Columna Libertaria Joaquín Penina
Introducción y marco teórico
A la hora de analizar en profundidad el sistema de dominio y
la forma en la que el mismo se desarrolla en nuestra región, sus
particularidades en la coyuntura actual y sus implicancias en el devenir de la
lucha de clases, podríamos abordar dicho análisis desde múltiples esferas y
diferentes ejes. En esta aproximación que ofrecemos hemos optado por hacer un
recorte con el fin de poner énfasis en ejes que consideramos significativos
para la actualidad y que entendemos tienen implicancia en nuestra militancia
cotidiana. De tal manera, vamos a detenernos a profundizar en la dinámica de
las relaciones entre la esfera político-jurídica del sistema de dominio en la
región y la esfera económica. A los fines de explicar el lugar desde donde nos
paramos para realizar este análisis vamos a señalar brevemente a continuación
el marco teórico utilizado.
Como lo hemos manifestado en documentos anteriores,
entendemos a este sistema de dominación capitalista como uno que opera en
diferentes niveles y través de distintos mecanismos de dominio en todas las
esferas de la vida social, y como tal, no es único e inmodificable, sino que es
una construcción histórica. En este sentido, entendemos a la sociedad en su
conjunto constituida por las diversas dimensiones del poder conformadas en las
diferentes esferas, influyentes y dependientes unas de otras. No analizamos,
por ende, a la misma como determinada exclusivamente por las relaciones de
dominación económicas. En este sentido, “el sistema de dominación actual, en
realidad no es simple reflejo de las relaciones de la esfera económica sino
que, se constituye en una interdependencia de las esferas política, económica,
ideológica, cultural, etc. Las relaciones de poder se encuentran presentes en
todas las relaciones sociales, impregnan la sociedad de forma capilar.” [1]
A partir de esto, intentaremos enfatizar, como ya
advertimos, sobre la comunidad de intereses y la relación existente entre el
proyecto de institucionalidad de los llamados Gobiernos “Populares” o de
“Socialismo de Siglo XXI” y la matriz extractivo-exportadora nuevamente en auge
en toda la región sudamericana visibilizada a través del plan Iniciativa para
la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA).
A más de una década de iniciado el siglo XXI las ficciones de “Estados Socialistas” o “Gobiernos Populares” deberían indicar algo más peligroso que una simple desafortunada conjugación de palabras antagónicas. Durante el transcurso del siglo XX, en los ya conocidos procesos de revolución social que han concluido con la toma del poder político por parte de una vanguardia “iluminada”, se ha evidenciado cómo la iniciativa y el protagonismo de un pueblo[2] organizado fueron frenados y hasta oprimidos por las nuevas burocracias dirigentes. En este sentido, se ha llegado a vivenciar el destino que tuvo el intento de abolición de los privilegios y la búsqueda de una sociedad sin clases por parte de las clases oprimidas de dichos países: las élites burocráticas de los partidos comunistas erigidos en dirección de las revoluciones se preocuparon por mantener vivo al Estado, recrear al capitalismo en aquellos países y restaurar inevitablemente privilegios para una nueva clase dominante… todo en nombre del socialismo. Antes, durante y después de estos procesos gran parte de la teoría marxista y nacionalista se ocupó de justificar teóricamente tal proceso.
Casualmente en Latinoamérica desde hace más de diez años
-luego de una gran crisis teórica que sufrió la izquierda estatista después de
la caída de la URSS- se vuelve a justificar la posibilidad de transformación
social desde arriba hacia abajo, es decir desde y a través del Estado como
dirección y aparato regulador.
Intentamos plantear aquí algunos puntos nodales para
entender la realidad de Sudamérica y el desarrollo que se dio la clase
dominante local a la hora de establecer una nueva estrategia para la región en
el marco del sistema de dominación actual. En este sentido, es imprescindible
que detectemos qué proceso de movilización y resistencia se estaba dando tras
una década de políticas neoliberales en todo el continente; qué respuesta se
buscó desde la clase dominante para frenar nuevos alzamientos populares e
intentar dar un salvataje a la institucionalidad y la gobernabilidad –muchas
veces desde una apariencia progresista con retóricas patrióticas-; y finalmente
qué relación guarda esta funcionalidad con la garantía de desarrollo de la
economía de la región dependiente en la división internacional del trabajo
teniendo como parámetro el intento de aplicación irrestricta del Plan IIRSA,
introducido por las potencias mundiales y proyectos de tipo imperialistas.
