Por César Padilla
El incremento de las actividades mineras en América
Latina no ha cesado desde mediados de los 90. La región atrae cerca del
27 por ciento de las inversiones en este sector y hay muchos proyectos
por comenzar. Varios países basan sus exportaciones en la minería y
otros de la región intentan sumarse a esta lista.
Chile y Perú encabezan el ranking de los países mineros por excelencia, mientras Colombia intenta poner en marcha su “locomotora minera” para ser parte del club y Argentina lucha por competir por las inversiones de las grandes transnacionales del rubro. Bolivia, país tradicionalmente minero, ha logrado este año dinamizar su anquilosado sector, alcanzando cifras de exportación de minerales que comienzan a acercarse a las de exportaciones por hidrocarburos. Un esfuerzo por nacionalizar la minería y reformar leyes sectoriales intenta dar nuevos bríos a la actividad, cada vez más en manos del Estado.
La tentación minera
Lo cierto es que la minería ha ido formando
parte de las estrategias extractivas
de la mayoría de los países de
la región, independientemente de la
orientación política de sus gobiernos
y de si han sido o no tradicionalmente
países mineros.
El escenario económico internacional,
por otro lado, ha sido propicio
para el fortalecimiento de la actividad
minera por la alta demanda de minerales por parte de los países asiáticos,
lo que ha elevado el precio de metales
no preciosos, como el cobre, a cifras
históricas. Además, en tiempos de crisis
el oro se convierte en valor refugio
y aumenta su demanda en la medida
que protege los activos en moneda
frente a una crisis monetaria generalizada.
Tanto la orientación extractivista
de la casi totalidad de los países de
América Latina como el comportamiento
de los mercados internacionales,
tendientes al crecimiento de
la demanda y de los precios, han ido consolidando un escenario propicio
para una mayor expansión de la minería
en la región.
Los diferentes países han optado
por aprovechar este escenario para
lograr mayores ingresos por atracción
de Inversión Extranjera Directa y exportaciones
de minerales, acentuando
en muchos casos el rol primario exportador
con escaso valor agregado.
A pesar de las señales que indican
que en muchos casos el extractivismo
puede provocar la llamada enfermedad
holandesa [1] y que la abundancia
de materias primas está asociada a una suerte de maldición que perpetúa
la pobreza y la dependencia [2], la mayoría
de los gobiernos están apostando
por esta estrategia de crecimiento
económico, ya sea para aumentar el
crecimiento o para pagar deudas sociales,
en el caso de los gobiernos de
izquierda.
Rechazo de las comunidades y resistencias
Por otro lado, la presión sobre los territorios
ha ido provocando cada vez
mayores rechazos de las comunidades
locales y más conflictos con las
empresas mineras y los Estados. Los
indudables y ya conocidos impactos
provocados por la minería han permitido
que cada proyecto esté siendo
acompañado de un rechazo comunitario.
La percepción, cada vez más generalizada,
de que la minería afecta al
ambiente, agota las fuentes de aguas,
contamina el entorno y está llena de
peligros por las sustancias tóxicas que
utiliza, hace que el cuestionamiento
crezca de manera constante.
Si sumamos las promesas y engaños
sobre desarrollo, empleo y dinamización
de las economías locales,
además del atropello a los derechos
humanos, la imposición de proyectos,
la criminalización de la oposición a la
actividad, los desplazamientos forzados
o la ocupación de territorios ancestrales,
la minería se torna una actividad
cada vez menos aceptada por
las comunidades locales. Muestra de
esto ha sido la profusa proliferación
de los conflictos socioambientales no
bien se anuncia un proyecto futuro.
Este proceso de rechazo ha tenido
como consecuencia el fortalecimiento
de los movimientos antimineros,
su proliferación y el incremento de
diversas estrategias de lucha. En los
últimos cinco años hemos visto un
claro aumento en la conformación de
organizaciones de resistencia a la minería,
y a este proceso se han sumado
importantes intelectuales y otros
sectores como la iglesia católica de
los países de América Latina donde
subsisten movimientos ligados a la
Teología de la Liberación, para los
que el cuidado de la creación juega un
importante rol.
