Por Carlos Solero
En una de sus recientes homilías un obispo afirmó que los planes sociales son un “mal argentino”, según el prelado esto conspira contra la cultura del trabajo.
En una de sus recientes homilías un obispo afirmó que los planes sociales son un “mal argentino”, según el prelado esto conspira contra la cultura del trabajo.
Desde
nuestra perspectiva, sería interesante que se tomara en cuenta que
desde el golpe militar de 1976 y sobre durante las décadas del ´80 y el
90, aun bajo los sucesivos gobiernos constitucionales las políticas
socioeconómicas fueron destruyendo el trabajo decente, flexibilizando y
precarizando las condiciones laborales.
La desestructuración social generada por la aplicación implacable y ortodoxa del neoliberalismo, reestructuró la sociedad argentina, de modo tal que la exclusión social se multiplico de modo exponencial.
Mientras el proceso militar y luego los civiles que lo relevaron aplicaban políticas de destrucción del patrimonio público, generando desempleo y precarización de las vidas de millones de personas en todas las provincias, fueron acompañados con la anuencia o bien el silencio cómplice de dirigentes empresarios, la mayor parte de la jerarquías eclesiales, los sindicalistas devenidos empresarios.
Es dable señalar, que en efecto, el neoliberalismo como etapa contemporánea del capitalismo barrió de cuajo con los derechos sociales que al pueblo argentino le costaron décadas de lucha. La demagogia del populismo conservador transformó a millones de ciudadanos en beneficiarios, fomentado el clientelismo de punteros territoriales y consolidando a entidades de caridad.
Es
importante destacar que durante estas décadas también surgieron
movimientos de trabajadores que pasaron del piquete a la autogestión
laboral dando un salto cualitativo.
Resulta sencillo postular desde un altar la importancia de la cultura del trabajo, sin abundar en el aumento de las cifras de accidentes laborales y victimizando a quienes sólo reciben las migajas del festín, sin mencionar a los responsables.
Para que el trabajo dignifique como labor es preciso que los que hacen uso de sus manos cada día para procurarse el cotidiano sustento no padezcan la expoliación de los grupos económicos del modelo agroexportador y minero en marcha.
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