Pedro Campos y Armando Chaguaceda
[Tomado de COMPENDIO, 2 de mayo de 2013, boletín electrónico de la Red Observatorio Crítico http://observatoriocriticodesdecuba.wordpress.com]
Durante los primeros años del Poder Soviético en Rusia, de spués de la muerte de Leinin, Stalin asesinó a Trotsky, Bujarin, Zinoviev, Kamenev y Tomsky, prominentes miembros del Buró Político del Partido Bolchevique de la época leninista, acusándolos de traición al poder soviético, por discrepar de su línea ultra-centrista y antidemocrática y por proponer reformas consideradas desviaciones capitalistas por el georgiano. Miles de cuadros del Partido y las Fuerzas Armadas corrieron la misma suerte o fueron enviados a la Siberia, a realizar trabajo forzado en los campos de concentración.
En los 60 ́, Nikita Jrushov realizó una severa crítica del culto a la personalidad de Stalin en el XX Congreso del PCUS, intentó una reforma económica y una distensión en las relaciones internacionales que, a la postre, le costaron el cargo de Secretario General y su condena al ostracismo.
Dos décadas después, bajo la dirección de Mijail Gorbachov, la URSS inició un proceso de renovación –Perestroika- que fue sepultado por el golpe de Estado de los tradicionales defensores del modelo neo-estalinista, coyuntura que aprovecharon Boris Yeltsyn, las fuerzas liberales y todos los que querían cambiar aquel entuerto, por algo más aceptable para las mayorías. En apenas medio año, el sistema vigente fue desmontado. El resultado es conocido: la restauración del capitalismo ruso con todas sus consecuencias. Con una primera fase neoliberal, encabezada por Yeltsyn, asociada a la corrupción, la privatización y la merma del poder del Estado y luego, otra autoritaria, donde se recuperan usos y símbolos del nacionalismo y estatismo rusos, con Putin al timón. En ambas con no pocos “capitalistas” y “demócratas” surgidos de la burocracia “socialista” ahora a cargo de la nación.
En China, el propio Partido Comunista Chino desde mucho antes, bajo la dirección del pragmático Den Siao Ping, comenzó un franco camino hacia la restauración capitalista, tratando de mantener un disfraz socialista. Hoy nadie tiene duda de que China es una potencia capitalista más: exporta productos y capitales, anda a la caza (en Asia, África, Latinoamérica, y hasta en los centros capitalistas de EEUU y Europa) de mercados, empresas y recursos naturales; depreda el medio ambiente, participa en el reparto geopolítico de esferas de influencia y en la carrera armamentista y consagra la hegemonía (real y simbólica) del mercado capitalista. Así, el intento socialista estatalista chino tampoco se renovó, sino que evolucionó hacia más capitalismo privado, bajo un régimen autoritario.
En el seno del proceso revolucionario cubano se ha estado discutiendo siempre sobre la forma de dar continuidad a la revolución de 1959. Primero, entre quienes priorizaban la restauración democrática –con más o menos contenidos redistributivos y justicieros- y aquellos que apostaban a un Estado fuerte que dirigiese reformas sociales. El líder de la Sierra, con los segundos se impuso. Los comunistas cubanos, que lo acompañaban e impulsaban, olvidaron que Marx no estaba de acuerdo en sacrificar libertad por justicia, y que la revolución popular del 59 se había hecho para restablecer el orden democrático interrumpido por Batista. Ellos- y la propia dirección revolucionaria- pronto “olvidaron” aquella promesa de “libertad con pan, pan sin terror” enarbolada por el máximo líder en sus primeros discursos después del triunfo (1).
Luego, escogido el camino hacia el “socialismo” tipo estalinista, deslindadas las fuerzas de quienes insistían en restablecer la democracia vulnerada en 1952 (pero ampliándola, -en diverso grado- con niveles y formas de participación popular, conquistas sociales y soberanía nacional inéditos dentro de la República burguesa) y las que –en general- rechazaban el traslado a Cuba de aquella experiencia “comunista”, las discusiones en el seno de las organizaciones que apoyaban el gobierno giraron en torno a la implantación de un modelo de inspiración soviética de economía y política centralizadas. Fue en ese contexto donde se desarrolló la polémica entre el Che y Charles Betheleheim (comunista belga, partidario de la autonomía de las empresas y una mayor racionalidad en la conducción macroeconómica, con uso de la ley del valor y formas de participación de los trabajadores) y la sostenida entre los promotores filo-jruschovianos del Cálculo Económico (encabezados por Carlos Rafael Rodríguez) y los voluntaristas/idealistas del Sistema Presupuestario de Financiamiento (dirigidos e inspirados por el Che).
