Por: Simón Rodríguez
Porras (PSL)
Luego de un año y medio resistiendo contra el cáncer, el
presidente Chávez falleció el 5 de marzo. Las expresiones de dolor y tristeza
con que gran parte del pueblo trabajador recibió la noticia dan cuenta de las
enormes expectativas que millones de venezolanos humildes tenían cifradas en su
liderazgo, con el que identificaban sus propias aspiraciones. Aunque muchos
revolucionarios no compartimos el proyecto político del presidente Chávez, no
podemos menos que expresar nuestro respeto y consideración por quienes
honestamente le apoyaron y sufren su pérdida.
Pasará a la historia dejando su impronta en el país. Las
características que adquirieron su liderazgo y su gobierno no se pueden
entender sino como el producto de las peculiaridades históricas que les vieron
surgir. La insurrección popular de El Caracazo, ocurrida apenas tres años antes
de que Chávez saltara a la escena pública, demostró el agotamiento del régimen
puntofijista, la carraplana de los partidos políticos del sistema, incluida la
izquierda reformista, y marcó una nueva etapa política en el país, en la que se
patentizó que las viejas formas de dominación burguesa entraban en crisis. La
brutal represión militar contra las protestas de los últimos días de febrero y
primeros días de marzo del 89 tuvo un impacto sobre las propias fuerzas
armadas, y aunque ningún sector se insubordinó ni volteó las armas contra los
represores, se aceleró el proceso de surgimiento de una capa inconforme en los
estamentos medios y se crearon condiciones para las rebeliones militares de
febrero y noviembre de 1992. Las propias inconsecuencias de los militares
alzados, su concepción putschista y su desconfianza hacia el pueblo, al que se
negaron a entregar armas, llevaron al fracaso de las intentonas.
La jornada del 4 de febrero le dio un gran prestigio, y
Chávez pasó a simbolizar para muchos el rechazo al agonizante puntofijismo, a
la política entreguista de Petkoff y Caldera, a la gran desigualdad y exclusión
social. Sus consignas por la refundación de la República y la democratización
de la vida política del país hallaron eco en una masiva aspiración de romper
con los políticos del sistema. Más allá de sus condiciones personales, de su
carisma, el liderazgo de Chávez encuentra condiciones históricas propicias, sin
las cuales no habría sido posible su consolidación.
Para llegar al gobierno, Chávez suavizó en extremo su
programa, eliminando toda alusión al no pago de la deuda externa, llamando a
los empresarios a una participación decisiva en la definición de los planes
económicos y abogando por las tesis de la llamada “tercera vía” de corte
socialdemócrata. Incluso personajes de derecha como Jorge Olavarría, Hermán
Escarrá, Alfredo Peña, Carmen Ramia y Ángela Zago formaron parte del chavismo
de la primera hora. Pero era evidente que el auge en la movilización y la
autoorganización popular y obrera, así como la supervivencia de las
instituciones fundamentales del podrido régimen puntofijista, con las que el
gobierno no estaba comprometido, planteaba una confrontación que superaba las
limitaciones del proyecto gubernamental. Para abortar un genuino proceso social
con potencialidades revolucionarias, la cúpula militar, los partidos políticos
de derecha, la Iglesia Católica, la corrupta burocracia sindical de la CTV, y
un movimiento de masas con asiento en la clase media y algunos rasgos
fascistas, consuman el golpe de Estado de abril de 2002 y posteriormente se
lanzan al lock out patronal y el sabotaje petrolero. Si El Caracazo posibilitó
la emergencia de un liderazgo anti-puntofijista como el de Chávez, la
revolución democrática contra el golpe de abril y la victoria obrera sobre el
paro patronal de diciembre posibilitó que se forjara la identidad del
movimiento chavista, identidad que se curtió en la medida en que lo “chavista”
era blanco de las expresiones de racismo, desprecio social e histeria
anticomunista característica de los sectores que auparon el golpe,
tremendamente magnificadas por los medios de comunicación privados. También
como consecuencia de la derrota del golpe y el paro patronal, el gobierno
adquirió una relativa independencia política respecto del imperialismo, aunque
no económica.