Por último, es importante que puntualicemos la estrategia de
resistencia que se están dando las clases populares al avance de los de arriba,
pensando así en las perspectivas de lucha hacia adelante que nos ofrece la
experiencia rebelde de nuestra clase.
El papel de los Estados Latinoamericanos: los progresistas o
los no tanto
A fines del siglo XX pudimos vivenciar el estrepitoso
fracaso de los proyectos estatistas de implantación del “socialismo” -de arriba
hacia abajo- en Rusia, China, Vietnam, Cuba, Corea del Norte y la Europa del
Este entre otros, deviniendo éstos en el establecimiento de nuevas clases
dominantes, nuevas burocracias, reconociendo al capitalismo como único sistema
viable y aportando al fracaso de diversos procesos revolucionarios que se
intentaban dar en los años ´60 y ´70 en nuestra región. La izquierda estatista
en una crisis sin precedentes se llamó a silencio durante una década. Es ahí
cuando las clases dominantes arremetieron con políticas de corte neoliberal,
anulando muchas de las conquistas populares conseguidas con la lucha a lo largo
del siglo XX y revocando derechos sociales que habían sido arrancados desde
abajo. Latinoamérica no sólo no fue la excepción a la áspera aplicación de
estas políticas sino que de alguna forma fue modelo para el resto del mundo.
Privatizaciones en las telecomunicaciones, la energía y el
transporte, ajustes y recortes en los sistemas de salud y educación pública,
desempleo y subocupación, y un predominio del capital financiero fueron el
común denominador en la nueva realidad latinoamericana. Sin embargo, el
descontento de las clases oprimidas no se hizo esperar. Hechos como el
levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México
marcaron los albores de la respuesta organizada de la resistencia continental a
lo que era una nueva sangría a los pueblos latinoamericanos. Levantamientos
populares como los del Caracazo (1989), las guerras del agua y el gas en
Bolivia (2000, 2003, 2005), los levantamientos de los pueblos originarios en
Ecuador y Chile, las puebladas y piquetes que tuvieron como corolario al
argentinazo (1996-2001), la lucha campesina de los Sin Tierras brasileños,
entre otras fueron algunas de las expresiones organizadas de los sectores
populares excluidos y expulsados por este sistema de dominación capitalista,
que a esta altura, prescindía perfectamente de gran parte de la población del
continente. No obstante, y a diferencia de la vieja práctica de la izquierda,
estos eventos y procesos organizativos contendrían un mayor desarrollo de
autonomía popular y una convocatoria de sectores de abajo no enmarcados en el
tradicional planteo economicista de la izquierda clásica. Pueblos originarios,
campesinos(as) sin tierra, piqueteros(as) desocupados(as), entre otros, a
través de la práctica de la acción directa protagonizaron la re-composición de
las organizaciones de las clases oprimidas. Algunas características novedosas
para el momento, como el rechazo a la representatividad institucional y la
búsqueda de mayor democracia directa en manos de las propias organizaciones
populares, iban resaltando la nueva estrategia clasista.
Es así, como en gran parte del continente comenzó a impactar
un proceso de deslegitimación de las instituciones estatales, una
profundización de la crisis de gobernabilidad (recordemos las numerosas
renuncias de presidentes en los casos de Argentina, Bolivia, Ecuador y Perú),
una descomposición de la democracia representativa y del bipartidismo y un
agotamiento de la aplicación de las recetas económicas de ajuste y
privatizaciones.
A excepción de Chile y Colombia, como los más
representativos en el cono sur en donde prevaleció sin titubeos la posición de
mantener esas políticas de ajustes y sostener el control social principalmente
a través de la represión y la militarización, algunos sectores de la clase
dominante latinoamericana iniciaron una búsqueda de renovar estrategias de
control y regulación social acorde a los tiempos que estaban viniendo. En tal
sentido, los Estados Sudamericanos no podían seguir implementando recetas de
ajuste y aplicar al mismo tiempo la política del garrote. Es ahí donde el
Estado debió convertirse en un actor político de relevancia para tales intereses,
instalando una nueva representación política para neutralizar el antagonismo de
clases visibilizado a fines del siglo XX y primeros años del XXI.