Pero finalmente no emerge, ni una cosa ni la otra, sino un Estado dueño y señor, todo-poderoso, híper-centralizado, encabezado por el líder conocido, hasta que en 1975 el Primer Congreso del 2do Partido Comunista establece nuevas directrices para la sociedad y se vota la Constitución en 1976, una cuasi-copia de la neo-estalinista vigente en la URSS. En lo económico, lo aprobado en el 75-76, conllevaba varias fases que iban de la centralización a una mayor descentralización de las empresas y las regiones (2). Pero en 1986, en el 3er Congreso del PCC, cuando ya tocaba avanzar a la descentralización y a la autonomía de las empresas y muchos cuadros del partido y trabajadores en las bases clamaban por la concreción de las medidas previstas en el SPDE (Sistema de Dirección y Planificación de la Economía), el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Primer Secretario del Partido y Comandante en Jefe, decretó la “Rectificación de errores y tendencias negativas”. Era su reacción preventiva, –envuelta en apelaciones al ideario del Ché y a las sanas energías populares, imbuidas del idealismo de izquierda-, ante la posibilidad de que ocurriera
en Cuba el proceso de renovación que estaba teniendo lugar en la URSS y en parte del “campo socialista”. En un discurso fueron eliminados el SPDE y la JUCEPLAN, Junta Central de Planificación, encargada de llevar a la práctica lo aprobado en el 1er Congreso del PCC en 1975.
Desde entonces, se produjo un regreso pleno a la excesiva centralización de las decisiones, fueran económicas, políticas o de otro tipo. Se celebraban asambleas generales de todos los dirigentes empresariales con el líder para dar orientaciones directas, se formaron los Contingentes de trabajadores en las ramas económicas principales, que eran dirigidos personalmente por Fidel a través de Jefes designados y servirían también para “enfrentar” eventuales protestas y volvía la época de costosos macro-experimentos, como los del plátano micro-jet. Esta situación se acentuó con el llamado “Periodo Especial en tiempo de paz” luego de la caída de la URSS y el campo socialista, cuando la subsidiada economía cubana cayó, lógicamente, en bancarrota. Entonces aumentó la desesperación popular. Las salidas del país, como fuera posible, crecieron masivamente. La culpa fue a parar al imperialismo y su amenaza real fue hiperbolizada, para justificar las medidas de excepción. La filosofía de “en plaza sitiada: toda disidencia es traición” se hizo más presente que nunca.
En vez de acelerar las reformas al sistema, la dirección del país, desoyendo las opiniones y anhelos de sus militantes, sus ciudadanos y sus intelectuales (expresadas en el debate nacional convocado en la antesala del IV Congreso del PCC en 1991) trató de sustentar el modelo centralista sobre medidas de austeridad y mecanismos represivos. No fue sino hasta la revuelta del 5 de agosto de 1994 en el Malecón habanero, que se impulsó la ejecución de un paquete de reformas económicas que se estudiaban y algunas empezaban a aplicarse, pero siempre en forma limitada y oscilante. Las cuales, luego, fueron retiradas o modificadas, cuando aparecieron Chávez y el petróleo salvador. Aquellas medidas, llamadas en su momento un mal necesario, no llevaron a un cambio sustancial del modelo económico burocrático-centralizado, mientras que nada significativo se modificó en el sistema político. Esta situación ha persistido hasta que, luego de la enfermedad del líder histórico, el nuevo gobierno de Raúl Castro empezó a estructurar lo que ha dado en llamar “la actualización” del modelo económico, -una nueva versión ampliada de aquel paquete truncado a fines de los 90 ́-, política ratificada por el posterior VI Congreso del PCC.
