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Por Mario López
Liga de Trabajadores por el Socialismo
Liga de Trabajadores por el Socialismo
La nueva Ley Orgánica del Trabajo ha sido presentada por el
gobierno ante los trabajadores y el pueblo venezolano como si se tratara de una
conquista de alcance histórico, mostrada como si significara la entrada de la
clase trabajadora en una nueva situación social, en un mundo de beneficios y
derechos por doquier, por demás, supuestamente “únicos” en el mundo. También,
como ya es costumbre, cargada de todo el cuento sobre que se trataría de una
ley “revolucionaria” y “anticapitalista”, un paso más en el supuesto “tránsito
al socialismo”. La nueva ley lo que hace es mantener lo fundamental de los
derechos que ya existían en la ley anterior, ampliando o mejorando algunos, al
tiempo que también coloca nuevos límites y trabas a otros.
La ley del puntofijismo, con la que continuó gobernando
Chávez trece años, también establecía el derecho al trabajo, al salario (para
una “existencia humana y digna”), a la negociación y contratación colectivas, a
la huelga, a la organización y autonomía sindical, vacaciones, reenganche,
antigüedad, prestaciones sociales, indemnizaciones por accidente o enfermedad
ocupacional, primas y bonificaciones, participación en el disfrute de
invenciones y mejoras, participación en la gestión de los institutos y empresas
estatales o mixtas (incluyendo el estímulo de “trato preferencial” a las
empresas privadas que siguieran ese ejemplo), protección durante el embarazo,
reposo pre y post parto, inamovilidad post parto, privacidad sobre estado o no
de gravidez al iniciar una relación laboral, igual trabajo igual salario,
carácter salarial de las propinas, límites de la jornada laboral, etc., etc. La
nueva ley no innova nada en muchos de estos, en otros casos amplía o mejora
algunos, y en otros introduce retrocesos, como en el derecho a huelga y la
libertad sindical (ver notas en este dossier).
Como explicamos en las notas que siguen, los aspectos de la
ley que implicarían avances parciales, que son subproducto de la cantidad de
luchas obreras y peleas dadas por diversos sectores de la clase trabajadora
estos años, de la constante presión del movimiento obrero con la que debe
maniobrar el gobierno para mantener su apoyo de masas, son derechos que no
cambian sustancialmente la condición de explotados y oprimidos de los
trabajadores bajo el capitalismo –sin olvidar que son “derechos” que el propio
gobierno y los empresarios privados se encargan de pisotear cada vez que las
necesidades patronales lo exigen (ver artículo). Y precisamente por eso, la ley
sí cuenta con el respaldo de un importante sector de capitalistas, el agrupado
en Fedeindustria, cuyo presidente fue co-redactor de la misma.
Una ley para regular las relaciones de explotación
Y no solo está en la Constitución , sino que esa es la cruda realidad
del país, y son las bases de la sociedad capitalista venezolana que el gobierno
de Chávez se ha encargado de preservar en todos estos años de gobierno, años en
los que vivimos más de una situación de confrontación que pudieron haber
desencadenado un verdadero proceso de abolición de la propiedad de empresarios,
banqueros y terratenientes, pero que el gobierno ha evitado una y otra vez.
Chávez se ha encargado de decirlo innumerables veces, que no se propone acabar
con la propiedad burguesa, que son bienvenidos a su proyecto, que los
capitalistas extranjeros pueden continuar sus negocios en el país, que
garantiza las ganancias, etc., etc., solo que “sin especulación” y reservándose
para el Estado un rol de “regulador” de esa actividad de explotación del
trabajo, y el carácter de propietario directo en algunas actividades
específicas, como atribuciones para orientar la economía hacia el “interés
nacional”.
