Por Andrés Aristizábal
En Colombia en 2009 el gobierno de Álvaro Uribe anunció la
instalación de siete bases militares de Estados Unidos, en diferentes
instalaciones militares de las Fuerzas Militares colombianas, en las cuales
podrían amenazar y espiar a Venezuela, Ecuador, Brasil y el Caribe, Bajo la
excusa de apoyar la lucha contra las drogas y la guerrilla en el país. Para
ello el gobierno se valió de un acuerdo expedido en 1962 que establecía una
cooperación entre EEUU y Colombia para asuntos sociales. El anuncio produjo un
amplio repudio nacional y se constituyó un amplio movimiento: la Coalición
Colombia NO bases que hizo importantes movilizaciones en contra, sumando
diferente actores de la sociedad civil y de movimientos y partidos políticos.
También hubo un fuerte rechazo internacional, aumentó la tensión entre Colombia
y sus vecinos que se vio reflejada en las sesiones extraordinarias de UNASUR.
Unos meses después la Corte Constitucional declaró inconstitucional el convenio
con Estados Unidos y exigió que un asunto de tal magnitud debiera pasar por el
Congreso y la coalición de gobierno ante el revuelo creado decidió no someter
esto a consideración del Parlamento Colombiano.
Estos hechos podrían ser considerados un caso aislado o una
muestra del extremismo fundamentalista y belicoso de Álvaro Uribe, de no ser
porque el ministro de Defensa en esos momentos era el actual presidente de la
República Juan Manuel Santos. Los acontecimientos pusieron de relieve
nuevamente la estrecha relación de los gobiernos colombianos con el Pentágono y
la supeditación de las Fuerzas Armadas Colombianas a los intereses del
Pentágono y el alto grado de militarización del país. Esto se ha convertido en
un obstáculo para que América del Sur tenga una política militar autónoma y se
convierta en una región de paz.
Durante la pasada Cumbre de las Américas, realizada en
Cartagena en abril de 2012, el presidente Obama señaló “hemos seguido
invirtiendo en programas como el Plan Colombia, pero ahora estamos trabajando
con Colombia, considerando sus mejores prácticas alrededor de cuestiones como
la seguridad de sus ciudadanos, para que no sólo los Estados Unidos sino
también Colombia proporcionen asistencia y capacitación técnica a países de
Centroamérica y el Caribe para encontrar maneras en que puedan duplicar parte
del éxito que hemos visto en Colombia”1. En este sentido ha dado recursos
específicos para que una parte del trabajo de asesoramiento a ejércitos de
otros países lo realice el gobierno de Colombia. En febrero de 2012 el ministro
de defensa de Colombia Juan Carlos Pinzón sostuvo una reunión de alto nivel en
Washington, que fue calificada como un tipo de reuniones que Estados Unidos
solo sostiene con países como Corea del Sur o el Reino Unido y fue dirigida a
preparar una estrategia post Plan Colombia. En abril durante una visita a
Colombia de León Paneta, ex secretario de defensa de EE.UU, se reveló que
Colombia había entrenado a miles de soldados de Centroamérica y México y en el
tercer Dialogo de alto nivel realizado el 26 y 27 de noviembre en Bogotá El
asesor presidencial para asuntos del Hemisferio Occidental, Ricardo Zúñiga,
dijo que la reunión tiene el propósito de "hablar sobre el futuro de
nuestra cooperación en seguridad, porque el enfoque ha sido por muchos años en
la situación interna colombiana, pero ahora es más global y regional" y
añadió Ahora Colombia está jugando un papel más amplio que antes, colaborando
en la región, con México, con Centroamérica y el Caribe en el combate al crimen
organizado”2.
Todo esto ha servido para llenar de elogios a Colombia la
cual fue calificada por Obama como un caso exitoso de lucha contra la
delincuencia organizada y digna de exportar su experiencia. Justamente cuando
se acentúa esta cooperación militar, en Colombia se vivieron los años más
tenebrosos de violaciones a los derechos humanos. El asesinato de miles de
inermes ciudadanos presentados como guerrilleros para obtener recompensas, la
generalización de ejércitos paramilitares, la expulsión de miles de campesinos
de sus tierras, los asesinatos selectivos entre muchos otros aspectos. Pero también
el aumento de la inversión extranjera directa y las industrias extractivas,
particularmente la gran minería. El Plan Colombia que implicó el desembolso de
cerca de 4 mil millones de dólares en 10 años fue simultáneo a todo esto y no implicó una disminución en la producción
y tráfico de drogas.
