Por Decio Machado
La Marcha de los movimientos sociales y la
Contramarcha del oficialismo se dieron cita de poder a poder el pasado 22 de
marzo en la ciudad de Quito.
La historia reciente de este acontecimiento
comienza el pasado 15 de enero del presente año. Unas 2000 personas movilizadas
desde diversas partes del país, representantes de diversas organizaciones
sociales y políticas, acordaban en Yanzatza, realizar la Marcha por la Vida, el
Agua y la Dignidad de los Pueblos. Su punto de partida sería el cantón El
Pargui en Zamora Chinchipe, zona que será afectada por la explotación de la
minería a cielo abierto. Su partida estaba prevista para el 8 de marzo, Día
Internacional de la Mujer. El arranque de la marcha se dio tres días después de
la firma del contrato minero Proyecto Mirador entre el gobierno y la
transnacional ECSA (Ecuacorriente SA)[1]de propiedad china.
Más de setecientos kilómetros recorrió la marcha,
atravesando parroquias y capitales provinciales donde recibió distintas
muestras de solidaridad e incorporaciones a la movilización. Junto a la CONAIE
se movilizaron desde El Pangui representantes de la ECUARUNARI – Confederación
de Pueblos de la Nacionalidad Kichwa del Ecuador, del Frente Popular (UNE,
FEUE, FESE, CUBE, CUCOMITAE, UGTE, CONFEMEC, UNAPE, JRE y UCAE) y de la
Asamblea de los Pueblos del Sur.
El 21 de marzo la marcha llegaba al sur de
Quito. Unos 2.500 marchantes dormían en Guamaní [2], estando la mayoría de ellos
enfermos y muy cansados. Habían combinado durante 14 días tramos en vehículos
con largas caminatas, durmiendo en pabellones deportivos, colegios y espacios
públicos.
A la mañana siguiente, el 22-M, partían
desde el sur del sur de Quito hacia el centro de la capital. Seis horas más de
marcha. En esta ocasión, marcharon acompañados por miles de manifestantes que
se juntaban en distintos tramos del recorrido para participar en la
movilización indígena y popular.
Liderando la marcha se encontraba la
Confederación Nacional Indígena del Ecuador (CONAIE) con su presidente Humberto
Cholango a la cabeza. A su lado, otros dirigentes indígenas pertenecientes a
las diversos pueblos y nacionalidades del Ecuador, entre ellos el prefecto de Zamora
Chinchipe, Salvador Quishpe, y otros tantos dirigentes sociales provenientes de
barrios, sindicatos, organizaciones de mujeres, estudiantes y organizaciones
ambientalistas. Detrás, desfilaban líderes y militantes de las diversas
organizaciones políticas de izquierda, que conforman la Coordinadora
Plurinacional[3].
Las banderas rojas se combinaban con el
multicolor indígena, estandartes con el rostro del Che con pancartas contra la
megamineria. De igual manera, organizaciones de mujeres caminaban junto a
jóvenes estudiantes, partidos políticos al lado de organizaciones
profesionales, o sectores libertarios se movilizaban conjuntamente a
organizaciones de corte marxistas y sindicatos obreros. Las imágenes de la
marcha, reproducida por múltiples medios de comunicación ecuatorianos y
extranjeros, dieron muestra de la variopinta amalgama de organizaciones
sociales que las conformaron.
Por otro lado, las movilizaciones
oficialistas concebidas como contramarchas contra una supuesta movilización
desestabilizadora al gobierno, se congregaron en cuatro espacios físicos
diferentes: Plaza de San Francisco, Plaza de la Independencia, Plaza Sto.
Domingo y parque El Arbolito. Las posiciones habían sido tomadas incluso días
antes con grupos militantes de Alianza PAIS y algunas organizaciones afines.
El presidente Correa visitó los cuatro
lugares en el transcurso de la jornada, propiciando mítines y arengas a sus
simpatizantes en los diversos espacios, que fueron confluyendo sucesivamente en
los entornos del Palacio presidencial de Carondelet.