Una vez derrotado el movimiento golpista, tanto en las
calles como en el referendo de agosto de 2004, el gobierno optó por una
orientación de apoyarse menos en la movilización popular y cada vez más en el
aparato estatal, negociando con los sectores burgueses inconformes, para
avanzar hacia una nueva gobernabilidad. Chávez llegó a acuerdos con Cisneros y
los sectores más importantes de la burguesía, liberó a los paramilitares
colombianos que participaron en una conspiración en 2005, y en diciembre de
2007 otorgó amnistía a la mayoría de los golpistas. Se lanzó a una ofensiva para
cooptar las organizaciones obreras y populares, que logró con éxito despedazar
la naciente Unión Nacional de Trabajadores, nacida de la rebelión de las bases
sindicales contra la CTV. Se implementó el modelo de empresas mixtas en la
industria petrolera, constituyendo empresas en las que hasta un 40% de la
propiedad se entregó a transnacionales yanquis, chinas, rusas, iraníes,
bielorrusas, españolas, italianas, entre otras. Mientras que se acuñó el
término “Socialismo del Siglo XXI”, en el 2006, la radicalización del discurso
fue acompañada en los hechos por un notorio viraje a la derecha, coronado en
2008 y 2009 con los llamados a constituir una “alianza estratégica con la
burguesía nacional”, y la aplicación de un plan de ajuste que incluyó la
devaluación de la moneda en un 100%, el incremento del IVA en un tercio,
liberación de precios de alimentos, congelamiento de contratos colectivos y
aumentos del salario mínimo por debajo del índice inflacionario. En el plano
ideológico, el gobierno convirtió el culto a la personalidad en uno de sus
pilares. A la imagen del Chávez popular, con el que sus seguidores se pueden
identificar, se le superpone un Chávez fetichizado por la propaganda oficial,
convertido en semidios, incuestionable, infalible. La decisión de embalsamar el
cuerpo de Chávez es la expresión más dramática de esta manipulación de la
sincera admiración de millones de personas por un dirigente político para
fabricar un culto que aliena al pueblo de sus propios poderes creadores y sus
energías revolucionarias para concentrarlas en la figura de un ídolo. “Con
Chávez todo, sin Chávez nada”, “Chávez es el pueblo”, son algunas de las
consignas de esta etapa.
Siendo el suyo un gobierno que al mismo tiempo cabalgaba
sobre las expectativas populares de cambio y de enterrar definitivamente el
puntofijismo, y que intentaba cerrar el ciclo de crisis abierto en el 89,
Chávez se convirtió por su prestigio personal ante las masas en el gran árbitro
para los sectores sociales en pugna. Son conocidas sus arengas contra la
burguesía, pero cada una de ellas tuvo su contracara en discursos llamando a
los empresarios a sumarse al proyecto gubernamental. En varias ocasiones dijo
que de no haber sido por su gobierno, en Venezuela se habrían sucedido varios
Caracazos. A veces regañaba públicamente a los altos funcionarios y ministros.
Pero cuando miles de personas en una concentración en El Poliedro, luego de la
derrota del proyecto de reforma constitucional del 2007, empezaron a gritar
señalamientos contra los ministros, alcaldes y gobernadores, Chávez dijo que
era él quien nombraba a los ministros y les giraba instrucciones. Cuando
manifestantes quemaron un muñeco con el rostro de Nicolás Maduro, entonces
canciller, por la entrega ilegal de un refugiado político colombiano al gobierno
de Santos, Chávez los increpó: “quémenme a mí, yo di la orden”. Las protestas
por el caso cesaron. Surgió la la leyenda de una “derecha endógena” que desde
el alto gobierno trabajaba a contracorriente de las buenas intenciones del
Presidente. El general Müller Rojas escribió en mayo de 2010, al renunciar a la
dirección del Psuv, que “todos los ciudadanos saben que no son los alcaldes,
gobernadores y ministros los que engañan al Presidente. Saben que es éste quien
rota, apoya, cambia, premia o castiga a su séquito (la burocracia de un régimen
carismático)”.
Sus relaciones con el imperialismo también tuvieron
acercamientos en los últimos años. Chávez colaboró activamente a favor de la
aceptación de la mediación de Hillary Clinton ante el golpe de Estado de
Honduras, y luego de la elección de Porfirio Lobo, promovió junto con el
gobierno colombiano la reincorporación a la OEA del régimen surgido del golpe
contra Zelaya. Durante la entrega de una concesión a la imperialista Chevron,
Chávez invitó a los representantes de la transnacional a mediar con Obama, y no
dudó en plantearle que quería ser su amigo durante una cumbre de jefes de
Estado en Trinidad y Tobago. Al coincidir la campaña electoral presidencial en
Venezuela con la de los EEUU, Chávez aseguró en septiembre del año pasado que
si él fuera estadounidense votaría por Obama.