Por eso es todo un engaño cuando habla de “revolución socialista”
y de que está en un “combate contra la burguesía”, cuando ha sido el principal
garante de que la confrontación social no tome un curso de lucha abierta contra
las bases de la sociedad capitalista. El gobierno abarrota de publicidad sobre
el supuesto carácter “revolucionario” de la nueva LOT, pero no lo es,
sencillamente es una ley para regular esas relaciones sociales de producción
que establece la
Constitución y que son la base del actual orden social:
millones de asalariados y asalariadas producen diariamente (bienes de consumo,
servicios, conocimientos, etc.) pero el fruto de ese gigantesco trabajo social
colectivo se lo queda como “propiedad” un puñado de propietarios privados y, en
menor medida, el Estado burgués, que administra esas ganancias y recursos
también en función de mantener el orden social vigente.
Aunque entre más de 550 artículos deslice en uno una frase
“radical”, que afirma “El proceso social de trabajo tiene como objetivo
esencial, superar las formas de explotación capitalista” (art. 25), la nueva
LOT no modifica un milímetro la realidad que señalamos. De frases “radicales”
sin correspondencia en la realidad están llenos los discursos del gobierno. Y
así como la realidad muestra que los poderes que constantemente busca concentrar
Chávez no están al servicio de acabar con la clase capitalista y abrir el paso
al poder de los trabajadores y el pueblo pobre, esta nueva LOT no es para abrir
paso al poder obrero y de la clase trabajadora en general sobre los
explotadores, sino que es una ley para regular “las relaciones de trabajo” bajo
el capitalismo, es decir, para establecer los parámetros bajo los cuales se
seguirá desarrollando la explotación. De “revolucionaria” y “socialista” tiene…
¡solo la publicidad!
Un ejercicio de caradurismo: “el trabajo liberador” y “el
deber de trabajar”
“El Estado fomentará el trabajo liberador, digno,
productivo, seguro y creador”, dice el artículo 26, el mismo en el que se
establece para “toda” persona “el derecho al trabajo y el deber de trabajar”. Esto
constituye una de las mentiras más grandes que sostiene desde siempre el
discurso burgués, lo decía el puntofijsmo y lo dice ahora el chavismo, al punto
que lo del “deber de trabajar” es casi una copia textual del artículo 23 de la
ley de Betancourt, Caldera y Cía., pero esta vez se va más allá en el descaro y
se habla de trabajo “liberador”(!).
Resulta que la ley jamás se refiere a las condiciones reales
en las cuales se realiza el llamado “proceso social del trabajo” en la Venezuela de hoy. No
dice una sola palabra sobre que la sociedad real –no la de las abstracciones de
la ley– está divida en clases sociales, que es una sociedad en la cual la
inmensa mayoría no posee más que su fuerza y capacidad de trabajo, y que una
minoría de propietarios acapara en sus manos lo que es el producto de decenas y
cientos de años de producción social. La clase capitalista concentra en sus
manos aquello que toda la sociedad necesita para la producción social (tierras,
máquinas, transportes, dinero, herramientas, fábricas, laboratorios,
innovaciones, etc., etc.), es decir, los medios de producción y las fuentes de
vida, y concentra también por eso el producto diario que resulta de la puesta
en movimiento de estos medios por la fuerza de trabajo asalariada.
En el caso específico de nuestro país (como en algunos
otros) hay una importante porción de propiedad pública, siendo que el Estado es
históricamente propietario de la principal industria nacional y otras empresas
claves (empresas básicas, hidrológicas, etc.), condición que se ha mantenido y
fortalecido con este gobierno. Un aspecto que sin embargo no cambia lo anterior
sino que lo complementa, pues se trata de un Estado al servicio de las clases
propietarias y del capitalismo como sistema social, porque es el gran aparato
político e institucional que garantiza la existencia de la actual división
social de clases.
