Rafael
Uzcátegui
En lo
personal no espero sorpresas en los resultados de las elecciones del próximo 14
de abril, donde la cúpula madurista será relegitimada en las urnas para un
nuevo período presidencial de 6 años. Lo más interesante, a mi modesto entender,
será el margen que separe al ganador de la candidatura de Henrique Capriles.
Si bien
Maduro tiene la opción ganadora, como heredero transitorio del capital político
construido por Hugo Chávez durante más de una década, será difícil que mantenga
la votación a su favor sobre los ocho millones de votos, cifra de sufragios
recibida por el propio Chávez el pasado 07 de octubre. La promesa de remontar
los 10 millones de votos, conjurada como mantra en su campaña electoral, no
pasa de ser una mera consigna. Y ellos lo saben. El comportamiento electoral
del llamado “chavismo popular” o de base, será la variable más interesante de
las elecciones del próximo domingo. Si bien se encuentra motivada por el
fallecimiento del líder y transmutará el acto comicial en un acto religioso de
comunión con su recuerdo, la intensidad y masividad de su asistencia a las
urnas pudiera mantener la cifra de votos oficialistas orbitando alrededor de
los ocho millones. Sin embargo, por primera vez estaría votando para presidente
por un candidato diferente a Hugo Chávez, y el estilo y contenidos de la
campaña de Maduro, en medio del duelo, pudiera conspirar para disuadir un
porcentaje del voto rojo. La subjetividad y emocionalidad son valores que en
política son gaseosos y delicados.
Maduro
puede bajar la cantidad de sufragios recibidos, pero mantener el margen de
diferencia en millón y medio de votos, lo cual sería su mejor escenario para salvaguardar
su autoridad como vocero del movimiento bolivariano. Es importante subrayar la
temporalidad otorgada a Nicolás por el propio Chávez en la conducción del
llamado “proceso”. El zurdo de Sabaneta pidió que lo hicieran presidente en las
elecciones convocadas a raíz del “hecho sobrevenido” –su enfermedad y deceso-.
Otra cosa, y muy diferente, es que fuera el líder que lo sustituyera, en lo
sucesivo y para siempre, en la conducción de la llamada “revolución
bolivariana”. Por esta razón el liderazgo intrabolivariano será, con toda
seguridad, fuente de conflictos y fragmentaciones. Que Maduro mantenga el
margen de millón y medio de votos ralentizaría los, a mediano plazo,
predecibles cuestionamientos a su rol de liderazgo.
Si el
margen entre Maduro y Capriles, en cambio, oscila alrededor de los 500 mil votos
catalizaría la crisis de liderazgo a lo interno del movimiento bolivariano y
convertiría al 15 de abril, 24 horas después de las elecciones, como el primer
día de la campaña de revocatoria en su contra a ser convocada, cumpliendo con
los requisitos legales, para el año 2016.
Un final de fotografía, con un
margen estrecho de 200 mil votos, sería explosivo no sólo para la autoridad
madurista dentro del bolivarianismo, sino para la propia hegemonía política del
chavismo.
Además de
la potencial fragmentación del movimiento bolivariano, el gobierno de Maduro
debe enfrentar la crisis de la economía y el desbordamiento institucional de la
movilización ciudadana por exigencia de derechos. Estos tres vectores,
relacionados entre sí en múltiples configuraciones, pronostican años de
gobierno muy difícil y la necesidad de tomar decisiones con múltiples
consecuencias.
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