Armando Chaguaceda
Se ha cumplido, en Moscú, la crónica de una infamia
anunciada. La fiscalía rusa ha condenado a dos años de cárcel a las integrantes
del grupo de punk político Pussy Riot.
Tras su performance en la Catedral de Cristo
Salvador, en marzo pasado, tres chicas del grupo fueron arrestadas, acusadas de
vandalismo e irrespeto a la religión, y encausadas en un meteórico proceso
carente de plenas garantías.
Las han condenado pese a los llamados de decenas de artistas
y millares de personas de todo el mundo, que alertaron a la opinión pública
sobre la injusticia que se fraguaba. Ignorando la angustia de varios jerarcas
ortodoxos, preocupados por la conversión de las jóvenes en íconos del activismo
social.
A despecho del calculado amago del presidente Putin de pedir
clemencia -como si su voluntad no dibujase, desde el principio, los contornos
de esta sentencia- mientras aconsejaba, como padre regañon, que las chicas
aprendiesen la lección.
Este suceso se suma a una larga cadena de acontecimientos-
acoso a ONGs, agresiones a activistas sociales y defensores de los derechos
humanos, grosero ventajismo oficial en las pasadas elecciones generales- que va
convirtiendo a Rusia en un régimen hibrido (ni totalitario ni democrático)
donde el respeto y ejercicio de las libertades públicas se ve cada día acosado
por la fuerza de una presidencia imperial.
Presidencia que recoge el más oscuro legado del aparato de
seguridad soviético y la corrupción de los desgobiernos neoliberales de la
transición postcomunista. Y que medra con el ansia de seguridad, estabilidad y
progreso del noble pueblo ruso.
Nadezhda Tolokonnikova, Yekaterina Samutsevich y Maria
Alyokhina no son –como las presentan las campañas del putinismo- unas vándalas
o rebeldes sin causa. Tampoco son renegadas de la cultura y la identidad rusas.
Estudiantes universitarias, luchadoras feministas, ambientales
y por los derechos LGTB, forman parte de una generación que se ha sacudido el
fardo de la decepción y el conformismo, sembrados por dos décadas de
capitalismo mafioso.
Y que hoy sale a las plazas y al ciberespacio a despertar la
conciencia, adormecida y conservadora, de buena parte de la sociedad rusa; de
esa misma sociedad que hoy mira con sorpresa y rechazo a tres jóvenes que
luchan por la libertad de todos.
La batalla global por la democracia, la justicia y la
libertad tiene en estas muchachas un ejemplo de consecuencia, creatividad y
convicción.
Son dignas herederas de Herzen y los decembristas, de María
Spiridónova y los socialistas revolucionarios, de Sajárov y los miembros del
Comité de Helsinki. Sirva como botón de muestra el alegato que una de ellas,
Yekaterina Samutsevich, expuso hace pocos días ante el tribunal que emitió
sentencia.
“En su declaración final, se espera que la acusada se
lamente y se arrepienta de sus actos, o enumere las circunstancias atenuantes.
Tanto en mi caso como en el de mis compañeras de grupo, esto es totalmente
innecesario. En vez de eso, quiero expresar mi percepción de las causas por las
que nos ha ocurrido esto.
La importancia simbólica de la catedral de Cristo Redentor
en la estrategia política del poder resultó obvia para muchas cabezas pensantes
cuando el antiguo compañero [de la
KGB ] de Vladimir Putin, Kirill Gundyaev, tomó el relevo como
cabeza de la iglesia Ortodoxa rusa.
Desde entonces, la catedral de Cristo Redentor empezó a
usarse abiertamente como un ostentoso escenario para la política de los
servicios de seguridad, que son la principal fuente del poder [en Rusia].
¿Por qué Putin siente la necesidad de explotar la religión
Ortodoxa y su estética? Después de todo, podría haber empleado sus propias
herramientas de poder, mucho más seculares. Por ejemplo, las corporaciones
nacionales, o su amenazante sistema policial, o su propio y obediente sistema
judicial.
Puede que las severas y poco eficaces políticas del gobierno
de Putin: el incidente con el submarino Kursk, los bombardeos a civiles a plena
luz del día y otros momentos desagradables en su carrera política le hayan
forzado a considerar que ya iba siendo hora de rendirse; o si no, la ciudadanía
rusa le acabaría obligando a hacerlo.
