"Juan Crusao"
[El gaucho, personaje mítico que vagaba libremente por las pampas suramericanas, fue acorralado en el Siglo XX por el avance del capitalismo, transformándose poco a poco en trabajador rural, en dócil siervo de quienes se apropiaron de la tierra. La Carta Gaucha -publicada por 1ª vez en 1928- es el gran manifiesto de rebelión frente a ese proceso; no había trabajador migrante que no la hubiera llevado alguna vez entre su escaso equipaje, para leerla con sus compañeros alrededor del fogón, o para dejarla en un rincón, una alcantarilla, o bajo un puente, donde seguramente otro compañero pasaría por allí y buscaría en el lugar habitual “las novedades de la propaganda”. Estaba escrita para los gauchos en su propio dialecto, como nos señala su autor: «Y estoy seguro que mis paisanos me han d`entender mejor a mí, qu`escribo sin retórica, que a esos escribidores de ofisio que a juersa de floriarse nos dejan en ayunas: hasen lo mismo que los políticos cuando hablan en riuniones y el paisanaje se queda con la boc`abierta sin saber si lo han putiao o le han dicho que es buen moso.» Juan Crusao fue el seudónimo de Luis Woollands, trabajador autodidacta y reconocido activista anarcosindicalista de las décadas entre 1920 y 1940 en Argentina.]
Como les iba contando, después de mucho andar trabajando y pasando miserias... viendo caras y no corasones, llegué a un puente q’estaban hasiendo en el Quequén y pedí trabajo; me dieron porque faltaba gente. Pagaban poco; tres pesos pa trotiar de sol a sol con la carretilla. ¿Y qué hase un hombre grande con tres pesos... ni con cuatro? ¡Si todo está por los quintos infiernos! Pero no tenía ni pa los sigarros, y me quedé ¿Ande iba ir?
¡Amigo!... pero no siento el haberme quedao. Jui a vivir a la carpa d’esos estranjeros que les digo. Eran españoles los más y un italiano. ¡Alegadores!... Cuando se juntaban de noche y’empesaban a discutir se ponían coloraos alegando a gritos a veces. Pero no se peliaban nunca. ¡Gente linda! No se insultaban tampoco, eso sí. Yo sabía pensar: si juesen criollos ya hubieran salido el ruido los fierros, porq’ese es el modo que tenemos los argentinos de hasernos entender. ¡Somos tan bárbaros y tan atrasaos! ¿Y qué disusiones! ¡Hablaban de sensias y d’historias, del sol, de la tierra y de unas estrellas que están lejísimas; de las clases de hombres que había de antes y de unos animales grandotes que ya no hay. Pero con tino, no vayan a crer. Sabían lo que desían. Pero lo que más me gustaba era cuando hablaban de revolusión.
¡Qué lindas cosas desían! Yo me quedaba con la boc’abierta escuchando. Allí he abierto los ojos yo, mejor que si hubiera ido a la escuela toda la vida, ¡amigo! Desían que los pobres no debíamos aguantarles más a los ricos y que ha llegao el momento que los ricos trabajen como nosotros si quieren comer, que todos somos iguales, porque no porq’ellos sean más istruidos que nosotros han de valer más, si ellos tienen la istrusión, nosotros tenemos los brasos hechos al trabajo y ellos no, que los ricos, sin nosotros que hasemos todo, no podrían vivir y que nosotros pa vivir no presisamos d’ellos. ¡Y fijensé, en eso no habíamos pensao nunca los argentinos! ¡Y tan fásil q’es! Si todos los criollos que viven trabajando como negros comprendieran esto, no habría más que dar un grito y ya estab’hecha la revolusión. Enseguida seríamos dueños de todo: los campos, las vacas, las caballadas, los araos y las máquinas, y los trabajadores del pueblo q’están mil veces más adelantaos que nosotros, se harían dueños de los trenes, las fábricas, los almasenes y las panaderías, nosotros, los del campo, les daríamos la carne, los cueros y el trigo, y ellos nos darían la galleta, el pan, las botas y los visios, y nos llevarían gratis a pasear en tren.
