Rafael
Uzcátegui
Los
recientes resultados de las elecciones regionales en Venezuela, donde la opción
oficialista alcanzó 20 de las 23 gobernaciones en pugna, catalizan la crisis de
los liderazgos polarizados que protagonizaron el llamado proceso bolivariano
entre 1998 y el 2012. Lo más evidente de la jornada es el derrumbamiento del
antichavismo mediático de los partidos políticos tradicionales. Sin embargo,
como describiremos, la cuantía de sufragios ratifican a su vez los trances al
interior del movimiento bolivariano ante la posibilidad de la desaparición de
su líder del panorama político. Las consecuencias para los dos sectores abren
un escenario inédito en la última década en el país: La necesidad de la
emergencia de liderazgos sociales alternativos, construidos sobre ejes y referencias
diferentes a los que han hegemonizado el conflicto durante el período de
control bolivariano del país.
Polarización
cupular en crisis
Durante
todo el 2012 Venezuela estuvo a la expectativa de los resultados de la votación
presidencial pautada el 7 de octubre, la cual favoreció la reelección de Hugo
Chávez con un 55.07% de los sufragios y una diferencia de 1.599.828 votos con
su principal contrincante Henrique Capriles. Este resultado significaba: 1) La
ratificación del liderazgo de Hugo Chávez sobre amplios sectores de la
población, y 2) La aprobación por la llamada “soberanía popular” del proyecto de
gobierno 2013-2019 cuya principal novedad, respecto a la gestión anterior, era
la promoción del llamado “Estado Comunal”. Si bien era cierto que la oposición
había crecido electoralmente, respecto a las presidenciales del año 2006, más
vigorosamente que el chavismo (Capriles obtuvo 2.298.838 votos más que el
anterior candidato Manuel Rosales, mientras que Chávez aumentó sólo 882.052
votos), si esta tendencia se mantenía los opositores debían esperar 2
elecciones presidenciales más para alcanzar la primera magistratura del país.
El
impulso del proyecto estatizante “comunal”, que prometía una re-territorialización
del país, sugería que las instancias tradicionales de poder local serían
progresivamente desplazadas por la nueva figura creada desde el Ejecutivo. En
este escenario la elección de gobernadores y gobernadoras era más un requisito
formal que un soporte real de la acción gubernamental para los próximos años.
Una semana antes de las elecciones regionales la situación cambió. La
revelación de una nueva intervención quirúrgica del presidente Chávez, el
reconocimiento de la posibilidad de su desaparición –por lo menos de la
actividad pública- y la designación de Nicolás Maduro como su sucesor,
redimensionó el papel de las gobernaciones en una eventual transición
post-chavista. Para los sectores opositores significaría, además, demostrar el
nivel de unidad y cohesión necesario para afrontar unas nuevas elecciones
presidenciales, manteniendo el control de las principales ciudades del país,
como había sido la tendencia hasta el 2012. Para el oficialismo la cita mediría
su capital electoral y capacidad de movilización en las primeras elecciones con
un Chávez ausente. Los resultados revelaron la crisis de representatividad
instalada en ambos sectores.
“Con
Chávez todo, sin Chávez nada”
Venezuela ha sido un país históricamente presidencialista, con alta abstención para las elecciones distintas al del primer mandatario. Esta característica se reforzó durante el llamado proceso bolivariano, lo cual corrobora el dato que, comparadas con las elecciones de dos meses antes, 5.912.465 personas dejaron de participar en los comicios para gobernadores. Dividiendo este retroceso en bloques, tendríamos que 3.337.638 personas que votaron por Chávez no apoyaron las candidaturas oficialistas, mientras que 2.708.267 personas que votaron por Capriles no respaldaron las candidaturas opositoras. Sin embargo, como apuntamos, el contraste no debe realizarse con las presidenciales, sino con las regionales anteriores, realizadas en el año 2008. Sumando sólo los votos para elegir gobernadores (en el 2008 se eligieron varios cargos) tenemos que en el 2012 hubo 868.170 votos menos para mandatarios regionales, a pesar de la incorporación de 576.885 nuevos votantes al registro electoral. Los opositores experimentaron una reducción de su base electoral regional de 603.298 votos, mientras que los oficialistas se contrajeron en 264.872 electores.