El discurso presidencial se articuló en
base a los siguientes puntos: la marcha de los movimientos sociales tiene un
carácter desestabilizador y esta fomentada por golpistas, existe una alianza
entre la izquierda y la derecha para derrocar al gobierno, tiene un fin
electoral y el resultado de la movilización social resultó un fracaso.
El mandatario ecuatoriano volvió a utilizar
la retórica empleada durante la campaña de la Consulta/Referéndum Popular del
pasado 7 de mayo, planteando nuevamente el “confíen en mí”, a la par que
indicaba que este es el gobierno que ha defendido entre otras cosas el agua en
el Ecuador.
Según los cálculos realizados por diversos
observadores y profesionales de los medios se estima que la contramarcha
oficialista congregó un número más o menos similar a los movilizados por los
movimientos sociales, incluso hay quienes calculan que fue inferior, a pesar de
las declaraciones del presidente Correa que hacía alusión a un supuesto “10 a
1” a favor del gobierno o los datos emitidos por la ministra de la Política,
Betty Tola, donde se habla de 60.000 partidarios del correísmo. Sin duda, las
expectativas oficialistas fallaron de largo aunque en su discurso este hecho no
quiso reconocerse.
Sin embargo, más allá del empate técnico en
la cuestión numérica, las diferencias entre ambas movilizaciones fueron
notables en diversos aspectos:
- En primer lugar la
movilización social duró 15 días, es decir, desde que salió de El Pangui hasta
su llegada a Quito. El oficialismo movilizó –en buses pagados por el Estado- el
día del inicio de la marcha en Quito y el día de su llegada también en Quito.
La estrategia de generar contramarchas en cada una de las diferentes
localidades por las que avanzó la marcha tuvo que ser abandonada debido a la
escasez de asistentes y la notable desigualdad numérica entre las convocatorias
gubernamentales y las muestras de simpatía y solidaridad que se dieron
localidad tras localidad por la que atravesó el recorrido de la marcha. El
oficialismo desorientado fue cambiando de estrategia varias veces durante la
caminata.
- Mientras la movilización de las organizaciones sociales sufrió varios
obstáculos para su realización (negación de los salvoconductos oficiales para
circular los buses, controles policiales, infiltración de miembros de la fuerza
pública, boicots de autoridades locales afines al gobierno y una fuerte
propaganda de desprestigio por parte de los medios públicos o controlados por
el gobierno); la oficialista contó con todas las bondades que permiten ser
auspiciadas por el Estado.
- Los participantes de una y otra movilización eran claramente diferentes.
Mientras el oficialismo movilizaba voluntariamente o no, a funcionarios
públicos, juntas parroquiales y organizaciones dependientes del Ministerio
Coordinador de la Política, sobre todo provenientes de fuera de Quito; la
Marcha por la Vida se nutría de indígenas, sectores sociales y sindicatos que
han ido rompiendo vínculos con el correísmo.
- Por último, mientras las marchas de los movimientos sociales mostraban
iniciativa política, las contramarchas oficialistas fueron claramente
reactivas. A esto hay que añadir el enorme error estratégico por parte del
Gobierno, el cual se encerró en el centro de Quito (casco histórico de la
ciudad), mientras que la movilización social recorrió barrios populares del sur
y centro de la capital, ganándose la simpatía de gran parte de la población.
Miles de vecinos aplaudían la movilización social a su paso, entregando fruta,
agua e incluso chicha a los movilizados.
En resumen, si ambas movilizaciones se
miden desde las enormes diferencias respecto a los medios existentes entre
poder y contrapoder, se podría sentenciar que los resultados del oficialismo
fueron un rotundo fracaso dada la desigualdad entre los contradictores.
La Marcha por la Vida había ganado la
disputa con el gobierno días antes de llegar a Quito
Si bien las reivindicaciones sociales suman
19 puntos, los cuales incluyen temas tan diversos como la oposición a la
ampliación de la frontera petrolera, incluyendo la defensa del ITT, la
exigencia de reforma agraria, el respeto a los derechos laborales, el rechazo a
la firma de acuerdos de libre comercio, el respeto al ejercicio de los derechos
sexuales y reproductivos, o el cuestionamiento a la criminalización social
entre otros; el elemento que originó la movilización social fue la defensa del
agua y el cuestionamiento a la megaminería.
