José Rafael López Padrino
La abundancia de recursos naturales tiende a distorsionar la estructura económica, y a redistribuir regresivamente el ingreso nacional, mientras que paradójicamente se generaliza la pobreza, se originan crisis económicas recurrentes y se consolidan mentalidades “rentistas”, además de alentarse la corrupción. Históricamente las economías subdesarrolladas primario-exportadoras dotadas con abundantes recursos naturales –en especial no renovables– no son las que más han crecido o han superado la pobreza estructural existente en sus respectivas nacionales.
Por razones muy peculiares, estas economías no han logrado superar la «trampa de la pobreza», situación que ha resultado en una gran paradoja: países ricos en recursos naturales, que incluso pueden tener importantes ingresos financieros, pero que no han logrado establecer las bases para su desarrollo y siguen siendo pobres. Y son pobres, justamente, porque son ricos en recursos naturales, ya que han apostado prioritariamente a la extracción de esa riqueza natural y marginado otras formas de creación de valor, sustentadas en el esfuerzo humano antes que en la generosidad de la naturaleza.
Venezuela constituye un buen ejemplo donde la existencia de un recurso natural como el petróleo ha impulsado un modelo perverso de capitalismo rentista generando una estructura económica y un Estado que dependen de la explotación de ese recurso no renovable. Una porción muy significativa o la casi la totalidad de los ingresos que recibe el Estado, no proviene ni del trabajo, ni del capital nacional, sino más bien del ejercicio de la propiedad del Estado sobre el subsuelo. Se trata, por tanto, de un capitalismo paradójico, pues no se sustenta principalmente por el trabajo productivo y la ganancia, sino por una renta que se captura en el mercado internacional. Es mediante la explotación del petróleo de donde surge el financiamiento de la inversión y del consumo, así como todas aquellas actividades económicas de índole capitalista con algunas variables propias de nuestro subdesarrollo.
Recordemos que a mediados del siglo XX el proyecto hegemónico pretendió establecer una economía capitalista competitiva ensayando la sustitución del modelo rentista-petrolero por el modelo de sustitución de importaciones, de industrialización hacia adentro o de industrialización sustitutiva de importaciones como también se le conoce. A través de los planes de la nación se usó la renta petrolera para establecer las condiciones necesarias para comenzar a producir en el país lo que hasta ese momento se importaba. Se comenzó por bienes de consumo final, luego intermedios y finalmente de capital. Se suponía que en algún momento la industria nacional no necesitaría más del apoyo de la renta petrolera, y por ende despegaría hacia un crecimiento auto-sostenido. El modelo de sustitución de importaciones, nunca cumplió con el objetivo para el que se había adoptado, que era el de lograr que Venezuela dependiera menos de la importación de bienes y servicios. Lo que sucedió fue que se pasó de ser un importador de bienes de consumo a un importador de bienes semielaborados, intermedios y de capital, convirtiendo el crecimiento industrial del país en un “híbrido industria-importación”.
La incapacidad del aparato productivo industrial de independizarse del subsidio del Estado, la poca competitividad de la industria nacional, el uso de la renta como palanca para incrementar el gasto público, aunado a una caída de los precios petroleros y el subsiguiente endeudamiento del país llevó el modelo de sustitución de importaciones al más rotundo fracaso (1989), dando pasos a políticas de apertura de mercado de carácter neo-liberal impuestas por el gobierno de CAP II
La llegada al poder del fallecido vocinglero de Miraflores (1998) generó grandes expectativas sobre la base de su oferta electoral de superar el modelo de capitalismo rentista mediante una diversificación industrial. Sin embargo, han transcurrido 15 años y el socialfascismo bolivariano lejos de superar el tan criticado capitalismo rentista lo ha profundizado. La naturaleza rentista tanto de la economía como del Estado se han exacerbado de manera grotesca. Hoy de cada 100 dólares que le ingresan a las arcas de la nación, 97 de ellos provienen de la renta petrolera. Ello ha implicado una agudización de la crisis estructural que viene sufriendo nuestra economía. Crisis que se ha traducido en un gigantesco déficit fiscal calculado en más de 12% del PIB, una inflación galopante que para finales de año podría superar el 54%, una distorsión siniestra de la política cambiaria, un endeudamiento irresponsable, así como una destrucción del aparato productivo nacional y la subsecuente escases y especulación de diversos rublos en especial alimentos. Además, ha propiciado una diminución alarmante de las reservas internacionales que han sufrido una merma superior a los 8.000 millones de dólares en lo que va de año. Las reservas líquidas se han reducido a 1.398 millones de dólares (solo alcanza para un mes de importaciones) mientras las reservas globales se sitúan en 21.506 millones de dólares.