La resistencia a la minería en un
contexto de mayor conciencia ambiental
se enfrenta a los cercos mediáticos
y a descalificaciones oficiales
de todo tipo, donde ni siquiera las medidas
de la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos (CIDH) logran
incidir.
Es, tal vez por esto mismo, que la
resistencia a la minería se esta haciendo
cada vez más “desde abajo”. Son
las mismas comunidades las que han
ido poniendo mayores límites a las actividades
mineras. Los casos exitosos
de resistencia, que dicho sea de paso
aumentan con el tiempo, son aquellos
sostenidos con las acciones de las
mismas comunidades. La institucionalidad
ha tenido que responder a las
demandas comunitarias con medidas
de diversa índole.
El rol jugado por los pueblos indígenas
y sus organizaciones ha supuesto
un papel fundamental en las estrategias
de defensa del territorio. Tanto
Bagua, en Perú, como la resistencia
en la amazonía ecuatoriana contra los
proyectos extractivos, son una clara
muestra de ello. También lo son las
luchas de resistencia indígena a la minería
en Guatemala y, recientemente,
en Panamá [3].
Estrategias
La “internacionalización” de las luchas
es una expresión del avance de
los movimientos de resistencia a la
minería. Al provenir las inversiones
y operaciones mineras de empresas
transnacionales, la búsqueda de solidaridad
para la denuncia de los diversos
casos de amenaza o atropello a los
derechos de las comunidades locales ha trascendido las fronteras. Ha trasladado
aspectos legales y morales involucrados
en los conflictos hacia Canadá,
Europa o Estados Unidos; y en
un futuro no lejano también deberán
incluirse China, India, Corea y otros
países considerados nuevos actores
mineros transnacionales. No obstante,
siempre existe un componente de resistencia
local fundamental.
Las denuncias en tribunales de
países de los que provienen las inversiones
mineras, la visibilización
de las injusticias en las asambleas de
accionistas y las solicitudes de retiro
de fondos de pensiones en inversiones
mineras forman parte de las estrategias
empleadas cada vez con mayor
frecuencia. El uso de instancias internacionales
como Naciones Unidas y,
especialmente, la CIDH, han sido estrategias
usadas de forma recurrente.
En terreno se han desarrollado
las llamadas “consultas ciudadanas”,
consultas comunales para demostrar
el rechazo masivo a una determinada
actividad minera. El resultado de dichas
consultas está aún en entredicho,
ya que cuando son ejercidas bajo el
derecho reconocido por el Convenio
169 de la Organización Internacional
del Trabajo (OIT) existe mayor
legitimidad formal que cuando no es
el caso (pese a que la OIT no ha sido
suficientemente clara respecto a las
decenas de consultas comunales organizadas
en Guatemala ni tampoco a
las de Perú y Argentina).
La resistencia pacífica pero activa
se ha transformado también en un instrumento
efectivo para reclamar derechos
frente a una actividad minera. La
ocupación pacífica de terrenos, vías o
edificios forma parte de acciones directas
organizadas generalmente tras
la negación de los derechos reclamados
a diversas instancias. Estas formas
de acción se han debilitado en algunos
países producto de la criminalización
(promovida por parte de empresas y
gobiernos) de la protesta social.
Criminalización
Perú y Ecuador muestran procesos
importantes de criminalización de
la protesta social, con cientos de encausados,
mientras que en Colombia, México y otros países de América
Central se usa la violencia directa, generalmente
a manos de grupos irregulares
o de sicarios al servicio de intereses
transnacionales o de sus aliados
nacionales. La ausencia, negligencia o
inoperancia del Estado también debe
considerarse, en estos casos, una forma
indirecta de criminalización.
Articulaciones
Los procesos de articulación han contribuido
de manera fundamental a las
acciones de resistencia y de organización
frente a los atropellos de la minería
en América Latina. La solidaridad
entre las comunidades y organizaciones
de apoyo, tanto técnicas como de
derechos humanos y ambientales, es
una expresión de estos procesos.
El intercambio de información, la
elaboración de estrategias conjuntas
y las campañas iniciadas de manera
articulada apoyan la resistencia de las
comunidades afectadas por la minería.
