Capi Vidal
Las señas de identidad anarquistas son, inequívocamente,
antimilitaristas. Desde un punto de vista moral, ideológico y político, así es;
se mire como se mire, resulta inadmisible una institución jerarquizada, que
enseña a las personas a utilizar la fuerza y a acabar con la vida de sus
semejantes, aunque se encubra de toda suerte de eufemismos, y que se muestra al
servicio del poder establecido, por mucho que se recurra a las mistificaciones
de amor a la patria y de defensa de una sociedad democrática. Dicho esto forma
genera, y valga esta conclusión para cualquier otra cuestión en la que
simplemente esgrimamos los ideales, creo que debemos evitar caer en
simplificaciones excesivas. Primero, hay que analizar que el ejército, como
toda institución autoritaria, está compuesto de personas y son aquellas que se
encuentran en la base quienes sufren las peores consecuencias; podemos entender
el fin del servicio militar obligatorio como una conquista histórica de la que
estar orgullosos, pero la realidad es que ello no ha cuestionado radicalmente
el ejército y lo ha convertido en profesional o, como dice un amigo mío,
"mercenario". Esto significa que multitud de chavales, entre los que
se encuentran mayoritariamente los más desfavorecidos, han acabado engrosando
las filas de las fuerzas armadas por pura necesidad; se sigue insistiendo en
las falacias patrióticas y en la defensa de la nación, pero es muy creíble en
estos tiempos que la mayoría simplemente lo contemple como una posibilidad de
ganarse la vida en un mundo hostil en el que hay que ganarse la vida vendiendo
tu fuerza de trabajo (pagando, en este caso, obviamente, un alto precio a
muchos niveles).
En segundo lugar, hay que plantear qué es lo que
verdaderamente entendemos por fuerzas armadas. El análisis clásico anarquista,
y no digo que no siga siendo muy válido, habla de una institución que recoge lo
peor del Estado, una especie de exacerbación del autoritarismo en la que el
soldado debe someterse a los mandos y no puede pensar por sí mismo, ni mucho
menos cuestionar las órdenes bélicas de sus dirigentes. Hablemos rápidamente
del pacifismo, una idea muy loable si hablamos de la relación entre naciones,
pero que se encuentra con notables obstáculos en el mundo en que vivimos. Es
más, aunque la sociedad española siga teniendo un vínculo con el régimen
anterior, algo que nos esforzamos continuamente en denunciar tratando de no
entrar tampoco en simplificaciones, vamos a pensar que los mandos militares son
inequívocamente democráticos en la actualidad; entendemos por tal cosa en este
contexto, en un notable y vergonzante ejercicio de reduccionismo, como que
nunca tomarían el poder del Estado para imponer una junta militar. Que el
ejército defiende la democracia es lo que se nos quiere vender constantemente
en la sociedad, y es posible que algunos militares incluso se lo crean; desde
ese punto de vista, las fuerzas armadas son necesarias y se esgrime para la
defensa de sus existencia que, en caso contrario, la sociedad quedaría
desvalida a merced de regímenes peores. Ello no quiere decir, evidentemente,
democratizar los ejércitos, algo que no ha tenido demasiado eco en la historia
de los Estados; se da por hecho que defender la democracia supone conservar una
fuerzas armadas abiertamente autoritarias. Esa defensa del ejército para
preservar la "libertad" se trata en realidad del mismo razonamiento
que justifica la existencia del Estado, y que podemos escuchar en multitud de
conversaciones a nivel coloquial; es, obviamente, un análisis que simplemente
desconoce o ignora otros punto de vista, radicalmente éticos y políticos, como
el anarquista.
El anarquismo es esencialmente pacifista, si con ello
entendemos desterrar la violencia de las instituciones políticas y
socioeconómicas. El anarquismo es también notablemente ingenuo (por favor,
consúltese la Rae para comprender con justeza este término), pero no es nada
simplista, presumimos un análisis radical en todas las cuestiones humanas. Es
habitual, cuando hablamos en términos generales del anarquismo, hablar de que
existe una corriente pacifista que entronca con Tolstoi y la resistencia
pasiva. Se trata de una actitud, en mi opinión, muy loable, especialmente
cuando hablamos de los movimientos sociales; el 15M ha recogido esta tradición,
que en algunos casos se critica en lo que parecen meras poses seudorradicales,
y nos parece muy correcto a nivel estratégico y moral en el terreno social. Sin
embargo, si extendemos esa actitud "pacifista" a un nivel más
general, resulta mucho más complejo. Recordemos los casos de los dos grandes
conflictos mundiales. El primero supuso que el movimiento anarquista se
encontrara con el sorpresivo apoyo de Kropotkin al bando aliado; a pesar de
ello, de forma mayoritaria, los anarquistas se mantuvieron firme en sus
principios y denunciaron la guerra como conflictos entre Estados en la que se
sacrificaba la vida de los soldados. Estas son las convicciones ácratas, que
obviamente compartimos. Sin embargo, este mismo análisis ya no se realiza de
forma mayoritaria para la Guerra Civil Española y para el segundo gran conflicto,
en los que se considera que se está luchando ya contra el fascismo. Esta vez,
fueron los anarquistas pacifistas los minoritarios; es conocida la polémica que
George Woodcock tuvo con Orwell, cuando afirmó este último que toda posición
pacifica favorecía al fascismo en aquel momento.
Como vemos, el asunto es complejo y resulta complicado, al
margen de las convicciones, tener una opinión definitiva sobre la posición ante
los conflictos armados en un mundo que no nos gusta nada, pero que no podemos
eliminar de un plumazo. Sí, la inmensa mayoría de las guerras son meros
enfrentamientos entre Estados, con los intereses económicos y geoestratéticos
de por medio, pero ya hemos mencionado otros ejemplos bélicos en los que no es
tan sencillo esgrimir simplemente los principios. Los ejércitos son abiertamente criticables, por lo que la
posición antimilitarista sí me parece incuestionable, pero al igual que con la
desaparición del Estado, su lugar debe ser ocupado por algo mejor con una
transformación social y cultural, que no se realiza de la noche a la mañana.
Crear una verdadera cultura pacifista, de rechaza al conflicto armado y de
fraternidad entre los pueblos, supone un reto que todavía durará bastante
tiempo. La defensa de una sociedad libertaria, es decir, verdaderamente
democrática, supone en nuestra opinión no caer en un pacifismo extremista,
básicamente estéril al dejar a la población indefensa en un mundo esencialmente
autoritario. No tengo, ni quiero poner ningún ejemplo al respecto; me limito a
señalar lo necesario de encontrar propuestas que no se limiten a una situación
ideal. Si el ejército es el resultado lógico del Estado, la sociedad libertaria
debería plantear sus propias soluciones de defensa; no hablamos solo de la
posible sociedad de futuro, ya que la transformación de las sociedad se realiza
también creando alternativas en el presente y es una cuestión en la que no vale
solo con ponerse la etiqueta de "antimilitarista" o
"pacifista". Como ya se ha dicho, esta crítica no rebaja lo más
mínimo la muy necesaria denuncia de una institución armada autoritaria, en la
que son los más débiles los que pagan las consecuencias, y la mistificación
patriótica que supone la existencia de los Estados-nación empujando a las
personas a enfrentarse a otras por pertenecer a una cultura diferente.
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