Una población desprotegida en muchos aspectos sale cada día a las calles de Venezuela. Muchas de las situaciones que hay que enfrentar a diario tienen que ver con enormes carencias, intolerables niveles de inseguridad, discrecionalidad judicial, desamparo social, desempleo, inflación, insalubridad, sistema de salud colapsado y cada vez más deteriorado, etc. Se puede decir que sobrevivir en la Venezuela de hoy es casi un milagro, ya que es muy difícil escapar a cualquiera de los problemas mencionados o incluso a otros mucho peores.
Bajo circunstancias así, en que el estado no sólo no garantiza que se cumplan los derechos básicos de la población por los que es su obligación velar, sino que más bien en la mayoría de los casos viola estos derechos, sólo se puede apelar a un valor que debería tornarse primordial en nuestra sociedad: Solidaridad.
Lamentablemente pareciera que no comprendemos que si cada quien no toma la decisión de adoptar la solidaridad como una forma de vida, estamos condenados a hundirnos todos juntos. Muchas veces nos pisamos unos a otros para salvar el propio pellejo o buscar salidas inmediatas, sin comprender que las consecuencias de esos actos también se verán reflejadas el día de mañana en el deterioro de nuestra propia calidad de vida. Da la impresión de estar viviendo en la sociedad del “sálvese quien pueda”, en que cada quien “resuelve” su urgencia inmediata, sea pasando por encima de otras personas -que por cierto con frecuencia están igual o peor que nosotros- o mirando hacia otro lugar cuando es necesaria nuestra acción ante la injusticia.
Día a día aparecen llamados en redes sociales o medios de comunicación apelando a la solidaridad de los demás ante el desamparo o la agresión a los que se ve expuesto determinado gremio o sector social, ante el abuso de poder, la criminalización de la protesta o la violación de los derechos humanos. Cada grupo de los que hace estos llamados se queja de la poca solidaridad del resto, sin notar que muchas veces su propia solidaridad también tiene demarcado su territorio o peor aún, que muchas veces se apela a la solidaridad externa sin ejercerla hacia su interior. Esas “parcelas de solidaridad” no nos dan una respuesta a un problema mucho mayor que debería movilizarnos a todos a actuar allí donde está presente la injusticia, sea en la calle, en una universidad, un hospital, una cárcel, un juzgado, un portón de fábrica, una escuela o un barrio. El poblema es el desamparo social, el abuso de poder y la ausencia del estado de derecho. Solidaridad y empatía no sólo son entonces decisiones individuales deseables, sino más bien urgentes que hay que adoptar. Son actitudes de vida que tienen repercusión directa en nuestra calidad de vida. Creo que en la Venezuela de hoy no hay un valor más necesario de promover que el de la solidaridad, porque es quizás también uno de los más ausentes. Sólo sobre esa base podemos hablar de contribuir a tener una sociedad mejor, porque al comprometerse con la solidaridad, también la estamos arropando como forma de lucha, por una sociedad más democrática y más justa.
Mariella Rosso
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