4 de agosto de 2011
El enorme valor que tenían los recursos naturales en el
siglo XIX determinaba su carácter estratégico en el comercio internacional.
Ahora, en pleno siglo XXI, la escalada de precios de las materias primas y su
enorme demanda impulsan de nuevo un fuerte extractivismo en América Latina. Las
principales beneficiadas son, como en épocas anteriores de la historia, las
grandes corporaciones transnacionales.
La masacre se calificó como “el año de los tiros”. Este
lamentable hecho tuvo lugar cuando terminó una manifestación de trabajadores
mineros y hombres y mujeres del campesinado que protestaban contra la minera
transnacional Rio Tinto, de origen inglés. Las condiciones laborales
semiesclavistas, la deforestación y las toneladas de gases tóxicos expulsados,
procedentes de la quema al aire libre de los minerales, fueron los
desencadenantes de dicha movilización. Los cargos políticos del gobierno local
rechazaron cualquier reclamación a la compañía: no podían tomar ninguna
decisión que la perjudicase pues prácticamente todos ellos estaban
relacionados, de una manera u otra, con la compañía. El hecho de que el
ejército abriera fuego contra una muchedumbre concentrada al finalizar la
manifestación sólo puede ser explicado por esta connivencia [1].
¿Cómo es posible que a principios del siglo XXI el extractivismo
y el control del territorio sean claves en el comercio internacional? En 2010,
los recursos naturales concentraron el 43 por ciento de la inversión hecha por
las transnacionales en América del Sur [2]. Esta atracción hacia el sector
primario tiene mucho que ver con el aumento del precio de las materias primas.
Por ejemplo, el oro en los últimos cinco años ha incrementado su precio en un
150 por ciento [3], así que explotar este mineral, y otros como el cobre y el
carbón, está suponiendo una fuente extraordinaria de ingresos para las
compañías multinacionales. El hecho de que estas empresas aumenten un 45 por
ciento sus inversiones en la exploración de minerales, como el oro y el cobre
[4], ilustra su rentabilidad. América Latina es, por cierto, la principal
receptora de estas inversiones.
El frente extractivo en América Latina
Los intereses de las transnacionales en la región
latinoamericana han ido cambiando según las expectativas de ingresos
crecientes, según las leyes que condicionaban su actividad y según las
políticas que dictaban las instituciones financieras internacionales.
En la década de los ochenta y noventa, los gobiernos
latinoamericanos, siguiendo las máximas del Consenso de Washington (desregular,
liberalizar y privatizar), pusieron a la venta las grandes empresas públicas
del sector servicios. Y lo hicieron en condiciones muy ventajosas para los
capitales foráneos: precios de venta inferiores al valor de las empresas,
posibilidad de gestión en oligopolio o, incluso, en monopolio, desregulación
ambiental, social y laboral, reducción de la fiscalidad, etc. Esta especie de
saldo de empresas causó un aumento muy significativo de la inversión extranjera
en el área de servicios, es decir, llegaron multitud de compañías
transnacionales comprando todo lo que se vendía.
La procedencia de estas corporaciones se situaba en Europa y
los capitales españoles, entre otros, adquirieron entonces un considerable
protagonismo. Su gran tamaño, procedente de las privatizaciones y fusiones que
tuvieron lugar en el Estado español durante los noventa, permitió el salto
transatlántico en lo que se podría denominar el “segundo desembarco” [5]. De
esta forma se hicieron con el control de importantes sectores económicos de
América Latina, como la banca, las telecomunicaciones, la electricidad, los
seguros y el turismo.
Hoy se siguen dando fusiones y adquisiciones muy importantes
en el ámbito de los servicios: la mayor compra en 2010 fue la que realizó
Telefónica sobre la compañía brasileña Vivo [6]. Pero, en general, una vez
finalizada la oleada de privatizaciones la inversión extranjera cayó en el
sector terciario y creció en el de recursos naturales. Y es que la maquinaria
que reduce el coste de la extracción, los tratados bilaterales y regionales de
protección de inversiones, la mínima fiscalidad y la ausencia de marcos
regulatorios para el control de las multinacionales ponen en bandeja a las
grandes empresas la obtención de ingentes beneficios mediante la explotación y
exportación de las materias primas.