La misma procura una mayor eficiencia del aparato productivo del Estado, a partir de una racionalización de las estructuras y el personal y una centralización/descentralización relativa de la utilización de los recursos y las finanzas del Estado, según conveniencias de la alta burocracia. Como necesidades del Estado, -para desprenderse de actividades que considera improductivas, para generar empleos y mejorar sus finanzas por la vía de los impuestos-, se plantea una apertura limitada al trabajo por cuenta propia, al pequeño y mediano capital nacional y al gran capital extranjero y en menor medida la inserción subordinada de algunos tipos de cooperativas –en experimento-, siempre bajo estricto control del Estado monopolista. Además, el gobierno de Raúl Castro ha puesto grandes esperanzas en el turismo norteamericano y en servir de puente (Mariel) entre el mercado norteamericano, el suramericano y parte del asiático, para tratar de reflotar su economía, a la espera del levantamiento del bloqueo estadounidense. Desde nuestro punto de vista, un grave error estratégico, pues no creemos que tal levantamiento sea posible sin que antes se produzca un cambio democrático en el sistema político, algo a lo que no parecen dispuestos los llamados históricos. En todo caso confiar el desarrollo del “socialismo” a la cooperación económica con el imperialismo, y mantener las restricciones a las libertades y derechos ciudadanos, parece tan ilógico como neo-plattista.
El comercio exterior, el mercado mayorista y la mayor parte del minorista, siguen bajo administración de los monopolios estatales, más allá de una racional y necesaria regulación nacional, deseable y comprensible por razones de planificación y soberanía. Todo, manteniendo en lo esencial el control estatal centralizado de la economía y sus empresas tradicionales, sean rentables o no, produzcan para la exportación o el consumo nacional, funcionen con esta o aquella moneda. Las modestas y positivas modificaciones del gobierno de Raúl Castro incluyen que los cubanos puedan acceder a los hoteles, a la telefonía celular y a salidas al extranjero según la nueva ley migratoria, derechos todos absurdamente conculcados por el anterior gobierno, a tenor con “la lucha de clases y el enfrentamiento al imperialismo”. En resumen, pasos celebrables, pero excesivamente demorados, lentos y, aun, insuficientes. En la esfera política, se liberaron los presos que quedaban del llamado grupo de los 75, pero los encarcelamientos sistemáticos de opositores y el acoso a cualquier tipo de manifestación del pensamiento y activismo autónomos (con independencia de su signo ideológico) se mantienen en un alto nivel. La represión ha cambiado sus modalidades, pero no su esencia. Se ha realizado una apertura a la diversidad sexual y cultural, pero se mantiene la censura y represión sobre el pluralismo político, el cual constituye una característica lógica y natural de una sociedad compleja y madura como la cubana. Pero esos pequeños pasos, todos ralentizados por la burocracia, son muy poca cosa para poder motorizar una verdadera renovación socialista. Lo hecho hasta ahora puede tributar más bien a una restauración capitalista, a una especie de variante tropical de lo ocurrido en la China autoritaria.
Es preciso recordar que “la actualización” fue precedida por un debate limitado y de tipo vertical en el seno del Partido Comunista y la sociedad cubana, que se abrió desde que el dirigente principal del proceso revolucionario dijo en la Universidad de la Habana en el 2005 que la revolución podrían destruirla los propios revolucionarios, sino resolvían los graves problemas de corrupción y burocratismo. Participando como han podido y sobre todo desde medios alternativos (3), dada la limitada presencia de espacios de participación que brida el sistema centralizado, las fuerzas renovadoras de izquierda han venido presentando una serie de propuestas para una salida democrática y socialista de la crisis. Las sugerencias han abarcado todo el espectro económico social y político, pero el Partido-gobierno solo las ha acogido limitadamente y no ha posibilitado su divulgación, ni discusión en el partido ni en la sociedad. Muchos de sus promotores, en lugar de ser estimulados, hemos sido represaliados en diversa forma; demostrando esto que no solo se reprime en Cuba a la disidencia tradicional y que el móvil de tal proceder no es, como insiste la propaganda oficial, tener vínculos probados con gobiernos extranjeros.
