Por JPC
En la mañana del pasado 27 de mayo, las fuerzas policiales catalanas han procedido a desalojar temporalmente a los ciudadanos acampados en la Plaza de Cataluña de Barcelona, siguiendo las órdenes del Consejero Felipe Puig, antes conocido como “míster 3%” (por la mordida porcentual que se decía que cobraba en nombre de su partido por las obras públicas que concedía) y que desde ahora va a ser conocido como “míster proper”.
El intento de desalojo ha sido ampliamente recogido y difundido tanto por la prensa desplegada en la plaza como por los propios acampados y por aquellos miles de solidarios que acudieron presurosos desde todos los puntos de la ciudad. Las imágenes repetidas de la brutalidad policial han incrementado los apoyos a la protesta tanto como han dejado patente la torpeza de unos políticos tan desconectados de los ciudadanos como de la propia realidad.
Sin embargo, no han sido tan difundidas las imágenes de los trabajadores de la limpieza de Barcelona que, escoltados y amparados por estos policías y sus brutales métodos represivos, han procedido a desmantelar y limpiar el campamento de los indignados. Ni una voz de protesta, que sepamos, se ha alzado entre ellos; ni uno sólo de los empleados, por lo que conocemos, se ha negado a cumplir las instrucciones; ni a una sola de las secciones sindicales de la empresa la hemos oído elevar su voz contra este atropello.
No hay, desde mi punto de vista, nada tan significativo como esta imagen para explicar lo que supone esta llamada “revolución española” iniciada el 15 de mayo último. No es sólo la revolución de la juventud, aunque los jóvenes hayan sido sus primeros impulsores, ni es únicamente la revolución de las redes sociales, aunque no se puede negar el protagonismo de internet en la divulgación y extensión de la protesta. Tampoco es la revolución de la clase obrera, que entendida en los estrechos límites de la teoría marxista estaría mejor representada por los empleados de la limpieza municipal, pero es, desde luego, un reflejo de la lucha de clases.
La revolución desencadenada en España estas últimas semanas muestra certeramente a la sociedad la aparición de un nuevo sujeto político y social: el “precariado”, por seguir la terminología utilizada por Rafael Díaz Salazar en el diario El País en su artículo, precisamente, del 26 de mayo pasado. Una irrupción que quizás haya sobrecogido a otros muchos pero que no ha sorprendido a los anarquistas hispanos. Desde hace unos años la CNT está viendo crecer su afiliación y su implantación con la incorporación de sectores cada vez más numerosos de trabajadores cuyos intereses y reivindicaciones quedan fuera del marco laboral establecido: grandes y medianas empresas de sectores productivos tradicionales, trabajadores con contratos fijos y derechos consolidados, y representación sindical burocratizada e intervenida (comités de empresa y juntas de personal).
Puedo contar una experiencia personal. Puertollano es una ciudad de La Mancha que ha sido uno de los contados centros industriales del centro de España y fue uno de los bastiones de la CNT. A partir del año 2000 reconstruimos su federación local, a la que se sumaron jóvenes y los últimos supervivientes del anarcosindicalismo de los años 30 del siglo pasado. Un pueblo de 60.000 habitantes que políticamente era un feudo del PSOE y sindicalmente de CCOO. Los trabajadores de las industrias estaban divididos entre los que habían sido contratados directamente por las grandes empresas (REPSOL, por ejemplo), de más edad y con contratos fijos y buen nivel salarial, y los que dependían de empresas subcontratadas, que eran discriminados hasta el extremo de que entraban a las factorías por puertas diferentes y tenían cuartos de baño segregados. Los trabajadores de las subcontratas no contaban para las centrales sindicales mayoritarias (rotaban sin cesar, no podían votar en las elecciones sindicales…), pero fue donde se implantó la CNT. Un gravísimo accidente en el verano de 2003 mostró tanto la fuerza de ese precariado industrial como la debilidad de unos sindicatos que habían perdido su espíritu de lucha y la percepción de la realidad obrera. Autoridades, sindicatos mayoritarios, cuerpos policiales, medios de comunicación… todos tuvieron que emplearse a fondo durante tres meses para desactivar una protesta de fuerte trasfondo libertario.
La “revolución española” del 15 de mayo ha mostrado a nivel nacional una realidad que se estaba gestando desde hace años en el seno de las clases populares y de la que los cenetistas veíamos destellos (Puertollano, conflicto de Mercadona, huelga general de Lebrija…), un magma de desheredados no sólo de la fortuna material, sino también huérfanos para una izquierda política y sindical que sólo se preocupaba de los que les votaban y que sólo atendía a lo que se veía en los grandes medios de comunicación. Un sindicalismo corporativizado, y por eso mismo clientelar, que se ha manifestado en el comunicado del sindicato policial de CCOO que ha criticado al Consejero Puig… ¡porque la carga policial no se hizo de madrugada y sin testigos!
La crisis económica que padecemos desde hace tres años en España ha incrementado notablemente el contingente del precariado y ha agravado su ya difícil situación (desempleo, reducción de las prestaciones sociales, pérdida de viviendas por falta de pago, pensiones devoradas por una inflación galopante…). Y si una buena parte de la población ha optado por buscar una salida individual (aumento del racismo, emigración, desregulación laboral…), los dirigentes políticos, económicos y sindicales han optado por seguir ignorando a este precariado numéricamente creciente.
Hasta ahora, 15 de mayo, que se ha convertido en un nuevo sujeto político y ha adquirido un evidente protagonismo social e informativo. No es que la lucha de clases esté ausente de esta revolución; muy al contrario, la lucha de clases es la que está impulsando esta revuelta social en la que los sindicatos oficiales ni están ni se les espera. La intuición del precariado, sus experiencias personales, la presencia modesta e invisible de los anarquistas… todo eso está permitiendo que las formas de organización y los métodos de lucha sean inequívocamente libertarios.
La falta de madurez ideológica, sin embargo, aún condiciona el fin de la revuelta al logro de conquistas insuficientes y marcadamente reformistas, pero la torpeza de los políticos, ejemplarmente mostrada en la carga policial del 27 de mayo, va a actuar como un potente revulsivo que está distanciando aún más a estos sectores sociales de la ensoñación democrática. Los precarios se han puesto en pie, y pase lo que pase, los anarquistas no tenemos que ser la vanguardia que dirige ni la minoría que alecciona.
Algunos dirán, con Karl Marx, que sólo son lumpenproletariat; otros, siguiendo al historiador Eric Hobsbwam, les llamarán “rebeldes primitivos”; y aún habrá quien les desprecie por perroflautas. Yo, que no soy adivino, prefiero pensar con Bertolt Brecht que “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”. En eso estamos, empujando para que nazca.
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