La propiedad pública en manos de este Estado no es sinónimo
de trabajo “libre” y ausencia de explotación, como quiere hacer ver el
gobierno, como si solo en la empresa privada hubiese “capitalismo” y
explotación. La verdad es que en las empresas estatales y la administración
pública existen las mismas relaciones de opresión y autoritarismo
obrero-patronal que en las empresas privadas, y el producto de ese trabajo es
puesto al servicio del sostenimiento de la sociedad burguesa. En manos del
Estado capitalista, la “administración pública” de los distintos aspectos y
problemas sociales (educación, salud, seguridad social, pobreza, hambre, falta
de morada, delincuencia, etc.) implica la aceptación como natural e
inconmovible la dominación económica y social de las clases propietarias, por
tanto no se trata de la administración de “la sociedad” en general, sino de una
administración para la sociedad burguesa; incluyendo por supuesto los aspectos
más evidentes como la coacción y represión para mantener este orden social
(tribunales, policías, ejército, cárceles, institutos y universidades
policiales, etc.). Por otro lado, los propios recursos estatales pasan a ser directamente
utilidades u objeto de usufructo de la burguesía mediante las más diversas
maneras que le garantiza el Estado: subsidios, exoneración de impuestos,
créditos baratos, endeudamiento con la banca, pago de deuda externa e interna,
“indemnizaciones”, desarrollo de infraestructura para el uso de las empresas,
etc. Sin olvidar que los salarios de los trabajadores al servicio del Estado,
obviamente, entran por completo en el ciclo de reproducción del capital a
través del consumo cotidiano (y el endeudamiento) en el mercado capitalista.
De manera que lo que el gobierno llama “proceso social del
trabajo” no es sino la denominación, interesadamente abstracta, de lo que en
realidad es la conversión del producto del trabajo colectivo en propiedad
privada (o en servicios para el funcionamiento del orden social capitalista),
un robo constante, un proceso de explotación y subordinación social de la clase
trabajadora, tanto en el sector privado como en el sector público. El trabajo
en el capitalismo no es por tanto “liberador”, “digno”, ni “creador” por ningún
lado que se le mire: los trabajadores y trabajadoras lo hacemos compulsivamente
ante las carencias y necesidades más elementales (alimentación, vestido,
vivienda, etc.), no trabajamos para vivir sino que vivimos para trabajar, y no
podemos realizarlo más que vendiendo diariamente y por toda la vida nuestra
fuerza de trabajo a cambio solo de un salario; no es liberador porque se
trabaja bajo las condiciones y necesidades que imponen los capitalistas y
patronos; no es liberador porque constituye una sistemática enajenación del
producto de nuestro trabajo (los patronos expropian diariamente el fruto del
trabajo), no trabajamos para nosotros sino para los patronos; no es liberador
porque lo que debemos pensar y ejecutar diariamente no es lo que determinamos
los propios productores de las riquezas sino lo que la sed de ganancia
empresarial ordena y lo que ordenan los mandos del Estado de esta sociedad de
clases.
Y si en la sociedad capitalista ni la propiedad, ni el
control del trabajo, ni sus productos, están en manos de la clase trabajadora
ni en función de nuestros intereses, ¿no es acaso pura ideología burguesa
hablar del trabajo en esta sociedad como algo “liberador”?
Y obviamente también miente la ley al decir que “toda
persona” tiene “el deber” de trabajar. La democracia capitalista se fundamenta
en sostener una supuesta “igualdad de todos” (ante la ley) mientras en la
realidad reina la más contundente desigualdad (en el terreno de la propiedad y
la explotación), y esa pose burguesa recorre toda la nueva ley del trabajo, y
especialmente lo del “deber de todos” de trabajar. A los únicos a los que la
sociedad capitalista obliga a trabajar es a quienes no poseemos medios de
producción, pues para las clases propietarias, que viven de la renta y de las
ganancias, esa obligación sencillamente ¡no existe! ¡Nada ni nadie en esta
sociedad obliga a los miembros de la clase capitalista a dejar la vida
trabajando durante casi todo el día, casi todos los días de la semana, toda la
vida, para subsistir, incluyendo las labores del hogar, pues hasta tienen quien
trabaje en sus casas por ellos! ¡Ellos viven en la opulencia, disfrutando el
tiempo libre y placeres a costillas del trabajo ajeno! A los únicos que el
hambre, la falta de vivienda, de vestido, de medicinas, de lo elemental, obliga
a trabajar es a los proletarios y desposeídos de este sistema inmundo.
