Esteban Vidal
La salud del teniente coronel Hugo Chávez ha generado mucha expectación durante las últimas semanas debido a su reciente hospitalización a raíz de su grave estado de salud. Estas circunstancias y la incertidumbre por ellas creadas han originado en el ámbito mediático, y particularmente en ambientes “radicales”, un debate acerca del carácter anticapitalista del régimen bolivariano establecido por Chávez en Venezuela. Nada más lejos de la realidad.
La salud del teniente coronel Hugo Chávez ha generado mucha expectación durante las últimas semanas debido a su reciente hospitalización a raíz de su grave estado de salud. Estas circunstancias y la incertidumbre por ellas creadas han originado en el ámbito mediático, y particularmente en ambientes “radicales”, un debate acerca del carácter anticapitalista del régimen bolivariano establecido por Chávez en Venezuela. Nada más lejos de la realidad.
A lo largo de la historia, salvo en muy contadas ocasiones,
las diferentes revoluciones políticas han tenido como resultado una mayor
concentración del poder en manos del Estado, y con ello su reforzamiento y
extensión. La revolución inglesa dio lugar a una virulenta dictadura militar
bajo el caudillaje de Oliver Cromwell. Lo mismo cabe decir de la revolución
francesa que significó la militarización del conjunto de la sociedad hasta el
establecimiento del régimen imperialista y militarista de Napoleón. A esta
lista también habría que añadir a la revolución rusa que significó un
agrandamiento sin precedentes del aparato estatal ruso, y que culminó con un
militarismo desenfrenado del que su máximo exponente fue Stalin. En este
sentido la revolución bolivariana comandada por Hugo Chávez no ha sido una
excepción.
El poder no sólo se ejerce a través de la coacción, también
es necesario cierto grado de consentimiento entre la población que facilite su
obediencia. Por esta razón el poder se convierte en un aliado de las clases
populares en tanto en cuanto logra presentarse como un gran benefactor, pues al
asumir un creciente número de funciones con las que provee de cierto grado de
utilidad social logra granjearse la adhesión popular. Como consecuencia de esto
el poder adquiere una dimensión todavía mayor al basar su legitimidad en la
realización del bien del conjunto de la sociedad. De esta forma el Estado es
presentado por los intelectuales de servicio como un justiciero que redime al
pueblo de sus opresores a los que el discurso izquierdista identifica
exclusivamente con el capitalismo de las empresas multinacionales, los bancos y
el mercado en general.
Asimismo, el contexto de creciente escasez general
contribuye en gran medida a la búsqueda de mayor seguridad, de forma que el
Estado, con un uso desproporcionado de la manipulación mediática e ideológica,
logra presentarse como el gran protector frente a determinados poderes.
Hoy, en los medios “radicales”, está muy difundida la, por
lo demás falsa, idea de que Chávez es anticapitalista en tanto en cuanto es
presentado como un redentor de las clases populares de Venezuela, y al mismo
tiempo como un opositor al imperialismo estadounidense. Sin embargo, se obvia
completamente el hecho de que Chávez es un militar y que como tal es parte
integrante de la oligarquía militar mandante en dicho país, la cual acapara los
principales recursos naturales de Venezuela como son los metales preciosos y otros recursos de gran
valor estratégico como el coltán.
Juntamente con esto hay que añadir que los ingresos derivados de la venta de
petróleo van a parar a un fondo de reserva que Chávez, de manera personal y
exclusiva, gestiona a su antojo. Pero la izquierda estatolátrica y su entorno
insisten en presentar a Chávez como un justiciero que combate al capitalismo
cuando realmente es su principal sostenedor. La revolución bolivariana ha
desarrollado un potentísimo capitalismo de Estado producto de las sucesivas nacionalizaciones
que el gobierno de Chávez ha efectuado, lo que ha permitido un colosal
enriquecimiento de la oligarquía militar que ha devenido así en una
plutocracia. Todo esto demuestra que Chávez, lejos de ser un anticapitalista,
es el principal promotor del capitalismo en su país.
