Humberto García Larralde
La Revolución Bolivariana ha abrazado gozosamente lo que
Orwell, en su imprescindible obra, 1984, designó como neolengua. Se trata del
uso de términos para significar su contrario, en un ejercicio cruel del poder
por socavar el sentido propio de las palabras y confundir a la población, de
forma que la única referencia que queda de la realidad es la oficial. La
práctica Goebbeliana de repetir una mentira hasta convertirla en “verdad” se
queda pálida frente a esta confiscación de los conceptos por parte del
totalitarismo. El ejemplo más notorio de esta práctica por parte de Maduro y su
combo es la descalificación de la oposición democrática como “fascista”, en una
clara proyección de lo que más define su propio accionar político. Necesitan
enrostrarles este término a otros para lavar sus culpas y preservar, en la
medida de lo posible, el imaginario de “campeones del pueblo” con que quieren
ser reconocidos. El absurdo de tal acusación se pone de manifiesto al calificar
a las fuerzas democráticas como “fascistas apátridas”, un contrasentido
conceptual como ninguno. Es precisamente el patriotismo enfermizo –como el que
exhiben hoy los Bolivarianos- uno de los rasgos definitorios del fascismo. Pero
ahí está la neolengua, horadando, cual goteo incesante, el significado de los
términos a favor de quienes detentan el poder.
Esta introducción obliga a rectificar lo señalado respecto a
l. No otra cosa se desprende de la destrucción sostenida del aparato productivo
nacional durante los últimos catorce años, la demolición progresiva de la
capacidad para generar ingresos de las empresas básicas del Estado, incluyendo
PdVSA, la implantación de un control de cambios para privilegiar el usufructo
discrecional de las divisas por parte del poder y que ha aventado del país 14
veces el monto de dinero de lo que salió en los cuarenta años que van desde 1959
a 1998[1], las políticas macroeconómicas que han hecho de la inflación
doméstica la más alta del mundo, la confiscación de los derechos económicos del
venezolano por toda suerte de medidas sancionatorias y de control, la
conculcación de los derechos laborales, la violación de la contratación
colectiva, etc., etc.. Veamos algunas cifras.
1) La deuda
externa pública, pasó de menos de USA $24 millardos en 1998, a $106 millardos
para el primer semestre de 2013 (cifras del BCV), un aumento del 350%;
2) El endeudamiento
interno pasó de Bs. 2.535 millones en el último año del gobierno de R. Caldera
(II), a Bs. 255.260 en 2012, según registros de MinFinanzas. Traducido a
dólares según el tipo de cambio oficial vigente para cada año, aumentó de unos
$4,9 millardos en 1998 a 59,4 millardos en 2012; un endeudamiento neto
equivalente a $54,5 millardos. Al sumar deuda externa con la interna, el
endeudamiento público aumentó en unos $133 millardos. Si pesaba sobre cada
venezolano una deuda de unos $1.217 en 1998, para junio de 2013 esta carga era
de $5.629;
3) Un incremento
significativo del peso del Estado en la actividad económica. Numerosas
expropiaciones, el incremento de la burocracia al calor de la fiebre de
regulaciones y controles instrumentados, y las cuantiosas dádivas repartidas,
hicieron que el gasto fiscal, equivalente a un 21,5% del PIB en 1998, pasara a
ser de un 40% en los últimos dos años, incluyendo el gasto parafiscal de PdVSA.
El empleo en el sector público casi se duplicó durante este lapso, pasando de 1,39
millones a 2,56 millones en 2012.
4) Un déficit del
sector público[2] estimado en 15% del PIB al cierre de 2012;
5) $165 millardos
salieron del país por la cuenta Financiera de la balanza de pagos entre 1999 y
2012, $46 millardos correspondientes al sector público. Adicionalmente, por la
cuenta de Errores y Omisiones se fugaron otros 34 millardos;
6) Desde el
segundo semestre de 2009, producto de una reforma de la Ley del BCV que le
permitió financiar a empresas del Estado, se les ha prestado –imprimiendo
dinero sin respaldo- más de Bs. 231 millardos, equivalente al 25% de la
liquidez monetaria;
7) Esta política,
asociado a un gasto público dispendioso que monetiza un ingreso de origen
externo que no resulta de esfuerzo productivo alguno –la renta internacional
del petróleo-, ha multiplicado la liquidez monetaria unas 86 veces entre 1998 y
agosto de 2013;
8) Como resultado,
la inflación para finales del presente año bordeará el 50%, la más alta del
mundo.
