Periódico El Libertario
(Editorial edición 67)
Votar por Chávez es votar por Diosdado;
Votar por Capriles es votar por Diosdado. La certeza de esta frase se verifica
al comparar los programas de gobierno ofrecidos por los dos candidatos en su
parte medular: La dirección que tomará la industria energética, para ambos indiscutible palanca del modelo de desarrollo
para el país, el mismo instalado entre nosotros desde 1914, fecha del primer
pozo de petróleo en Venezuela. La falsa polarización se desnuda al constatar el
consenso en la duplicación de la producción de energía fósil en el país con la
participación de las compañías transnacionales. Sin embargo para los y las
anarquistas la discusión fundamental no es quien controla la industria, la
burguesía nacional o extranjera, sino en que esta reiteración del modelo
extractivista se pone de espaldas a la promoción de un modelo alternativo de
desarrollo, que no alimente los motores a combustión de gasolina del capitalismo
mundial y no perjudique ni al medio ambiente ni a las comunidades indígenas y
campesinas. Cualquiera que sea el ganador del 7 de octubre representará una
victoria para el capitalismo especulador financiero, en sintonía con el mercado
mundial, que tiene en figuras como Diosdado Cabello a un seguro servidor.
La victoria de Hugo Chávez sólo será
posible por el oxigeno dado por una candidatura idónea para sus intereses, la
de un representante de la oligarquía venezolana
con participación en el golpe de Estado de abril del 2002. Capriles le
proporcionó a Chávez un escenario perfecto para revitalizar la polarización,
con un discurso enfocado en la clase media del país y con escasa sintonía con
los sectores populares. A pesar de su pretendida amplitud e inclusión, nunca
fue un secreto que las decisiones eran tomadas por la cúpula del partido más
conservador y reaccionario del país: Primero Justicia. A pesar del evidente descontento con los
resultados de su gestión y el sostenido aumento de la conflictividad social,
mantenida a raya por las expectativas carismáticas del caudillo, en este
escenario Capriles no logró convencer ni al chavismo descontento ni a amplios
sectores de la población. En este resultado el futuro estaría dominado por un
fortalecimiento del estatismo comunal autoritario, el agudi-zamiento de la
exclusión por razones políticas de las políticas públicas y, por el efecto
dominó, la hegemonía bolivariana de las gobernaciones y alcaldías en las
siguientes elecciones.
Por otra parte una victoria de Capriles
sólo sería posible más por las abstenciones del chavismo descontento y por el
voto castigo de un grueso de los electores y electoras, y menos por las
“virtudes” del ganador. Cansados de las humillaciones, demagogia y el
empobrecimiento general de las condiciones de vida, el voto “contra-Chávez”, de
quienes antes habían confiado en él, daría las cifras necesarias para la
segunda derrota electoral del comandante-presidente, lo cual abriría un
escenario de conflictividad y la ratificación de los poderes regionales
gobernados por la llamada «oposición» en la siguiente cita electoral. Este
resultado, empero, robustecería la gestación de un nuevo bipartidismo entre los
bloques partidarios chavistas y no chavistas, quienes a mediano plazo
acordarían diferentes acuerdos de alternatividad que tácitamente devendrán en
un nuevo “Pacto de Punto Fijo”.
Cualquiera sea el resultado hay otras dos
consecuencias importantes. La primera es la relegitimidad de la democracia
representativa y clientelar que parecía desmoronarse en el estallido popular
del Caracazo, gobernabilidad que sólo podía recomponerse con una figura
carismática y populista como Hugo Chávez. La segunda, de especial interés para
los y las antiautoritarias, es que estas votaciones se celebran en medio del
peor retroceso histórico de la autonomía de los movimientos sociales
venezolanos. Como atestiguan las cifras del Observatorio Venezolano de
Conflictividad Social, la electoralización de las agendas de las iniciativas
populares lograron lo que parecía difìcil: Detener el incremento de la cantidad
de manifestaciones realizadas en el país, las cuales habían experimentado una
curva de aumento constante desde el año 2004. El chantaje electoral logró
institucionalizar, hacia los canales electorales, la energía de las multitudes
en movimiento, desvaneciendo los niveles de autonomía que habían alcanzado
algunos conflictos de base contra los poderes establecidos.
La actitud del anarquismo consecuente no
puede ser otra que denunciar la farsa y el chantaje electoral, negándose a
participar en la comedia y canalizando todas sus energías en la recomposición y
recuperación de la autonomía de los movimientos sociales y populares. Los
hechos de los últimos 13 años nos han dado la razón: Los discursos de los
gobiernos no cambian nada. Las transformaciones estructurales y revolucionarias
provienen de todos y cada uno de los oprimidos y sus iniciativas
colectivas.
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