Por: Pablo Stefanoni
La historia comenzó hace ya varios años. Hebe Bonafini conoció en la cárcel a Sergio Schoklender y lo adoptó como un hijo. Schoklender estaba en prisión porque en 1981 asesinó a sus padres en un caso que conmovió a la sociedad argentina bajo la dictadura militar; lo hizo junto a su hermano Pablo, que se fugó a Bolivia y años más tarde fue detenido en Santa Cruz de la Sierra -donde vivía- y extraditado a Buenos Aires. Alguna vez Sergio dijo que cuando ambos estuvieran libres dirían lo que realmente pasó con sus padres, pero nunca lo hicieron y el caso quedó en la historia de los grandes crímenes argentinos.
Desde que salió de prisión, Sergio, que se recibió de abogado en la cárcel, estuvo cada vez más cerca de la líder de las Madres de Plaza de Mayo, al punto de transformarse en un verdadero monje negro. En paralelo, muchos militantes y antiguos compañeros de ruta abandonaron sus lugares en espacios como la Universidad de las Madres, otros fueron expulsados con métodos stalinistas y muchos coincidían en que Schoklender actuaba como un personaje oscuro, e incluso como un verdadero psicópata.
Poco a poco, de la mano de la alianza con el gobierno kirchnerista, las Madres se fueron transformando en una gran red de negocios, especialmente vinculados a la construcción de viviendas y otros emprendimientos sociales, pero lo que se sospechaba explotó estos días con un gran escándalo que salpica a las Madres y al propio Gobierno. El manejo de millones de dólares de fondos públicos sin licitaciones ni rendición de cuentas, y una red de empresas fantasmagóricas manejadas por el propio Schoklender, que vive en un barrio cerrado de lujo y tiene al menos un Ferrari y un avión privado, a nombre de una empresa en la que él tiene el 90% de las acciones.
He ahí la historia paralela: Hebe Bonafini, que en los 80 estaba a la izquierda de los más radicales, tuvo un golpe de amor por Néstor y Cristina, pasando a militar entre los más ortodoxos kirchneristas. En cada acto K, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo ocupan la primera fila, los “sueños” siempre están dentro del Palacio. Y de ahí surge la transformación de la antigua organización de derechos humanos.
La fundación de las madres originariamente fue sólo una asociación de derechos humanos, que en los 90 expandió su plataforma de acción, desarrollando una universidad, una librería y editorial (que han sido ejemplares), pero a partir del gobierno de los K se fue convirtiendo en una organización social más, caracterizada por actividades propias de cualquier otra organización territorial (construcción de planes de vivienda) y un vínculo cada vez mas privilegiado con el Estado para el acceso de los recursos financieros.
Las irregularidades eran un secreto a voces, pero ahora es un caso judicial que involucra a Schoklender -ya fuera de Madres- y compromete incluso un posible lavado de dinero.
“El programa Sueños Compartidos es un ´modelo` de la política oficial en la materia; esto es, la cooptación de organizaciones sociales y hasta de derechos humanos como tercerizadas de la obra pública, con un doble objetivo: la manipulación de los desocupados o personas sin techo, por un lado, y el armado de un régimen de obra pública con mano de obra barata y precaria, por el otro -señala el dirigente de izquierda Marcelo Ramal. El de Schocklender fue, probablemente, el caso extremo de esta operación política y económica. A diferencia de otros, que constituyeron ‘movimientos’ o ‘ramas políticas’ con los recursos rapiñados, el hombre se dedicó a comprar mansiones, aviones o intensificar sus visitas al Casino de Puerto Madero”.
Por eso es bastante desagradable, por estos días, ver a los panelistas del programa ultra K 6,7,8 aplicar la estrategia de que la mejor defensa es un buen ataque denunciando que todo es una maniobra para afectar a Cristina, su política de derechos humanos y a las Madres, como si frente a un “gobierno progresista” lo único que se puede hacer es meter la basura bajo la alfombra. Y bajo el kirchnerismo basta correr un poquito cualquier alfombra para ver algo más que polvo acumulado.
Pero en tiempos de campaña electoral la tarea de los periodistas K es actuar como activistas políticos. Es el caso de Página/12, que hace días usó toda la tapa del diario para denunciar el contenido del último libro de Beatriz Sarlo sobre Kirchner (La audacia y el cálculo). El periodista Horacio Verbitsky usó así al diario con un solo objetivo: mostrar que Kirchner sí fue un luchador por los derechos humanos bajo la dictadura, algo a lo que no podría demostrar ni estirando la imaginación hasta el infinito. La mayor "prueba" es la foto de Kirchner hablando contra la dictadura en… 1983; es decir, cuando ya todo estaba decidido.
Sin duda, todos los regímenes reinventan el pasado para legitimarse, pero buscar una reinvención "salvaje" -usando los medios públicos- pasa a ser una manipulación de la historia incompatible con la democracia misma. En todo caso, la historia antes relatada es un caso más de mezcolanza poco decente entre política y negocios que hace a la identidad kirchnerista. Sólo que esta vez terminó por manchar los pañuelos de las Madres, que resistieron indemnes décadas de lucha.
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