Cuando hablaban d’esto, a mi se me hacía sierto que ya las cosas estaban así, y me paresia mentira que nosotros los argentinos nunca nos hubiera dao por pensar en estas cosas tan lindas. Me daba vergüenza de ser tan atrasao, y más cuando ellos desían que si ese cambio no llegaba antes, era porque los mismos trabajadores l’estaban estorbando con su inorancia y porque no se ocupaban de lo que más les convenía. ¡Cuánta rasón hay en eso! La mayor part’elos trabajadores y prinsipalmente los criollos, no hasemos más que trabajar como animales, pa despúes jugarnos la plat’ala taba o en las carreras, mamarnos en las esquinas y peliar, lastimar algún pobre diablo como nosotros pa que nos hundan en la cársel, pero de mejorar nuestra suerte, ¡qu’esperansa!, d’eso no nos acordamos nunca. ¡Somos infelises los gauchos!
Y, bueno. Todas las noches cuando nos juntábamos en la carpa, y empesaban las discusiones; y al poco tiempo ya metía yo también la pata y les sabía preguntar: “Y, ¿qué les parese, compañeros: a los ricos no les dará por haserse juertes y no largar la mascada?... Están tan acostumbrados a la vida gorda!”. Entonses me sabían contestar ellos: “Es que si los trabajadores se ponen todos o la mayor cantidá de un lao, los ricos no van a tener quién les ayude, y ellos no son capases de nada si están solos. Al que ande macaniando se le pega una palisa y si mucho embroma cuatro tiros, y cuento acabao. Porqu’ellos si pueden no nos van a mesquinar a nosotros, con toda seguridá. Pero si los pobres se unen como es debido, ¡entonses no hay miedo!”.
Y seguían disiéndome todo cómo había que haser, pero con un tino que daba gusto escuchar. Me desian que Dios no es más que un cuento del tío inventao por los frailes pa vivir sin trabajar, a costillas de los inorantes. Por eso es que todos los curas son gordos, ¿se han fi jao? ¡Cómo no, si no hasen nada, comen de lo mejor y duermen como potrillo blanco! M’hisieron comprender que no hay tal Dios y qu’ese es un negosio de la gente pícara que se alimenta de las crénsias de los sonsos. M’enseñaron que los políticos y toda clase de caudillos son una manga de charlatanes y fallutos, que l’único que buscan es acomodarse para vivir a gusto con el trabajo e los pobres que pagan las contribusiones y los impuestos, que todos ellos disen muy lindas palabras y le hasen muchas promesas a uno, pero tocante a cumplirlas, ¡no hay gente! Y eso se ve clarito como güevo e tero; no hay más que fi jars’en las elesiones como andan: que Don Pu acá y Señor Pu allá y mil salamerías pa que uno les d’el voto. Pero despúes que ha pasado la farra, ¡si t’he visto no me acuerdo! Si a mano viene ni lo saludan al pobre que votó por ellos. ¡Y que le van a dar de lo que han prometido, si no es d’ellos el páis! Cuando más si uno cái preso y lo presisan, lo sacan; pero si no lo presisan, ya puede esperar sentao; lo hunden más si se descuida. Porqu’ellos mismos hasen las leyes, pa mejor; y no son tal lerdos p’enredarse’en sus mismas cuartas.
*-*-*
Cuando aquellos hombres m’esplicaban estas cosas y yo las veía tan clarito, me daba rabia de ser tan atrasao, y pensaba: ¡Si yo tuviera labia p’haserles entender todo esto a mis paisanos, que son tan inorantes! Yo desiaba que todos aprendieran de golpe par’haser enseguida nomás la revolusión y quedarnos dueños del país. Todos los pobres comerían entonse y tendrían con qué vestirse sin gastar nada; basta con que todos trabajasen un poquito. ¿Y quién iba a ser tan maula pa no animarse a trabajar tres o cuatro horas por día, que’es lo que tocaría a cada uno? Y después, toda esa pobre gente que vive a medio comer, que pas’hambrunas y no tiene qué ponerse, ¿cómo no ib’estar contenta con el cambio? Solamente que juesen locos; y yo creo que hasta los locos les gusta lo bueno, porque la necesidá la sienten hasta los animales.
