Por Gian Carlo Delgado Ramos
La sociedad moderna se torna cada vez más compleja al tomar
recursos de la naturaleza de modo creciente y desechar a la misma una gran
cantidad de residuos. El proceso está alterando los ecosistemas y el propio
funcionamiento de los ciclos biogeoquímicos, pero a diferencia de
civilizaciones pasadas, el sistema actual de producción depreda los recursos y
produce entropía (energía y materia disipada) a una velocidad nunca antes
registrada en la historia del ser humano.
Los efectos de tal dinámica son múltiples, desde el
inequívoco cambio climático y la destrucción de la capa de ozono, a la
trasgresión de los límites del ciclo del nitrógeno y del fósforo, la
acidificación de los océanos, la ruptura del ciclo del agua con miles de
represas, el intenso cambio de uso del suelo, la pérdida de biodiversidad,
entre otros.
Los cambios que nos colocan en la actual coyuntura son
producto de relaciones sociales, productivas y de poder específicas. Se puede
argumentar que en general hay una mayor responsabilidad histórica de parte de
los países metropolitanos puesto que en la periferia, en promedio, poco menos
de la mitad de la población, no tiene hoy día acceso ni siquiera a las más
básicas innovaciones producto de la modernidad (e.g. energía suficiente, agua
de calidad, servicios de saneamiento o médicos, ya no se diga de
telecomunicaciones, entre otros).
La responsabilidad es pues diferenciada, entre naciones como
entre sus propios habitantes. El fenómeno es en gran medida resultado del
metabolismo social capitalista en tanto que la naturaleza es funcionalizada o
supeditada a las dinámicas de acumulación de capital más allá de cualquier otra
consideración de tipo social, ambiental o cultural, de ahí que no en pocas
ocasiones promueva esquemas que desde la perspectiva de la vida son
irracionales, despilfarradores y destructivos. Y es que el desarrollo en el
actual sistema de producción es prácticamente entendido como crecimiento
económico, mismo que requiere de una constante y creciente transformación de la
naturaleza y de la explotación del trabajo, esto es, de ciclos ampliados de
producción-circulación-consumo.
En tal sentido, a la par de una mayor acumulación de
capital, atestiguamos un acelerado aumento del metabolismo social. Los datos
sugieren que entre 1900 y el 2000, cuando la población creció cuatro veces, el
consumo de materiales y energía aumentó en promedio hasta diez veces; el
incremento del consumo de biomasa en 3.5 veces, el de energía en 12 veces, el
de metales en 19 veces y el de materiales de construcción, sobre todo cemento,
unas 34 veces (Krausmann et al, 2009).
Para el 2010 las estimaciones rondaban las 60 mil toneladas
de materiales al año y unos 500 mil petajoules de energía primaria (Weisz y
Steinberger, 2010). El 10% de la población mundial más rica acaparaba entonces
el 40% de la energía y el 27% de los materiales (Ibid).
Mientras el grueso de tal población se ha concentrado en las
últimas décadas en EUA, Europa Occidental y Japón, en contraparte, las regiones
que principalmente han abastecido el mercado mundial de recursos naturales han
sido América Latina, África, Medio Oriente, Canadá y Australia. China, Corea
del Sur, Malasia e India se colocan como importadores netos de recursos en los
últimos años.
Lo anterior advierte un futuro próximo socioambientalmente
inquietante pues las proyecciones para las próximas décadas precisan un consumo
creciente y marcadamente desigual. De seguir sin cambio alguno, el aumento en
la extracción de recursos naturales podría triplicarse para el 2050, mientras
que si se opta por un escenario moderado, el aumento sería en el orden del 40%
para ese mismo año (esto es unas 70 mil toneladas en total) (UNEP, 2011: 30).
Mantener los patrones de consumo del año 2000, implicaría por el contrario, que
los países metropolitanos disminuyan su consumo entre 3 a 5 veces, mientras que
algunos “en desarrollo” lo tendrían que hacer en el orden del 10% - 20% (Ibid).
