Compas desde Colombia
[El Libertario, # 69, abril-mayo 2013, p. 11]
Desde finales del año anterior se están realizando en
La Habana unos encuentros de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de
las FARC. Estos diálogos son los más recientes de una larga serie de intentos
fallidos por discutir una agenda común para acabar con el conflicto armado que
se vive en Colombia desde hace más de 50 años, sin nada sustancialmente
distinto a los anteriores. Las temáticas que se discuten, el compromiso de las
partes, y la manera en que se hace, totalmente alejados de una verdadera
participación de la sociedad civil, son sólo una muestra de que probablemente terminarán
siendo parte de la larga lista de fracasos que han caracterizado las
conversaciones, y que cuando han sido exitosas, lo han sido para el sector que
está en el poder y que basa sus privilegios en ese conflicto.
Una
historia que dice mucho
La burguesía colombiana, dependiente de la dirección
que imponga el imperialismo norteamericano, no ha dudado en usar todas las
herramientas que están a su alcance, tanto legales como ilegales, para mantener
el actual estado de cosas, una guerra sin cuartel a toda disidencia civil o
armada, que quiera arrebatar en lo más mínimo sus ganancias, y perturbar de
esta manera los privilegios de los que gozan. Por tal razón, esta violencia
estructural institucionalizada, desde la muerte de Gaitán en 1948, se ha
encargado de alimentar el fenómeno del paramilitarismo que - además de
exterminar a luchadores sociales e implantar el miedo en cada rincón de
Colombia- arrebata despiadadamente a los campesinos de sus tierras, conduciendo
a cientos de miles de ellos a tener que buscar refugio en los centros urbanos,
donde no sólo carece de atención por las agresiones recibidas, sino que se les obliga
a vivir en la miseria, en un ambiente inhumano y totalmente hostil en las
afueras de las ciudades.
Por estos procesos de despojo violento, desaparición
y tortura realizados por o con complacencia del Estado, surgieron grupos de autodefensa
campesina que alimentados por el ambiente político creado en el marco de la Guerra
Fría y, luego, por la revolución cubana en los años 60’s, terminaron asumiendo
ideales no sólo de legítima defensa, sino de lucha por la toma del poder por la
vía armada. Sin embargo, desde el mismo inicio de estos grupos armados se han
dado intentos y peticiones por parte del gobierno de turno para crear espacios
de diálogo y canalizar por la vía estatal, las exigencias y peticiones de estas guerrillas. Es así como en la dictadura
de Rojas Pinilla, se da la desmovilización de las guerrillas del llano, cuyos
integrantes una vez dejaron las armas fueron exterminados selectivamente en los
años siguientes. Tras dos décadas de conflicto, se inician acercamientos entre el
gobierno de Belisario Betancourt del Frente Nacional (alianza bipartidista) y
las guerrillas del M-19, el Ejército Popular de Liberación y las FARC. El
gobierno ofreció amnistía y con las
FARC firmó los acuerdos de La Uribe, que
resultaron en la creación de la Unión
Patriótica como brazo
político de las FARC, mientras que con el M-19 y el EPL firmó los Acuerdos
de Corinto. Estos acuerdos
buscaban un cese bilateral del
fuego, el reintegro de los combatientes a la vida civil y la búsqueda conjunta
de una salida política al conflicto armado. Sin embargo, estos fracasan cuando
sectores del ejército y la policía nacional atacan a los dirigentes
guerrilleros que estaban en los acercamientos con el gobierno y porque los insurgentes
continuaron con sus prácticas extorsivas y de operaciones armadas que no
estaban contempladas. Años después viene una entrega de armas por parte del EPL
y del M-19 quienes se desmovilizan y crean el movimiento político Alianza
Democrática M-19, cuyos militantes junto con los partidarios de la Unión
Patriótica, fueron con el paso de unos años asesinados o exiliados por fuerzas
para-estatales.
