Por Huascar Rodríguez
Cuando Evo Morales y Alvaro García Linera realizaban su campaña
electoral a fines del año 2005, los discursos de ambos candidatos eran
elocuentes: lucha contra la pobreza, Estado fuerte, desarrollo y progreso. Fue
García Linera quien sintetizó estos planteamientos, durante aquella campaña
electoral, en los siguientes conceptos que resumen gran parte de la ideología
del actual partido gobernante: “capitalismo andino-amazónico” y “gran salto
industrial”. Lo que hoy estamos viviendo en Bolivia es básicamente la
realización de dichas nociones, es decir la intensificación del modelo extractivista
de desarrollo, basado en el petróleo y los minerales con las respectivas
consecuencias políticas y medioambientales.
¿Pero el gobierno de Evo no era un gobierno indígena y popular, la
avanzada de la revolución, la esperanza de Sudamérica y del mundo? En un
sentido, este gobierno subió al poder montado en una ola de revueltas y
movilizaciones rurales y urbanas, desarrolladas entre 2000 y 2005, que exigían
una ruptura con el neoliberalismo, de modo que cuando el MAS (Movimiento Al
Socialismo, el partido gobernante) asumió la dirección del Estado, muchos
vieron que el cambio al fin había llegado. Sin embargo, el aparato ideológico
emplazado poco a poco por el MAS ofrecía un programa de reformas tibias
edulcoradas con altisonantes discursos que alejaron cada vez más del ámbito
público los verdaderos debates importantes. De pronto, un nuevo léxico se
apoderó de los bolivianos: descolonización, defensa de la Pachamama, proceso de
cambio, derechos de la Madre-Tierra, palabras y conceptos vaciados de contenido
y banalizados en cumbres y foros, nacionales e internacionales, donde ansiosos
turistas revolucionarios elogiaban a la rebelde Bolivia pidiendo al mundo que
emule lo que se estaba haciendo aquí. Fue el triunfo de un discurso que puede
ser llamado pachamamismo: defensa retórica de la Madre-Tierra mediante
apelaciones morales y metafísicas “ancestrales”, a fin de evitar una reflexión
en torno a cómo emprender un auténtico proceso de descolonización mental,
económica y cultural.
El hecho es que con el transcurso del tiempo quedó cada vez más
claro hacia donde apunta este “proceso de cambio”: el capital transnacional
sigue operando en el país, la “nacionalización de los hidrocarburos” fue una
simple renegociación con las transnacionales petroleras (incluyendo la española
REPSOL) y la nueva Constitución Política del Estado está llena de ambigüedades,
consolidando finalmente un Estado autoritario. En otros términos, el gobierno
de Evo Morales mantiene intactas las estructuras burocráticas del viejo Estado
colonial y está profundizando la destrucción de la naturaleza, en el marco la
economía de libre mercado: el “socialismo del siglo XXI” es en el fondo una
mezcla de stalinismo “democrático” y nuevo neo-liberalismo.
Ahora bien, en efecto ciertas cosas han cambiado. La dignificación
del indio y de las culturas populares puede resultar simpática seguramente,
pero este cambio no afecta lo sustancial: el mantenimiento del orden
capitalista y estatal que, encubierto en la “democracia”, nos conduce de una crisis a otra obstaculizando
la materialización de cualquier iniciativa emancipatoria.
Por otra parte, los indios y mestizo-indios que ahora ejercen el
poder estatal como autoridades están reproduciendo lo que hicieron los blancos
y criollos desde la fundación misma de la República, manchándose de corrupción
y viabilizando un proceso de clientelismo político grotesco y patético. Para
sintetizar: el actual gobierno de Evo Morales está compuesto por una nueva
elite sindical que ha pactado con los sectores empresariales más reaccionarios,
alejándose cada vez más de las bases indias y populares del país en una
vorágine que mezcla nacionalismo escolar, militarismo, pachamamismo y
capitalismo a ultranza. Es en este contexto en el que hay que comprender la
actual crisis que vive Bolivia a raíz de la construcción de una carretera que
dividirá en dos un territorio indígena ubicado en la Amazonía.
Durante el año 2009, en el marco de la lógica desarrollista y
capitalista del gobierno del MAS, Evo firmó un acuerdo con el entonces presidente
de Brasil, Lula da Silva, a fin de construir una carretera que atravesaría el
TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Secure), una región
boscosa y selvática muy frágil caracterizada por su rica biodiversidad, razón
por la que fue declarada “área protegida” en la década de los 90. En el TIPNIS,
además, habitan pueblos indígenas (Moxeños, Trinatarios, Yuracarés, Chimanes,
Yuracarés y Yuquis) que no sólo están alterados por ciertos niveles de
aculturación, sino que están también amenazados por la proliferación de
cultivos de coca, el narcotráfico y las exploraciones petroleras.
El detalle importante es que la carretera que atravesará por el
TIPNIS forma parte de los proyectos planteados por IIRSA (Iniciativa para la
Integración de la Infraestructura Regional), una estrategia nacida en Brasilia
gracias a los presidentes neoliberales de la región en el año 2000, que
pretende convertir a Sudamérica en la hacienda y en las vías de circulación
comercial del imperialismo brasileño. IIRSA es en suma un gran negocio para
bancos, burócratas estatales, empresas constructoras, petroleras y la Unión
Europa, entidades que harán realidad la histórica aspiración brasileña de
colonizar la Amazonia continental mediante la construcción de megaproyectos de
infraestructura, que incluyen carreteras y represas pensadas para explotar la
selva amazónica de forma intensiva. De hecho, la carretera en cuestión servirá
como un corredor biocéanico entre Brasil, Bolivia, Chile y Perú, y será de gran
utilidad para las exploraciones petroleras en la zona y para facilitar la
extracción de recursos naturales que beneficiarán a empresas transnacionales.
Frente a este
panorama los indígenas que habitan el TIPNIS han iniciado una marcha de
protesta que comenzó el pasado 15 de agosto en Beni y proyecta llegar a La Paz.
Por su parte el gobierno ha respondido con una brutal represión contra los
indígenas movilizados el domingo 25 de septiembre, suceso que ha ocasionado
masivas manifestaciones urbanas en las principales ciudades del país que
expresaron el rechazo a la carretera y a la represión. Tales acontecimientos
han puesto en jaque al gobierno y en estos momentos se vive una aguda crisis
política y social de consecuencias impredecibles.
Uno de los
aspectos tristes de todo esto es que, como siempre, todos usan a los indios,
pues esta marcha contra la carretera se ha convertido en una palestra donde
trasnochados y fracasados dirigentes sin bases, junto a ONGs y Fundaciones, se
valen de la coyuntura para figurar públicamente y sacar algún provecho
político-partidario.
En fin, estamos
frente a la bancarrota moral del gobierno del MAS y la carretera se convertirá
a mediano o largo plazo en la tumba de Evo Morales. Por lo demás, la abigarrada
sociedad boliviana, pese a sus recurrentes y cíclicas rebeldías, está cada vez
más sujeta a una servidumbre política y económica voluntaria, de modo que no
parece que nada vaya a cambiar sustancialmente las próximas décadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.