Grupo de Estudio
Revolucionario Simón Sáez Mérida
El pasado 14 de
abril fuimos testigos de un nuevo episodio de la confrontación interburguesa entre
los dos bandos que, desde el año 1998, vienen disputándose el control de la
renta petrolera en Venezuela. En esta oportunidad, como en otros recientes
comicios, hemos convocado -por los medios a nuestro alcance- a no participar en
la comedia electoral, en el entendido que los proletarios y proletarias no
teníamos nada que ganar en las opciones en pugna.
La difusión de
los resultados, que dieron como ganador a Nicolás Maduro por un estrecho
margen, ocasionó el llamado a impugnar los resultados por parte
del candidato de la Mesa de la Unidad Democrática Henrique Capriles. Aunque el
chavismo tiene el control del Consejo Nacional Electoral, las Fuerzas Armadas y
todas las instituciones –lo que a su vez le asegura el control del proceso de
reconteo de votos-, para no mostrar señales de debilidad frente a sus
contrarios, en el peor momento electoral de su historia, ha rechazado la
solicitud. Esto ha traído como consecuencia la movilización de un numeroso
sector de la población, enfrentamientos en diferentes puntos del país y ataques
contra sedes de servicios públicos, medios de comunicación y casas de partidos
políticos, algunas de las cuales han sido reprimidas por funcionarios de la
GNB, en particular las concentraciones frente a las sedes regionales del ente
comicial. El escenario político lo definen -una vez más- los actores
principales (gobierno y oposición). Y, al igual que la población va al matadero
electoral a elegir el opresor de turno, salen ahora a las calles a defender a
los amigos de sus enemigos, con total ausencia de conciencia de clases. Como
siempre, los proletarios pondremos los muertos mientras los privilegiados de
todo pelaje harán sus acuerdos, desde arriba y a puerta cerrada.
Desde una
consecuente perspectiva clasista el gobierno chavista, ahora dirigido por
Nicolás Maduro –un oscuro personaje que dividió al sindicalismo, colocándolo a
la zaga de la patronal y negociando las reivindicaciones gremiales- representa
la burguesía sintonizada con la globalización mundial, el principal patrono del
país y el órgano que controla los cuerpos represivos estatales. Los partidos
opositores, en cambio, aglutinan a la burguesía tradicional, desplazada del
poder porque su oligarquía económica está ligada más a los sectores de
producción y servicios, y menos en los sectores más dinámicos de la economía globalizada
(energía, finanzas, telecomunicaciones, narcotráfico), quienes han encontrado
en el chavismo los aliados que garantizan la gobernabilidad necesaria que
permita el flujo de capitales por territorio venezolano. El chavismo, al
representar y defender los intereses de la burguesía mundial, defiende un
status quo que ha entregado las principales riquezas del país a los rusos,
chinos y demás transnacionales energéticas mientras reparte migajas de la renta
petrolera en forma de políticas sociales que tienen, como principal fin, -además
del clientelismo partidista- domesticar y doblegar la organización
independiente de comunidades y organizaciones. Plegarse a las demandas de unos
u otros es enfilar energías para mantener el actual orden de cosas. Y si bien
el descontento con el chavismo intenta ser capitalizado por los voceros de la burguesía
tradicional, en su base, por enfrentarse a sus patrones y explotadores
inmediatos se encuentran quienes quieren otra cosa. Si este cambio enarbola
reivindicaciones que no compartimos, es porque los revolucionarios clasistas
estamos ausentes de un movimiento de masas que, por la fotografía electoral, es
el de mayor crecimiento en el país.
En la medida que
participemos en las movilizaciones de base, y especialmente en los conflictos
concretos contra el poder (luchas obreras, indígenas, campesinas, etc), y
enfrentados necesariamente al Estado, podremos radicalizar esas luchas más allá
de las necesidades inmediatas. No se trata de defender que un personaje u otro
sea presidente, sino participar en los movimientos populares con mayores
potencialidades para exigir un cambio y desarrollar, en toda su extensión, su
beligerancia y autonomía en la construcción de una alternativa. Y esto sólo se
dará si estamos apoyamos activamente sus luchas que también son nuestras.
En el contexto
actual, para intentar disimular la ausencia de autoridad de Nicolás Maduro a lo
interno del movimiento bolivariano, evidenciado en el dato concreto de la
votación que recibió - 685 mil personas que habían votado por Chávez hace pocos
meses se negaron a votar ahora por él-, su gobierno intenta la huida hacia
adelante difundiendo que “la repetición del guión golpista de Abril de 2002”.
Si bien no sorprende este argumento, repetido desde hace 10 años, algunos
grupos que decían ser críticos de la boliburguesía bolivariana, como El Topo
Obrero y Opción Obrera, vuelven a pensar bajo la lógica oficial, comprando la
versión de llamar a “derrotar el golpe en la calle”, el cual es un apoyo a los
grupos de apoyo paramilitar, que amparados por los órganos de represión del
Estado, han venido enfrentando la protesta popular de los trabajadores y
comunidades en lucha. Pretendiendo desconocer la realidad del capitalismo globalizado, estos
grupos trotskistas insisten en caracterizar al gobierno chavista como de
izquierda, sugiriendo con ello que, frente a la derecha tradicional, son la
opción “menos mala”. La verdadera conciencia clasista revolucionaria nunca ha
dudado sobre a qué bando combatir cuando la lucha es entre la gente y los
órganos de represión estatal.
La posibilidad
de un golpe de Estado no pareciera estar planteada en la Venezuela de hoy.
Después del intento de golpe del 11 de abril del 2002, Hugo Chávez reorganizó
los cuadros y medios de las Fuerzas Armadas con personas leales. Y para
promover un golpe los conspiradores deben contar, como mínimo, con un apoyo en
un sector de los uniformados, por un lado, y un discurso que justifique, ante
la opinión pública, la intervención de los militares. Ambos elementos no están
presentes en la presente coyuntura política. Por un lado las Fuerzas Armadas gozan,
como nunca antes, de todo tipo de prebendas, como por ejemplo el control del lucrativo
negocio del narcotráfico en el país. En otro, ha quedado suficientemente demostrado
que gobierno y oposición han consensuado hasta la saciedad su papel en el
aparato de la democracia representativa y sus mecanismos delegatorios mediante
el voto. La recomposición de todos los actores en el país ha cambiado desde el
año 2002, y no precisamente para beneficiar a los movimientos sociales y
populares del país.
El aumento de la
conflictividad social es un indicador muy claro del descontento generalizado
frente al estrangulamiento al cual son sometidas las clases trabajadoras. El
papel de los revolucionarios en la hora actual es participar en las luchas reivindicativas
por las cuales vienen movilizándose persistentemente las comunidades en reclamo
de sus derechos, considerando esto como el camino hacia la construcción de una
alternativa autónoma como única vía para alcanzar un verdadero cambio. Esto presupone
que nuestra participación no debe contribuir a legitimar a ninguno de los bandos en pugna, sino a
fortalecer las experiencias de lucha y su orientación hacia reivindicaciones
concretas y materializables, impulsando y extendiendo la unión y solidaridad activa entre los oprimidos y
oprimidas. (SSM, 17.04.13)
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