Todo lo anterior resulta, entre otras cosas, en una caída de
la productividad laboral (excluyendo la renta petrolera pues, por definición,
es un ingreso no producido) del 11% desde el último año del gobierno de
Caldera. Las prácticas populistas de pagar salarios divorciados de la productividad
–estos aumentaron un 20% en términos reales durante el lapso reseñado-,
ocasionaron un incremento del costo laboral por producto del 35%, en promedio,
entre 1998 y 2012. Si a ello juntamos los estragos de una política cambiaria
que ha sobrevaluado el bolívar en un 50% a la par que desapareció los dólares
para el público, observamos que la pérdida de competitividad laboral de la
economía venezolana frente al mundo ha sido de un 63% durante ese período. Es
decir, en dólares, el producto venezolano se ha encarecido, en promedio, en un
63%, sólo por su costo laboral. No en balde las importaciones se han
cuadruplicado, mientras que las exportaciones no petroleras se han reducido a
la mitad.
La inseguridad jurídica, las regulaciones excesivas, las
expropiaciones arbitrarias y las funestas políticas económicas, algunos de
cuyos resultados hemos mencionado arriba, han hecho a Venezuela depender en un
grado muy peligroso del ingreso petrolero. De ahí que el manejo tan
irresponsable de esa industria por parte del régimen augura un futuro sumamente
desolador, de no introducirse los correctivos a tiempo.
PdVSA registró a fines de 2012 unos $40 millardos en cuentas
por cobrar, es decir, exportaciones facturadas pero sin proventos en dinero,
dado el generoso financiamiento otorgado a los países importadores de nuestro
petróleo (los asociados a PetroCaribe, que incluye a Cuba, y otros). Cabe
señalar que la deuda de PdVSA se ha incrementado, este año, a unos $50
millardos. Ello muestra que se tuvo que endeudar para mantener las dádivas a
los “países amigos”, con el agravante de que la tasa de interés de esta deuda
es alta, mientras que a los “panas” se les cobra sólo un 1%. Por demás, casi
300 mil barriles diarios de exportación petrolera tampoco generan ingresos, por
cuanto son para pagar la cuantiosa deuda contraída con China. Este desaguadero
de recursos se incrementa con el enorme subsidio otorgado al consumo doméstico
de combustible, cuyo costo de oportunidad (valor alterno de exportación) fue de
al menos $15 millardos en 2012. Encima, el deterioro de la capacidad de
refinación doméstica ha obligado a importar gasolina y otros productos para
suplir el mercado nacional[3]. Éstos se compran a precios internacionales,
altos, para venderlos al precio doméstico subsidiado. A esto debe añadirse los
$174 millardos en gastos sociales y asignaciones al Fonden por parte de PdVSA.
¿Acaso sorprende que PdVSA no pueda financiar las inversiones para mantener su
capacidad productiva?
Pero además, no puede quedar fuera del análisis la
probabilidad de que la producción petrolera real y, por tanto, los ingresos por
exportación de crudo, hayan sido sustancialmente inferiores desde 2003 a lo
reportado por PdVSA (y el BCV). La despedida de casi la mitad de la nómina de
PdVSA luego del paro cívico, incluyendo a los empleados más experimentados, y
la desviación de fondos para el gasto parafiscal (misiones y Fonden) en
detrimento de la inversión y los gastos de mantenimiento, sin duda ha dejado su
huella. El OPEC Monthly Report registra una producción para Venezuela durante
el período 2003-2012 inferior en 22,1% al que proclama el gobierno.
Por último, no es posible dejar por fuera el desangramiento
de las arcas públicas a través de tantas componendas, triquiñuelas, estafas y
robos descarados, ocurridos durante los últimos lustros con total impunidad.
“Solidaridad revolucionaria” llaman a eso.
No es fortuito, entonces, que no alcancen los dólares y que
nos encontremos en una profunda crisis económica.
El chavismo ha venido ganando la Guerra Económica. Han
logrado dilapidar unos $1,1 billones (millones de millones), de ingresos al
Estado, con escasísimos resultados en términos de obras. Cierto, se repartió
dinero a través de las misiones, pero a costa de destruir la empresa privada y
el empleo productivo. Ahora que desaparecieron “los peces”, no hay como generar
otras fuentes de ingreso: “no se nos enseñó a pescar”. Sin duda esta Guerra
Económica contra el pueblo de Venezuela ha sido cruenta y sin misericordia. No
hay forma que esto continúe, a no ser a costa de creciente racionamiento y
represión. Nicolás Maduro, arrinconado y desprovisto de las artimañas de que se
valió su mentor para mantener durante tanto tiempo al pueblo sumiso, no
encuentra cómo responder a la tragedia que han desatado. ¿Será que intentará la
huida hacia adelante con promesas y acciones que sólo agravarán más la
situación, como tantas veces hizo Chávez?
No nos olvidemos que la naturaleza del fascismo es provocar
una conflagración definitiva que liquide de una vez por todas a los señalados
como enemigos de la patria. Hagamos que ello sea políticamente muy cuesta
arriba: el 8 de diciembre es una fecha clave para ello. ¡Cobrémosle bien caro
su legado de destrucción!
[2] Se refiere al sector público restringido, que excluye
instituciones financieras del Estado.
[3] Según el Departamento de Energía de Estados Unidos,
Venezuela estaba importando 129.000 barriles de combustibles desde ese país
para finales del primer cuatrimestre de 2013.
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