El protagonismo actual de los recursos naturales en los
flujos comerciales y de inversión también se debe a la demanda de los países
del Norte y a la creciente clase consumidora de Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica. Aunque, además, entran en juego los fondos de inversión que, después
de generar burbujas especulativas con desastrosas consecuencias sociales y
ambientales en el sector de las tecnologías y la vivienda, ahora se dirigen a
las materias primas, ya sean minerales, hidrocarburos o alimentos.
El espejismo de la desmaterialización de la economía
La imagen de una mina a cielo abierto en Perú, los campos
petrolíferos de Bolivia o la infinita extensión de soja en Paraguay choca
frontalmente con la tesis de la desmaterialización de la economía en los países
del Norte global. La terciarización de la matriz productiva y el desplazamiento
de la industria a los países del Sur promueven en los países del Norte la
percepción social de la eficiencia y la reducción en la dependencia de estos
recursos. Nada más lejos de la realidad, el incremento exponencial en el
consumo de productos tecnológicos, la elevada demanda de productos
agroindustriales o la intensificación del comercio global, entre otras
cuestiones, demanda una imparable búsqueda de más minerales, más hidrocarburos,
más suelo para la agroindustria, más agua.
Ante el avance del frente petrolero, minero o sojero se
repite el mismo testimonio, como si quienes hablaran formaran parte de una
misma comunidad, de un mismo territorio. Celina, joven de la localidad de
Yanta, situada en los Andes peruanos, afirma: “Si la minería (transnacional
Majaz-Río Blanco) entra acá destruye todo, destruye el medioambiente, el agua,
si no hay agua no podríamos vivir”. En Guatemala, durante una protesta frente a
la embajada canadiense, un campesino, megáfono en mano, grita: “¡Vamos a seguir
luchando para que [la transnacional] Montana Marlin ya no esté en nuestro
pueblo destruyendo nuestra naturaleza!” Un líder social afrocolombiano habla
como testigo ante el Tribunal Permanente de los Pueblos, que juzga a las
multinacionales de la minería por la violación de derechos humanos en Colombia,
en este caso a la transnacional Glencore: “Que por favor se asiente un castigo,
se señale una culpabilidad para que cesen los atropellos, las injusticias.
Ojalá que se cerrara definitivamente esta empresa para que nuestra naturaleza y
nosotros podamos convivir en paz” [7]. Se repiten las denuncias pero también
las luchas en multitud de lugares separados por miles de kilómetros: en
Ecuador, Argentina, Chile, Brasil, Bolivia, México, Panamá... Y cada vez en más
territorios.
Erika González
Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) -
Paz con Dignidad
- Este artículo ha
sido publicado en el nº 47 de la Revista Pueblos, tercer trimestre de 2011.
NOTAS:
[1] Ferrero Bwyco, María Dolores: “Los sucesos de Riotinto
de 1888 según los directores de la
Rio Tinto Company Limited”, Revista Historia Industrial (14,
1998).
[2] CEPAL: La inversión extranjera en América Latina y el
Caribe, 2010, Santiago de Chile, Naciones Unidas, 2011.
[3] Datos obtenidos de la Bolsa de Metales de Londres (LME) y Kitco.
[4] CESCO: Tendencias de exploración mundial 2011, Canadá,
Metals Economics Group, 2011.
[5] Ramiro, Pedro: “Multinacionales españolas en América
Latina: nuevas estrategias para extenderse a nuevos mercados”, Pueblos -
Revista de Información y Debate, número 43, julio de 2010.
[6] El valor de la compra asciende a 9.743 millones de
dólares.
[7] Testimonios obtenidos de la web Defensa Territorios de
Entrepueblos; del documental Extrayendo vida. Resistencia indígena a la
explotación de recursos naturales (Alba Sud y ACSUD Las Segovias); y del vídeo
TPP Capítulo Colombia. Multinacionales, recursos naturales y Guerra Sucia,
editado por la
Asociación Campesina de Antioquia.
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