Entonse jué cuando aquellos hombres me aconsejaron que liera y escribiera. Con ellos aprendí a formar las letras, porque yo era un redondo p’estas cosas. ¡Y hay que ver la pasensia que tenían! Como eran tan entendidos en todo, daba gusto como l’enseñaban a uno. Al mes ya leía de corrido y escribí algo, despúes a juersa de costansia y afi sión m’hise un escribano, hecho y derecho. Todas las noches, con lus, meta pluma y meta ler. ¡Y tenían cada libro!... Ah, pero les voy a’lvertir: aquellos hombres que tanto me enseñaron y que m’hisieron el mayor servisio qu’he resibido, eran anarquistas.
Yo al prinsipio les desconfiaba. ¡Se desían tantas barbaridades de los anarquistas!... Pero después, ¡qué diablos! si eran los hombres más buenos que había conosido en mi vida. En la carpa d’ellos todo lo que había era de todos, era del comunismo, como ellos desían; no había que pedir permiso p’agarrarlo y no les gustaba tampoco que uno anduviese con cumplidos. Por eso les créia más, porque lo qu’ellos desián que harían después de la revolución, lo hasían allí mismo, ¡no había tutía! Eran hombres de una sola piesa y sin revés. Desd’entonse yo no tengo a menos llamarme anarquista y hasta teng’orgullo e serlo. Y también digo que después de saber todo lo que les cuento, únicamente los sinvergüensas y los ricos pueden hablar mal de los anarquistas, porque es claro, no les conviene que los pobres abran los ojos. Si no, el día que los trabajadores se hagan anarquistas y les griten: ¡Aquí estamos!, ese día los cogotudos van a tener qu’hinchar el lomo si quieren comer, porque nadies v’a a ser tan sonso pa seguir manteniendo a sánganos. Los anarquistas, amigo, no quieren tener gobierno, porque disen que cada cual debe gobernarse a su gusto y que nadie tiene derecho a mandar a los demás, porque los hombres somos iguales, es desir, somos hombres lo mismo unos que los otros. Y eso se ve bien claro: nadies presisa del gobierno para poder comer y haser las demás necesidades; lo que sabe uno desde que nase. Por falta de gobierno no vamos a dejar de comer y vestirnos, ¡no hay miedo! Y tan lindo que andamos, con gobierno y todo, los pobres: desnudos y muertos de hambre. Así es qu’el día que falten esos señores, no los vamos a estrañar mucho. Que nos dejen d’historias esa manga de sinvergüensas, que se pasan la vida gorda con el cuento de que hay que gobernar al páis porque si no, se acabaría el mundo; que hay que respetar el orden, las leyes, la religión de los curas y ¡qué sé yo! El caso es qu’ellos, con esas matufias tienen todo embarullao y viven del sudor de los que trabajan.
... El gobierno quiere que los pobres guarden el orden y respeten la propiedá e los ricos; mientras tanto él no respeta ni siquiera la vida de los trabajadores, y por cualquier cosa, basta que los trabajadores se junten en la calle, pa que les haga cáir con su milicada, que no anda con chicas cuando la mandan dar palos o tirar a los pobres. ¿Y qu’es la propiedá e los ricos?... Es todo lo que han conseguido sin trabajar, robando con el cuento susio del negosio. Porqu’es así: los que han trabajao toda su vida no tienen nada; y los que no han hecho nunca más que rascarse y mandar, esos son los que lo tienen todo, todo: más ovejas y vacas que buenas intensiones y campos más grandes que la misma mar. Y eso no es justo aunqu’el gobierno lo apruebe; lo justo sería que los que trabajan pudieran comer un poco mejor. Pero eso únicamente se podrá conseguir cortándoles las uñas a los que se roban todo amparaos por el gobierno. Si los pobres no juésemos tan infelises, ya les habríamos atajao el pasmo a esos señores gobernadores y los habríamos mandao a descular hormigas, qu’es pa l’único que pueden servir.