Las movilizaciones sociales, que se
reprodujeron durante el recorrido de la Marcha en diversos puntos del país,
hicieron de la cuestión del agua y su afectación por la minería a gran escala
un debate social que tomó envergadura nacional desde antes que la movilización
llegara a Quito. Recordemos que un grupo de mujeres activistas fue
violentamente desalojada y encarcelada por entrar a la Embajada china a
entregar una carta en contra de la megaminería el día 8 de marzo. La posición autoritaria del presidente
Correa, convertido en el mayor defensor de la megaminería y sin apertura al
dialogo con los futuros damnificados, facilitó esta circunstancia.
En Ecuador no es necesaria la propaganda
que habitualmente desarrollan las grandes transnacionales mineras en los países
donde operan, es el presidente de la República quien personalmente se ha
erigido en el principal portavoz de las bondades que ofrecen las grandes
multinacionales extractivas (petroleras y mineras fundamentalmente) de capital
extranjero.
El hecho de que una movilización de estas
características generase las simpatías nacionales que se dieron durante los
diferentes días de caminata previa la llegada a Quito, todo ello frente al
hobbeliano aparato de comunicación estatal que día tras día cargaba contra una
marcha supuestamente golpista y financiada por la ultra-derecha y un presidente
de la República que insultaba a los marchantes referenciándolos como unos
cuantos con “plumas y ponchos”, funcionó como un boomerang contra el discurso
oficial. La ciudadanía ecuatoriana mostró su simpatía por los más débiles,
rechazando en gran medida la retórica presidencial y reclamando el derecho a la
protesta y la resistencia[4].
Dicha situación se evidenció en la
movilización que tuvo lugar en Cuenca el 10 de marzo, cuando aproximadamente
30.000 manifestantes se movilizaron por la defensa del agua y mostraron sus
simpatías con la Marcha por la Vida. Las contramarchas del oficialismo con
miembros del ejecutivo desplazados al territorio, en dicha ciudad, otrora
bastión del correísmo, no superaban los 2.000 asistentes. Ese mismo día llegaba la Marcha a la
localidad de Saraguro, al sur..
Ante esta circunstancia, el gobierno
desplegó una gran campaña en todo el territorio nacional, cuya estrategia
consistía en que más allá de promocionar las obras locales y otros logros del
correísmo, se intentó visibilizar un supuesto apoyo indígena al gobierno y en
especial al primer mandatario. Para ello se acentuaron las alianzas que desde
el Ministerio Coordinador de la Política ya se venían trazando con dirigentes
altamente cuestionados en el mundo indígena, entre los que destacan casos como
Miguel Lluco[5] en Chimborazo o Antonio Vargas[6] en Pastaza. Este tipo de
maniobras generó un mayor rechazo en gran parte de comunidades y organizaciones
indígenas.
Dos días antes de las movilizaciones en
Quito las organizaciones de la Red Agraria (no alineada a la CONAIE) y que
podrían ser definidas como la base indígena y campesina del correísmo,
presentaban en la Asamblea Nacional 41.000 firmas respaldando su propuesta de
Ley de Tierras[7]. Allá expresaron su decepción con el gobierno y lo que el
oficialismo llama “revolución agraria”. El 22 de marzo, aunque de bajo perfil,
Luis Andrango presidente de la FENOCIN[8] participaba en la marcha de los
movimientos sociales en Quito.
Por último, cabe destacar que según la
marcha llegaba a Quito el gobierno se veía forzado a hacer consecutivas
concesiones en el campo de la política laboral y económica: subida de salarios
retroactiva a maestros, de igual manera con el Ejército, paralización de la
medida ya acortada de aumento de un 25% en los pasajes de viajes
interprovinciales, entre otras.
La marcha ya antes de llegar a Quito era
una victoria social.
Escenarios y reflexiones de cara al futuro
El debilitamiento del gobierno se plasma
día a día. Ya no son creíbles para gran parte del país las encuestas
contratadas por el Ejecutivo donde le dan el 80% de apoyo al presidente Correa.