Por un lado, se buscaba poner tope a la seguidilla de
alzamientos populares que estimulaban la capacidad de participación real de la
mayoría de la población. En este sentido, debía asegurarse la dominación a
través de la recuperación de la legitimidad institucional perdida, y evitar así
retornar a la utilización de la fuerza como en tiempos de las dictaduras del
cono sur. Una forma de hacerlo era la de canalizar superficialmente las
demandas populares que dieron origen a las resistencias –léase disminuir un
poco los ajustes y la privatización- combinada con una retórica nacionalista e
izquierdista al mismo tiempo.
Por otro lado, existía la necesidad de consolidar a la
región en su lugar dentro de la división del trabajo global como proveedor de
materias primas, recursos minerales y energéticos sin demasiados sobresaltos.
Dichos recursos requerían ser destinados a su transformación en los centros
industriales de los países desarrollados, para dar respuesta a la creciente
demanda de consumo desenfrenado e irracional de los países más ricos.
A través de una batería de políticas públicas y un rotundo
cambio de imagen y discurso de lo que antecedía, los Estados latinoamericanos
representados en el Socialismo del Siglo XXI –eufemismo con el que se intenta
enmarcar un modelo de “capitalismo humano” contrapuesto al “capitalismo
salvaje”- asumieron esta nueva etapa de gobernabilidad en el continente. Se
comenzó a utilizar una retórica nacionalista, izquierdista y antiimperialista,
evocando viejos próceres de la independencia latinoamericana como Bolívar, San
Martín, Eloy Alfaro y el mismo Artigas, para lograr resignificar y reinsertar
la figura del caudillo como referencia de gobernabilidad. En tal sentido, se
enarbolaron procesos declamativos como la “Revolución Ciudadana”, “Revolución
Bolivariana”, “Estado Plurinacional” o “Proyecto Nacional y Popular”, entre
otros. En consonancia, se continuó desde arriba con una ínfima redistribución
de ingresos a través de políticas focalizadas –muchas veces disfrazadas de
políticas sociales universales- que respondían nada menos que a viejas recetas
del Banco Mundial para frenar el descontento de sectores excluidos en América
Latina y que operaban a su vez como herramientas de control social. De esta
forma el Estado en cada país comenzó a promover la desarticulación y
fragmentación de muchas de las organizaciones populares que estaban en
resistencia desde hacía años y de las cuales algunos dirigentes estaban
esperando nuevamente una posibilidad de colarse en un proyecto estatista,
relegando, de esa manera, el interés real de las bases organizadas.
En esta nueva secuencia de modelos de gobernabilidad estatal
todos los estados del cono sur adhirieron a un nucleamiento de los mismos
denominado Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), constituyendo el correlato
político-jurídico del sistema de dominio regional. En esta instancia se logró
la convivencia plena y armoniosa de los llamados gobiernos de izquierda
–quienes sólo en el discurso estaban cuestionando al neoliberalismo-, y los
otros modelos conservadores como los países adherentes al TLC (Tratado de Libre
Comercio) que siguieron aplicando abiertamente dichas políticas. La finalidad
última de este conglomerado de Estados fue siempre el mantenimiento del status
quo y una eventual neutralización de enfrentamiento de clases en la región.