Pero tampoco hay que olvidar que los militares constituyen
por su propia condición una clase capitalista, pues al no ser productores de
absolutamente nada son las clases populares las que se ven obligadas a
mantenerlos con su trabajo. Los militares, al vivir de las rentas del trabajo
ajeno, no se diferencian en nada de cualquier otro parásito capitalista. Esto
explica que el ejército disponga de unos inmensos recursos monetarios que se
reflejan en unos abultados presupuestos que, gracias a los dividendos obtenidos
del comercio de petróleo y metales preciosos, han facilitado el rearme de
Venezuela para su transformación en una nueva potencia regional. Bajo el
pretexto de una constante amenaza de intervención norteamericana en el país
sudamericano Chávez ha utilizado los recursos financieros de los que le ha
provisto la venta de recursos naturales para rearmar a su ejército. Al menos
así lo demuestra la compra de armas a Rusia por un valor de 11.000 millones de
dólares, entre las que destacan sistemas antimisiles S-300, una flota de cazas
sujoi SU-35, 100.000 fusiles Kalashnikov AK-103, tanques T-52, blindados
BTR-80, lanzaderas múltiples Smerch, misiles antiaéreos ZU-23, helicópteros
Mi-35 y Mi-37, 92 tanques T-72, etc.
El denominado socialismo del siglo XXI ha demostrado ser un
camelo para justificar el crecimiento y la extensión ilimitada del aparato
estatal, el cual ha reordenado las relaciones sociales conforme a las
exigencias de rearme militar de la política exterior venezolana. La
recuperación y reivindicación de la figura de Simón Bolívar, no olvidemos que
también fue un militar, como símbolo del militarismo patriotero ha servido para
dotarle al proyecto político encabezado por Chávez de una dimensión y una
proyección continental, y por ello imperialista, que ha justificado la
expansión del ente estatal.
Asimismo, el socialismo del que Hugo Chávez se ha hecho el
principal adalid ha estado acompañado de la estatización de la economía bajo el
pretexto de rescatar a los venezolanos del capitalismo, lo que ha provocado una
concentración de la riqueza en manos del ente estatal que no tiene parangón en
la historia de este país. La parafernalia mediática del propio régimen con los
constantes baños de multitudes del gran líder Hugo Chávez, han estado
acompañados de la consecuente grandilocuencia del teniente coronel a la hora de
vender su proyecto político totalitario con la magnificación de diferentes
medidas de carácter populista. De este modo Chávez ha conseguido presentarse
como un justiciero al servicio de las clases populares que ha facilitado la
adhesión de la sociedad venezolana al régimen bolivariano. El desarrollo de
todo un discurso vacío de contenido pero lleno de proclamas contra el
capitalismo y el imperialismo ha servido para facilitar la asunción por parte
del Estado de un número creciente de funciones, de manera que ha aparecido ante
la opinión pública como un gran benefactor cuya legitimidad recaba de la
finalidad que se atribuye como realizador del bien común.
Sin embargo, lo más preocupante es comprobar que a nivel
mediático hay un interés desmedido en presentar a Chávez como un
anticapitalista. Este es el caso de profesores universitarios a sueldo del
régimen bolivariano como es Juan Carlos Monedero, mercenario ideológico sin
parangón, que no duda en calificar a Chávez y a su régimen como
anticapitalistas, y a ensalzar así el militarismo por el simple y mero hecho de
llamarse de izquierdas. Todo esto porque, como afirman algunos activistas como
Alex Corrons, nada impide que un militar pueda estar contra el capitalismo
cuando, tal y como los hechos lo demuestran, el ejército, y por ende el Estado,
es el principal sostenedor y promotor del capitalismo al acaparar ingentes
recursos monetarios procedentes de las rentas del trabajo de las clases
asalariadas para, así, satisfacer sus intereses estratégicos en el ámbito
internacional. De este modo se excusa por completo el rampante capitalismo de
Estado que se ha instalado en Venezuela, y se justifican al mismo tiempo las
nada novedosas uniones cívico-militares que evocan a otras que en su día nos
impuso el fascismo patrio.
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