Dr. Esteban Emilio Mosonyi
Fue el día de ayer cuando ocurrió el
segundo asesinato alevoso del Protomártir de la Independencia Venezolana, el
conocidísimo y emblemático cacique Guaicaipuro. Es verdad que en la presente
ocasión se trata de otro pro-hombre indígena, también de origen karibe, cuyo
nombre es Sabino Romero, pero su lucha fue por las mismas causas y su muerte
ocurrió en circunstancias similares. En otras palabras, ahora en el siglo XXI
se presentan para los pueblos indígenas situaciones análogas a las que
condujeron a la destrucción y cuasi-exterminio de muchos pueblos hermanos, ya
en la conquista ibérica que comenzara en el siglo XVI. No es el momento de
extenderme ahora en estos hechos, pero lo que sí quiero destacar es que jamás
de los jamases hubiera pensado que ese segundo martirio ocurriría bajo la égida
de un Gobierno que se autodefine como revolucionario, precisamente el mismo que
a la vuelta del milenio les devolvió los derechos colectivos y la visibilidad
social a nuestros pueblos y comunidades originarios.
El resumen de lo ocurrido no es tan difícil
de elaborar, pero hay que calar muy hondo para precisar las múltiples razones y
antecedentes –inscritos en su contexto específico– que condujeron a este crimen
atroz e imperdonable. Todo indica que los autores materiales del magnicidio
fueron sicarios a sueldo pagados por personeros de la asociación local
perijanera de ganaderos con los cuales las comunidades indígenas yukpa y barí,
también algunas wayuu, sostienen un conflicto de largas décadas en defensa de
sus tierras, culturas y su existencia misma como pueblos y seres humanos. Allí
interviene también la negligencia y ambigüedad de ciertas instituciones y
autoridades, civiles y militares, del Estado Venezolano que no han realizado en
forma idónea las demarcaciones territoriales, tampoco han querido pagar las
bienhechurías exigidas por los ganaderos, y hasta pesa sobre algunos
funcionarios de distintos rangos y niveles la acusación de connivencia y
complicidad con los terratenientes y sus intereses anti-indígenas. Ello es tan
notorio que en el presente momento el Poder Judicial viene persiguiendo con
ensañamiento a las personalidades y organizaciones que más han defendido al
pueblo yukpa, mientras que los verdaderos victimarios son encubiertos con el
velo de la impunidad.
Sin embargo, desafortunadamente el problema
no se detiene allí, Venezuela, al igual que otros países del Continente
–progresistas y de tendencia neoliberal, sin mayores distingos– se han
entregado a una feroz competencia por la exploración, explotación y
comercialización a una escala antes jamás conocida de los minerales que yacen
en su subsuelo, junto a otros proyectos hiper-desarrollistas que conspiran
contra el ambiente primigenio, su biodiversidad, los pueblos indígenas y
afrodescendientes y comunidades campesinas, por igual. Ya en nuestro país las
regiones y zonas de mayor vulnerabilidad ecológica han sido repartidas, los
convenios sobre minería intensiva fueron suscritos y su ejecución se ha
iniciado con diversas compañías trasnacionales respaldadas por países como:
China, Rusia, Irán, España, Brasil, Canadá, Estados Unidos, y otras estrellas
de este nuevo firmamento de potencias multipolares, obcecadas por la propensión
al dominio energético y geopolítico. Se percibe con toda claridad que en tales
condiciones cualquier intento serio de demarcación equitativa de las tierras
indígenas, que hasta ahora no se ha hecho en Venezuela, en el futuro va a ser
imposible. Y junto con el estrangulamiento de los pueblos ancestrales y las
comunidades tradicionales se acabará igualmente la integridad ecológica y
ambiental de nuestro país, incluyendo sus fuentes acuíferas y proveedoras de
oxígeno, en aras de un hiper-desarrollismo demencial.
Éste es también el fondo del drama de los
pueblos de Perijá, entre ellos los heroicos yukpa cuyo Guaicaipuro –llamado
esta vez Sabino Romero– fuera recientemente inmolado en la forma más inicua. Si
en Perijá no existiesen reservas de carbón y otros minerales, ya las
demarcaciones estarían hechas hace mucho tiempo y se respiraría un relativo
clima de paz y concordia, aun en medio de los problemas subsistentes. Ello no
será posible mientras dure la adicción de nuestros gobiernos –y del estamento
político de todas las tendencias– al extractivismo y a las cómodas regalías. En
virtud de lo cual la única manera de ponerle un parado a la presente situación
es revisar, reglamentar y redimensionar, por consenso entre todos los actores
sociales involucrados y en especial los más vulnerables, dichas actividades
hasta lograr una solución equilibrada con todas las dificultades que esto
implica. Solo entonces podría iniciarse un proceso de transformación
revolucionaria, con un eco-etnosocialismo como paradigma alternativo, en pro de
la defensa del Planeta y de todos los seres que lo habitan.
Dr. Esteban Emilio Mosonyi.
Caracas, 4 de marzo de 2013.
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