Al cabo de los 14 años de su gobierno, no es posible
constatar una transformación revolucionaria de nuestra sociedad. Aunque la
pobreza extrema y la pobreza disminuyeron, sin duda logros importantes, la
participación de asalariados y patronos en la distribución de las rentas varió
en favor de los patronos. Se revirtieron algunas privatizaciones realizadas en
la década de los 90, con estatizaciones parciales en las telecomunicaciones,
banca, Sidor, cemento, entre otras empresas, pero de conjunto la economía se
hizo más privada, pues el porcentaje del PIB correspondiente al sector privado
pasó del 65% al 70% en una década. Las transnacionales continúan saqueando la
riqueza petrolera. El país sigue endeudado, con el agravante de que se han implementado
mecanismos de endeudamiento sumamente lesivos del interés nacional como las
ventas a futuro de petróleo y otras materias primas. La reforma agraria
prometida no desconcentró la propiedad de la tierra, pero dejó a más de 250
dirigentes campesinos asesinados impunemente. La lucha por demarcación
territorial indígena fue criminalizada por el gobierno, que llevó a los
dirigentes yukpa Sabino Romero y Alexander Fernández a la cárcel durante un año
y medio; y aunque fueron liberados producto de la movilización, ambos
dirigentes yukpa cayeron víctimas del sicariato, sin que sus asesinatos hayan
sido investigados, y con la presunta participación de efectivos militares en el
asesinato de Romero, el 3 de marzo. Los militares no solo habrían cubierto la retaguardia
a los asesinos, deteniendo a un grupo de yukpa que perseguían a los sicarios,
sino que habrían detenido y torturado a dos hijos de Sabino Romero. Las tomas
de fábricas, como la de Sanitarios Maracay, protagonizada por unos 600 obreros,
fueron enfrentadas por el gobierno y derrotadas en la mayoría de los casos. El
sicariato contra dirigentes obreros, como en el caso del triple asesinato de
Richard Gallardo, Luis Hernández, y Carlos Requena de la Unete-Aragua, ha
recibido el aliento de la impunidad.
El poder popular se convierte en un remoquete para los
ministerios, pero se torpedean aquellas iniciativas de autoorganización popular
que antagonizan con el poder burgués. Los consejos comunales se convierten en
muchos casos en apéndices del aparato estatal y en mecanismos clientelares de
control político sobre las comunidades populares. Y al calor del manejo de la
renta petrolera, un sector de la burocracia va amasando enormes fortunas,
convirtiéndose en un sector capitalista emergente, conocido como “boliburguesía”,
con un enorme peso en la dirección del gobierno y del Psuv.
¿Significa el fallecimiento del presidente Chávez el fin del
proceso histórico abierto en 1989? Creemos que no. En el movimiento chavista de
base, entre los trabajadores y pobladores de las comunidades populares que han
apoyado al gobierno, existen aspiraciones democráticas de protagonismo
político, de construcción de verdadero poder popular, de justicia social, hay
un arraigado antiimperialismo. Todos estos son elementos que empalman con la
necesidad de una verdadera revolución. Hay que desechar las ilusiones en la
posibilidad de alcanzar estos objetivos de la mano de “empresarios
nacionalistas”, reivindicando la necesidad de un verdadero gobierno de los
trabajadores y el pueblo explotado, que nacionalice en un 100% la industria
petrolera, disolviendo las empresas mixtas con transnacionales; que realice una
profunda reforma agraria, que rescate las empresas básicas de Guayana bajo la
conducción de sus trabajadores, que eche a ganaderos y empresas mineras de los
territorios indígenas, que liquide la institucionalidad capitalista y siente
las bases de un nuevo Estado a partir de la autoorganización de los
trabajadores y el pueblo.
Hay cantera. En la última década la población se ha politizado
enormemente. Poco a poco se agrupan activistas y militantes que van perfilando
una alternativa de clase a las variantes partidistas del sistema. De nosotros
mismos depende nuestro destino, la historia está abierta para que hagamos de
ella la materialización de nuestras más profundas y auténticas aspiraciones de
justicia y libertad, para que revolución y socialismo no sean palabras huecas.
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