El extractivismo visto desde la región
La dinámica extractivista en curso no sólo responde al rol
asignado a la periferia en la división internacional del trabajo, sino a un
aumento mundial en la demanda de materiales y de energía debido al crecimiento
poblacional y sobre todo a causa del aumento en los patrones de consumo de una
clase media y alta mundial cada vez más despilfarradora. También es producto de
la actual coyuntura económica que ha estimulado que buena parte de los ahorros
y la especulación -incluyendo los fondos de pensiones, dígase canadienses- se
dirijan a las industrias de la energía, los metales y minerales. A lo anterior
se suma la visualización del agotamiento de las reservas de algunos materiales,
en particular de aquellas de más fácil acceso y por tanto cuya extracción es
más rentable.
Es un esquema en el que, sin embargo, las exportaciones de
recursos naturales de América Latina son cada vez más baratas, tanto
socioambiental como económicamente (muestran una tendencia histórica de su
valor a la baja) [1]; ello al tiempo que las exportaciones de los países metropolitanos
o ricos, contienen un alto valor agregado pues el negocio de transformación de
mayor valor de los recursos naturales suele darse en esos países, desde la
petroquímica y la metalmecánica, a las tecnologías de vanguardia como las
telecomunicaciones, la electrónica, la robótica, etcétera.
El agravamiento del extractivismo es observable,
particularmente en zonas donde se encuentran los yacimientos más accesibles y
las regulaciones más laxas y favorables a la inversión extranjera, tal y como
sucede en muchos países de América Latina.
Dependencia y geopolítica
Estados Unidos (EUA) ya daba cuenta de su dependencia de
minerales al término de la
Segunda Guerra Mundial al tiempo que visualizaba desde
entonces una futura dependencia petrolera. En tanto que se consideraba que su
proyección hegemónica estaba en juego, a partir de ese momento la vinculación
entre seguridad y el acceso a los recursos se hizo presente en la agenda de
seguridad y de política exterior estadounidense. Frente a tal situación EUA definió
establecer una estrategia nacional de almacenamiento, misma que en 1979
contemplaba que, “...además de los proveedores estadounidenses, sólo
proveedores canadienses y mexicanos podrán ser considerados como fiables” (NRC,
2008: 28). Para 1991 se consideraban también a los países de la cuenca del
Caribe como fuentes fiables (Ibid: 29). Entrado el siglo XXI, EUA clasifica su
creciente dependencia de materiales en estratégicos y críticos, esto es,
aquellos claves para su economía, con bajo o nulo grado de sustitución y, en el
caso de los críticos, relevantes para el complejo militar industrial.
Casi en unísono, la Comisión Europea
(2010) daba cuenta de la agudización de su dependencia haciendo fuerte énfasis
en el rol de China como gran consumidor mundial, pero también como abastecedor
de materiales clave. No sobra señalar que el posicionamiento europeo tiene como
antecedentes estudios y posicionamientos nacionales de Reino Unido, Alemania,
Austria y Francia (Ibid).
Reconociéndose como el tercer país que más demanda
minerales, después de EUA y China, Japón se posicionó también a principios de
este siglo, señalando la necesidad de mantener un sistema de almacenamiento
estratégico en tanto que su dependencia a las importaciones de minerales es
prácticamente total, pero con mayor énfasis en el caso de aquellos no ferrosos
como las tierras raras (Kojima, 2002).
Por su parte, como es evidente, China se plantea en el
escenario mundial hacer inversiones sustanciales para dotarse de reservas de
materiales que no tiene o cuyas reservas nacionales son limitadas ante las
demandas de su pujante economía. El interés ha sido progresivo, rebasando lo
regional para proyectarse en África y más recientemente en AL. Los patrones
crecientes de consumo de China se dan en un contexto en el que ese país no sólo
está expandiendo su infraestructura de manera inusitada, sino que además en el
que apuesta por desarrollar tecnologías de frontera que demandan minerales
específicos, de ahí que, por ejemplo, definiera dar un giro nacionalista con
respecto a la gestión de sus reservas de tierras raras -las más importantes del
mundo dado el alto grado de concentración de las mismas y por tanto por su
comparativamente bajo costo de producción-.
En tal panorama, América Latina figura como una región
relevante en tanto que cuenta con recursos no despreciables y, en algunos
casos, en gran abundancia. Ello queda por demás evidenciado cuando se da cuenta
del origen de las importaciones de los países metropolitanos.
