Por Felix Rodrigo Mora
http://esfuerzoyservicio.blogspot.com/
Venezuela vive en una guerra civil de facto, no entre opresores y oprimidos sino en el seno del pueblo. Quince años después del inicio de la “revolución bolivariana”, obra del “socialismo del siglo XXI”, cada año unas 19.000 personas (otros analistas elevan ese número a 21.000) mueren víctimas de la violencia interpersonal, de la delincuencia. Es una cifra aterradora, escalofriante.
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Venezuela vive en una guerra civil de facto, no entre opresores y oprimidos sino en el seno del pueblo. Quince años después del inicio de la “revolución bolivariana”, obra del “socialismo del siglo XXI”, cada año unas 19.000 personas (otros analistas elevan ese número a 21.000) mueren víctimas de la violencia interpersonal, de la delincuencia. Es una cifra aterradora, escalofriante.
Las comparaciones son odiosas pero en el
caso de “España” el número de homicidios está en torno a los 400 anuales, con
una población de 44 millones, mientras el país latinoamericano tiene unos 29.
La gente se mata entre sí por cualquier
cosa pero sobre todo por dinero. El dinero es tan ansiado e idolatrado por un
número muy elevado de las gentes de Venezuela que no dudan en agredir con
voluntad homicida a sus iguales para conseguirlo.
¿Es esa una sociedad deseable,
revolucionaria? Y, yendo más a lo analítico y reflexivo, ¿cómo y por qué se ha
creado ese orden terrible en que los miembros de las clases populares se
asesinan los unos a los otros, cuando deberían ayudarse y apoyarse, quererse y
servirse?
Sin duda lo que realmente hay en Venezuela
es una sociedad hobbesiana. Esto es, fundamentada en las formulaciones
pavorosas de T. Hobbes, el filósofo y politólogo inglés del siglo XVII, para el
cual el estado natural de los seres humanos es “la guerra de todos contra
todos”, dado que el individuo es “lobo” para el individuo.
Hobbes vincula la violencia “natural” con
el Estado, pues sostiene que éste es el único capaz de protegernos de los
iguales, siempre ansiosos de expoliarnos, agredirnos, violarnos y matarnos. El
Estado nos salva, es el bien, mientras que nuestros semejantes son el enemigo,
el origen de todo terror, el mal absoluto. Lo mismo creía Nietzsche, discípulo
de Hobbes, así como Stirner, el anarquista individualista[1], y, con ellos,
todo el fascismo, cuya ideología se resuelve en una formación: el Estado es el
todo y el pueblo ha de ser su vasallo.
La pregunta clave resulta ser: ¿es pensable
un socialismo fundamentado en el odio mutuo, en la codicia más desenfrenada, en
la agresión, en una grave ausencia de ética y valores, en una deshumanización
casi universal? No, parece que no.
Lo que Hobbes dice, en realidad, es que
debemos odiarnos, ofendernos y atacarnos los unos a los otros para que así el
ente estatal tenga una razón de ser, porque si reinara la fraternidad en actos,
¿qué excusa tendría el Estado para existir? Es más, en tales condiciones todo
ente estatal tendría los días contados.
Hobbes, el muy bellaco, no expone lo que es
sino lo que debería ser conforme a su ideología de amante enardecido del
Estado. Desea más Estado, mucho más Estado, y necesita pretextos para que éste
se expanda.
En Venezuela lo que existe es una dictadura
militar encubierta con el velo del parlamentarismo. Chavez es teniente coronel
y, en tanto que tal, caudillo de la “revolución bolivariana”. El ejército
gobierna paternalistamente al pueblo, y le da algunas ventajas materiales, a
costa de la renta petrolera: consigue dólares y euros en el mercado mundial y,
una parte de ellos, los derrama sobre el pueblo. Es, pues un “socialismo”
sustentado en el mercado. Curioso.
Un socialismo con dos pilares de lo más sorprendentes,
la gran empresa del capitalismo de Estado, la petrolera PDVSA[2] y el ejército.
En 1998, cuando Chavez llegó al gobierno,
había 4.500 homicidios anuales. Cuatro años después la cifra se elevó a 11.300.
Después… ya no hay cifras oficiales, pues el gobierno de hecho militar
presidido por Chavez prohibió darlas.