El hecho de que en la mañana del 23 de marzo el presidente Correa ocupara una
hora completa de programación televisiva en Gamanoticias (canal gubernamental)
de la mano de un mediocre periodista[9] hoy al servicio del régimen y con
anterioridad funcionario del gobierno de Lucio Gutiérrez, es una prueba más de
que el oficialismo no salió triunfante el 22 de marzo. El presidente Correa, al
igual que el resto de sus ministros, que ocuparon espacios mediáticos en la mañana
del 23-M, mantuvieron torpemente la tesis de que la movilización social había
sido un fracaso y su asistencia “paupérrima”. Lamentablemente para el discurso
oficial, las imágenes televisivas y el hecho de que gran parte de la población
de Quito fuera testigo de la movilización hacen insostenible el argumento
gubernamental.
Por su parte, las organizaciones sociales y
partidos de la izquierda retoman la iniciativa política, la cual habían perdido
incluso antes de la llegada de Rafael Correa al despacho presidencial. Además,
han dejado, al menos coyunturalmente, fuera del tablero político a la derecha,
la cual por todos los medios intentó involucrarse en la marcha y no fue
aceptada en ningún momento por sus convocantes.
Asambleístas conservadores como César
Montufar y organizaciones políticas como el Partido Sociedad Patriótica
intentaron en reiteradas ocasiones implicarse en la movilización, cosa que la
CONAIE y el resto de organizaciones involucradas nunca lo permitió. Durante los
quince días de movilización la única acción política implementada desde los
partidos políticos conservadores fue instalar un patético monumento en memoria
del ex presidente León Febres Cordero[10].
El conflicto político en este momento se
define en el ámbito de la izquierda social y política del Ecuador. Por un lado
una caricatura de “revolución” auspiciada por un gobierno de perfil
socialdemócrata con muchísimas contradicciones en su política económica,
laboral e internacional; frente a una oposición a su izquierda que comienza a
mostrar capacidad de movilización, agenda común y principios de entendimiento.
El presidente Correa le quedan dos caminos
que tomar. Debe optar por girar a la izquierda y demostrar mayor capacidad de
consenso con las comunidades afectadas por su política extractivista y
neodesarrollista, a la par que con movimientos sociales y las organizaciones a
su izquierda; o terminar de dar el giro conservador cada vez más evidente en el
cotidiano del ejecutivo, consolidando y estableciendo nuevas alianzas con sectores
empresariales y organizaciones políticas a su derecha.
El desgaste gubernamental, agudizado por un
fuerte desprestigio internacional tras la sentencia contra el diario El
Universo, sumado al caso de la “narcovalija” que ruboriza de igual manera al
interior como al exterior del país, así como el descontento popular por la
subida de los precios en productos básicos, mientras sectores empresariales
rinden beneficios insólitos en un momento de crisis internacional, no permite
demasiado margen de maniobra a un gobierno que está a 10 meses de una nueva
contienda electoral.
En Ecuador, 62 grupos económicos concentran
el 41% del PIB del país; la riqueza no petrolera se queda en manos de
importadores, intermediarios financieros y sector comercial; las utilidades de
los grupos económicos del país creció entre 2006-2009 un 54% más que en el
periodo inmediatamente anterior (previo a la llegada de Correa a la
presidencia) y la banca ganó solo en el pasado año un 51% más con respecto al
anterior.
En el caso del mundo indígena, principal
protagonista de la marcha del 22 de marzo, el Índice de Pobreza por Ingresos se
cuantifica en 59,4 % al cierre del ejercicio 2011 y la tasa de analfabetismo en
el 20,4 % (datos INEC, Censo de población, 2010).
Respecto a la tenencia de las tierras, el
Ecuador tiene uno de los índices más altos de inequidad en el acceso a la
tierra, el índice Gini[11] sobre la tierra es de 0.81, y la acción
gubernamental ha sido prácticamente nula durante estos algo más de cinco años
de gobierno correísta; es más, Correa se ha pronunciado una y otra vez en
contra de la reforma agraria. La condición de inequidad es tan aguda que el 50%
de las Unidades Productivas Agropecuarias (UPA) están por debajo de una
extensión que no permite reproducción plena de los campesinos y campesinas[12].
