Por Nato
Thompson
El anarquismo está por todas partes.
Los únicos que no se dan cuenta son los anarquistas (bueno,
excepto algunos).
Son muchas las razones por las que la era de la acción
global puede ser considerada la venganza del anarquista, pero sin duda los
indicios más claros parecen flotar en el aire.
Los principios organizativos de las asambleas generales del
movimiento Occupy son resultado directo del anarquismo (en especial de las
tendencias desarrolladas en España) y su interés por aquellos métodos de
organización que dejan de lado lo jerárquico y favorecen el consenso. Este
subyacente ethos de rechazo a las jerarquías, la puesta en valor del consenso y
la inherente paranoia ante el poder y todos sus frentes (tanto el gubernamental
como el corporativo) son pistas claras de la influencia anarquista. Hoy en día
nos rodean tantos métodos propios del anarquismo que resulta difícil
reconocerlos como tales, ya que en el transcurso de los últimos quince años han
comenzado a permear las condiciones de vida urbanas.
Friedrich Nietzsche afirmaba que es el hacer lo que define
al hacedor, y ningún otro argumento tiene más valor que este en las estrategias
desplegadas por los anarquistas lifestyle.
Mientras el Marxismo derivaba hacia los claustros de la
academia, y los movimientos sindicales hacia la corrupción nacionalista y
xenófoba del tú a lo tuyo, los anarquistas lyfestyle desarrollaban nuevos modos
de estar en el mundo. Puntos de reparto de alimentos como Food not Bombs,
jardines comunitarios, concentraciones masivas de bici crítica, las
okupaciones, los centros sociales, el Hazlo Tú Mismo, los espectáculos punk,
las emisoras de radio pirata, los hackers, formas artesanales de comercio o el
mutualismo, se desplazaron hacia el núcleo de la forma de vida urbana
contemporánea, de forma lenta pero segura. Y al hacerlo, aquellas formas de
estar en el mundo que intentan que el poder gravite de vuelta a lo local
constituyen ahora los principios más obvios de este movimiento.
Durante los últimos veinte años, el hacer del anarquismo
lyfestyle se ha visto desplazado desde las manos de los punks okupas hasta
acabar introduciéndose en esa figura tan peculiar que conocemos como el hipster
urbano. Sin pretender ser peyorativo (ya que el término hipster tiende a
provocar sofocos de repulsión y pavor), sin duda se podría trazar una línea
paralela entre ambas tendencias en la construcción de la condición urbana. La
urgencia por salirse de la red y devolver a lo local el intercambio y la
experiencia personal, fuera del alcance de los grandes monopolios corporativos,
se ha convertido en sinónimo de ciertas cualidades de la vida urbana. Es
difícil imaginar el imaginario contemporáneo alrededor de la gentrificación sin
considerar a los que hacen prendas de punto, las bicis y los jardines
comunitarios; todo muy artesanal y por todas partes. Esta línea de pensamiento
podría abrir otra conversación sobre los beneficios y problemáticas de este
legado, pero la intención de este ensayo no pasa por entrar en ese análisis con
demasiada profundidad. La intención es demostrar la radicalidad con que muchos
de los atributos vivenciales del anarquismo se han escabullido de entre los
dedos de los anarquistas hace más de una década, para convertirse ahora en el
ethos que define a toda una generación urbana. No es solo que las formas del
anarquismo lyfestyle hayan cobrado impulso, sino que también lo ha hecho el
ethos de autonomía que las atraviesa.
No me sorprende que muchos participantes en el movimiento
Occupy no visualicen sus propias motivaciones como anarquistas. Sin duda no
leen los libros adecuados, ni citan a Proudhon y Emma Goldman, ni visten de
negro, ni escuchan punk, ni okupan nada. Y aún así, poseen una profunda
creencia en el salirse de la red, cuestionar la autoridad, en el consenso, el
mutualismo y la paranoia política. Sí, el poder está en manos de las
corporaciones, pero también en las del ejército, las instituciones, y así
sucesivamente. Al mismo tiempo, a muchos de los que afirman ser anarquistas les
cuesta identificarse con las multitudes de un movimiento que, compartiendo sus
valores, no se autodefine como anarquista ni posee el mismo tipo de afinidad
ideológica e identitaria con el término. Algunos anarquistas, asumámoslo,
acudieron al anarquismo con el propósito de oponerse a todos. Tal vez sea un
movimiento inherentemente anti-populista incrustado en una lucha populista. Yo
siento afinidad por esta paradójica forma de trabajar. También puede resultar
frustrante para muchos anarquistas políticos ver a tantos activistas hipster
emitiendo críticas tan débilmente articuladas respecto el poder, capitalismo,
género, raza, proceso, etc. Pero vamos, que este movimiento podría ser una base
sobre la que construir. El punto cómico de todo esto es que el movimiento en
conjunto es de una naturaleza eminentemente anarquista y muy poca gente lo
sabe.
Los Hipsters son los extraños hijos de los anarquistas.
Este es un movimiento anarquista; lo es en su espíritu, en
sus principios, en su organización. Para disgusto de los activistas de
izquierdas y sus planteamientos teóricamente más estratégicos, este movimiento
privilegia el proceso y el consenso. Pero también es un movimiento anarquista
por más que pese a muchos que se autodefinen como anarquistas. Tomar
consciencia de los nuevos valores que han sido inculcados por los últimos
veinte años de formas de vida cada vez más autónomas, animadas por la
reestructuración de la vida urbana y el capital, es una tarea que corresponde
no solo a OWS sino a futuros movimientos.
Nato Thompsom, Abril 2012.
Este ensayo será publicado, durante el otoño de 2012, en el
número 6 de la revista Nolens Volens.
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