De más esta decir que los resultados expresados, luego de
una década, no reflejan progreso en dirección a una transformación social en la
región: en la mayoría de los países no se ha tocado siquiera la matriz de la
estructura económica y productiva (la concentración del latifundio es cada vez
mayor; los monopolios económicos se han mantenido o renovado), de manera
insoslayable importantes sectores de la clase dominante favorecidos han
financiado las políticas públicas; en ningún caso se ha otorgado a los pueblos
originarios derecho definitivo al territorio ni ha cesado la represión y
discriminación a los mismos de parte de las élites gobernantes (a pesar de que
numerosos gobiernos del cono sur han hecho bandera de la “concesión” de
derechos e inclusión a dichas comunidades); los altos índices de pobreza,
indigencia y desempleo no se han modificado a pesar del maquillaje brindado por
la continuidad de las políticas focalizadas y manipulación de la información
estadística; salvo Brasil –una potencia económica emergente con una burguesía
industrial férrea- en ningún otro país se ha dado un proceso de
reindustrialización; el número de bases militares norteamericanas ha aumentado
exponencialmente, así como también la militarización de las barriadas
periféricas y una creciente criminalización de la pobreza; aumentó el nivel de
permisividad a las concesiones a las trasnacionales, el aumento en el
endeudamiento con los organismos de crédito internacional han generado mayor
dependencia hacia los mismos, el cumplimiento de los mandatos de potencias como
China y Estados Unidos siguen incólumes. Pero entre los aspectos más delicados
de la situación política, social y económica se encuentra el nivel de sujeción
y dependencia de la región. La misma se encuentra comprometida en un proyecto
de rapiña capitalista de especulación de alcances catastróficos, donde el
territorio y sus recursos –otrora considerados improductivos- son el elemento
de disputa.
Basándonos en nuestro marco analítico indicado brevemente al
principio, es imprescindible volver a observar que no vemos una determinación
exclusiva de las relaciones de dominación económicas en los proyectos políticos
instaurados en la región ni viceversa. Al contrario, podemos inferir que dentro
de la clase dominante existen diferentes proyectos en pugna o en coordinación. En
este caso los llamados Gobiernos del Socialismo del Siglo XXI, o los Gobiernos
“Populares” o de izquierda representan un proyecto político en sí mismo de un
sector de la clase dominante que poco o nada intenta confrontar con el proceso
extractivista que vienen llevando grupos económicos poderosos en la región y
del mundo. Contrariamente, parece existir un intercambio de favores que quizás,
por un lado, les habilita a los gobiernos denominados populares un modo de
financiación de la política pública y, por el otro, les permite a los capitales
trasnacionales la estabilidad necesaria en la región y bajos costos para la
explotación y exportación de los recursos locales.
Función de la economía regional: Plan IIRSA y extractivismo
Todas estas señales de continuidad de un capitalismo
depredador –el único que existe- son síntoma de un proceso que se viene
llevando a cabo en Latinoamérica desde hace ya más de una década. La función
del Estado latinoamericano (sea conservador o “progresista”) ya no es meramente
la de ajustar y privatizar sino que su rol fundamental en esta nueva etapa del
neoliberalismo es la de flexibilizar las condiciones de explotación desmedida
de los suelos y la extracción y expoliación lasciva de cuanto recurso energético
y mineral exista en Latinoamérica, obviamente garantizando los bajos costos y
la eficiencia en el traslado.
Sin embargo, la regulación estatal para tales fines no podía
esta vez dar movimientos bruscos y retornar un clima de conflictividad social a
priori. Como hemos indicado en documentos anteriores, podemos caracterizar al
Estado en estos tiempos como generador de un consenso necesario en la sociedad
y creador de condiciones tales para que sus intereses (y los de su clase)
aparezcan como los intereses de todos. En este sentido, levantando las banderas
de la Soberanía Nacional, la –incomprobable- Reindustrialización y el
Desarrollismo, y la “Soberanía Energética”, los Estados del llamado Socialismo
del Siglo XXI se propusieron meterse de lleno a este juego mundial determinado
y dirigido por proyectos imperialistas. Ese rol requirió la intervención
estatal para garantizar -cueste lo que cueste- la explotación y exportación de
bienes primarios a gran escala solicitados por el mercado internacional. Hidrocarburos
como el gas y el petróleo, metales y minerales como el cobre, el oro y la plata
y productos alimenticios como el maíz, la soja y el trigo, además de
biocombustibles, son algunos de los recursos y productos que evidencian una
reorientación de las economías de la región hacia las actividades primarias. En
Sudamérica estos impulsos de reordenamiento de las actividades de la región, en
función de cubrir las demandas de la economía global, responden en gran parte
al proyecto denominado IIRSA presentado por primera vez en una cumbre de
presidentes en el año 2000. Este megaproyecto continental de implementación
silenciosa –con su símil Plan Puebla Panamá en Caribe y América Central-, es
dirigido por el gobierno estadounidense y cuenta entre sus socios a Paul
Wolfowitz (Banco Mundial), Donald Rumsfeld (secretario de Defensa de EEUU),
David Rockefeller, Henry A. Kissinger, Alan Greenspan (Banco de la Reserva
Federal de EEUU), Rodrigo Rato (director del FMI), George Soros, el clan
Rothschild y el magnate de la Microsoft Bill Gates, entre otros.
