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viernes, 24 de enero de 2014

Recado al "menistro" que tanto admira a la medicina cubana


Nota previa de El Libertario:

Parafraseando una afortunada expresión de Andrés Eloy Blanco sobre los diputados bisoños, no hay nada más ruidoso que un ministro nuevo. Eso lo ha confirmado el abogado Héctor Rodríguez, quien a poco de encargarse de la cartera de Educación - área en la cual nadie sabe de sus competencias y saberes - se soltó con una perorata pública el pasado 13/1/2014, en donde afirmó textualmente:
«En el tema de la salud hemos avanzado muchísimo, sobretodo a nivel primario y en gran parte es gracias al apoyo de lo médicos cubanos que están en el país. Pero, en la actualidad, no tenemos la capacidad de atender esa área con los médicos venezolanos, ya que falta experiencia, experticia y capacidades técnicas.» <http://www.noticias24.com/venezuela/noticia/217155/hector-rodriguez-los-logros-de-la-salud-se-los-debemos-a-los-medicos-cubanos>.

Ya la Academia Nacional de Medicina replicó energicamente en nombre del gremio aludido por la deposición ministril <http://ucvnoticias.ucv.ve/?p=24703>. Pero, además de esa y otras respuestas sobre el tema originadas en Venezuela, faltaría saber qué se dice en la propia isla caribeña, por parte tanto de los que prestan como de quienes reciben esos servicios médicos tan loados por el funcionario de marras. Presentamos entonces los recientes testimonios esclarecedores de un profesional de la salud y de una usuaria que, en directo desde Cuba, relatan la experiencia cotidiana de la práctica médica en aquellos lares...



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Unos zapatos que están por reventar

Rogelio M. Díaz Moreno

Periódicamente se pone en boga el tema de los servicios médicos en Cuba y su calidad. Más o menos se puede distinguir el hecho, objetivo, de que no hay que abonar alguna suma al asistir a una consulta, o cuando se le practica al paciente una operación u otro tratamiento en el hospital. Por otro lado, se aprecia cómo al cubano le puede llegar a salir, sin embargo, bien cara la posibilidad de sufrir alguna enfermedad. Esto se desprende del hecho de que el sistema médico nacional se mantiene a cuenta del trabajo y los salarios no pagados a la masa de trabajadores, amén de los gastos en que se incurre para llegar al centro hospitalario, refuerzo de comida, dotación de sábanas y otros insumos que faltan en tantos hospitales, y sin olvidar algún regalo que los pacientes intentan ofrecer, a la medida de sus posibilidades, a sus médicos.

Los trabajadores de este sector tenemos la perspectiva de estar, ora en los zapatos del que atiende en una clínica, ora en los del paciente atendido. Sin pasar por esta experiencia, es muy sencillo criticar y condenar actitudes de negligencia y desidia, que es cierto que no faltan. El ciudadano vendedor-plomero-chofer-electricista-albañil-artista, exige una atención médica de primera calidad, una sonrisa en nuestro rostro, todo el tiempo y las consideraciones del mundo y sin que se le haga esperar mucho. Sin embargo, el problema es mucho más complicado.

El doliente criticará, y reconocemos que tiene toda la razón del mundo, cuando los profesionales no le ofrecen la atención que merece. Por eso no puedo rebatirle a mis familiares, a mis amigos, a mi propio yo, cuando todos nosotros estamos del lado del paciente maltratado. Pero si solo nos quedamos en ese nivel, estamos olvidando que el médico, y el técnico, y demás profesionales de apoyo, son solo un eslabón, puede que oxidado, en una cadena. Y toda la cadena está extremadamente oxidada, desde el desabastecimiento de medicamentos, reactivos, las dificultades de accesos a tantos servicios, el estado de las instalaciones, entre otros muchos, que no son responsabilidad propiamente del médico.

Se puede comentar, para enfatizar por lo más obvio, cómo los salarios del personal de salud cubren solamente una fracción mínima del costo de la vida. Cualquier cantidad ínfima de víveres en un mercado nos cuesta tres o cuatro días del sueldo, y por cualquier arreglo elemental de la plomería, electricidad, de un equipo electrodoméstico, o de albañilería doméstica que necesitamos, se nos exige abonar el ingreso de una semana, dos, o todo el mes. Llegar al trabajo requiere de estresantes maniobras con el transporte público, pues los vehículos particulares simplemente están fuera del poder adquisitivo del médico. Las opciones recreativas y turísticas de calidad, así como muchos espectáculos culturales, resultan un sueño inalcanzable por sus inalcanzables precios en una moneda 25 veces más cara que aquella en la que nos pagan.