La tendencia monopolizadora del agua en el
agro también es notoria. La población campesina, sobre todo indígena, con
sistemas comunales de riego, representa el 86% de los usuarios. Sin embargo,
este grupo apenas tiene el 22% de la superficie regada y accede apenas al 13%
del caudal. De esta manera los grandes consumidores, que no representan el 1%
de unidades productivas, concentran el 67% del caudal de agua para riego. Hasta
ahora el gobierno de Correa no ha dado señales de querer revertir esta
situación y cumplir con el mandato constitucional que en su artículo 312 dice
claramente que “se prohíbe toda forma de privatización del agua”. Y no solo
eso, luego de aprobada la Constitución, el gobierno amplió el plazo de la
concesión de agua a la empresa privada Interagua, en la ciudad de Guayaquil.
Volviendo a los escenarios posibles, si
bien primero de ellos es el deseado por las organizaciones sociales convocantes
de la marcha, la aptitud gubernamental aparece como muy alejada de esa
posibilidad, negándose el diálogo con las organizaciones sociales en lucha y
los partidos políticos a la izquierda del régimen. Sin embargo, respecto al
segundo escenario, ya aparecen elementos que han de ser valorados de manera
adecuada: la amnistía a Alberto Dahik[13], la cual fue propugnada personalmente
por el propio presidente Correa, tal como sucedió con el expresidente Gustavo
Noboa Bejarano[14] durante la Asamblea Constituyente; la incorporación a
Alianza PAIS de autoridades locales provenientes de la partidocracia
conservadora; la cada vez más probable firma de un TLC con la UE, que
propiciará alguna dimisión notable en el aparato de la Cancillería ecuatoriana;
así como algunos hechos sorprendentes en el estricto escenario electoral que
podrían responder a acciones tácticas gubernamentales.
Respecto a lo último son destacables dos
circunstancias novedosas. Por un lado, el banquero Guillermo Lasso, líder del
Movimiento CREO, a quien se le consideraba como un potencial candidato opositor
de la derecha en la contienda electoral contra el gobierno, ha bajado
prácticamente a cero su aparición pública mientras su entidad bancaria, el
Banco de Guayaquil, con el Banco del Barrio; este banco sigue siendo una de las
herramientas fundamentales para la distribución del Bono al Desarrollo Humano y
otras subvenciones dadas por el Estado a sectores populares. Por otro lado la
fusión de Madera de Guerrero y el Partido Social Cristiano, quienes han
manifestado hace apenas unos días su voluntad de presentar un candidato
presidencial propio, ignorando la posibilidad de unificar una candidatura común
entre las organizaciones del conservadurismo ecuatoriano.
Los movimientos que se han podido
visibilizar por parte del gobierno están consistiendo en censurar a las
organizaciones convocantes de la marcha o los partidos y autoridades locales
que de una u otra forma la han apoyado. Este es el caso de la retórica
sumamente agresiva utilizada por el presidente Correa contra el Movimiento
Popular Democrático (MPD), organización de perfil marxista leninista que apoyó
la movilización social, o las diferentes acciones emprendidas contra la
Prefectura del Azuay, institución a la cual se le han eliminado varias
competencias delegadas (se le niegan las licencias comerciales a la empresa de
lácteos propiciada desde la prefectura o se le retiran las competencias
ambientales y viales entre otras acciones de carácter punitivo).
En estas condiciones, queda en manos de las
organizaciones sociales y políticas de la izquierda la responsabilidad de
generar una agenda común de mínimos que tenga como punto de partida el mandato
plurinacional de los 19 puntos reivindicados por la Marcha por la Vida, el Agua
y la Dignidad de los Pueblos, que se sustenta en los principios constitucionales
de Montecristi. Es desde esa plataforma reivindicativa y la coherencia
política, el lugar del cual debe articularse una coordinación de luchas
comunes, abierta a nuevas incorporaciones, en donde los protagonismos y
ambiciones electorales queden en un segundo plano.