El IIRSA, promovido desde sus orígenes por el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) y coordinado por la Corporación Andina de
Fomento (CAF) y el Fondo Financiero para el Desarrollo del Cuenca de Plata
(FONPLATA), fomenta y organiza la inversión en infraestructura y logística para
interconectar la región al comercio internacional que llevan adelante las
grandes transnacionales. La implementación principal del proyecto requiere el
desarrollo de una infraestructura tal para transporte terrestre, aéreo y
fluvial; oleoductos, gasoductos, puertos marítimos y fluviales, tendidos
eléctricos y de fibra óptica, centrales hidroeléctricas, megaminería, soja y
transgénicos. No obstante, el proyecto tiene diferentes etapas de implementación
para las diferentes regiones y sobre todo teniendo en cuenta el recurso a
explotar.
Como ya señalábamos más arriba los Estados latinoamericanos
vendieron este proceso en marcha como una ventana hacia el desarrollo del
continente, es decir una oportunidad única aprovechada por los distintos
gobiernos con el único fin de la integración de la región y el desarrollo
industrial y productivo de la misma. En la etapa actual la promesa de mayor
mano de obra a raíz de la demanda de la construcción de infraestructura ha
funcionado como golpe de efecto. La socióloga Maristela Svampa señala, por el
contrario, que “…por cada millón de dólares invertido, se crean apenas entre
0,5 y 2 empleos directos…”[3] En este sentido, otros estudios indican que a
medida que vaya finalizando el IIRSA en toda la región habrá una disminución
significativa del empleo con derivaciones negativas en la economía regional y
las sociedades locales.
En consonancia con lo que venimos resaltando acerca de los
alcances del impacto del extractivismo llevado a cabo en la región, están
empezando a aflorar un sinfín de consecuencias sociales-medioambientales
negativas del proceso: desmonte y destrucción de zonas ricas en biodiversidad
para promover monocultivos de soja o plantaciones de pinos para celulosa,
agotamiento acelerado de los recursos no renovables como son el gas, el
petróleo y los minerales -aumentando a la larga el costo de vida de la
población local-, migración forzosa de la población rural hacia centros
urbanos, entre otros.
Los métodos utilizados para el saqueo continental merecen un
párrafo aparte. La fracturación hidráulica o fracking, utilizados para hacer
salir el petróleo a grandes profundidades no sólo utiliza miles de litros de
agua mezclados con químicos y arena sino que deja el lastre de altas cantidades
de plomo y metano en la poca agua que queda por utilizar en la zona afectada.
Numerosos grupos científicos y ambientalistas advierten
además sobre la explotación minera a cielo abierto. La misma afecta grandes
proporciones de superficie terrestre abriendo un cráter –para extraer una
pequeña cantidad de mineral- utilizando importantes proporciones de cianuro
dejando el agua del lugar envenenada, generando inevitablemente el colapso de
la agricultura local (perdida de cosecha y animales muertos) y por ende como
mencionamos anteriormente un éxodo obligado de la población local.
Cabe aquí mencionar también el impacto de la instalación de
las represas hidroeléctricas (destrucción del ecosistema y –nuevamente-
desplazamiento forzoso de la población) o el modelo agrícola de producción
(semillas transgénica, fumigaciones aéreas masivas, siembra directa, cancer y
enfermedades respiratorias) dependiente de la multinacional Monsanto.
Desafortunadamente dentro de la gravedad del saqueo
trasnacional contamos con la sistemática violación a los derechos humanos en la
región: desde la irrupción a territorios de los pueblos originarios y
campesinos hasta la persecución, criminalización y muerte de la resistencia al
avasallamiento sobre la tierra, los recursos y la sociedad en su conjunto.