El Servicio Geológico de EUA, por ejemplo, reconoce que
durante 2011, de los 52 minerales reportados con más de un 25% de dependencia
(en términos de importaciones) 33 eran abastecidos en un grado u otro por
países del continente americano, siendo 20 de América Latina y 25 de Canadá (USGS,
2012). De los casos de 100% de dependencia, denota que la totalidad del cesio y
rubidio provienen de Canadá; el 100% del estroncio en mineral de México; el
niobio en 85% de Brasil; el fluorospato en un 59% de México; y 48% de la
bauxita y bauxita de Jamaica y Brasil (Ibid).
Por su parte la Unión Europea ha reconocido 41 minerales clave,
de los cuales 14 son críticos (Comisión Europea, 2010). Brasil es estratégico
en cuanto al abastecimiento europeo casi del total de niobio y buena parte del
tungsteno, pero también contribuye con cantidades no despreciables de aluminio
y bauxita, arcilla, hierro, tantalio, berilio, magnesita y grafito.
Bolivia y Perú llegan a aportar el grueso del antimonio,
mientras que Argentina y Chile del borato. Perú aporta la cuarta parte del
telurio y hasta la tercera parte del zinc. Perú y Chile en conjunto aportan la
mitad del cobre que demanda Europa. Chile más de la mitad del litio y del renio
y hasta la tercera parte del molibdeno. México la cuarta parte de la diatomita
y el fluorospato y, junto con Perú, la tercera parte de la plata. Además,
Bolivia exporta cantidades pequeñas pero no despreciables de tungsteno y
Venezuela de vanadio (Ibid).
Geopolítica del despojo y la resistencia social
El extractivismo, por lo general, se gesta sobre la base de
una permanente acumulación por desposesión, es decir, de un despojo
-formalmente legal o ilegal- en tres sentidos: el despojo de los bienes
comunes, el del bien común de buena parte de la población e incluso de pueblos
enteros, y el despojo gradual del futuro de las generaciones venideras. Justo
por ello es que una lectura propia de la ecología política es útil y necesaria,
entendiendo a ésa como el estudio o diagnóstico de la complejidad de intereses,
estructuras de poder y conflictos existentes en torno a los bienes comunes que
figuran como sustento del funcionamiento de la economía mundial, todo en un
contexto de factores biofísicos y límites ambientales específicos que, de
transgredirse, agreden e incluso hipotecan el futuro de los pueblos y de su
entorno natural.
Dejando tal ejercicio analítico para otra ocasión, interesa
notar que las nociones de geopolitización o seguritización de los recursos se
vinculan con los problemas o amenazas visibles o potenciales en torno a su
abastecimiento, yendo desde cuestiones asociadas a la erosión de las reservas
de fácil acceso, a las condiciones sociopolíticas locales, a las regulaciones
ambientales, el avance de frentes tecnológicos que requieren de nuevos materiales,
el auge de probables nacionalismos e incluso al incremento de eventos
climáticos extremos con potencial de interrumpir el flujo de recursos hacia el
mercado mundial. La intensidad de la disputa en curso queda develada con el
anuncio de eventuales confrontaciones por los recursos en la Antártida y que
eventualmente serían accesibles a causa del cambio climático.
La disputa, que incluye lo económico, lo diplomático y la
fuerza o la amenaza del uso de ésta, no nada más se perfila como algo problemático
en la dimensión de las relaciones internacionales, dígase entre los Estados
nación, también lo es a nivel del control de los propios territorios y su gente
por parte de la industria minera y los grupos de poder local que la avalan y
para la cual establecen una diversidad de condiciones ventajosas. En países de
América Latina con proyectos alternativos de nación, una de las principales
contradicciones es que pese al avance en ciertos aspectos, el modelo
extractivista persiste dejando igualmente a su paso cúmulos de pasivos
socioambientales y, en ciertos casos, escenarios de violencia como los
experimentados en Bolivia o Argentina. De cualquier modo, el modelo venezolano
o ecuatoriano sin duda está lejos de ser comparable al mexicano o colombiano.