Estas articulaciones no sólo abarcan
la región de América Latina sino que
incluyen también, y cada vez más, a
organizaciones del hemisferio norte.
Se trata de expresiones de la glocalización
de las luchas antimineras en
la región [4]. En la actualidad encontramos
campañas contra empresas como
VALE, Newmont, Barrick Gold, Godcorp;
y otras, más generales, como la
preparada contra el uso del cianuro en
la minería de la región.
Extractivismo transversal
Tanto los países con regímenes neoliberales
(como Chile, Perú y Colombia)
como aquellos vinculados a la
izquierda o socialismo del siglo XXI
(Ecuador, Bolivia, Venezuela, Argentina,
Uruguay y Paraguay) ponen sus
energías en el crecimiento económico
basado en las actividades extractivas.
Muchas comunidades y actores
sociales críticos depositaron grandes
esperanzas en gobiernos alternativos
pensando que, por justicia social y
ambiental, además de por soberanía y
respeto a las comunidades, la minería
recibiría un tratamiento cuidadoso,
revisando sobre todo las actividades
mineras transnacionales y sus malas
prácticas.
De manera contraria a lo esperado,
el extractivismo está plenamente
vigente y firmemente instalado en los
gobiernos alternativos, que justifican
los efectos negativos de la minería
bajo pretexto de pago de deudas sociales
históricas (sin duda merecidas
por los sectores empobrecidos y postergados
de la sociedad). El concepto
de “sacrificio” referido a la destrucción
ambiental y social en beneficio
de la minería se usa en algunos países
para justificar una supuesta necesidad
extractiva nacional.
Bolivia, por ejemplo, que cuenta
con un amplio sector de minería artesanal
o pequeña, denominada “minería
cooperativizada”, no ha logrado
cambiar de manera fundamental su
visión de la gran minería transnacional.
La renacionalización de la mina
Huanuni, privatizada en tiempos de
gobiernos neoliberales y revertida al
Estado por el gobierno de Morales,
nos muestra una visión aplicada a la
operación minera, en términos socioambientales,
idéntica a cualquier actividad
minera transnacional.
Muestra de esto son las denuncias
de comunidades de la ribera del río
Huanuni o de los lagos Uru Uru y Poopo,
que sufren vertidos de desechos
mineros a su cauce y cuenca, vertidos
que afectan la actividad agrícola tradicional
o la pesca artesanal en los lagos
mencionados. San Cristóbal y la disputa por el agua muestra un fenómeno
similar en Potosí.
Algunos casos: la minería como estilo de vida
Se dice que la minería suele ser incompatible
con otras actividades, sobre
todo con actividades sustentables.
También se menciona que una vez
que se ha optado por la explotación
minera no hay vuelta atrás. Pero, ¿en
qué medida son ciertas tales afirmaciones?
La experiencia muestra que
la mayoría de las actividades mineras
eliminan la existencia o, al menos, ponen
en riesgo otras actividades.
Si miramos en un mapa las zonas
mineras abandonadas vemos que, en
ocasiones, sólo con gran dificultad y
esfuerzo se logran desarrollar otras
actividades post-minería. La contaminación,
destrucción y acidificación
de las fuentes de agua suele ser un aspecto
que conspira para que los sitios
mineros abandonados sean lugares
fantasma, sin habitantes.
Esta es la enorme preocupación
que aqueja a los habitantes de Challapata,
en el departamento de Oruro
(Bolivia), una comunidad agrícola
muy productiva que abastece gran
parte de las necesidades de básicos
vegetales y lácteos. Este fenómeno
productivo, en pleno altiplano, a casi
4.000 metros de altura y con un clima
extremo, se ha logrado gracias a
la construcción de un embalse y mediante
un cuidadoso sistema de riesgo
y distribución de aguas administrado
por la comunidad. La amenaza de la
instalación de una mina de oro, apoyada
por el Gobierno, ha puesto en
alerta a la comunidad, que se opone
tenazmente a su instalación.