Resistencia Latinoamericana frente al saqueo y farsa de
socialismo de los de arriba
Podemos observar hasta aquí cómo el sistema capitalista ha
operado en esta región durante la última década mediante el despliegue de
relaciones de dominación económico-productivas y político-jurídico-ideológicas
en torno a la continuidad del modelo neoliberal y su instancia extractivista.
El trabajo cumplido hasta el momento por los Estados de la UNASUR durante la actual
aplicación del IIRSA ha permitido resguardar con creces los intereses de la
clase dominante. Sin embargo, este despliegue ha generado nuevas resistencias y
–por ende- conflictividad social por parte de las clases oprimidas de América
Latina y una lucha abierta por el territorio, expresada en la movilización
organizada de la población directamente afectada por el saqueo y las
consecuencias del mismo. Aquí brevemente vamos a mencionar algunos actores en
este proceso de resistencia como lo son asambleas ambientalistas de Argentina
(Esquel, Gualeguaychú, Famatina, Tinogasta, entre otras), los campesinos/as sin
tierra paraguayos y brasileros que enfrentan el latifundio sojero, los pueblos
originarios del TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure)
boliviano, los del Parque Yasuní-ITT ecuatoriano, los de la reserva Vaca Muerta
argentina, los de la Patagonia o los de la Amazonía sudamericana, y podríamos
mencionar muchos más. Párrafo aparte merecen algunos procesos de resistencia
antisistémica que se vinieron dando en algunos lugares en paralelo y que,
particularmente, no han tenido quizás relación directa con el proceso
extractivista, pero sí con el avance de los Estados latinoamericanos frente a
las clases populares, como lo son las luchas de los estudiantes y pueblos
originarios chilenos, así como también las movilizaciones populares por la
gratuidad del transporte público y contra la carestía de la vida en Brasil,
todas con gran trascendencia mundial.
Con respecto al modelo extractivista, numerosas puebladas
han llegado a frenar parcialmente algunos tramos del Plan IIRSA y boicotear el
avance de las obras. Pero esta resistencia al desguace generó inmediatamente
una respuesta represiva por parte de los Estados latinoamericanos, aquellos
denominados de izquierda y también de los conservadores. En este sentido, el
aspecto militar-policial en las relaciones de dominación y el control social
requería estar resuelto en los albores de un nuevo siglo. En Chile, Colombia y
Paraguay –hoy Estados de corte conservador- el asunto se va resolviendo como de
costumbre, con represión explícita y miles de presos políticos, procesados y
asesinados. En los Estados “progresistas” a los efectos tales de solapar un
conflicto de clases e intereses, la persecución a los nuevos agitadores contra
el modelo extractivista y la ficción de la Patria Grande, debió traer aparejada
acusaciones políticas e ideológicas a los mismos. Durante la última Cumbre de
Jefes de Estado del ALBA –a fines del pasado Julio-, los mandatarios acusan a
la resistencia antiextractivista de “extremistas”, “conspiradores”,
“desestabilizadores”, “golpistas”, “pro-imperialistas” y “asalariados de la
CIA”. El relato de los gobiernos acerca de este tipo de resistencias concluye
habitualmente en que la posición de las organizaciones rebeldes le hacen el
“juego a la derecha”.
Bajo esas acusaciones los Estados del cono sur vienen
perpetrando persecuciones, procesamientos y asesinatos a miembros de
organizaciones populares. Los pueblos originarios en Bolivia que defienden el
TIPNIS periódicamente son reprimidos por la policía del Gobierno de Evo Morales
y tienen centenares de procesados y detenidos por dicha causa.