Por tanto, conforme se agudiza el extractivismo y la
geopolítica del despojo, es palpable el aumento e intensidad con la que se
violan los derechos humanos más elementales, pero también con la que se
establecen condiciones propicias para que ciertos escenarios se salgan
potencialmente de control en tanto que se producen situaciones de reacción
social y de consecuentemente criminalización y represión de movimientos
sociales, en la mayoría de los casos en defensa legítima de sus recursos y del
entorno natural que los contiene y que figura como sustento muchas veces único
de vida. No es por tanto casual que al cierre del 2010 se estimara la
existencia de al menos unos 155 conflictos activos en 168 proyectos mineros en
América Latina [2]
Situaciones de despojo de tierra y agua, de violación al
derecho de consulta y otros derechos humanos básicos, y hasta el asesinato de
líderes han sido constantes en los movimientos de afectados ambientales de la
región, pero también de la periferia en general.
El debate sobre la securitización de los recursos naturales,
con toda la amplitud de aspectos que vincula, se coloca, por tanto, como un
asunto de trascendencia que se mantendrá en la agenda latinoamericana, tanto de
parte de las elites de poder extranjeras y sus socios regionales, como de los
proyectos alternativos de nación, pero también de los pueblos. Más cuando se
considera que la crisis económica retroalimenta la crisis ambiental.
Desde el punto de vista de los movimientos sociales, el
debate puede ser reducido por algunos actores a un asunto sobre el derecho
universal a un medio ambiente sano que es vital para la vida, pero de fondo, lo
que está en juego no es sólo eso, sino sobre todo la definición de cómo los
pueblos han de relacionarse con la naturaleza y cómo han de gestionar su
autonomía.
Con las características socioeconómicas de América Latina,
los límites sociales de tolerancia ante esquemas de creciente saqueo son cada
vez menores. Ello ha tornado la lucha ambiental en una lucha de clase, de
diversas tipologías de actores, lenguajes y expresiones, operando a distintas
escalas espaciales y cada vez más bajo esquemas de redes de redes. Algunos son
antisistémicos, otros se visualizan como ecologistas, otros sólo no están de
acuerdo con un proceso o esquema expoliador particular. En cualquier caso, el
rechazo es patente. Estamos pues ante un momento complejo, de crisis e intensa
disputa, pero al mismo tiempo de oportunidad para idear, debatir y construir
nuevos paradigmas, “otros desarrollos”, con profunda mirada histórica y crítica
aguda, que en términos básicos sean socio-ambientalmente más armónicos y
justos, que se piensen desde el decrecimiento biofísico (del menor uso posible
de materiales y de energía), que se alejen del extractivismo como fundamento e
incluyan otras dimensiones humanas más allá de la exclusivamente material, y
que desde luego operen bajo genuinas cuotas de poder social.
Gian Carlo Delgado Ramos
Investigador del Centro de Investigaciones
Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM.
Publicado en la revista Alai: Extractivismo: contradicciones
y conflictividad, nº 473, marzo de 2012.
Bibliografía Básica
Comisión Europea
(2010). Critical Raw Materials for the EU. Report of the Ad-hoc Working Group on defining critical raw materials. Julio.
Bruselas, Bélgica.
Kojima, Shuhei (2002). Stable Supply of
Mineral Resources. Mineral and Natural Resources Division, Ministry of Economy,
Trade and Industry. Tokio, Japón.
Krausmann et al (2009) “Growth in global
material use, GDP and population during the 20th Century.” Ecological
Economics. No. 68: 2696 - 2705.
NRC - National Research Council (2008).
Minerals, critical minerals and the US economy. Committee on Critical Mineral
Impacts of the US Economy; Committee on earth Resources. The National
Academies. EUA.
UNEP. 2011. Decoupling Natural Resource Use
and Environmental Impacts from Economic Growth. A Report of the Working Group
on Decoupling to the International Resource Panel. Paris, Francia.
USGS - US Geological Service (2012). Mineral
Commodity Sumaries 2012. Reston, Virginia, EUA.
Weisz, Helga y Steinberg, Julia
(2010). “Reducing energy and
material flows in cities.” Environmental Sustainability. Vol. 2: 185.
NOTAS:
[1] Considerando 1876 como año base, la caída en 1913 fue
del 15%. Al cierre del siglo XX, se duplicaba la pérdida de valor en tanto que
era alrededor del 70% con respecto al año base.
[2] Consúltese la página del Observatorio Latinoamericano de
Conflictos Ambientales.
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