Como
apuntábamos, para la coalición de partidos integrantes del llamado “Gran Polo
Patriótico” (GPP) los comicios eran claves para cuantificar los resultados de
una campaña electoral con un Chávez ausente, así como su capacidad de
movilización y convocatoria sin el protagonismo activo del caudillo. Tras la
victoria presidencial del 7-O, se intentó mantener la energía movimientista
bolivariana con un llamado a un “proceso constituyente” para debatir el
programa de gobierno del candidato electo, sin canales claros de información y participación,
con un margen de tiempo risible para un proceso deliberativo de carácter nacional
(poco más de un mes) y claramente enmarcado en el calendario electoral oficial.
Los resultados no fueron sorpresivos. Ante la ausencia del presidente Chávez,
la convocatoria “constituyente” fue un fracaso. La dirigencia oficialista, tras
el anuncio de la enfermedad presidencial, intentó utilizar este elemento para
movilizar a su electorado, por lo que la consigna unitaria en la última semana
de campaña afirmaba que el voto se convertía en una prueba de fidelidad con el
presidente (“Ahora más que nunca con Chávez”) y un tributo para su enfermedad (“Regálale
a Chávez un mapa pintado de rojo”). La apelación a los recursos emocionales,
efectivos cuando eran realizados por el propio Chávez, ni aumentó ni logró
mantener el nivel de votos alcanzados en las anteriores regionales. La
hipotética e inminente desaparición del líder bolivariano, por lo menos del
escenario político, significa la crisis de liderazgo de un movimiento cimentado
en base al carisma y el culto a la personalidad.
Un
segundo aspecto a considerar es que los resultados regionales revirtieron el
aparente debilitamiento experimentado por el Partido Socialista Unido de
Venezuela (PSUV) en las presidenciales, cuando la contribución del llamado “chavismo
disidente” (organizaciones políticas que formando parte de la coalición
electoral son refractarias al PSUV) fue decisiva para la reelección.
Organizaciones como el Partido Comunista de Venezuela (PCV), Redes, Tupamaros,
Podemos y Patria Para Todos aportaron 1.803.480 votos, una cifra ligeramente
superior a la diferencia en votos con el candidato opositor Capriles Radonski. Este
resultado, en su momento, ofreció varias lecturas. Una de ellas era que estas
organizaciones recanalizaban el descontento con la gestión y la burocracia de
la maquinaria partidista roja. La segunda era que estos números supuestamente
materializaban el deseo del electorado chavista de radicalizar el proceso
bolivariano.
A diferencia
de las nacionales, el aporte del llamado “chavismo disidente” fue menos
relevante. Aquel millón y medio de octubre se redujo a 686.983 votos dos meses
después, y de aportar 22,03% del total de votos para la victoria bolivariana
pasó a contribuir con 13,4%. Esto parece indicar que la sombra de estas pequeñas
organizaciones también depende del árbol llamado Hugo Chávez, y que su
incidencia dentro del movimiento bolivariano es más simbólica que real. Hay que
recordar que el PSUV –y el propio presidente- designaron las candidaturas
oficiales en todo el país (11 de los cuales eran militares), contrariando el
clamor de estas organizaciones que pedían elecciones por la base,
paradójicamente como sí lo habían realizado en la oposición. El Presidente
impuso la disciplina partidista, que llevó a estas organizaciones a realizar
apoyos lamentables: Negando su propia historia, el Partido Comunista de
Venezuela (PCV) y Tupamaros, por nombrar los dos abiertos herederos de la lucha
armada en el país, sustentaron la candidatura en Guárico de Ramón Rodríguez
Chacín, uno de los autores intelectuales de la llamada “Masacre de El Amparo”,
que en 1988 asesinó a 14 pescadores en el estado Apure para presentarlos como
falsos positivos de la lucha antisubversiva.
