Tal y como ocurría en los países del socialismo real, el gobernador del estado Apure, Jesús Aguilarte Gámez, salió de su cargo por presuntas razones de salud, y ha sido sustituido por el ex vicepresidente Ramón Carrizález, quien también, vaya casualidad, salió de su cargo por la misma causa, o al menos eso fue lo que se dijo escuetamente en su oportunidad.
El misterio que rodea la renuncia escrita de puño y letra por Aguilarte Gámez se alimenta nada más y nada menos que del descontento existente en el Partido Socialista Unido de Venezuela frente a su gestión, y que llevó a la organización oficialista a solicitarle que dejara el cargo. Eso ocurrió apenas unos días antes de que finalmente el ahora ex gobernador le escribiera una escueta misiva al Consejo Legislativo del Estado Apure.
Sobre Aguilarte se dicen muchas cosas que a uno no le constan. Que se casó e hizo una fiesta súper fastuosa. Que a los empleados de la gobernación no les habían pagado completo los salarios y los aguinaldos, y que la administración de su gestión no resiste la menor auditoría. Que el hombre tenía por costumbre irse del estado y dejar el rancho ardiendo. Todas estas versiones toman cuerpo por el misterio que existe en torno a su salida, por el empeño en lavar los trapitos en casa sin darle explicaciones creíbles y completas al primer interesado, que no es otro sino el pueblo apureño.
Pero también se dice que Aguilarte renunció contra su voluntad, obligado por los más altos niveles del poder, que es víctima además de la guerra interna dentro de la organización roja rojita, y que vienen episodios similares en otras gobernaciones y alcaldías bajo control psuvista, donde las cosas están iguales o peor que en Apure.
Todo tendría que ver con la necesidad de impedir que las malas gestiones de alcaldes y gobernadores se conviertan en un peso muerto para el Gobierno nacional y para el propio Presidente, quien sin duda olfatea que su reelección puede verse comprometida por alcaldes y gobernadores que él apoyó, con foto y todo, y que poco a poco están mostrando desastrosos resultados.
El argumento según el cual Aguilarte renunció por razones de salud es lo más parecido a una mentira piadosa, para no echar al pajón a una de las figuras más cercanas al Presidente
Lo cierto es que en el caso de Aguilarte queda claro que el PSUV quiere hacer sus ajustes internos evitando el mayor ruido posible, y sobre todo, manteniendo el asunto como un problema familiar que no se aborda sino en privado. Todo está calculado por el riesgo electoral, sin que importe en lo más mínimo darle explicaciones convincentes al electorado apureño.
El argumento según el cual Aguilarte renunció por razones de salud es lo más parecido a una mentira piadosa, para no echar al pajón a una de las figuras más cercanas al Presidente. Tan cercana que en más de una ocasión prefirió darle su apoyo que brindárselo al cantautor Cristóbal Jiménez, quien también ha aspirado a la gobernación.
Los hechos que han rodeado la salida de Aguilarte dejan un mal sabor. Chávez critica la guerrita interna y lo regaña públicamente. El partido le pide la renuncia, le colocan como secretario de gobierno al ex vicepresidente Carrizález, y por último, aparecen los problemas de salud, como quien saca un conejo de un sombrero. Alguien debe responder si Aguilarte metió la pata o metió las manos. Si hizo algo que constituye delito o que implique responsabilidades administrativas. Si está en terapia intensiva o si su enfermedad es contagiosa, le impide hablar y aparecer en público o lo inhabilita para ejercer su cargo.
En estos casos, el silencio, el misterio, el hermetismo y el creer que los ciudadanos se tragan cualquier cuento de camino son remedios peores que la enfermedad.
El misterio que rodea la renuncia escrita de puño y letra por Aguilarte Gámez se alimenta nada más y nada menos que del descontento existente en el Partido Socialista Unido de Venezuela frente a su gestión, y que llevó a la organización oficialista a solicitarle que dejara el cargo. Eso ocurrió apenas unos días antes de que finalmente el ahora ex gobernador le escribiera una escueta misiva al Consejo Legislativo del Estado Apure.
Sobre Aguilarte se dicen muchas cosas que a uno no le constan. Que se casó e hizo una fiesta súper fastuosa. Que a los empleados de la gobernación no les habían pagado completo los salarios y los aguinaldos, y que la administración de su gestión no resiste la menor auditoría. Que el hombre tenía por costumbre irse del estado y dejar el rancho ardiendo. Todas estas versiones toman cuerpo por el misterio que existe en torno a su salida, por el empeño en lavar los trapitos en casa sin darle explicaciones creíbles y completas al primer interesado, que no es otro sino el pueblo apureño.
Pero también se dice que Aguilarte renunció contra su voluntad, obligado por los más altos niveles del poder, que es víctima además de la guerra interna dentro de la organización roja rojita, y que vienen episodios similares en otras gobernaciones y alcaldías bajo control psuvista, donde las cosas están iguales o peor que en Apure.
Todo tendría que ver con la necesidad de impedir que las malas gestiones de alcaldes y gobernadores se conviertan en un peso muerto para el Gobierno nacional y para el propio Presidente, quien sin duda olfatea que su reelección puede verse comprometida por alcaldes y gobernadores que él apoyó, con foto y todo, y que poco a poco están mostrando desastrosos resultados.
El argumento según el cual Aguilarte renunció por razones de salud es lo más parecido a una mentira piadosa, para no echar al pajón a una de las figuras más cercanas al Presidente
Lo cierto es que en el caso de Aguilarte queda claro que el PSUV quiere hacer sus ajustes internos evitando el mayor ruido posible, y sobre todo, manteniendo el asunto como un problema familiar que no se aborda sino en privado. Todo está calculado por el riesgo electoral, sin que importe en lo más mínimo darle explicaciones convincentes al electorado apureño.
El argumento según el cual Aguilarte renunció por razones de salud es lo más parecido a una mentira piadosa, para no echar al pajón a una de las figuras más cercanas al Presidente. Tan cercana que en más de una ocasión prefirió darle su apoyo que brindárselo al cantautor Cristóbal Jiménez, quien también ha aspirado a la gobernación.
Los hechos que han rodeado la salida de Aguilarte dejan un mal sabor. Chávez critica la guerrita interna y lo regaña públicamente. El partido le pide la renuncia, le colocan como secretario de gobierno al ex vicepresidente Carrizález, y por último, aparecen los problemas de salud, como quien saca un conejo de un sombrero. Alguien debe responder si Aguilarte metió la pata o metió las manos. Si hizo algo que constituye delito o que implique responsabilidades administrativas. Si está en terapia intensiva o si su enfermedad es contagiosa, le impide hablar y aparecer en público o lo inhabilita para ejercer su cargo.
En estos casos, el silencio, el misterio, el hermetismo y el creer que los ciudadanos se tragan cualquier cuento de camino son remedios peores que la enfermedad.
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