Rafael
Uzcátegui
Durante
algunos días la conflictividad en la principal empresa básica de Guayana,
Siderúrgica del Orinoco (Sidor) que emplea por lo menos a 17.000 trabajadores,
copó el espacio informativo. Los sidoristas denunciaban como “estafa” el cálculo
de sus utilidades anuales desde hace un quinquenio, el vencimiento de su
contratación colectiva desde hace tres años, deterioro progresivo de sus
condiciones y medio ambiente de trabajo, incumplimiento de las expectativas
generadas tras la estatización de la empresa, así como la existencia de un gran
número de trabajadores tercerizados a pesar de estar prohibidos en la nueva Ley
Orgánica del Trabajo. Los trabajadores acordaron, a espaldas de su dirigencia,
la paralización de actividades. La “huelga salvaje” sobrepasaba a un
sindicalismo enquistado, acusado de corrupción, complacencia con los patronos y
haber privilegiado su agenda partidista sobre las necesidades de la masa
laboral. Los trabajadores, firmes en sus peticiones, obligaron a que parte de
los sindicalistas se plegaran al paro, para alcanzar finalmente algunas
conquistas, a pesar de los conatos de militarización y las amenazas del propio
presidente de la República. Otro conflicto en desarrollo es el que protagoniza
el magisterio nacional y estadal en todo el país. Los maestros han tomado la
calle para exigir también mejoras laborales, rechazando la VII Convención
Colectiva, firmada entre las federaciones sindicales y el Ministerio de
Educación que, en su opinión, no cumple sus expectativas y que ha sido acordada
sin su participación ni consulta. Sus convocatorias, en las diferentes
ciudades, han surgido desde la base.
Estas dos situaciones muestran a un
liderazgo separado de la masa que dice representar, por un lado, y movimientos
que realizan un ejercicio autónomo e independiente de exigencia de derechos,
cosa natural en cualquier parte del mundo pero extraordinario en un país
polarizado y cuya agenda de preocupaciones ha orbitado, casi en exclusiva, en
torno al hecho electoral desde hace más de una década.
Habría que sumar otros
elementos para afirmar que estamos ante un lento pero irreversible cambio en
las dinámicas movimientistas en el país. Sin embargo las condiciones parecen
estar dadas debido a la cada vez menor sintonía entre las preocupaciones de la
gente y las prioridades de la clase política que ha protagonizado el conflicto
en los últimos años. Los resultados del 8-D pueden catalizar o ralentizar esta
tendencia, que despolarizaría el escenario al permitir la emergencia y
expresión de nuevas identidades políticas diferentes a la pugna infantil, a
nivel de contenido programático, entre el “chavismo” y el “antichavismo”.
Hipótesis: Si esto es así, diciembre mostraría por última vez la efectividad –y
chantaje- de las coaliciones electorales Gran Polo Patriótico (GPP) y Mesa de
la Unidad Democrática (MUD). @fanzinero
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