Marc Saint-Upéry
Presentar hoy la experiencia chavista como una inspiración para la izquierda es simplemente un fraude intelectual. Si uno pretende debatir sobre Venezuela, sería mejor no sustituir el análisis serio con verdades a medias y slogans propagandísticos recogidos con base a visitas guiadas en las aldeas Potemkin del circo bolivariano. Observador y activista de una serie de procesos sociales y políticos suramericanos desde hace quince años, soy también elector del Frente de Izquierda francés*. Por estas dos razones, quiero dar mi punto de vista.
Beneficiaria de la riqueza petrolera más abundante de su
historia, Venezuela lanzó desde finales de 2003 una política de reducción de la
pobreza meritoria pero muy problemática en sus métodos como en su sustancia. En
los últimos 5 años, esta política se enfrenta a limitaciones inherentes
mientras persisten o empeoran problemas agudos de inseguridad, de inflación, de
escasez de vivienda y de subempleo. En cuanto a la marcha hacia al
“socialismo”, señalemos simplemente que el peso del sector privado en el PIB
venezolano ha aumentado bajo el mandato de Hugo Chávez.
Además del ocaso comprobado de las “misiones” bolivarianas
–fugazmente revitalizadas con inyección de petrodólares en cada período
electoral –, lo que hace falta es una verdadera política social articulada a
una reforma coherente del aparato estatal. Lo social, en Venezuela, son
operaciones de comando extra-institucionales, sin horizonte sostenible
definido, a veces militarizadas, cuando no son directamente manejadas por un
Estado extranjero a cambio de regalos petroleros.
No es necesario dejarse llevar por ninguna propaganda
derechista para entender cómo esta política veleidosa se inscribe en la lógica
perversa del Petro-Estado venezolano. En un documento del 2011, el Partido
Comunista de Venezuela, aliado algo reticente de Chávez, indica que no sólo el “modelo
de capitalismo rentista dependiente e improductivo que dominó en nuestro país
sigue vigente, sino que se fortalece.” Además de no encontrar “ningún progreso
en la diversificación de la economía”, sino más bien una grave profundización
de la dependencia –tecnológica y alimentaria en particular– y el triunfo de una
burguesía importadora parásita, los comunistas venezolanos destacan que las
iniciativas marginales de tipo
cooperativas o "empresas de producción social" promovidas por el
régimen son “muy poco exitosas" –un eufemismo cortés en vista de los
desastres observables en el terreno.
Denunciando los daños del hiperpresidencialismo y la
ausencia total de “instancias de dirección colectiva”, describen al Estado
bolivariano como “altamente ineficiente”, observan una “intensificación de la
corrupción” y lamentan que, pese a avances sociales parciales y frágiles, “en
otros casos hemos retrocedido, como en materia de planificación y coordinación
y en prestación de algunos servicios públicos básicos.” Conclusión: “La brecha
entre el discurso “socialista” de algunos actores gubernamentales y la práctica
concreta del gobierno es ya inocultable, y la tensión que genera esa brecha
creciente está alcanzando un punto crítico.”
Es con el mismo diagnóstico que, en los últimos años, muchas
organizaciones políticas y sociales y decenas de miles de activistas
progresistas honestos se alejaron del
proceso bolivariano. Enseguida fueron tachados de “traidores” y “agentes del
imperio” por los esbirros del régimen, no obstante, tienen mil veces razones
para denunciar esas contradicciones flagrantes y rechazar una cultura política
ultra-autoritaria sistemáticamente reafirmada por la Voz de su Amo: “Exijo
lealtad absoluta a mi liderazgo. Yo no soy un individuo, soy un pueblo...
Unidad, discusión libre y abierta, pero lealtad... Todo lo demás es traición.”
(Chávez, enero de 2010).
Resumamos. En lo social, los esfuerzos redistributivos de
los años 2004-2006 –bastante erráticos, pero con el mérito de poner las
cuestión social en el centro del debate político– fueron seguidos por una fase
de estancamiento relacionada con la gravísimas disfunciones de un Estado
rentista colonizado por la “boliburguesía”. En lo económico, hay una
vertiginosa profundización de un modelo parasitario, dependiente y corrupto que
Chávez no inventó, aunque sí llevó al extremo todas sus características más
nefastas. En lo internacional, hace mucho tiempo que todo el mundo en América
Latina sabe que, debido a sus inconsistencias y su histrionismo estéril, Chávez
perdió la batalla del liderazgo regional. El discurso “antiimperialista” del
régimen –cuyas relaciones petro-comerciales con Estados Unidos son excelentes–,
se reduce a un apoyo indefectible y vocinglero a déspotas como Gaddafi, Assad,
Ahmadinejad o Lukashenko. Mientras tanto, Chávez es patéticamente dependiente
de las multinacionales brasileñas y vive un verdadero idilio con su “mejor
amigo”, el presidente colombiano Juan Manuel Santos, aliado clave de
Washington.
En el ámbito de las prácticas institucionales, el gobierno
de Chávez sin duda no es una dictadura; pero usemos una comparación europea: en
un gradiente de autoritarismo manipulador que iría de Berlusconi a Putin, es
muy similar en sus métodos y su espíritu a un régimen como el de Viktor Orban
en Hungría. Justicia maniatada, criminalización de los movimientos sociales y
del sindicalismo de lucha, encarcelamientos arbitrarios, discriminación laboral
por tendencia ideológica, confusión sistemática entre Partido y Estado,
desprecio a los mecanismos y garantías establecidos por la misma Constitución
bolivariana, tolerancia cómplice frente a la corrupción en las filas del poder
y protección descarada de los nuevos ricos adeptos al régimen… la lista de
abusos y violaciones es abundante. Por último, en cuanto a la ética militante,
Chávez y su partido de arrodillados encarnan un modelo hipercaudillista
caracterizado por sus tendencias mafiosas y su charlatanismo ideológico.
Pese a su constante erosión electoral desde 2007, Chávez
mantiene un capital carismático suficiente para ganar elecciones, y los
venezolanos tienen todo el derecho a elegir a sus dirigentes sin injerencia
externa o campañas de diabolización. Pero en lo sustancial, el “modelo”
bolivariano es exactamente lo contrario a lo que debería anhelar una izquierda
digna de ese nombre.
*NdT: El Frente de Izquierda francés reúne el Partido de
Izquierda (que nació de una escisión del Partido Socialista), el Partido
comunista y varias corrientes independientes. Varios dirigente del Partido de
Izquierda han lanzado desde hace unas semanas un campaña de apoyo incondicional
y acrítico a Hugo Chávez que genera cierto malestar en algunos sectores
militantes.
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