustación sin ton ni son, arriesgando la vida de los estudiantes. Pero resultó que la noche anterior a la marcha salieron con mas fuerza que nunca los llamados “colectivos”. En Mérida se llaman Tupamaros. Todos los conocemos. Tienen motos, andan de a dos. El de atrás lleva el arma. Se cubren la cara. La mayoría viven en unos edificios que antes eran residencias de estudiantes, y donde ahora la policía no entra. Tienen también un “brazo civil”, digamos, que participa en las elecciones. Esa tarde salieron, rompieron las puertas de un edificio donde viven varios amigos míos, entraron con las motos. Disparando. Así en varios edificios donde viven estudiantes que salen a protestar siempre. Se pasearon por la ciudad, y las “ballenas” anti disturbios de la policía venían detrás de ellos apoyando. El patrón se ha repetido en todos estos días de manifestaciones en todo el país: sueltan a los colectivos adelante, con las motos, armados, y la guardia nacional viene atrás. Lo que pasa es que yo vivo aquí en Mérida y eso no lo vi en una foto de twitter: lo vi.
Por eso yo fui a la marcha, vestida de blanco como todos. No
porque hay una conspiración del imperio para tumbar a Maduro en la que yo
participo, ni porque me convencieron con un folletito de la CIA de dejar de ser
la hija de un exiliado político de la dictadura uruguaya para convertirme en
una fascista de la ultraderecha, para usar el término con que me llama nuestro
presidente. Salí, con miedo eso sí porque las balas no me gustan, a decirles a
los criminales de las motos que la ciudad no es de ellos, es nuestra, que
podemos caminar por sus calles cuando queremos, que no pueden decirnos con sus
motos y sus pistolas adónde no ir. Salí porque si mi padre estuviera vivo,
habría salido conmigo del brazo con los estudiantes. Y fue hermoso, y cantamos,
y se nos unió toda la ciudad en la manifestación más grande que se había visto
hasta entonces. Y entonces vino la noche, y de nuevo salieron las motos. Me
llamó una amiga, atrincherada en su apartamento: vienen los “tupas”, y la
policía los proteje, y quién nos defiende a nosotros.
Los tupas. No escogieron el nombre por casualidad. Lo escogieron sabiendo que hay muchos, demasiados, tristes intelectuales de la así llamada izquierda latinoamericana, para quienes el discurso y el nombre lo es todo. Usted dice tupamaro, y ellos piensan en los torturados de la dictadura uruguaya, no en los muchachos que salieron ayer mostrando las heridas que la Guardia Nacional Bolivariana les hizo cuando los detuvo. Son el tipo de gente que si usted le dice guerrillero, ellos piensan en un joven buenmozo de barbita con una boina negra y su estrellita blanca, no en un anciano narcotraficante colombiano sin escrúpulos que es capaz de secuestrar niños para llevarlos a pelear a la selva. Son el tipo de gente que piensa que Chávez nacionalizó el petróleo venezolano y nunca se fijaron en la fecha. Son gente a la que usted les dice que los políticos venezolanos de oposición no salen en ninguna televisión venezolana desde hace meses porque está prohibido, y dicen: ah, pero. Y uno sabe que si mañana en su país prohibieran aparecer a los políticos de oposición, se indignarían. Que no estarían contentos si supieran que la tercera parte de los ministros de su país son militares, que oficialmente no hay separación de poderes, que el jefe del ejército juró que la oposición jamás ganaría una elección en este país, que la presidenta del Consejo Nacional Electoral celebra todos los años el aniversario del golpe de estado que quiso dar Chávez, y me paro porque la lista es larga.
En este momento en las calles de Venezuela está ocurriendo
una tragedia. No es que hay disturbios y la policía antimotines dispara bombas
lacrimógenas y muere alguno, no es eso, que lamentablemente pasa en todo el
mundo a cada rato. Es que hay grupos armados financiados por el estado,
disparando y matando. Y hay una censura informativa total. Debería bastar que
se supiera eso, debería bastar saber que en Táchira cortaron internet y
sobrevuelan las ciudades aviones de guerra, que cerraron las emisoras de cable
que daban noticias, debería bastar saber que están atacando a los periodistas,
que hay estudiantes muertos, para que el intelectual de izquierda levante por
fin los ojos de su enésima edición de “Las venas abiertas de América Latina” y
mire alrededor, descubra que el siglo es el 21, que el muro de Berlín cayó, que
los muchachos de la Sierra Maestra envejecieron y ahora no dejan a sus nietos
gobernar, ni escribir un periódico nuevo, ni salir de su país, ni fundar un
partido político, ni gritar abajo el gobierno. Que si en Venezuela no hay ni
pan ni medicinas ni leche no es porque Obama está conspirando día y noche
contra nosotros. Que somos perfectamente capaces de hundir económicamente un
país sin ayuda de ninguna transnacional imperialista. La gente aqui piensa que
los gobiernos latinoamericanos no dicen nada ante las atrocidades de este
momento en Venezuela porque tienen intereses económicos. Yo pienso que no, yo
pienso que es por la misma razón por la que se sacaron la foto aquella: porque
viven en el siglo pasado.
Sí, Maduro dice que yo soy una fascista violenta de la
ultraderecha que esta en una conspiración internacional para tumbar su
gobierno. Que lo diga. Yo mañana vuelvo a salir con los muchachos, a exigir al
gobierno que desarme a los colectivos, a decir que las calles son nuestras, a
recordar a la estudiante que murió con una bala en la nuca, a darle fuerza a la
otra que perdió un ojo. Y saldré con el mismísimo exacto orgullo, inocencia y
alegría con que salen todos los estudiantes de América Latina a gritar viva la
U, viva la Universidad, muera la bo, muera la bota militar. Y no, no les voy a
explicar a los izquierdistas nostálgicos lo que pasa, ni les voy a mostrar los
videos y a jurarles que es verdad, ni me voy a sentar a discutir con ellos
cosas tan elementales como el derecho a la libertad de expresión, porque estoy,
estamos, hartos. Está a la vista, mírenlo, mírennos. Estoy segura de que habrá
(que hay) muchos que entiendan, y que esos no nos dejarán solos.
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