Ninguna figura de la izquierda renovadora (política, intelectual) del país o del mundo fue invitada siquiera como oyente, al VI Congreso del PCC. La medida económico-social más importante demandada por la izquierda socialista,- la participación directa de los trabajadores en la dirección, la gestión y en parte de las utilidades de las empresas estatales-, ni siquiera fue rozada en los llamados “lineamientos”. Personal de los órganos de la seguridad del Estado y de los aparatos de control de la información, fueron encargados de impedir la publicación de los artículos escritos por la izquierda democrática surgida del propio seno revolucionario, en cualquier órgano de la prensa nacional, de limitarnos el acceso a los espacios alternativos y de acosarnos y calumniarnos con comentarios tendenciosos y acusaciones falsas donde quiera que intentáramos publicar. Compañeros nuestros fueron cesados en sus trabajos, cambiados a posiciones con menores posibilidades de influencia, licenciados tempranamente de las FAR y el MININT y a otros le fueron cerradas sus cuentas en las redes informáticas. En casos extremos, se ha intentado desmontar la realización de actividades de la izquierda con la amenaza del uso de la “ira popular” o la acusación de una descabellada “infiltración de agentes de la CIA” en las mismas. Algunos medios de la izquierda internacional, como Rebelión, -presumiblemente bajo presión del gobierno cubano- dejaron de publicar a los cubanos de la izquierda crítico-propositiva. En otros como en Kaosenlared, ha aumentado bruscamente la presencia de oficialistas y defensores a ultranza del modelo estatalista, para tratar de opacar la fuerte presencia internacional de la izquierda silenciada dentro de Cuba.
Recientemente, el Laboratorio Casa Cuba, un grupo de intelectuales jóvenes entre los que hay comunistas, republicanos socialistas, anarquistas y católicos, hizo público un documento abogando por un debate nacional sobre aspectos básicos de la vida política del país desde posiciones francamente democráticas y socialistas. Hasta hoy, la respuesta del gobierno-partido ha sido la callada , pero su aparato de desinformación y desprestigio en los medios digitales alternativos, arremetieron contra su s propuestas tratando de identificarlas con “el enemigo”. Aplican la lógica goebbelina-beriana: “La NED es una institución del gobierno norteamericano, la NED brinda financiamiento a la revista digital Cubaencuentro, el ex director de Cubaencuentro comenta positivamente las propuestas del Laboratorio Casa Cuba. La conclusión es clara: El LCC está vinculado al gobierno norteamericano”. Es uno de los métodos que han usado siempre contra la izquierda democrática y socialista, los fascistas y los estalinistas en todas partes del mundo, en todas las épocas.
Se ha hecho evidente que la burocracia dominante no desea compartir el poder real, el económico y el político, con los trabajadores ni con el resto del pueblo y, en cambio, prefiere colaborar en la explotación de los trabajadores cubanos con el capital nacional y extranjero a cambio de apoyo económico para continuar indefinidamente libando “las mieles del poder”
Las conclusiones son obvias: en Cuba, el viejo y fracasado modelo de socialismo de Estado, tampoco da señales de estar dispuesto a una verdadera renovación y más bien como en China, sus tradicionales defensores aspiran a “desarrollar la economía del país a partir de una restauración capitalista controlada por el Partido”. De esta forma se estaría buscando crear las condiciones para que, una vez desaparecida la “dirección histórica”, se pueda transitar a un capitalismo autocrático, tipo ruso, donde la democracia liberal y los derechos ciudadanos se vean acotados por la hegemonía de un partido nacionalista y sus elites aliadas, con la complacencia de las trasnacionales y demás potencias imperialistas. Para la dirección tradicional del partido-gobierno, todo lo que no provenga de sus directrices, va contra ellas. Todo lo que no sea lo que ellos crean, es tildado de servir al imperialismo. Cualquier demanda democrática y de derechos conculcados por el modelo estatalista, venga de donde venga, “solo sirve al enemigo”. Igual, las conquistas populares alcanzadas en salud, educación y deportes, las cuales deben ser preservadas de movidas privatizadoras y que se deben a la entrega y al sacrificio de millones de ciudadanos honestos, son presentadas como obra de la burocracia gobernante a la que el pueblo debe rendir culto.