[Para el texto completo de la Carta Gaucha, un verdadero hito en la literatura popular anarquista latinoamericana, ver http://laletraindomita.blogspot.com/2013/06/carta-gaucha.html]
[El gaucho, personaje mítico que vagaba libremente por las pampas suramericanas, fue acorralado en el Siglo XX por el avance del capitalismo, transformándose poco a poco en trabajador rural, en dócil siervo de quienes se apropiaron de la tierra. La Carta Gaucha -publicada por 1ª vez en 1928- es el gran manifiesto de rebelión frente a ese proceso; no había trabajador migrante que no la hubiera llevado alguna vez entre su escaso equipaje, para leerla con sus compañeros alrededor del fogón, o para dejarla en un rincón, una alcantarilla, o bajo un puente, donde seguramente otro compañero pasaría por allí y buscaría en el lugar habitual “las novedades de la propaganda”. Estaba escrita para los gauchos en su propio dialecto, como nos señala su autor: «Y estoy seguro que mis paisanos me han d`entender mejor a mí, qu`escribo sin retórica, que a esos escribidores de ofisio que a juersa de floriarse nos dejan en ayunas: hasen lo mismo que los políticos cuando hablan en riuniones y el paisanaje se queda con la boc`abierta sin saber si lo han putiao o le han dicho que es buen moso.» Juan Crusao fue el seudónimo de Luis Woollands, trabajador autodidacta y reconocido activista anarcosindicalista de las décadas entre 1920 y 1940 en Argentina.]
Como les iba contando, después de mucho andar trabajando y pasando miserias... viendo caras y no corasones, llegué a un puente q’estaban hasiendo en el Quequén y pedí trabajo; me dieron porque faltaba gente. Pagaban poco; tres pesos pa trotiar de sol a sol con la carretilla. ¿Y qué hase un hombre grande con tres pesos... ni con cuatro? ¡Si todo está por los quintos infiernos! Pero no tenía ni pa los sigarros, y me quedé ¿Ande iba ir?
¡Amigo!... pero no siento el haberme quedao. Jui a vivir a la carpa d’esos estranjeros que les digo. Eran españoles los más y un italiano. ¡Alegadores!... Cuando se juntaban de noche y’empesaban a discutir se ponían coloraos alegando a gritos a veces. Pero no se peliaban nunca. ¡Gente linda! No se insultaban tampoco, eso sí. Yo sabía pensar: si juesen criollos ya hubieran salido el ruido los fierros, porq’ese es el modo que tenemos los argentinos de hasernos entender. ¡Somos tan bárbaros y tan atrasaos! ¿Y qué disusiones! ¡Hablaban de sensias y d’historias, del sol, de la tierra y de unas estrellas que están lejísimas; de las clases de hombres que había de antes y de unos animales grandotes que ya no hay. Pero con tino, no vayan a crer. Sabían lo que desían. Pero lo que más me gustaba era cuando hablaban de revolusión.
¡Qué lindas cosas desían! Yo me quedaba con la boc’abierta escuchando. Allí he abierto los ojos yo, mejor que si hubiera ido a la escuela toda la vida, ¡amigo! Desían que los pobres no debíamos aguantarles más a los ricos y que ha llegao el momento que los ricos trabajen como nosotros si quieren comer, que todos somos iguales, porque no porq’ellos sean más istruidos que nosotros han de valer más, si ellos tienen la istrusión, nosotros tenemos los brasos hechos al trabajo y ellos no, que los ricos, sin nosotros que hasemos todo, no podrían vivir y que nosotros pa vivir no presisamos d’ellos. ¡Y fijensé, en eso no habíamos pensao nunca los argentinos! ¡Y tan fásil q’es! Si todos los criollos que viven trabajando como negros comprendieran esto, no habría más que dar un grito y ya estab’hecha la revolusión. Enseguida seríamos dueños de todo: los campos, las vacas, las caballadas, los araos y las máquinas, y los trabajadores del pueblo q’están mil veces más adelantaos que nosotros, se harían dueños de los trenes, las fábricas, los almasenes y las panaderías, nosotros, los del campo, les daríamos la carne, los cueros y el trigo, y ellos nos darían la galleta, el pan, las botas y los visios, y nos llevarían gratis a pasear en tren.