Una sociedad semi-militarizada de facto,
con un aparato policial muy poderoso (y muy corrupto), sólo puede tener esos
índices de violencia social por una razón: porque el régimen mismo la alienta,
cuando no la organiza él mismo. No cabe duda de que si hubiera voluntad de
poner fin a la guerra civil de “todos contra todos” el Estado chavista podría
hacerlo.
Pero en ese caso el pueblo tendería a
unirse contra el chavismo, contra su paternalismo dadivoso, mentalidad
limosnera, despotismo dieciochesco y caudillismo vociferante, contra su “todo
para el pueblo pero sin el pueblo”. Podría unirse para pelear por tener el
poder de decidir directamente por sí, sin aparato estatal ni clase empresarial
(esa a la que Chavez denuesta sólo para protegerla mejor y hacerla aún más
rica, muchísimo más rica), en un orden de asambleas populares y con autogestión
integral de la economía.
El régimen militar chavista, al adoctrinar
a la gente en la exclusividad de los bienes materiales, de la riqueza física y
de los goces del estómago ha creado las condiciones ideológicas para el
desencadenamiento de la guerra civil en curso. Si sólo importa el dinero, el
bienestar, el consumo y la riqueza, y eso es lo que el chavismo repite a las
masas un día sí y otro también, ¿por qué no tomarlos de donde sea y por los
medios que sean?, ¿por qué no quitárselo al de al lado tras descerrajarles unos
tiros?
El chavismo, pues, llama “socialismo” a lo
que es la esencia misma del capitalismo, el ansia de riquezas. En eso sí es
marxista, pero no lo es en su apología del aparato estatal, dado que Marx dijo
que el Estado, en condiciones de propiedad privada contemporánea, es “ESTADO
CAPITALISTA” (así lo denomina) con el ejército como columna vertebral, que debe
ser derribado por la revolución proletaria.
Ahora tenemos que el “ESTADO CAPITALISTA”
de Marx se han transmutado en “Estado socialista” con Chavez, ejército
incluido. Es algo milagroso y portentoso…
Todo esto es una ridiculez que va a acabar
muy mal. A quienes van de buena fe les animo a que rompan con el chavismo antes
de que se vean arrastrados al descrédito más espeluznante. A la izquierda
pro-capitalista le ruego que siga loando a Chavez pues así se desenmascarará,
quizá del todo y para siempre, sólo en un par de añitos...
En Venezuela se está manifestando un hecho
mil veces repetido en la historia: cuanto más poderoso es un Estado y más se
inmiscuye en la vida de las clases populares, más se degradan y embrutecen
éstas en lo intelectual, convivencial y moral. Quienes confunden socialismo con
hiper-estatismo son, por tanto, los enemigos principales del pueblo, los
adversarios más temibles de la revolución popular integral, hoy más necesaria
que nunca en Venezuela, contra el chavismo, el capitalismo y el imperialismo, y
sobre todo contra el Estado, matriz sempiterna de capitalismo.
[1] Una de las poquísimas críticas
fundamentadas y responsables al chavismo es el libro “Venezuela: la Revolución
como espectáculo. Una crítica anarquista al gobierno bolivariano”, de Rafael
Uzcátegui, editorial La Malatesta. Pero, como expone el mismo Rafael, casi todo
el anarquismo latinoamericano respalda a Chavez. Eso manifiesta la delicada
situación del movimiento libertario, en buena medida invadido por la ideología
socialdemócrata y, por tanto, estatista y militarista. Claro que quienes leen a
Stirner, ese proto-fascista, creyendo que es anarquista manifiestan lo que son,
meros agentes de la reacción más extrema, o, en el mejor de los casos,
majaderos sin remedio.
[2] Quienes identifican capitalismo de
Estado con “socialismo” deben ser refutados mostrando lo obvio, que en las
empresas de capitalismo de Estado, en Venezuela y en todo el mundo, los
trabajadores hacen huelgas, igual que en las de capitalismo privado. Y las
hacen porque están explotados. La izquierda preconiza el capitalismo de Estado
porque quiere apoderarse para sí de todos los medios de producción, creando un
nuevo capitalismo, hiper-poderoso, como se observa hoy en China.
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