La intolerancia a los cambios del modelo sustentado en el partido único y su control absoluto sobre casi toda la propiedad, sobre el sistema jurídico, sobre las fuerzas armadas, de seguridad y orden interior, sobre el sistema de organizaciones políticas paragubernamentales y sobre todos los medios de divulgación, hace prácticamente imposible una verdadera discusión para una renovación socialista en nuestro país. La incapacidad del “socialismo de estado” para auto-renovarse se está demostrando también en Cuba. Esa resistencia a los cambios, es lo que hizo, en la URSS y en otros países socialistas, llevar el péndulo político al extremo contrario.
Desde la izquierda socialista hemos tratado de hacer nuestro aporte. Hemos llamado a un debate leal y democrático, por las vías posibles y también “en la forma, lugar y momento correctos”, como tanto defienden el actual gobierno y sus partidarios. Se nos ha respondido una y otra vez con portazos en la cara. En nuestro país, la consigna tácita de la propaganda oficial sigue siendo: “con la revolución o contra la revolución”, identificando la revolución, con la dirección del gobierno/partido; “con Cuba o con el imperialismo norteamericano”, identificando a Cuba con la dirección del gobierno/partido. Dos disparates que no dejan salida: o se está con el modelo fracasado (hasta la debacle), o se es cómplice del imperialismo.
Pero para los socialistas democráticos cubanos el asunto está claro: ni una, ni la otra. En sus campañas difamatorias contra esa amplia izquierda democrática cubana, tratan de presentar nuestras críticas como correspondientes a las posiciones del enemigo imperialista, para acusarnos de contubernio con el mismo, obviando que
nuestras propuestas de soluciones nada tienen que ver con el capitalismo y que hemos rechazado intentos de acercamiento de entidades del gobierno de los EEUU (como consta en testimonios disponibles en prensa), mientras sostenemos posturas críticas sobre las políticas exterior e interna de las principales potencias capitalistas. A la vez que sostenemos debates sobre nuestras diferencias con representantes de la ideología liberal, en las formas que corresponden a un intercambio cívico.
Los únicos responsables de que Cuba termine en el capitalismo mondo y lirondo, y de una u otra forma anexada real o virtualmente al Imperialismo Norteamericano, serán los que desde las altas esferas del gobierno-partido, se resisten a los cambios necesarios que demandan el pueblo, la izquierda y todos los patriotas cubanos partidarios de la democratización del sistema político y de la socialización de la propiedad. Semejante actitud refuerza, en amplios sectores de la población, la idea de la incorregibilidad del socialismo, de la imposibilidad de alternativas de izquierda a la crisis vigente y de superioridad de los valores democráticos del modelo
liberal y, por extensión, del capitalismo.
Con esa intolerancia, con ese sectarismo, con esos niveles de represión contra todo lo que no sea progubernamental, es prácticamente imposible -por mucho que queramos y por mucho que lo intentemos- cualquier entendimiento o colaboración con los actuales gobernantes. Simple: ellos no quieren, no les interesa. Se creen todo-poderosos, infalibles y eternos. No somos reacios al encuentro con representantes del partido-gobierno para sostener un diálogo serio sobre el futuro de Cuba; es más, lo hemos buscado insistentemente, pero solo nos envían gente de la seguridad, sin autoridad para discutir cuestiones políticas. Todos nuestros escritos y nuestras propuestas son del conocimiento de la dirección del Partido. Pero muchos en la izquierda socialista, ya hemos perdido las esperanzas de que tal encuentro sea posible.
No criticamos ni nos oponemos a los que, en la diversa izquierda cubana, insisten en que es posible avanzar a una renovación socialista desde las actuales estructuras políticas y gubernamentales. Ojala y fuera posible. Desearíamos de todo corazón que ello sucediera, que nuestro diagnóstico (basado en la dura realidad y la experiencia histórica y personal) fuera errado. Pero creemos que primero los actuales gobernantes necesitarían reconocer el fracaso pleno del modelo estatalista y aceptar que todo el sistema de concepciones, métodos y estructuras en que se fundamentó debe ser democráticamente transformado.