Se puede encontrar sin dificultad otros escritos que se extiendan en las malas condiciones de trabajo, la alimentación, el estado constructivo, etc., así que no vamos a extendernos en ello. Y todavía no se ha mencionado muchos problemas escondidos tras bambalinas, de agobios burocráticos, incomprensiones del aparato estatal administrativo o simplemente indolencias, demagogias y abusos, que deben sufrir el médico y sus compañeros de trabajo. El caso es que, en esas condiciones, con esos salarios, al quitarse los zapatos del que debe ser atendido y ponerse los zapatos del que atiende, se notará una apretazón más allá de lo descriptible, tal que parecerá un milagro, una hazaña extraordinaria, que en esas circunstancias, exista siquiera algún tipo de disposición para ejercer el servicio que, de alguna forma buena, mala, regular, todavía se brinda.

Inserto una anécdota cuya veracidad me consta. En cierto hospital ofrecen con cierta frecuencia, como postre a los trabajadores, un plato consistente en la semilla de un mango, en almíbar. No sé si la pulpa se queda en una fábrica de compotas, que manda el subproducto al hospital, o si son los turistas los que disfrutan de las sabrosas tajadas del fruto tropical. Lo que sé es que a los trabajadores del hospital les tocan las semillas. Por pura lástima no nos están dando también las cáscaras.

Por eso me encantaría que la solidaridad fuera mutua, que se extendiera horizontalmente, en todos los sentidos, y que ciudadanos-dolientes y ciudadanos-profesionales de la medicina, hicieran causa común. En lugar de tomarla solamente con el lado visible a su sufrimiento, el doliente podrá hacer acopio del altruísmo que se nos exige, del espíritu humanitario y todo lo demás, y acompañarnos en una demanda nacional para rescatar la dignidad del trabajo del profesional de la medicina. Ese profesional es el que, al final, le salva la vida a tantos como le alcanzan sus energías, aunque sea con cara de vinagre; ese, para realizar el trabajo que muchos encuentran insatisfactorio, tiene que aceptar vivir a un nivel de sacrificio que no todos están dispuestos a asumir.

Se ha dicho que esto es temporal y pronto los trabajadores de la salud recuperarán su preeminencia en la pirámide social. Se ha dicho, y se ha repetido, desde hace más de veinte años. Si algo se ha apreciado en este plazo, es que esas son palabras vanas, promesas sin capacidad de tornarse realidades. Alternativamente, se nos ha abrumado con discusos y llamados a la conciencia y a la austeridad y al estoicismo, como para convencernos de que una vida de siervo es la mayor recompensa a la que se puede aspirar, y pensar otra cosa es indigno de un revolucionario. Esto, de parte de las mismas autoridades que proclamaban, en los albores de la revolución triunfante en 1959, que el nuevo gobierno traería la prosperidad. En particular, los médicos (y otros técnicos apreciados por su impacto profesional) tendrían un buen nivel de vida, vivienda y acceso a todas las posibilidades culturales y espirituales que se están formando en la Nación (1). Y, para variar, se ha dicho que la culpa de que no sea así la tiene el imperialismo yanqui, y el bloqueo, y que quejarse de nuestras desgracias es anticubano o algo así.

Pero resulta luego que no tenemos un pelo de tontos, y percibimos que esa pobreza, que sería culpa del bloqueo, no es para todos. Cuando se conoce que los hijitos de papá intervienen en torneos de golf en reputados circuitos, podemos calcular cómo el precio de esa inscripción cubre fácilmente más de treinta meses de nuestros salarios. Cuando nos ponemos a pensar cuántos recursos se han malgastado en obras hijas del delirio y la mala planificación, en movilizaciones políticas que terminaron desmovilizando y enajenando a las personas, en políticas económicas irracionales que arruinaron industrias y territorios, nos preguntamos, si seguiremos pagando aquí abajo los platos rotos. Encima de todo, ahora se percibe un viraje en el discurso tradicional y se elevan loas al socialismo de la prosperidad. Esto vale para entusiasmar a las personas a que monten sus propias iniciativas empresariales y hagan sus negocios y prosperen económicamente si antes ganan en la dura competencia del mercado, pero eso es otro tema; bien, para los profesionales de la salud, ¿cuándo llegará la prosperidad?

Hoy día, como es sabido, son los servicios médicos la principal fuente de ingresos del país, por encima del turismo y las remesas. ¿Dónde está la retribución a los que mantenemos esta industria viva? ¿No se suponía que los que más aportáramos, recibiéramos más?