Al comienzo del Plan Colombia, el total de la Inversión
Extranjera Directa (IED) fue calculado en $2.4 mil millones. En 2011, la IED en
Colombia sumó $14.4 mil millones, la tasa de crecimiento más rápida en América
Latina. El petróleo y el gas constituyen una parte cada vez más importante de
la IED, al sobrepasar alrededor de una décima a mediados de los 90 a casi un
tercio en 2010, cuando alcanzó los $ 4.3 mil millones.
En 2008, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional (USAID) se jactó de que “el despegue económico de Colombia
después de 2003 no ocurrió por casualidad.” Cincuenta y dos áreas del sistema
económico de Colombia fueron objeto de reforma, y bajo el Plan Colombia, “USAID
proporcionó asistencia técnica para ayudar a diseñar e implementar políticas
que van desde la reforma fiscal hasta el fortalecimiento del sector financiero
y mejorar el entorno para las pequeñas empresas, y muchos otros.”3
Esto se logró mediante una combinación de reformas legales e
incentivos fiscales, la firma de nuevos acuerdos de libre comercio (entre
Colombia y los Estados Unidos, así como entre Colombia y Canadá) y la
militarización de la industria extractiva. EE.UU. entrenó “batallones de
energía” para proteger oleoductos, carreteras y otros proyectos de
infraestructura.
Los bien documentados casos de la bananera Chiquita Brands,
la minera Drummond, y el gigante del petróleo BP, han examinado vínculos entre
grupos paramilitares y empresas transnacionales de Estados Unidos. En marzo de
2007 en una corte de Washington, DC,
representantes de Chiquita Brands se declararon culpables por haber efectuado
pagos al grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
“Chiquita realizó más de 100 pagos a las AUC con un valor de
más de $ 1.7 millones,” según el Departamento de Justicia de EE.UU. “Chiquita
Brands pagó dinero manchado de sangre a los terroristas como Carlos Castaño
para proteger sus propios intereses financieros,” según la firma de abogados
que representa a las víctimas.
Por eso el abandono del convenio para la instalación de
bases militares en Colombia no puede llamar a engaños acerca de la estrategia
estadounidense para la región y del papel que quiere jugar el gobierno
colombiano. Claro que para la opinión internacional pasar del belicoso Uribe al
diplomático Santos, es todo un salto. Pero Santos es el presidente que cuando
Cristina Kitchner anunció la expropiación del 51% de Repsol, en un foro
empresarial con Mariano Rajoy en Bogotá dijo “aquí no expropiamos”.
Estados Unidos como se puede observar asocia en forma
estrecha ayuda militar y guerra al narcotráfico a la implementación de un
modelo económico depredador y a la suscripción de TLC. LOS TLC DE LA UE, CHILE,
COLOMBIA MEXICO Y PERU. Por ello llama la atención la importancia que está
dando en materia de cooperación militar a los países del Acuerdo del Pacifico.
México, Colombia, Perú y Chile en primer lugar pero también a Haití y República
Dominicana en el Caribe y a Panamá, Costa Rica, Honduras y Guatemala en
Centroamérica.
En el último año hemos visto la implementación de la base en
Concón en Chile, en Piura en Perú, nuevas bases militares en Panamá, Honduras cinco, en Puebla en México. Lo que
sobresale es que inmediatamente después del golpe de Porfirio Lobo, Colombia
suscribió con Honduras un pacto de cooperación en materia de seguridad y en el
último año ha suscrito acuerdos similares con Perú, Chile y México
Finalmente y no menos despreciable es que Colombia afina su
colaboración con aparatos armados del mundo como es el reciente acuerdo que se
firmó con la OTAN, Una organización militar que interviene en todo el mundo
bajo los intereses de Estados Unidos y las potencias europeas, solo basta recordar
los casos de Belgrado, Afganistán, Libia y actualmente Siria. Meter a Colombia
en el club guerrerista más grande del mundo es una vergüenza para Colombia,
además de ser un desafío a procesos de integración en la región que buscaban
independencia de Estados Unidos en las relaciones políticas, económicas y
militares en el continente. La declaración de Santos ha, generado desconfianza
e inseguridad en los países latinoamericanos quienes ya empezaban avanzar en la
consolidación de una doctrina de seguridad y defensa propia que no tuviera a
Estados Unidos de referencia y que el gobierno de Santos siempre trato de
dilatar y obstaculizar, evidenciando la alianza entre Washington y Bogotá cuyo
gran agente es el gobierno colombiano en cabeza de su presidente.
Andrés Aristizábal es un miembro de la Coalición Colombia No
Bases
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