Frente a la agudización de la crisis estructural que vive el país el ungido de Miraflores ha demostrado una gran ignorancia en materia económica y un supino primitivismo ideológico. Ha decretado una serie de medidas populistas-electoreras que lejos de superar la crisis dada por el agotamiento del modelo rentista, tienden a agudizarla. La pretensión de controlar la inflación mediante decretos ejecutivos, y superar el desabastecimiento mediante importaciones masivas de insumos demuestra la incapacidad del régimen en comprender la esencia y magnitud del problema. Todas estás medidas están condenadas al más absoluto fracaso pues no se aborda la génesis del problema, es decir el agotamiento del modelo rentista-petrolero.
La realidad demuestra que el régimen socialfascista miente grotescamente. Que lejos de haber creado en estos 14 años las bases para transformar nuestra economía rentista en un modelo diversificado y sostenible, lo que ha impulsado es una profundización del modelo rentista. Renta que le ha permitido a la bastarda revolución bolivariana financiar la institucionalización de la pobreza y de la miseria a través de sus proyectos sociales (entiéndase misiones), desarrollar una diabólica carrera armamentista, así como un extravagante cabildeo internacional destinado a comprar conciencias en la arena internacional.
Seguimos siendo un país subdesarrollado, con una economía monoproductora e importadora, que depende mayoritariamente de la renta petrolera, lo cual subordina el desarrollo del país al consumo petrolero mundial y a las oscilaciones del precio del crudo en los mercados internacionales. Dependencia que se ha agravado aún más gracias a las políticas entreguistas y complacientes del régimen para con las compañías petroleras multinacionales. Ejemplo de ello lo constituyen las leoninas empresas mixtas en la Faja del Orinoco, así como la entrega de las Plataformas Deltana y Falconiana a las transnacionales.
El problema del rentismo de nuestra economía no está confinado al pasado o al presente, sino al carácter capitalista-dependiente del Estado venezolano, cuyo perfil ideológico no ha cambiado en lo más mínimo a pesar de toda la propaganda Gobbeliana del régimen en demostrar lo contrario. La transformación de nuestra economía rentista petrolera en una economía soberana, productiva, eficiente y diversificada, no será posible bajo un capitalismo de Estado-explotador-dependiente sujeto al tutelaje de una pestilente bota militar.
La abundancia de recursos naturales tiende a distorsionar la estructura económica, y a redistribuir regresivamente el ingreso nacional, mientras que paradójicamente se generaliza la pobreza, se originan crisis económicas recurrentes y se consolidan mentalidades “rentistas”, además de alentarse la corrupción. Históricamente las economías subdesarrolladas primario-exportadoras dotadas con abundantes recursos naturales –en especial no renovables– no son las que más han crecido o han superado la pobreza estructural existente en sus respectivas nacionales.
Por razones muy peculiares, estas economías no han logrado superar la «trampa de la pobreza», situación que ha resultado en una gran paradoja: países ricos en recursos naturales, que incluso pueden tener importantes ingresos financieros, pero que no han logrado establecer las bases para su desarrollo y siguen siendo pobres. Y son pobres, justamente, porque son ricos en recursos naturales, ya que han apostado prioritariamente a la extracción de esa riqueza natural y marginado otras formas de creación de valor, sustentadas en el esfuerzo humano antes que en la generosidad de la naturaleza.
Venezuela constituye un buen ejemplo donde la existencia de un recurso natural como el petróleo ha impulsado un modelo perverso de capitalismo rentista generando una estructura económica y un Estado que dependen de la explotación de ese recurso no renovable. Una porción muy significativa o la casi la totalidad de los ingresos que recibe el Estado, no proviene ni del trabajo, ni del capital nacional, sino más bien del ejercicio de la propiedad del Estado sobre el subsuelo. Se trata, por tanto, de un capitalismo paradójico, pues no se sustenta principalmente por el trabajo productivo y la ganancia, sino por una renta que se captura en el mercado internacional. Es mediante la explotación del petróleo de donde surge el financiamiento de la inversión y del consumo, así como todas aquellas actividades económicas de índole capitalista con algunas variables propias de nuestro subdesarrollo.