No es posible avanzar en nuestras demandas socialistas mientras siga vigente el modelo actual de capitalismo de Estado, de control absoluto del partido/gobierno sobre la economía, la política, la información, las elecciones, el sistema jurídico y demás instituciones que deben responder al pueblo y no a un grupo de personas. Y por supuesto, los cambios que defendemos desde esa izquierda diversa, no son, como dicen desde las oscuras filas de los encapuchados del gobierno, para restablecer el capitalismo en Cuba, ni para que la derecha de Miami y el imperialismo se apropien de nuestro país, -como sí lograrán ellos con su abulia, cerrazón e intolerancia-, sino para que sean el pueblo y sus colectivos laborales y sociales, lo s que decidan, quienes elijan a los encargados de ejecutar las políticas aprobadas por los referendos populares, hagan y aprueben las leyes y determinen sobre la apropiación y distribución de los resultante del sistema de producción. Pero no dejamos de reconocer el derecho de todos los cubanos, no importan sus pareceres políticos ni el lugar donde se encuentren, a asociarse, a expresarse abiertamente y a participar en la vida política, social y económica del país. La libertad es para todos, o es mentira. Así que, pese a la incomprensión de algunos al respecto, nuestra postura supone la necesidad de que todas las expresiones de la sociedad y política cubanas se puedan exponer libremente, con apego a derecho; y que sea en ese contexto donde los socialistas nos ganemos, con persuasión y sin trancazos, la confianza de la ciudadanía para impulsar un programa democratizador, justiciero y defensor de la soberanía nacional y popular.
¿A qué teme el partido-gobierno? Si están tan seguros de contar con la amplia mayoría que siempre ha votado por ellos en las elecciones, no tendrían que preocupa
rse por la libertad de expresión y asociación ni por el desarrollo de elecciones plenamente libres y democráticas. Por eso pensamos que la lucha por la democratización de la sociedad debe pasar al primer plano en las tareas de la izquierda socialista cubana, como bien ha hecho el Laboratorio Casa Cuba. Nos vemos obligados a ello, por las circunstancias y la actitud sectaria del partido/gobierno. Hay que cambiar el modelo, pero no parece posible desde arriba, desde las estructuras del viejo sistema. Será necesario trabajar por la democratización desde abajo, en las bases, en los barrios, en los centros de trabajado, desde la prensa alternativa, luchando cada espacio de participación popular en cada ocasión, en cada lugar donde sea posible, para cambiar aspectos de la Constitución, de la ley de procedimiento penal, de la ley electoral, de las leyes que sostienen el monopolio político y económico del estado-partido-gobierno. Rechazamos toda injerencia extranjera en nuestros asuntos
internos; pero de la misma forma que los revolucionarios cubanos hemos sido solidarios con otros pueblos del mundo, nada de extraño tiene que la comunidad internacional se solidarice con los reprimidos en Cuba.
No abogamos, ni mucho menos, por acciones violentas, ni nada por el estilo. Todo lo contrario, siempre desde posiciones pacíficas, constructivas, integrales. El socialismo verdadero, el natural, no el impuesto, el humanista, el democrático, el de la solidaridad humana, el inclusivo, solo podría lograrse por métodos afines, nunca por imposiciones absurdas. La izquierda democrática y socialista cubana en su conjunto, si quiere que algún día sus ideas se publiquen en Cuba y se puedan extender por todo el caimán verde, si quiere poder luchar libremente por sus ideales, debe dejar atrás todo tipo de sectarismo y subordinar sus intereses a las luchas generales del pueblo cubano por la plena restauración de la democracia, en toda la extensión de su acepción: poder del pueblo. No a la “democracia” controlada por los poderosos, los que controlan el capital, particulares o estatales, los que exploten al pueblo. Sí a la democracia real, directa, en la que sea el pueblo el que decida sobre todos los aspectos que le conciernen. Sin democracia, no hay socialismo posible.
Notas:
1- Ver http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f240459e.html
2-Ver Resoluciones del 1er Congreso del Partido sobre el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía y también el más reciente texto de Carmelo Mesa Lago, “Cuba en la era de Raúl Castro”, publicado en 2012 por la editorial Colibrí.
3- Foros ciudadanos en casas y comunidades, páginas webs de la izquierda internacional, blog de colectivos autónomos, algunos (contadísimos) espacios de debate de instituciones oficiales, sobre todo del mundo cultural.
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