No hay duda, el 22-M marcha un nuevo tiempo
político en Ecuador.-
[1] ECSA, propiedad de dos compañías chinas,
iniciará operaciones en una gran mina a cielo abierto en la provincia de Zamora
Chinchipe. Ecuacorriente es propiedad de China RailwayConstructionCorporation,
la cuarta mayor constructora del mundo, y de TonglingNonferrousMetalsGroup
Holding, la sexta mayor productora de cobre del planeta. Sus directivos ha
hecho público que la mina “Mirador” tendrá dos kilómetros de diámetro y 800
metros de profundidad y de ella se extraerán 60.000 toneladas de material al
día. La compañía exportará el concentrado de mineral, que en un 85% será de
cobre y el resto de oro y plata. Con la firma del contrato entre el Estado y
Ecuacorriente se abrió la puerta a la primera explotación minera a gran escala
en la historia de Ecuador.
[2] Parroquia urbana ubicada en el sur del
Distrito Metropolitano de Quito.
[3]La Coordinadora Plurinacional es un
frente común conformado por organizaciones de perfil político a la izquierda
del correísmo: Pachatukit, Movimiento Popular Democrático, Participación, la
Corriente Revolucionaria Socialista del Partido Socialista y Montecristi Vive.
[4]La vigente Constitución de Montecristi
reconoce en su artículo 98 el derecho a la resistencia de una manera amplia y
generosa, abarcando a todos los derechos: los que están taxativamente
puntualizados y los denominados derechos implícitos que derivan de la dignidad
del ser humano.
[5]Lluco apareció como representante en el
2005 del fideicomiso Progreso Recapitalization Trust, donde el banquero
Fernando Azpiazu puso las empresas eléctricas Emelec y Electroecuador. Azpiazu
conoció la cárcel por defraudar al fisco.
[6] Vargas fue presidente de la CONAIE y
ministro de Bienestar Social en el gobierno de Lucio Gutiérrez. Antonio Vargas
es considerado como uno de los responsables principales del pasado descalabro
direccional de la CONAIE.
[7] El pasado 12 de octubre, organizaciones
campesinas afines al Gobierno, junto con la Conferencia de Soberanía
Alimentaria (Copisa), presentaron en la Asamblea un anteproyecto de Ley de
Tierras, que limita su tenencia en manos privadas: 200 hectáreas en la Sierra y
500 en Costa y Amazonía. El argumento central es la injusta distribución de la
tierra que existe en el país.
[8]FENOCIN es junto a la Coordinadora
Nacional Campesina Eloy Alfaro, las dos organizaciones más importantes
numéricamente de la Red Agraria.
[9]Carlos Ochoa fue asesor de la actual ministra
de Desarrollo Social, Doris Soliz, cuando ejerció como ministra de Turismo en
el gobierno de Lucio Gutiérrez. Gran parte de profesionales de los medios
ecuatorianos consideran que su responsabilidad actual como jefe de noticieros
de Gamavisión responde a su relación con Doris Soliz y a los pactos políticos
al interior del gobierno entre esta y los hermanos Alvarado. De hecho Ochoa era
extremadamente crítico respecto a la candidatura de Correa durante las
elecciones presidenciales del 2006, cuando ejercía como corresponsal en Cuenca
de los “medios de comunicación corruptos”.
[10] La Comisión de la Verdad en Ecuador
levantó 310 casos de violaciones de derechos humanos durante el gobierno del
socialcristiano Febres Cordero.
[11] El coeficiente Gini es una medida de
la desigualdad. Cuando el coeficiente se acerca a 1, implica una mayor
desigualdad (1 = una persona tiene toda la tierra, los demás no tienen tierra).
[12]Atlas tenencia de la tierra en el
Ecuador. SIPAE, 2011.
[13] Dahik fue vicepresediente en el
gobiernod e Sixto Durán Ballén. Es considerado el padre del neoliberalismo
ecuatoriano. Y estuvo prófugo por corrupto, por el mal uso de los fondos
reservados del Estado.
[14] Noboa Bejarano fue responsable de uno
de los manejos más dolosos de la deuda externa, duramente criticada por Correa
cuando aún no era presidente de la república.
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