Sin ser capaz de elucubrar, por ahora, soluciones brillantes a tan serios problemas, seguiré acumulando razones para la zozobra. ¿Se acuerdan del otro pilar del discurso actual de lo que llaman Socialismo, en Cuba? Me refiero a la educación, que igualmente pasó o, mejor dicho, todavía atraviesa malos tiempos. Sin embargo, ha surgido todo un aparato educativo paralelo, privado, al abrigo de las reformas económicas que permiten la labor de los maestros particulares.

Era obvio. El estamento que progresa en la economía emergente quiere lo mejor para sus hijos, y las escuelas del Estado no satisfacen sus expectativas. La prole de las mismas clases superiores no siempre se encontraba a sus anchas o le sacaba todo el provecho a las academias de élite existentes en institutos vocacionales y universidades (hay que hacer la salvedad de que estas instituciones también estaban abiertas al hijo de Liborio, si manifestaba aptitudes suficientes). Por lo tanto, incluso antes de la apertura y legalización de la docencia por cuenta propia, miríadas de niños y adolescentes de familias pudientes pagaban los respectivos repasadores. Ello ocurría a pesar de que, en esa etapa, no escaseaban los anatemas y los llamados a descontinuar dicha práctica. Ahora la educación privada es toda una industria, que crece en cantidad y nivel organizativo y le discute espacios al aparato estatal, en comparación con el cual lo único que le falta es la potestad de extender certificados reconocidos oficialmente, de nivel escolar vencido.

¿Qué semillas están creciendo ahora en el terreno de la atención médica? Es por ahora ilegal, y oficialmente recibe fuertes condenas morales, pero se escucha un número significativo de comentarios respecto a profesionales de la medicina que cobran por prestar sus servicios de una forma, llamémosla así, más amigable, que a través de las instituciones oficiales. Esto, por supuesto, sobrepasa en mucho la posibilidad, comprensible, del agradecimiento a un médico a través de un regalo según las posibilidades del paciente. Esto implica ya una relación absolutamente distinta, la de la mercantilización del servicio.

Esto, en el campo de la educación, como señalamos, primero existió y después se hizo legal. ¿Qué ocurrirá entonces en el terreno de la atención médica? Considérense los planes de tantos cerebros de la economía, de desatar los nudos de las fuerzas productivas a cualquier precio; la presión de los nuevos ricos, los nuevos empresarios y hacendados, que desean que sus familias se atiendan con tanta calidad como la de los altos dirigentes. Dado que las capacidades de las clínicas de élite son limitadas, y la red de salud nacional más bien va para atrás que para adelante, con tanto recorte y racionalización, ¿cuál creeríamos que será el resultado? Con el creciente intercambio de viajeros, dineros y mercancías que incluyen medicinas; con el poderío económico empotrando firmemente sus fueros en la ideología; con el descontento de los profesionales de la medicina y el de los pacientes que existe hoy día sin solución a la vista; más la incapacidad manifiesta del Estado de transformar significativamente el orden de las cosas en este campo manteniendo los principios de universalidad y gratuidad, no sería extraño ver de aquí a unos años cómo se va imponiendo, seguramente de manera solapada, una apertura privada a la práctica médica.

No encuentro la capacidad de prever claramente ninguna de estas circunstancias en el futuro. No me vienen a la mente, por más que me la exprimo, soluciones claras y tangibles. Solo sé que en el suelo más favorable están plantadas las semillas más peligrosas. Prever y nombrar un peligro puede ayudar a exorcizar el fantasma, a que se discutan y aparezcan soluciones. Puesto que el problema puede reventar, como un pequeño planeta atacado por gruesos baobabs. O como unos zapatos viejos, gastados, y demasiado apretados en unos pies que ya no los soportan.

Notas:

(1) "Informe en la Reunión Nacional de Médicos, del Dr. José Ramón Machado Ventura, Ministro de Salud Pública en 1961". En Fundamentos políticos ideológicos de la salud pública revolucionaria cubana. Compilación de Francisco Rojas Ochoa. Editorial Ciencias Médicas, La Habana, 2009

[Tomado de http://observatoriocriticodesdecuba.wordpress.com/2013/06/13/unos-zapatos-que-estan-por-reventar]


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La salud aquí en casa

Rosa Martinez

 “Los cubanos se quejan tanto de la salud porque es gratuita.” Esas fueron las palabras de una doctora, amiga de la familia, cuando le dije: “María, cada día son más las opiniones negativas de la población relacionadas con nuestro servicio de salud, especialmente, referidas a los médicos.”