Los agricultores y ganaderos de
Challapata saben que la minería excluye
actividades agrícolas y lecheras
a medio y largo plazo. Químicos como
el cianuro de sodio y diversos metales
que expuestos al ambiente contaminarían
el entorno les han obligado a
oponerse a la mina. Y, desde luego,
sus aprehensiones no son inventos ni
campañas del terror sopladas al oído
por ecologistas intransigentes. Saben
lo que significa la minería, ya que la
han observado desde los inicios de la ciudad y no dudan de la legítima
opción de defender un estilo de vida
agrícola.
Otro interesante caso es el de
Coro Coro, en La Paz. Una empresa
coreana, junto con el Estado boliviano,
reprocesan desechos mineros. El
proyecto, reiniciado después de que
la mina fuese abandonada, no cuenta
con la licencia social de las comunidades
aledañas.
¿Hacia el post-extractivismo?
Este caso y el anterior muestran que el
extractivismo no obedece a un modelo
de desarrollo ideológico dividido entre
las tradicionales derechas neoliberales
y lo que algunos han llamado “izquierdas
neoextractivistas”. No está en la
visión de esos gobiernos el concepto
“post-extractivismo” y, si lo estuviese,
se asocia sólo al agotamiento de
los recursos naturales, específicamente
a los no renovables. No obstante, el
post-extractivismo comienza a instalarse
en la discusión frente al fracaso
del extractivismo como estrategia de
desarrollo. Se transforma en exigencia
de las comunidades afectadas por
la minería frente a los oídos sordos de
los gobernantes de la región.
Para presionar hacia el cambio de
paradigma del extractivismo al postextractivismo
se usan diversos argumentos
que van desde el convenio 169
de la OIT hasta el colapso del planeta
y el sumaj kausay (el buen vivir) originario
como alternativa.
El extractivismo ilimitado ha llevado
a grupos crecientes de América
Latina a confrontar este estilo irracional
de crecimiento económico empobrecedor
con las alternativas reales
pero también con las utopías reales.
Los procesos de restricción e, incluso prohibición de la minería como
modelo central de desarrollo han ido
cobrando fuerza en la región.
La ley que prohíbe la minería en
Costa Rica, el fracaso de la modificación
de la ley minera en Panamá, la
negativa a otorgar una indemnización
en el caso Cabañas de El Salvador, la
propuesta Yasuní en Ecuador y el cuestionamiento
al proyecto de GreyStar
en el páramo santandereano en Colombia,
así como otros ejemplos, son
muestras de éxitos, aunque parciales,
de los movimientos críticos u opuestos
a la minería en América Latina.
Las ideas sobre post-extractivismo
están aún en pañales. No obstante,
han ido cobrando fuerza frente a un
escenario plagado de recurrentes crisis (como la última crisis financierainmobiliaria),
creadas y criadas dentro
del sistema capitalista.
Tal vez el fortalecimiento de las
propuestas post-extractivistas disminuya
el vértigo al vacío de quedar sin
alternativas. Tal vez lograr entender el
sumaj kausay, y atreverse a vivirlo, es
parte de las claves para superar las crisis
socioambientales provocadas hasta
ahora por el extractivismo extremo
e irracional y por un capitalismo que
se niega a reconocer límites. Al menos
aparece como una esperanza para
los pueblos de América Latina y del
mundo.
César Padilla
Coordinador del Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina (OCMAL)
Coordinador del Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina (OCMAL)
Este artículo ha sido publicado en el nº 47 de Pueblos - Revista de Información y Debate, tercer trimestre de 2011.
NOTAS:
[1] Nombre general que se le asigna a las consecuencias dañinas provocadas por un aumento significativo en los ingresos
de un país logrado a través de las ganancias por la explotación de un solo recurso natural.
[2] Acosta, Alberto: La maldición de la abundancia, Abya Yala, Quito, 2009.
[3] Veánse ejemplos de estas luchas en la página web del Observatorio de Conflictos Mineros en América Latina (www.ocmal.org).
[4] Bebbington, Anthony, et al.: La glocalización de la gobernanza ambiental, Universidad de Manchester, 2007. (Documento
de trabajo que forma parte de la investigación Civil society and the political ecology of rural development in
the Andean Region).
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