El embauque de “los fines del Estado”
Cuando la ley inicia prescribiendo que la protección “del
trabajo” y “los derechos de los trabajadores y de las trabajadoras” es para
“alcanzar los fines del Estado” (artículo 1), es claro que está marcando
objetivos para la producción social que son ajenos a los intereses de la clase
trabajadora. Siendo el Estado el aparato de control social que garantiza la
dominación de las clases propietarias, ¿cómo puede aceptar la clase trabajadora
que se le imponga “alcanzar los fines del Estado”?
¿Cuáles son los “fines del Estado” capitalista? Garantizar
el orden social actual, la división social de clases que existe hoy. Tiene como
finalidad garantizar que el sistema social tenga legitimidad ante las masas y
que no haya alzamientos de los de abajo, lo que implicará combinación de
algunas concesiones y “derechos” con sus respectivas “dosis” de coacción y
represión cuando el orden lo requiera. En ese sentido, una finalidad del Estado
es inculcar en las masas la ideología burguesa, según la cual no es posible
construir una sociedad sin propiedad privada, lo que incluye la propia
educación de las nuevas generaciones en las escuelas y liceos, donde jamás en
ninguna asignatura ni área se les enseña a combatir y subvertir el orden social
de hoy, sino todo lo contrario; más allá de las poses discursivas del gobierno.
Bajo el gobierno actual, los fines del Estado incluyen el
llamado “desarrollo nacional” y una supuesta “justicia social”, fines que no
implican revolucionar la sociedad capitalista sino solamente aumentar las
atribuciones del propio Estado burgués para seducir o presionar un poco a la
clase capitalista para que invierta más en el país, así como usar parte de la
renta para paliar parcialmente la pobreza y la miseria, todo dentro de los
marcos de la división de clases vigente.
¿Cómo, pues, se puede decir que tiene algo de
“revolucionario” o de “obrerista” imponer a la clase trabajadora que debe
trabajar para cumplir los fines del Estado?
El fundamento reaccionario de la ley: la colaboración de
clases
Por supuesto, la ley se fundamenta, como la Constitución y el
proyecto político de Chávez, en la idea de la colaboración de clases, en la
falsa idea de que los explotados y los explotadores pueden convivir
armoniosamente con mutuos beneficios. Esta idea no solo es insostenible en la
realidad, sino que, políticamente, es profundamente reaccionaria: pretende que
los trabajadores, trabajadoras y el pueblo pobre se resignen a vivir bajo las
condiciones de explotación que impone la sociedad capitalista. El gobierno,
¡claro está!, no lo dice en la ley, precisamente porque la ley esconde esta
verdad, jamás hace mención a la división de clases de la sociedad, a la
explotación como la base real del sistema económico. Ni la ley ni Chávez
proponen el desarrollo de la lucha de clase de los explotados, sino “desarrollar”
el país “juntos” entre los empresarios, los banqueros, su Estado, y los
trabajadores. Y esto es la “colaboración de clases”.
Todo lo contrario a la perspectiva revolucionaria, que se
niega aceptar el orden social de explotación, que repudia la continuidad de la
sociedad de clases actual, y por lo tanto no pregona la “colaboración” entre la
clase trabajadora y los capitalistas y patronos, sino que reconoce la
existencia de una ruda lucha de clases – a veces velada, a veces evidente y
explosiva–, denuncia la dominación económica y social de las clases
propietarias sobre las mayorías trabajadoras, y difunde la idea, y lucha por
hacerla realidad, de que los explotados desarrollen su lucha con tanta
conciencia de clase como lo hace la burguesía, con tanta claridad de sus
intereses propios como clase como lo hace la clase capitalista, con total
decisión de conquistar una sociedad organizada de acuerdo a sus necesidades
como clase trabajadora y productora de las riquezas, tal como los capitalistas
y su Estado actúan con la total convicción de mantener en pie la sociedad de
explotación. La ley tiene pues un fundamento reaccionario que es totalmente
antagónico con la perspectiva de lucha revolucionaria de la clase trabajadora.
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