La
unidad como chantaje
Los
resultados del 16D significan la visibilización definitiva de la crisis a lo
interno de la llamada “Mesa de la Unidad Democrática” (MUD), con un saldo
negativo que pone fin al control opositor de las principales ciudades del país,
que en el pasado alimentó la hipótesis de la ruralización del liderazgo
presidencial. La pérdida del apoyo del electorado opositor a la MUD tiene
varias motivaciones. La primera es la mala gestión de sus gobernadores y el
control cuasi-feudal de sus territorios. Esto derivó que, en las regiones bajo
su mandato, los opositores decidieran las candidaturas por consenso cupular,
obviando la simulación democrática que implementaron en el resto del país. En
segundo lugar de importancia, a nuestro juicio, los resultados regionales
demuestran la ausencia de una oferta electoral basada menos en un proyecto de
país y más en capitalizar el llamado “voto-castigo” antichavista. La estrategia
que se privilegió durante todo el año fue centrada exclusivamente en derrotar
electoralmente a Hugo Chávez, una “victoria segura” según los voceros de
campaña que, única y exclusivamente, necesitaba de la “unidad” del universo no
oficial. La MUD privilegió un tipo de liderazgo virtual y mediático sin relaciones
con los conflictos de calle. Re-electo Chávez la MUD no tenía más nada que
ofertar. Otro de los grandes derrotados es el relato opositor más conservador,
incapaz de comprender la naturaleza del fenómeno bolivariano. La enfermedad presidencial no estimuló la
votación opositora, a pesar de los reiterados llamados, convirtiéndose en una
abstención castigo contra una dirigencia que había diseñado líneas de actuación
que hasta el 2012 habían sido ejecutadas diligentemente por el grueso de la
población opositora. Por otra parte la estrategia de electoralizar a toda costa
el descontento antichavista tuvo como su contraparte la aceptación, sin las
resistencias del pasado, de un Consejo Nacional Electoral ni independiente ni
transparente, como lo demostraron las diferentes decisiones y omisiones que
favorecieron el uso y abuso de recursos públicos en la campaña y el favoritismo
bolivariano. La mezcla de todas las anteriores diseminaron el derrotismo y la
resignación de un electorado que, como último recurso espera que sea la
ausencia del líder bolivariano la que modifique la situación.
Los
resultados afectaron especialmente a los partidos políticos Un Nuevo Tiempo
(UNT, Pablo Pérez), Proyecto Venezuela (Henrique Salas Feo), Acción Democrática
(Morel Rodríguez) y Copei (César Pérez Vivas), cuyas anclas en las
gobernaciones y no el respaldo popular de calle les brindaban el espacio
político dentro de la coalición opositora. Los números tampoco favorecieron al
denominado “dirigente de la oposición”, Henrique Capriles de Primero Justicia,
quien apenas pudo superar en 4 puntos porcentuales al candidato oficialista
tras, con algunas dificultades, activar la maquinaria partidista. Si los resultados
hubieran sido diferentes a la implosión, su liderazgo estuviera severamente
cuestionado. Quienes salieron mejor
librados fueron Henry Falcón (8 puntos de diferencia) y Liborio Guarulla (9
puntos), miembros de la organización Avanzada Progresista, ambos de origen bolivariano
y ahora representantes del ala izquierdista de la coalición. El perfil actual
de la coalición electoral se debate entre la centro derecha (Primero Justicia)
y la social democracia (Avanzada progresista). La crisis del liderazgo
antichavista no se limita solamente a sus representantes políticos, sino también
a los simbólicos, especialmente los medios de comunicación de línea editorial
abiertamente opositora, quienes –como sugieren los resultados- ya no sintonizan
con las aspiraciones de su base electoral.
Crisis
como oportunidad
Si
lo que parece el comienzo de una profunda crisis de representación político-partidista
coincide con el inicio de una crisis económica (inflación más devaluación de la
moneda), el 2013 será un año de creciente y explosiva ingobernabilidad, con
posibles alianzas inéditas que intenten servir de dique de contención al
descontento. Este escenario, como pocos en los últimos 13 años, abre la
posibilidad de una despolarización desde abajo y de la irrupción de liderazgos
sociales alternativos al maniqueísmo dominante de la última década. La ausencia
de redes y movimientos sociales autónomos en el país abre interrogantes sobre
desde donde comenzará la recomposición del tejido social contrahegemónico en el
país. ¿Sectores movilizados en reacción a una problemática concreta despertarán
la indignación de las multitudes?, ¿Cuáles valores y herramientas
organizacionales de la época bolivariana sobrevivirán a la fragmentación del
proyecto? En esta nueva etapa, ¿se profundizará o revertirá la militarización
de la sociedad venezolana? ¿Es factible la posibilidad de un golpe de Estado
parlamentario y/o constitucional para postergar y controlar los contornos de la
transición? Los escenarios futuros dependen, en buena medida, de la suerte del
propio Hugo Chávez, cuya enfermedad continúa siendo un secreto de Estado.
Caracas
21.12.12
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