José
María Fernández Paniagua
[Resumen
de texto publicado en Tierra y Libertad,
# 206, sept. 2005]
Comentaré
a continuación algunas opiniones claramente ligeras y esquemáticas hechas por
personas corrientes, creo que sin demasiado ánimo de desprestigiar pero con
todos los prejuicios que se quiera, y que pueden corresponder a gran parte de
las nuevas generaciones. Pienso que, lejos de acusar o despreciar lo que sólo
conduce a la marginalidad, merece la pena seguir combatiendo los numerosos
prejuicios que existen sobre el anarquismo; si una de las premisas
fundamentales del mismo es el culto al conocimiento y cómo conduciría a la
autoconsciencia y a la emancipación, es nuestra obligación ser coherentes y
establecer una dinámica de aprendizaje mutuo con todos y cada uno de los seres
humanos. De esta manera, con un conocimiento sólido de la materia que nos ocupe
y con el añadido de nuestras continuas experiencias personales, es imposible
mantenerse inmóviles en opiniones que pronto quedarán atrás.
Hace
poco, en un chat con Irene Lozano, alguien le preguntó qué opinaba sobre el
anarquismo, "una ideología que resultaba ridícula hoy día" (sic).
Especialmente triste resulta el comentario y difícil es encontrar el lugar por
dónde empezar a refutarlo. Diré que existe un indudable triunfo moral -que se
va reafirmando a medida que avanza la sociedad- para el anarquismo y los
anarquistas y son los que han demostrado mayor justeza en sus juicios y
acciones. Su búsqueda de la libertad, de la justicia y del conocimiento,
profundizando y superando el dogma y los convencionalismos hace que, al menos,
merezcan respeto a la hora de establecer un juicio serio.
Otro
comentario muy extendido es el de que "el anarquismo es un ideal bello
pero resulta una utopía". El argumento no da lugar a una conversación
demasiado seria; históricamente, no hay un solo anarquismo y, así, se puede
opinar e incluso tener una bonita discusión científica o económica sobre que,
por ejemplo, una concreción anarquista como es el colectivismo bakuniniano
resulta irrealizable -que es el significado que se le quiere dar a la palabra
utopía la mayor parte de las veces- o anacrónica pero hablar, así en general,
sobre si una sociedad sin Estado es posible, y que tenga continuidad en el
tiempo, requiere una preparación que nos sobrepasa. Las sociedades sin Estado
han existido durante gran parte de la historia de la humanidad, pero la
cuestión estriba en la construcción de una sociedad donde no exista una clase
dirigente y con el mínimo de delegación, una sociedad libertaria con todo lo
que conlleva la tradición ácrata -aquí, el cientificismo y heterodoxia del
anarquismo resultan de vital importancia- sujeta a una constante evolución, a
nuevas respuestas que da la misma experiencia -otro punto de vista
importantísimo en el anarquismo por su negación de una teoría cerrada dejando
campo libre para lo empírico-.
¿Resulta
esto una utopía? Está claro que no es esa la cuestión sino el grado de dificultad
que suponga su construcción y no creo que nadie afirme que resulte sencillo
incluso ante un supuesto vacío de Estado. No se trata sólo de lamentarse por
las circunstancias actuales y los numerosos enemigos que tiene el anarquismo
sino, también, tratar de confirmar que la forma de ser más libres y más
felices, de asentar la base de la sociedad libertaria, es combatiendo las
instituciones y superestructuras con sus diferentes formas de dominación,
además de huir, a nivel personal, del tutelaje, buscando el máximo de autonomía
y aceptando que esa capacidad de progreso es posible en cada persona, sean
cuales fueren sus circunstancias. Esto deben ser más que palabras bonitas y
quizá pueda calar algo en todas esas personas prejuiciosas con el anarquismo que
lo niegan como algo ridículo o irrealizable. Si tratamos de no verlo como una
ideología o una doctrina y más como una filosofía o una moral, con su praxis
cotidiana, el campo puede estar abonado para una sociedad mejor.
Anarquismo:
¿superado por la historia y ajeno a ella?
"Anacrónico",
es otra palabra atribuida con frecuencia al ideal ácrata y, sin embargo, no
puede estar, en mi opinión, más cargado de futuro; su búsqueda de justicia
social y conciliación con la máxima libertad individual no tiene parangón con
ninguna otra forma de organización social. Lo bueno que tiene la democracia
liberal -entendiendo esta palabra como una actitud de libertad y tolerancia en
las relaciones humanas y dejando a un lado el sistema económico del que hablaré
más adelante- ya lo propugnó el anarquismo décadas antes de que los elementos
reaccionarios fueran cediendo lentamente ante el progreso. ¿Dónde reside, pues,
la extemporaneidad del anarquismo? La explicación más sencilla puede estar en
ese razonamiento, al que se llega vía pensamiento único, de "el fin de la
historia y de las ideologías"; es decir, no hay otra respuesta a la
cuestión social o económica, vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Afortunadamente, el tiempo actúa como un perfecto erosionador de la estulticia
y quiero percibir ya un soplo de aire fresco para estos nuevos dogmas que
produce la adoración al llamado mercado libre.