Cuando hablaban d’esto, a mi se me hacía sierto que ya las cosas estaban así, y me paresia mentira que nosotros los argentinos nunca nos hubiera dao por pensar en estas cosas tan lindas. Me daba vergüenza de ser tan atrasao, y más cuando ellos desían que si ese cambio no llegaba antes, era porque los mismos trabajadores l’estaban estorbando con su inorancia y porque no se ocupaban de lo que más les convenía. ¡Cuánta rasón hay en eso! La mayor part’elos trabajadores y prinsipalmente los criollos, no hasemos más que trabajar como animales, pa despúes jugarnos la plat’ala taba o en las carreras, mamarnos en las esquinas y peliar, lastimar algún pobre diablo como nosotros pa que nos hundan en la cársel, pero de mejorar nuestra suerte, ¡qu’esperansa!, d’eso no nos acordamos nunca. ¡Somos infelises los gauchos!
Y, bueno. Todas las noches cuando nos juntábamos en la carpa, y empesaban las discusiones; y al poco tiempo ya metía yo también la pata y les sabía preguntar: “Y, ¿qué les parese, compañeros: a los ricos no les dará por haserse juertes y no largar la mascada?... Están tan acostumbrados a la vida gorda!”. Entonses me sabían contestar ellos: “Es que si los trabajadores se ponen todos o la mayor cantidá de un lao, los ricos no van a tener quién les ayude, y ellos no son capases de nada si están solos. Al que ande macaniando se le pega una palisa y si mucho embroma cuatro tiros, y cuento acabao. Porqu’ellos si pueden no nos van a mesquinar a nosotros, con toda seguridá. Pero si los pobres se unen como es debido, ¡entonses no hay miedo!”.
Y seguían disiéndome todo cómo había que haser, pero con un tino que daba gusto escuchar. Me desian que Dios no es más que un cuento del tío inventao por los frailes pa vivir sin trabajar, a costillas de los inorantes. Por eso es que todos los curas son gordos, ¿se han fi jao? ¡Cómo no, si no hasen nada, comen de lo mejor y duermen como potrillo blanco! M’hisieron comprender que no hay tal Dios y qu’ese es un negosio de la gente pícara que se alimenta de las crénsias de los sonsos. M’enseñaron que los políticos y toda clase de caudillos son una manga de charlatanes y fallutos, que l’único que buscan es acomodarse para vivir a gusto con el trabajo e los pobres que pagan las contribusiones y los impuestos, que todos ellos disen muy lindas palabras y le hasen muchas promesas a uno, pero tocante a cumplirlas, ¡no hay gente! Y eso se ve clarito como güevo e tero; no hay más que fi jars’en las elesiones como andan: que Don Pu acá y Señor Pu allá y mil salamerías pa que uno les d’el voto. Pero despúes que ha pasado la farra, ¡si t’he visto no me acuerdo! Si a mano viene ni lo saludan al pobre que votó por ellos. ¡Y que le van a dar de lo que han prometido, si no es d’ellos el páis! Cuando más si uno cái preso y lo presisan, lo sacan; pero si no lo presisan, ya puede esperar sentao; lo hunden más si se descuida. Porqu’ellos mismos hasen las leyes, pa mejor; y no son tal lerdos p’enredarse’en sus mismas cuartas.
*-*-*
Cuando aquellos hombres m’esplicaban estas cosas y yo las veía tan clarito, me daba rabia de ser tan atrasao, y pensaba: ¡Si yo tuviera labia p’haserles entender todo esto a mis paisanos, que son tan inorantes! Yo desiaba que todos aprendieran de golpe par’haser enseguida nomás la revolusión y quedarnos dueños del país. Todos los pobres comerían entonse y tendrían con qué vestirse sin gastar nada; basta con que todos trabajasen un poquito. ¿Y quién iba a ser tan maula pa no animarse a trabajar tres o cuatro horas por día, que’es lo que tocaría a cada uno? Y después, toda esa pobre gente que vive a medio comer, que pas’hambrunas y no tiene qué ponerse, ¿cómo no ib’estar contenta con el cambio? Solamente que juesen locos; y yo creo que hasta los locos les gusta lo bueno, porque la necesidá la sienten hasta los animales.