La doctora dijo que los que tanto se quejan de la salud en Cuba deberían ir por unas semanas a cualquier país de Latinoamérica para que vean los miles de niños que mueren por enfermedades que en Cuba ni siquiera se conocen, o los miles de dólares que cuesta cualquier operación por sencilla que sea.

“Hasta para hacerse análisis de sangre hay que pagar. Mientras estuve en Guatemala escuchaba con horror la cantidad de casos que morían en hospitales privados porque llegaban accidentados o con enfermedades graves y por no tener seguro médico ni dinero no recibían atención alguna. Quizás si vieran todo lo que ocurre con la salud en el resto el mundo protestaran menos y agradecieran más,” dijo molesta por el tema de conversación.

María es doctora y, por supuesto, no le gusta que se opine mal del sector que defiende con tanto amor, trabajo y sacrificio. Es verdad que nuestro sistema de salud es uno de los más grandes logros de la Revolución que triunfó en 1959, y no solo por ser gratuita, aunque cuesta mucho, sino por los cuantiosos recursos materiales invertidos en la preparación del personal médico y paramédico, por la calidad de los equipos, que se pueden comparar con los de cualquier país desarrollado del mundo.

Recientemente se han invertido millonarias sumas de dinero en reparar antiguas y abrir nuevas obras de salud pública, en la capacitación del recurso humano y en la producción de medicamentos, buscando siempre un servicio de excelencia con tecnología de primera línea.

Impresionan los miles de colaboradores que enarbolan la bandera del internacionalismo y prestan ayuda en varias naciones del mundo, en los parajes más abruptos de la geografía mundial donde hacen gala de su profesionalismo, sensibilidad humana y total entrega hacia la especia humana.

Recuerdo con cariño un reportaje pasado por la televisión cubana en el que una doctora matancera hablaba de la cantidad de kilómetros que recorría diariamente y las peligrosas travesías en canoa, el peligro ante la posible infestación de tantas enfermedades en aquel lugar; pero su expresión era de mucha satisfacción por estar ayudando a los más desfavorecidos del hermano país boliviano.

El problema está cuando no ocurre lo mismo contigo, cuando vas buscando a un especialista en tu área de salud y no puedes acceder a él, cuando eres maltratado, por un médico que gratuitamente se formó, en una institución de salud que con tanto esfuerzo el Estado construyó.

Hace solo unos días, necesitaba de los servicios de un urólogo en el Hospital General Docente Dr. Agostinho Neto de la ciudad de Guantánamo. Varios especialistas conversaban animados en una salita y contaban agradables historias.

“Buenos días,” dije.

“Buenas,” me respondieron los 5 hombres sin mirarme. No me dejaron explicar siquiera qué quería, continuaron en su apasionada charla, sin hacer caso de la intrusa.

Ahí estuve casi dos horas, el urólogo nunca llegó. En el primer piso también lo esperaban sus pacientes; ellos, igual que yo, tuvieron que volver a sus casas y regresar otro día con mejor suerte.

Me contó también una vecina que al acudir con su hija a la consulta de Psiquiatría, y pedirle una nueva prescripción al especialista porque la actual no surtía efecto en la paciente, este respondió: “Solo puede pedir algo quien traiga algo.”

Tengo una tía política que debutó diabética y estuvo más de 15 días ingresada. Salió de alta del hospital con la glicemia todavía elevada y sin que la valorara un clínico. Cuando le pregunté cómo se había ido sin recibir la atención del clínico, me dijo que estuvo varios días esperando y el especialista nunca apareció, y ante tanta demora, se cansó y decidió irse para su casa. “Si no te conociera, no te creyera,” le dije asombrada.

Lo cierto es que de nada vale que en Cuba se tengan garantizados gratuitamente los servicios de salud y se enorgullezca como país, al prestar ayuda solidaria en otros que lo necesitan tanto o más, si se aprecian fisuras e incongruencias en el sistema de salud pública que unos pocos tratan de manchar, sin importarles las consecuencias, o maltratos por doquier y hasta médicos inescrupulosos que exigen prebendas a los pacientes.

Por lo visto, la excelencia en la salud cubana tiene manchas que cada día se hacen más profundas, y no se tratan en los medios de comunicación, que permanecen en silencio ante el disgusto de la población, que se ve obligada a adoptar actitudes como las narradas aquí o a ser cómplices y corresponder ante otras para resolver su necesidad. Nada que, en casa del herrero…

[Tomado de http://www.havanatimes.org/sp/?p=10285]

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