El
anarcosindicalismo puede ser objeto también de este juicio negativo al
considerarse el proletariado un concepto difuso actualmente. Discutible es
esto, por supuesto, pero de nuevo tomamos una parte por el todo. La sindical es
otra forma más de emancipación que traslada las herramientas de lucha del
anarquismo -plena autonomía, asambleísmo, acción directa...- a la organización obrera
y cuyo afán revolucionario es incuestionable sobre el papel pero que, en la
práctica, ha dado lugar a conflictos y polémicas a los que no ha sido ajena la
historia. Se puede confiar hoy en la fuerza o viabilidad de la opción
anarcosindicalista, pero contemplo el anarquismo como liberador de una manera
más amplia superando la visión histórica de que una clase social concreta será
la protagonista de la deseada revolución. No obstante, resultan indudables la
precariedad laboral y la indefensión del trabajador frente al sistema
capitalista, por lo que resulta primordial la labor de un sindicato combativo y
transformador.
Otro
lugar común en las opiniones populares sobre anarquismo es considerarlo algo
similar a otras ideologías "radicales" como el comunismo, confirmado
en muchas ocasiones por movimientos sociales que utilizan con alegría una
iconografía perfectamente intercambiable a gusto del consumidor. Hay que decir
que los anarquistas ya denunciaron y combatieron los regímenes totalitarios
mucho antes de su caída definitiva; si la acción libertaria es la lucha contra
el poder y su meta la destrucción definitiva del Estado, con mayor motivo
abominará de sistemas donde se confía en un poder totalizador magnánimo, por
mucho que asegurara Marx que la perfección del Estado haría innecesaria su
existencia. La historia está ahí, y es para pensar en el germen autoritario que
puede llevar en su seno la doctrina marxista y en el despotismo al que conduce
su concreción política, cosa que ya vislumbró Bakunin en la I Internacional
dando lugar a la corriente antiautoritaria del socialismo. Resulta imposible
confundir ideas que son antitéticas y si algunos pensadores han hablado de un
"marxismo libertario" es, quizá, por apertura y acercamiento desde
una doctrina cerrada al anarquismo que siempre tendió al análisis y a hacerse
preguntas antes que a dar respuestas definitivas. Hoy en día, insisto, el
anarquismo posee un indiscutible -aunque resulte difuso y pocos lo acepten-
triunfo moral al haber colocado la libertad como valor primordial y puede mirar
con orgullo hacia adelante.
Una
gran preocupación en las personas es la de una propuesta sólida y moderna de
economía que garantice el bienestar -las propuestas históricas libertarias
pueden resultar un estupendo referente pero sería bueno estudiar las
complejidades de la actual globalización capitalista para combatirla en
profundidad, cosa que también realizaron los grandes pensadores libertarios en
su momento-. Esto constituye, quizás, una gran asignatura pendiente para
convencer de que es posible una alternativa liberadora frente a un sistema que,
entre sus grandes capacidades, además de mantener las relaciones de poder, está
la inculcación de que no es posible cuestionar al capitalismo desigualitario,
depredador, alienante, capaz de fabricar mentes sumisas al tener muchos más
recursos y lugares que los tradicionales de la iglesia y la taberna; gracias,
en gran medida, a una revolución tecnológica que, lejos de desestimarla como
alienadora como manifiestan algunos, debe ser puesta al servicio de las
premisas libertarias.
La
caricatura o el desprestigio se han volcado en la tesis y el prurito
anarquistas pero hay que tratar de superar esta actitud de lamentación
constante, siempre apoyada en las perversidades del sistema y de tantas
personas, en otra forma de aceptar una derrota que puede que, técnicamente, se
haya dado en la historia pero inasumible a efectos morales. El anarquismo, para
seguir resultando coherente consigo mismo, debe mirar hacia delante y someterse
a una renovación constante en su armazón teórico. Yo pediría que, si bien la
tradición ácrata es de una riqueza incuestionable a la que se puede acudir por
muchos motivos, tratáramos de ser críticos con la visión anarquista clásica debido,
no a su anacronismo, sino a la necesidad de nuevos análisis y respuestas. El
estudio y la divulgación histórica son fundamentales pero hay que eludir el
peligro de que ello suponga un obstáculo para el progreso dentro de la
heterodoxia del anarquismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.