En Venezuela durante el gobierno de Chávez, además de la
detención y extradición a Colombia de una decena de luchadores de ese país
cuando Maduro era Ministro de Relaciones Exteriores, se produjo el asesinato
del cacique yukpa Sabino Romero, uno de los tantos referentes indígenas
enfrentados a los terratenientes ganaderos. La responsabilidad del gobierno en
el asesinato quedó al descubierto en investigaciones posteriores. En Ecuador,
donde Correa es presidente, desde hace ya tiempo se arman causas bajo la figura
de “sabotaje y terrorismo”, estando ya procesadas más de 200 personas, en su
mayoría militantes contra la megaminería. En Brasil en el marco de los
desalojos y la represión contra los campesinos sin tierra, el Gobierno asesina
a Eltom Brum da Silva, militante del MST. Recientemente se llevó a cabo, no
sólo la represión a las últimas movilizaciones masivas antigubernamentales,
sino que además se le sumó la persecución política y hostigamiento a
organizaciones anarquistas y antisistémicas (sospechadas de haber impulsado las
protestas). En Perú hubieron más de una treintena de originarios asesinados en
la región de Bagua (Amazonía peruana) durante el gobierno de Alan García, y
desde el 2011 -cuando asume Ollanta Humala- se produjeron al menos 25
asesinatos durante la resistencia al proyecto Conga en Cajamarca.[4] En
Argentina –donde el Kirchnerismo maneja mayoritariamente un modelo de represión
tercerizada[5]- podemos mencionar la violencia contra los ambientalistas de
Famatina, Tinogasta y recientemente a los originarios mapuches que rechazan el
fracking en Vaca Muerta (Neuquén), los asesinatos selectivos de dos campesinos
sin tierra en Santiago del Estero y de mas de 10 originarios Qom de Formosa y
Chaco –comunidades que resisten hace años el avance del latifundio y el modelo
sojero-. Vale agregar la situación en Uruguay de un gobierno que no sólo garantizó
la impunidad de la dictadura, sino que recientemente avanzó en la infiltración
policial de las manifestaciones por derechos humanos y la detención ilegal de
12 manifestantes.
Balance y perspectiva libertaria
En función de poder pasar en limpio el proceso que se dio en
la última década en nuestro continente solo podemos agregar breves conclusiones
del mismo. Por un lado, sectores de la clase dominante resolvieron
temporalmente el problema de la inestabilidad institucional de la región
provocado por las recetas de ajuste neoliberales de la década de los 90´. La
clase dominante logró reconstruir la representación -mítica en nuestro
continente- del Estado interventor y regulador y de un proyecto de izquierda
nacional que evadiera cualquier antagonismo de clase heredado de la década
anterior. A su vez, comenzó a delinear y facilitar un proceso de mejoramiento
infraestructural para que las trasnacionales y los Estados más poderosos
terminaran de llevarse los recursos que quedan en un continente plagado de
biodiversidad.
En otro orden, quedó al descubierto la política de derechos
humanos de los gobiernos de izquierda (los de derecha ya habían tomado posición
hace rato), donde el negocio y la razón de Estado valen más que la salud y el
bienestar de toda la sociedad. Un sinnúmero de organizaciones sociales
sucumbieron o fueron divididas ante la propuesta de construcción desde arriba y
por dentro del Estado. La clase dominante de la región apostó como era de
prever a la inclusión de la región dentro del capitalismo mundial en un
proyecto de ganancia y especulación a corto plazo. Los grandes perjudicados
fueron los pueblos de la región, que no vacilaron en salir a dar las primeras
batallas contra el modelo de saqueo y dominación. La defensa de los recursos y
de la vida frente a los proyectos imperialistas, no sólo no es impulsada por
los autodenominados “antiimperialistas” sino que han sido los pueblos
originarios, campesinos, vecinos, asambleistas, piqueteros y estudiantes
quienes han puesto el cuerpo frente a tanta impunidad en tan poco tiempo. Si
algo esta quedando nuevamente claro (a pesar del olvido del fracaso de los
proyectos estatistas de la izquierda) es que los proyectos emancipatorios de la
sociedad no pueden ni deben depender del Estado si realmente quieren ser
emancipatorios. En Latinoamérica nuevamente la coyuntura nos está invitando a
pensar la importancia de la autonomía en las organizaciones populares y la
independencia de clase a la hora de llevar a cabo la lucha revolucionaria. Esta
claro que no es lo mismo organizarse en tiempos de un gobierno abiertamente
represor como el chileno o el colombiano –o una dictadura- que un gobierno que
se adjudica la defensa de los derechos humanos y la representación de un
proyecto socialista. Esos períodos determinados por la institucionalidad
progresista son especiales para potenciar y desarrollar organizaciones de base.