Recordemos que a mediados del siglo XX el proyecto hegemónico pretendió establecer una economía capitalista competitiva ensayando la sustitución del modelo rentista-petrolero por el modelo de sustitución de importaciones, de industrialización hacia adentro o de industrialización sustitutiva de importaciones como también se le conoce. A través de los planes de la nación se usó la renta petrolera para establecer las condiciones necesarias para comenzar a producir en el país lo que hasta ese momento se importaba. Se comenzó por bienes de consumo final, luego intermedios y finalmente de capital. Se suponía que en algún momento la industria nacional no necesitaría más del apoyo de la renta petrolera, y por ende despegaría hacia un crecimiento auto-sostenido. El modelo de sustitución de importaciones, nunca cumplió con el objetivo para el que se había adoptado, que era el de lograr que Venezuela dependiera menos de la importación de bienes y servicios. Lo que sucedió fue que se pasó de ser un importador de bienes de consumo a un importador de bienes semielaborados, intermedios y de capital, convirtiendo el crecimiento industrial del país en un “híbrido industria-importación”.
La incapacidad del aparato productivo industrial de independizarse del subsidio del Estado, la poca competitividad de la industria nacional, el uso de la renta como palanca para incrementar el gasto público, aunado a una caída de los precios petroleros y el subsiguiente endeudamiento del país llevó el modelo de sustitución de importaciones al más rotundo fracaso (1989), dando pasos a políticas de apertura de mercado de carácter neo-liberal impuestas por el gobierno de CAP II
La llegada al poder del fallecido vocinglero de Miraflores (1998) generó grandes expectativas sobre la base de su oferta electoral de superar el modelo de capitalismo rentista mediante una diversificación industrial. Sin embargo, han transcurrido 15 años y el socialfascismo bolivariano lejos de superar el tan criticado capitalismo rentista lo ha profundizado. La naturaleza rentista tanto de la economía como del Estado se han exacerbado de manera grotesca. Hoy de cada 100 dólares que le ingresan a las arcas de la nación, 97 de ellos provienen de la renta petrolera. Ello ha implicado una agudización de la crisis estructural que viene sufriendo nuestra economía. Crisis que se ha traducido en un gigantesco déficit fiscal calculado en más de 12% del PIB, una inflación galopante que para finales de año podría superar el 54%, una distorsión siniestra de la política cambiaria, un endeudamiento irresponsable, así como una destrucción del aparato productivo nacional y la subsecuente escases y especulación de diversos rublos en especial alimentos. Además, ha propiciado una diminución alarmante de las reservas internacionales que han sufrido una merma superior a los 8.000 millones de dólares en lo que va de año. Las reservas líquidas se han reducido a 1.398 millones de dólares (solo alcanza para un mes de importaciones) mientras las reservas globales se sitúan en 21.506 millones de dólares.
Frente a la agudización de la crisis estructural que vive el país el ungido de Miraflores ha demostrado una gran ignorancia en materia económica y un supino primitivismo ideológico. Ha decretado una serie de medidas populistas-electoreras que lejos de superar la crisis dada por el agotamiento del modelo rentista, tienden a agudizarla. La pretensión de controlar la inflación mediante decretos ejecutivos, y superar el desabastecimiento mediante importaciones masivas de insumos demuestra la incapacidad del régimen en comprender la esencia y magnitud del problema. Todas estás medidas están condenadas al más absoluto fracaso pues no se aborda la génesis del problema, es decir el agotamiento del modelo rentista-petrolero.
La realidad demuestra que el régimen socialfascista miente grotescamente. Que lejos de haber creado en estos 14 años las bases para transformar nuestra economía rentista en un modelo diversificado y sostenible, lo que ha impulsado es una profundización del modelo rentista. Renta que le ha permitido a la bastarda revolución bolivariana financiar la institucionalización de la pobreza y de la miseria a través de sus proyectos sociales (entiéndase misiones), desarrollar una diabólica carrera armamentista, así como un extravagante cabildeo internacional destinado a comprar conciencias en la arena internacional.
Seguimos siendo un país subdesarrollado, con una economía monoproductora e importadora, que depende mayoritariamente de la renta petrolera, lo cual subordina el desarrollo del país al consumo petrolero mundial y a las oscilaciones del precio del crudo en los mercados internacionales. Dependencia que se ha agravado aún más gracias a las políticas entreguistas y complacientes del régimen para con las compañías petroleras multinacionales. Ejemplo de ello lo constituyen las leoninas empresas mixtas en la Faja del Orinoco, así como la entrega de las Plataformas Deltana y Falconiana a las transnacionales.
El problema del rentismo de nuestra economía no está confinado al pasado o al presente, sino al carácter capitalista-dependiente del Estado venezolano, cuyo perfil ideológico no ha cambiado en lo más mínimo a pesar de toda la propaganda Gobbeliana del régimen en demostrar lo contrario. La transformación de nuestra economía rentista petrolera en una economía soberana, productiva, eficiente y diversificada, no será posible bajo un capitalismo de Estado-explotador-dependiente sujeto al tutelaje de una pestilente bota militar.
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