Se estableció en 1991 una nueva
constitución con la participación de varios sectores sociales pero sin las
guerrillas del ELN y las FARC, con quienes se mantienen diálogos permanentes
pero sin cese al fuego, para que luego, en el gobierno de Andrés Pastrana se
realice una mesa de negociaciones incluyendo una zona de despeje, sin presencia
del ejército nacional. Estos diálogos también fracasan por el ánimo de las FARC
de mejorar su posición militar y su organización interna; y por el saboteo de
parte de inteligencia militar y la injerencia de Washington en búsqueda de
romper estos diálogos, que finalmente se tradujeron en la firma del Plan
Colombia, que mezcla las estrategias antisubversivas con la lucha antidroga. Esto
fue de claro beneficio para las multinacionales encargadas de la fabricación de
equipos y vehículos militares para Colombia, reforzando así la dependencia
económica y por tanto política hacia Norteamérica y la perpetuación de este
conflicto.
Nada nuevo bajo el sol
Actualmente existen unos diálogos
con características similares a los descritos pero con el agravante que la
población civil colombiana está alejada y desinformada sobre lo que sucede en
esas reuniones. Se desconocen las peticiones reales que se negocian y la
trascendencia de lo que pueda suceder en caso de algún posible arreglo.
Está claro que las FARC quieren
poder dejar la vía armada y dar paso a su participación en la vida política
conformando un partido legalmente reconocido. Que nuevamente suceda una
desmovilización y ya sin las armas suceda un exterminio de sus militantes,
aunque se escriban leyes para su protección. Es por esto que, probablemente los
acuerdos no vayan a parar a ningún lado. Por su parte, el actual gobierno es
tajante en defender los intereses de la burguesía y los terratenientes, la
concentración de grandes extensiones de terreno no se ha modificado en lo
absoluto, aún con una Ley de restitución de tierras. Y este es uno de los temas
principales de esta agenda y de la agenda de todas las negociaciones hechas
durante el siglo XX, una reforma agraria, una distribución de la tierra que ha
sido pedida por los diferentes grupos guerrilleros, pero que en su afán de ser
protagonistas de transformaciones caen en la contradicción de financiarse
con el narcotráfico, siendo este asqueroso
negocio una rama más del robusto árbol capitalista.
Las FARC, como antes otros grupos, caen
en el espejismo que ofrece la democracia, pidiendo democracia, siendo esta
misma la que ha permitido el paramilitarismo, la que ha permitido la muerte y
desaparición de una gran cantidad de civiles aislados del conflicto, de miles
de simpatizantes y combatientes de estos grupos guerrilleros, la democracia la
que ha condenado a más de cuatro millones de personas al desplazamiento
forzado, a más de 25 millones a vivir en la pobreza, la que condena a más de
cinco mil niños anualmente a morir de hambre. Son estas vanas ilusiones en la
democracia del Capital por las que se han ido más de cincuenta años de
conflicto armado, cientos de miles de vidas, las esperanzas de un cambio real, y
pareciera que también la necesidad de las personas en creerse parte de una
urgente transformación social que no busque fortalecer el Estado sino abolirlo,
que no pida más democracia a la medida de los poderes autoritarios, sino
establecer relaciones sociales no coercitivas y organización desde abajo, desde
las bases.
Este espectáculo de negociación del
conflicto inter-burgués entre gobierno y guerrilla alimentará la larga lista de
procesos fallidos con los cuales no se logra nada, más que una pantalla
política para los dos implicados. Algo queda claro y tienen en común ambos
bandos independientemente de quien sea el que esté en el poder y quien aspire a
él: “La decisión de asegurar el monopolio legítimo de la fuerza en cabeza del
Estado mediante la acción de sus fuerzas armadas, es tan firme como la voluntad
de buscar la paz”, como textualmente se anota en los criterios con que el
gobierno colombiano ha ido a negociar en el pasado con las guerrillas.
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