Adazahira Chávez
Desinformemonos.org
El Estado no es cómplice solamente por omisión en las
desapariciones forzadas de migrantes en tránsito por México, ya sean nacionales
o de otros países. “Está en connivencia, hay participación”, afirma Camilo
Pérez Bustillo, integrante del equipo de
trabajo del Tribunal Permanente de los Pueblos y profesor-investigador de la
Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
No hay un país que sea responsable único de la violencia
contra los migrantes. Se trata, explica el investigador, de una complicidad
estructural transnacional entre los países de origen, tránsito y destino
implicados, en la que a México le toca “hacer el trabajo sucio y ampliar la
política migratoria de Estados Unidos en su propio territorio”, lo que nace de
su ubicación geográfica respecto al resto de América Latina. La militarización
de la frontera deja a las compañías estadunidenses privadas un negocio de cerca
de 46 mil millones de dólares.
Los migrantes en tránsito por México son 95 por ciento
centroamericanos de origen hondureño, nicaragüense, salvadoreño y guatemalteco,
y la cifra está entre 400 mil -según cálculos independientes-, y un mínimo de
171 mil por año, de acuerdo con datos difundidos por el Estado mexicano. México
detuvo tan sólo en 2009 a 65 mil personas en tránsito, y casi la totalidad
fueron deportados.
Esto implica, define Pérez Bustillo, que México es el escenario
de un movimiento forzado masivo de entre 400 mil y 800 mil personas anualmente
-sumando las de origen mexicano y las de otros países. “Su criminalización las
convierte en un mercado cautivo para las peores depredaciones de actores
estatales y particulares coludidos para su explotación y abuso”, denuncia.
Para el académico, las muertes de migrantes en el desierto estadounidense
y la violencia, muerte y extorsiones a su paso por México son resultado directo
de la militarización de la frontera norte, ya que criminaliza a los flujos
“ilegales” y las personas (incluyendo sectores especialmente vulnerables cómo
mujeres, jóvenes y menores de edad, pueblos indígenas, minorías raciales,
étnicas y religiosas), desvía su paso hacia el desierto de Sonora y los expone
a la violencia del crimen organizado en México, y de los grupos paramilitares y
la Patrulla Fronteriza en los Estados Unidos. Se calcula que cerca de 6 mil
personas han muerto en su cruce a los Estados Unidos desde la entrada del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994.
La criminalización de la migración incluye el terror estatal
y paramilitar contra las migrantes en tránsito por territorio mexicano, señala
Pérez Bustillo. Se calculan cerca de 20 mil secuestros masivos de migrantes
cada año desde 2007 – que deberían ser caracterizados como “desapariciones
forzadas”, de acuerdo con el investigador.
Los casos estudiados por la Comisión Nacional de los
Derechos Humanos (CNDH) muestran que a los migrantes se les cobra un promedio de
2 mil 500 dólares a cambio de su liberación, lo que lleva al organismo a
estimar que los grupos criminales ganaron aproximadamente 25 millones de
dólares por la industria del secuestro en el período de seis meses que cubrió
el informe. Las autoridades mexicanas también lucran con las extorsiones a los
migrantes: “Se sabe que participan en las reparticiones del botín”, declara
Pérez Bustillo.
Complicidades oficiales
Las complicidades estatales con el crimen que extorsiona a
los migrantes fueron señaladas por Jorge Bustamante, el relator especial de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre el tema de los derechos de las
migrantes, quien en un informe difundido en junio de 2008 señaló que: “la
migración transnacional sigue siendo un negocio en México, gestionado
principalmente por redes transnacionales de bandas involucradas en el
contrabando, la trata de personas y el tráfico de drogas, con la colaboración
de las autoridades locales, municipales, estatales y federales… Con la
omnipresencia de la corrupción en todos los niveles del gobierno y la estrecha
relación de numerosas autoridades con las redes de bandas, la extorsión, las
violaciones y las agresiones contra los migrantes continúan”.
Pérez Bustillo explica que el informe de la CNDH sobre los
secuestros entre 2008 y 2009, se señaló la participación de autoridades
mexicanas en el secuestro de al menos 91 migrantes, así como 99 casos donde los
migrantes mencionaron que mientras fueron retenidos, tenían conocimiento de que
la policía estaba en contacto con los secuestradores.
Un caso paradigmático de la violencia contra migrantes es la
masacre de San Fernando, ocurrida en el norteño estado de Tamaulipas en 2010
–cuando 72 migrantes fueron asesinados por el crimen organizado. “No es posible
que el gobierno no esté enterado de que grupos de decenas de personas son
secuestradas bajo sus narices. Además hay una impunidad total del Estado: al
día de hoy no hay un solo responsable indiciado por este hecho. Es mínimo
negligente, pero mucho más. Es responsable”, acusa Pérez Bustillo. Esta masacre
solamente es comparable a la ocurrida en Acteal en 1997, considera el jurista.
La responsabilidad gubernamental no radica solamente en la
omisión o connivencia ante la violencia del crimen organizado. El Estado mexicano
es responsable de la expulsión masiva de su población, señala el investigador,
pues existen más de 30 millones de personas de origen mexicano en Estados
Unidos -60 por ciento del total de latinoamericanos en ese país norteamericano.
La situación no ha cambiado con el gobierno de Enrique Peña Nieto, quien no ha
hecho una sola declaración relevante al respecto, acusa el investigador. “Se
trata de un PRI (Partido Revolucionario Institucional) experto en posicionarse
en el tema de derechos humanos, y con una retórica soberanista vieja”, acusa.
Seres “desechables”
Para los Estados, los seres humanos son mercancía
desechable, define el investigador, lo que explica su comportamiento “criminal”
ante el fenómeno. “Los migrantes son
estructuralmente necesarios para generar riqueza, pero coyunturalmente
desechables porque siempre habrá más”, señala el investigador, que compara las
masacres con los viajes de barcos de esclavos o “negreros”, donde las personas
eran arrojadas al mar cuando se volvía “costoso” mantenerlas por enfermedad o
escasez de comida.
“Mientras siga habiendo megaproyectos y políticas económicas
que expulsen a la gente de sus lugares, habrá más migrantes. Ésa es la lógica
de este exterminio”, afirma. “Lo que más exporta México, por ejemplo, es a su
gente”.
Las organizaciones que trabajan en el capítulo de
Migraciones y Desplazamientos Forzados del TPP, ante la violencia contra los
migrantes, proponen como salida la solidaridad, la hospitalidad, la asistencia,
el refugio y el derecho a la reunificación familiar. El TPP será, de acuerdo
con Pérez Bustillo, un espacio para construir justicia alternativa, “donde los
pueblos juzguen a los Estados para exigir justicia en nombre de los derechos de
los pueblos”, finaliza el investigador.
La preaudiencia del tribunal tendrá lugar del 19 al 23 de
agosto en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, en la Ciudad de
México.
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