En tiempos de ajuste y represión seguro se hace siempre más difícil y
peligroso. Sin embargo, la posibilidad de ocupar lugares, grietas o trincheras
en las instituciones es siempre una trampa que ofrece el mismo sistema de
dominación. En un continente donde la figura del caudillo viene para intervenir
en la historia en momentos excepcionales cuando la institución del sistema de
dominio está en peligro, la administración de la sociedad por parte del pueblo
y el protagonismo colectivo de los de abajo en esa búsqueda aparecen siempre
como una alternativa seria de transformación social. La construcción paulatina
de un pueblo fuerte y un poder autogestivo es el camino que elegimos los y las
de abajo en esta ambigua coyuntura latinoamericana.
FUENTES
"Sobre la Declaración de Guayaquil: ALBA y
extractivismo" - José Javier Franco publicado el 2/6/2013 en LaGuarura.net
"IIRSA: Integración de A. Latina para mercados y
privatizaciones" - Fernando Arellano Ortiz publicado el 3/8/2006 en ALAI,
América Latina en Movimiento
"UNASUR y la IIRSA reunidos en Brasil para fortalecer
el saqueo a los pueblos" - LaGuarura.net 25/4/2011
"IIRSA: ¿Plan de infraestructura o saqueo
organizado?" - Mauro Restifo publicado el 19/3/2013 en SURsuelo
"La Iniciativa para la Integración de la
Infraestructura Regional en Sudamérica (Iirsa) Neoliberalismo de Izquierda, la
Nueva Era del Capital" - Coordinadora por la Autodeterminación de los
Pueblos publicado el 30/5/2011 en patriainsurgente.nuevaradio.com
"Anarquismo y extractivismo" - Uzcátegui Rafael
publicado el 18/11/2011 en El Libertario
“Los de Abajo viviremos en Crisis mientras exista el Estado
y el capitalismo” Documento anarquista de análisis y coyuntura – Columna
Libertaria Joaquín Penina - Argentina, Marzo 2012
"Proyecto IIRSA ,El mega proyecto para el saqueo en
América del Sur" - Cooperación en red EuroAmericana para el Desarrollo
Sostenible
“Extractivismo en América Latina. El Consenso de los
Commodities" - Maristella Svampa publicado en Le Monde Diplomatique
9/7/2013.
“Declaración de Principios FACA-Columnas" - publicado
en http://columnalibertaria.blogspot.com.ar/
[1] “Declaración de Principios" -.
http://columnalibertaria.blogspot.com.ar/
[2] Pueblo entendido como conglomerado de clases oprimidas.
[3] “Extractivismo en América Latina. El Consenso de los
Commodities. Le Monde Diplomatique 9/7/2013.
[4] El Proyecto Conga/Yanacocha es un intento de explotación
de oro a cargo de la minera Yanacocha, cuyo principal accionista es la
estadounidense Newmont. El mismo esta previsto en la provincia de Cajamarca y
tiene como principales afectados a las zonas mas pobres de esa provincia, que
no solo no verá los réditos económicos del mineral extraído sino que el agua de
la región llegará a desaparecer casi por completo, quedando los últimos
reservorios completamente contaminados.
[5] Aquí es necesario indicar cómo el proyecto Kirchnerista
en su década en le poder ha venido delegando la mayoría de las intervenciones
represivas a aliados del mismo gobierno para no pagar un costo político:
patotas de la UOCRA en Chubut arremeten contra asambleas ambientalistas,
patotas de la Unión Ferroviaria asesinan a Mariano Ferreyra por un conflicto
con tercerizados, la Policía de Catamarca y La Rioja también reprime asambleas
ambientalistas, la Policía de Chaco, Formosa y Neuquén avanza contra Pueblos Originarios,
la Policía de Río Negro reprime y asesina durante puebladas en Bariloche y
encarcela a piqueteros de la misma localidad.
En estos últimos meses candidatos electorales de la derecha
le empezaron a disputar el voto, por lo que el gobierno decidió salir a jugar
esa ficha poniéndose al frente de la represión a través del envío de centenares
de gendarmes al conurbano bonaerense, miles de policías a las calles de las
provincias aliadas, proyectos para bajar la edad de imputabilidad, y ascensos
de conocidos represores al sistema carcelario y el Ejército inclusive.
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