Entonse jué cuando aquellos hombres me aconsejaron que liera y escribiera. Con ellos aprendí a formar las letras, porque yo era un redondo p’estas cosas. ¡Y hay que ver la pasensia que tenían! Como eran tan entendidos en todo, daba gusto como l’enseñaban a uno. Al mes ya leía de corrido y escribí algo, despúes a juersa de costansia y afi sión m’hise un escribano, hecho y derecho. Todas las noches, con lus, meta pluma y meta ler. ¡Y tenían cada libro!... Ah, pero les voy a’lvertir: aquellos hombres que tanto me enseñaron y que m’hisieron el mayor servisio qu’he resibido, eran anarquistas.
Yo al prinsipio les desconfiaba. ¡Se desían tantas barbaridades de los anarquistas!... Pero después, ¡qué diablos! si eran los hombres más buenos que había conosido en mi vida. En la carpa d’ellos todo lo que había era de todos, era del comunismo, como ellos desían; no había que pedir permiso p’agarrarlo y no les gustaba tampoco que uno anduviese con cumplidos. Por eso les créia más, porque lo qu’ellos desián que harían después de la revolución, lo hasían allí mismo, ¡no había tutía! Eran hombres de una sola piesa y sin revés. Desd’entonse yo no tengo a menos llamarme anarquista y hasta teng’orgullo e serlo. Y también digo que después de saber todo lo que les cuento, únicamente los sinvergüensas y los ricos pueden hablar mal de los anarquistas, porque es claro, no les conviene que los pobres abran los ojos. Si no, el día que los trabajadores se hagan anarquistas y les griten: ¡Aquí estamos!, ese día los cogotudos van a tener qu’hinchar el lomo si quieren comer, porque nadies v’a a ser tan sonso pa seguir manteniendo a sánganos. Los anarquistas, amigo, no quieren tener gobierno, porque disen que cada cual debe gobernarse a su gusto y que nadie tiene derecho a mandar a los demás, porque los hombres somos iguales, es desir, somos hombres lo mismo unos que los otros. Y eso se ve bien claro: nadies presisa del gobierno para poder comer y haser las demás necesidades; lo que sabe uno desde que nase. Por falta de gobierno no vamos a dejar de comer y vestirnos, ¡no hay miedo! Y tan lindo que andamos, con gobierno y todo, los pobres: desnudos y muertos de hambre. Así es qu’el día que falten esos señores, no los vamos a estrañar mucho. Que nos dejen d’historias esa manga de sinvergüensas, que se pasan la vida gorda con el cuento de que hay que gobernar al páis porque si no, se acabaría el mundo; que hay que respetar el orden, las leyes, la religión de los curas y ¡qué sé yo! El caso es qu’ellos, con esas matufias tienen todo embarullao y viven del sudor de los que trabajan.
... El gobierno quiere que los pobres guarden el orden y respeten la propiedá e los ricos; mientras tanto él no respeta ni siquiera la vida de los trabajadores, y por cualquier cosa, basta que los trabajadores se junten en la calle, pa que les haga cáir con su milicada, que no anda con chicas cuando la mandan dar palos o tirar a los pobres. ¿Y qu’es la propiedá e los ricos?... Es todo lo que han conseguido sin trabajar, robando con el cuento susio del negosio. Porqu’es así: los que han trabajao toda su vida no tienen nada; y los que no han hecho nunca más que rascarse y mandar, esos son los que lo tienen todo, todo: más ovejas y vacas que buenas intensiones y campos más grandes que la misma mar. Y eso no es justo aunqu’el gobierno lo apruebe; lo justo sería que los que trabajan pudieran comer un poco mejor. Pero eso únicamente se podrá conseguir cortándoles las uñas a los que se roban todo amparaos por el gobierno. Si los pobres no juésemos tan infelises, ya les habríamos atajao el pasmo a esos señores gobernadores y los habríamos mandao a descular hormigas, qu’es pa l’único que pueden servir.
[Para el texto completo de la Carta Gaucha, un verdadero hito en la literatura popular anarquista latinoamericana, ver http://laletraindomita.blogspot.com/2013/06/carta-gaucha.html]
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