Aquel domingo, después de ver los
anuncios y promesas hechas en su programa favorito, Juan José Rodríguez –nombre
ficticio-, se preparó para ir, papeles en mano y en la mañana del lunes, a buscar
un empleo en la gran empresa de “producción socialista” que recién se había
inaugurado en su pueblo.
Miles
de ilusiones pasaban por su mente. La cosa “prometía”.
Control
obrero, salarios justos, freno a los explotadores, contrato colectivo, calidad de
vida, empleo digno… todas aquellas palabras que escuchó, daban vueltas
incesantemente en su cabeza.
El
lunes, su esposa se levantó bien temprano a prepararle el desayuno y a darle el
beso de buena suerte, con la firme esperanza que los días por venir serían
mejores.
A
Juan la alegría no le cabía en el pecho. Tenía tantos proyectos, tantas
esperanzas y por fin la convicción de que las cosas estaban por cambiar, que
tenía la oportunidad de construir su propio destino, que ya no sería un esclavo
de la necesidad, que el “poco a poco” y el “cuanto hay pa´eso” eran cosa del
pasado.
Salió
de casa, y como pudo, sorteó las alcabalas dispuestas por la oficialidad del
barrio. Los “azotes”, a pesar de ser casi unos niños, contaban con una
reputación impecable. Más de 20 homicidios y atracos a cualquiera que tuviera
la mala suerte de cruzarse en su camino. Con sus punto 40 siempre listas, mantenían
una estrecha vigilancia ante cualquier movimiento en los callejones y veredas,
de modo que resultaba difícil cualquier maniobra evasiva ante semejantes
centinelas.
Pero
Juan lo logró. Llegó a la empresa, entregó sus papeles y consiguió el empleo. El
primer paso estaba dado, ahora la posibilidad de realizar sus proyectos tantas
veces postergados y de darle un mejor futuro a su familia, parecía más cercana
que nunca.
La
realidad resultó ser distinta. Los salarios justos no pasaron de ser una
promesa, el fulano contrato colectivo brillaba por su ausencia y el empleo
digno parecía ser cosa de otro planeta. El sueño de Juan quedó sólo en eso, un
sueño, una esperanza rota, una decepción ante la palabra no cumplida. Juan se
sentía estafado.
Al
igual que Juan, Rubén González apostó a sus sueños y a sus convicciones. Ante tanto
engaño, tantas carencias y los constantes atropellos por parte de un patrón que
violaba sus derechos y el de sus compañeros, hizo lo que haría cualquier
dirigente sindical comprometido con su causa. Así, en el año 2009, entre el 11
y 26 de agosto, junto a 2000 trabajadores de Ferrominera Orinoco, y cientos más, miembros de cooperativas, inició una huelga en defensa
de sus derechos y en reclamo ante el
incumplimiento de la convención colectiva firmada el 5 de enero de 2009 y
homologada el 1 de junio de ese mismo año.
Un
mes después, en septiembre de 2009,
fue detenido e imputado
por la supuesta comisión de los delitos de agavillamiento, instigación a
delinquir, restricción a la libertad del trabajo, y violación de zona de
seguridad. Permaneció bajo arresto domiciliario hasta el 21 de enero de 2010,
fecha en la que se decretó su arresto en la cárcel de la sede policial del Municipio
Caroní del Estado Bolívar.
Ya
para entonces, Rubén había pasado 14 meses en prisión.
Posteriormente, el 28 de febrero de 2011 fue condenado a 7
años y 6 meses de cárcel, lo que generó la movilización y el repudio de
organizaciones sindicales y de defensa de los derechos humanos en el país,
lográndose la anulación de aquel juicio, pero no el sobreseimiento de la causa,
por lo que Rubén González se ha visto obligado a presentarse periódicamente
ante los Tribunales a la espera del inicio del nuevo juicio en su contra.
El
caso Rubén González, es el más emblemático reflejo de la política del gobierno
nacional y de los órganos del estado venezolano, de criminalizar la protesta y
atentar contra la libertad sindical. El gobierno chavista, fiel aliado del
capital transnacional y consecuente enemigo de la clase obrera, ha perseguido y
despedido a centenares de dirigentes sindicales y trabajadores de todo el país,
luego de que estos ejercieran acciones en legítimo reclamo de sus derechos
laborales.
A
nivel nacional, más de 1200 directivos de organizaciones sindicales se
encuentran sometidos a regímenes de presentación ante los tribunales
venezolanos, por el solo hecho de haber ejercido el libre derecho a la protesta
consagrado en la
Constitución Nacional. Asimismo, de enero a junio de 2012, 48
sindicalistas han sido asesinados en manos del sicariato que opera bajo el
amparo de las mafias sindicales y ante la mirada impune del estado.
Durante
el año 2011, se realizaron 2.093 protestas por diferentes demandas laborales
insatisfechas en distintos sectores y estados del país. El común denominador en
cada una de ellas fue la poca o inexistente voluntad por parte de los patronos,
fundamentalmente el estado venezolano, para atender los reclamos de los
trabajadores. De igual forma, según cifras ofrecidas por el Frente Autónomo en Defensa del Empleo, el
Salario y el Sindicato (FADESS), hasta la presente fecha más de 400
convenciones colectivas de empresas del estado y la administración pública, se
encuentran vencidas y cerradas las posibilidades de negociación y discusión por
parte del estado-patrono. Por si fuera poco, hace tan solo una semana, 5
trabajadores de la construcción del Estado Táchira que protestaban exigiendo el
pago de sus pasivos laborales, fueron detenidos y puestos a la orden de la
justicia militar, bajo la imputación de los delitos de asalto al centinela y
violación de zona de seguridad.
El
pasado 29 de julio, Rubén González fue ratificado por los trabajadores como
Secretario General del Sindicato de Ferrominera Orinoco, pese a ello, debió
asistir nuevamente a los tribunales penales de Caracas este 23.08.2012 al
inicio del nuevo juicio en su contra.
Las
acusaciones que pesan sobre él y la persecución de la que es víctima por parte
del gobierno nacional, demuestran el grave peligro que corren quienes se
comprometen a levantar las banderas del sindicalismo combativo y autónomo. El
gobierno venezolano, ha desoído las recomendaciones dadas por la Organización
Internacional del Trabajo, que en noviembre de 2010, a través de su Comité
de Libertad Sindical, solicitó el cese de las acciones penales contra
dirigentes sindicales, por representar “graves riesgos de abuso y serias amenazas a la
libertad sindical” e insiste en
criminalizar la protesta y poner frenos al sindicalismo libre.
El juicio a Rubén
González, debe ser una asignación de primer orden para los sindicatos,
organizaciones de defensa de los Derechos Humanos y para quienes creemos en la
necesidad de fortalecer el sindicalismo verdaderamente combativo y autónomo. La
libertad Sindical y el derecho a la protesta, sin riesgos de criminalización y
persecución por parte de los órganos del estado, son complementos
indispensables para la construcción de una democracia que satisfaga los
intereses reales de los trabajadores y que esté al servicio de las grandes
mayorías que han sido excluidas y explotadas a lo largo de toda nuestra
historia.
Inti
Rodríguez
twitter: @intiamaru79
Correo: utopias79@gmail.com
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