Aparentemente, fue entonces cuando surgió su necesidad de
utilizar la estética de la religión ortodoxa, históricamente asociada al apogeo
de la Rusia
imperial, en la que el poder no surgía de manifestaciones terrenales, como son
las elecciones democráticas y la sociedad civil, sino de dios en persona.
¿Cómo consiguió hacer esto? Después de todo, todavía vivimos
en un estado laico y ¿acaso no debería tratarse toda interferencia de las
esferas religiosa y política con severidad por parte de nuestra vigilante y
crítica sociedad?
Aquí, aparentemente, las autoridades se aprovecharon de
cierto déficit de estética ortodoxa durante la época soviética, cuando la
religión ortodoxa tenía el aura de una historia perdida, de algo aplastado y
herido por el régimen totalitario soviético y era, por lo tanto, una cultura de
la oposición.
Las autoridades decidieron apropiarse de esta sensación
histórica de pérdida y presentar su nuevo proyecto político como una
restitución de los valores perdidos de Rusia, un proyecto que poco tiene que
ver con una preocupación genuina por conservar la historia y la cultura de la Ortodoxia rusa.
Era también bastante lógico que la iglesia ortodoxa rusa,
que desde hace mucho tiempo tiene una conexión mística con el poder, apareciese
en los medios como la principal ejecutora de este proyecto.
Además, estaba implícito que la iglesia ortodoxa rusa, a
diferencia de la era soviética, cuando la iglesia se oponía, sobre todo, a la
crudeza con que las autoridades tratan la historia, debería hacer frente a
todas las funestas manifestaciones de la cultura de masas contemporánea con su
propio concepto de diversidad y tolerancia.
Aplicar este proyecto político tan interesante en todos sus
aspectos ha requerido cantidades considerables de equipos de iluminación y
video profesionales, espacio en los canales nacionales de TV durante horas de
emisión en directo y numerosos planos de fondo con reportajes edificantes moral
y éticamente en los que, de hecho, se escuchan los discursos perfectamente
construidos del Patriarca, para ayudar a los fieles a tomar la elección
política adecuada durante la campaña electoral, un tiempo difícil para Putin.
Es más, el rodaje tiene lugar constantemente. Las imágenes
necesarias deben clavarse en la memoria y actualizarse constantemente para
crear la impresión de algo natural, constante y obligatorio.
Nuestra inesperada aparición musical en la catedral de
Cristo Redentor con la canción “Madre de dios, líbranos de Putin” violó la
integridad de esta imagen mediática, creada y mantenida por las autoridades
durante mucho tiempo, y desveló su falsedad.
En nuestra performance nos atrevimos, sin la bendición del
Patriarca, a combinar la imagen visual de de la cultura ortodoxo y de la
cultura de protesta, dando a entender a la gente inteligente que la cultura
ortodoxa no pertenece únicamente a la Iglesia Ortodoxa
rusa sino que también puede ponerse del lado de la desobediencia civil, la
rebelión y la protesta en Rusia.
Quizás este efecto incómodo y a gran escala que ha provocado
nuestra intrusión en la catedral haya sido una sorpresa incluso para las autoridades.
Primero intentaron presentar nuestra actuación como una broma, una inocentada,
de unas ateas militantes sin corazón.
Pero cometieron un error garrafal, dado que por entonces ya
éramos conocidas como la banda de punk feminista anti-Putin que realizaba sus
mediáticos asaltos en los principales símbolos políticos del país.
Al final, teniendo en cuenta todas las pérdidas simbólicas y
políticas irreversibles que causó nuestra inocente creatividad, las autoridades
decidieron proteger al público de nosotras y nuestro pensamiento inconformista.
Así acabó nuestra complicada aventura punk en la catedral de Cristo Redentor.
Ahora tengo sentimientos encontrados respecto a este juicio.
Por un lado, contamos con que el veredicto nos declare culpables. Comparadas
con la maquinaria judicial, no somos nadie y hemos perdido.
Por otro lado, hemos ganado. Ahora el mundo entero puede ver
que la causa criminal contra nosotras ha sido un montaje. El sistema no puede
ocultar la naturaleza represiva de este juicio.
Una vez más, Rusia aparece ante los ojos del mundo como algo
totalmente diferente a lo que Putin trata de presentar a diario en los
encuentros internacionales.
Todos los pasos hacia un estado justo y gobernado por la
ley, obviamente no se han dado. Y su declaración de que nuestro caso será
juzgado con objetividad y de que el veredicto será justo es otro engaño al país
entero y a la comunidad internacional.
Esto es todo. Gracias”[1]
[1] Tomado de:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=154708
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