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jueves, 12 de noviembre de 2020

Acerca del entusiasmo anarquista

 

Diego Mellado
 
«La tiranía no es un fuego que haya que apagar, porque no es un mal exterior, sino una carencia interior.»
                        - Gustav Landauer.

Nos hemos quedado con las palabras de Saint-Simon que Rudolf Rocker cita en su libro «Artistas y rebeldes»: “Has de saber hijo mío, que hay que estar entusiasmado para realizar una gran empresa”.

El entusiasmo, según los diccionarios comunes, es un estado de exaltación o de excitación por algo que se admira, por alguna causa en la cual uno se empeña. Definición que nos parece poco certera y que, en este caso, no nos sirve para nada ¿Cómo se podrá realizar una gran empresa con una exaltación? No podemos llevar a cabo grandes tareas con sentimientos efímeros. Debemos reconocer que implica un trabajo constante cuya energía no debe agotarse en el tránsito del largo período. De ahí que nos interesa más su sentido etimológico, es decir, el camino de la palabra, su sentido de antaño: el vocablo griego sería ὁ ἐνθουσιασμός (ho enthusiasmós), el cual podría ser traducido como transporte, inspiración o, simplemente, entusiasmo. No cabe duda que la idea de transporte nos hace sentido. Sin embargo, es necesario señalar que esta palabra se remite al adjetivo ἒν-θεος (en-theos), es decir, en dios, inspirado o poseído por dios, raptado por él ¿Esto significa que los anarquistas invocamos a la gracia divina para nuestra gran empresa? Sería absurdo pensar aquello. El sentido griego que indagamos para comprender el entusiasmo se explica de mejor manera en los primeros versos de la «Teogonía» del poeta arcaico Hesíodo, donde advierte la acción de la Musas entre los hombres: si se honra a las hijas de Zeus y uno es mirado al nacer, “derramarán una dulce gota de miel” y de la boca fluirán “melifluas palabras” (v. 85). Palabras pulcras, impulso divino: el entusiasmo será algo más que exaltación o fogosidad. Hesíodo señala la relación de estas gotas de miel con los reyes, quienes, según sus versos, siempre son sabios y fieles intérpretes de las leyes divinas, además de estar dotados por una fuerza de obrar que los distingue de los demás hombres.

¿Será entonces el entusiasmo algo relacionado a dioses y reyes? ¿Para qué hemos traído a colación la cita de Saint-Simon entonces? Porque nos hemos acordado de las acertadas lecturas de Giampietro “Nico” Berti[1], las cuales nos permiten situar el origen de este entusiasmo en otro lugar, en un lugar utópico.

Nico Berti sostiene que el anarquismo está construido sobre la negación de tres conceptos determinados: el Estado, el capital y Dios. Esta triple negación se puede resumir en la negación al principio de autoridad, negación que, por esta razón, está teóricamente indeterminada. De este modo, las dos primeras negaciones particulares (el Estado y el Capital) constituyen realidades históricas, por lo que pueden ser determinados históricamente, mientras que la tercera (Dios) responde a una realidad psicocultural, lo que implica que no puede ser determinado históricamente, pero sí teóricamente. Esto se debe a que, para el pensamiento anarquista, Dios representa la forma suprema de autoridad, motivo por el cual no es negado en función de su existencia divina, sino como máximo arquetipo de dominio (a Dios no se le niega como Dios; se le niega como principio de autoridad):
<<El ateísmo anarquista es la forma invertida de su concepción positiva: negar a Dios significa afirmar la libertad (…) El ateísmo anarquista es esencialmente un ateísmo postulatorio, una opción a favor de la libertad humana inconciliable con la divina.>> (Berti, 1989, 123)
En este sentido, es en la relación entre Dios y la libertad donde residirá la raíz profunda del anarquismo, en cuanto que la libertad, al igual que Dios, está teóricamente determinada pero históricamente indeterminada.

Sería interesante poder desarrollar esta articulación a la luz de varios escritos de pensamiento político anarquista. No obstante, por el momento, sólo nos quedaremos con la relación entre Dios y libertad como determinación teórica y no histórica, reconociendo que de esta negación indeterminada, al conjugarse con la negación determinada, según señala Berti, se “plantea el problema de la relación entre dominio históricamente determinado y libertad históricamente indeterminada, o sea, entre lo político y lo social” (1989, 124). Por lo tanto, el anarquismo, podremos decir a vuelo de pájaro, aspira a destruir la dimensión alienada de la política, para acercarla a la sociedad civil, conformando de este modo una articulación donde lo político responde a lo social, y viceversa.

Esto lo podemos vislumbrar en la relación indivisible que existe en el pensamiento ácrata entre libertad e igualdad, fruto de la conjunción de la emergencia histórica de lo social (Proudhon) y la revuelta atemporal (Stirner), lo que, en otras palabras, es la convergencia de un concepto indeterminado históricamente –la libertad– con otro determinado históricamente –la igualdad–, que situarían, al mismo tiempo, al anarquismo en y contra la historia. Así, Berti señalará que “de esta contraposición entre lo social y lo político nace la síntesis de la revolución social” (1989, 128).
Esta coincidencia, configura lo político como una revolución que no conoce condiciones históricas particulares para su realización (detalle que marca el ritmo propio del anarquismo), aspirando a instrumentar la indeterminación histórica de lo social:
<<La revolución anarquista es el pasaje desde la autoridad históricamente determinada hacia libertad históricamente indeterminada.>> (Berti, 1989, 129)
Tránsito de la revolución política que va hacia revolución social, que es la utopía (en cuanto es indeterminada): la coincidencia entre lo determinado y lo indeterminado se presenta como negatividad, pero la conjunción entre lo histórico y lo revolucionario permite superar la libertad como división entre negación y afirmación:
<<Anulando la negación, la libertad se manifiesta sólo como afirmación positiva, ya no como doble articulación, sino como unívoca realización; la negación ya no tiene razón de ser, porque la forma alienada ha sido englobada.>> (1989, 130)
El anarquismo se hace propositivo y no sólo negación. No se trata sólo de limitar el poder; hay que desarrollar la libertad [2].

Ahora ¿Qué sucedió con el entusiasmo de Saint-Simon? Cuando recordamos a Hesíodo, tuvimos que hablar de dioses y de reyes, señalando que el entusiasmo (como fuerza de obrar y capacidad de hablar y reflexionar que supera la exaltación) estaba sujeto a la acción divina sobre los hombres. El caso del entusiasmo anarquista, como impulso de obrar en la gran empresa de una sociedad libre, vincularía las gotas de miel a la libertad humana, inconciliable con la divina, pero indeterminada en el tiempo al igual que ella. Es, en otras palabras, el gesto sensible de la acción política anarquista.

¿Cuál sería el contenido de este otro entusiasmo, anarquista, utópico, indeterminado? No es que la libertad tenga el estatuto de Dios: se trata de negar los arquetipos jerárquicos. Por lo tanto, no sería un entusiasmo cuyo origen sea una acción externa sobre los hombres y mujeres emprendidos en la tarea revolucionaria. Será, más bien, un entusiasmo en contra del principio de autoridad, el cual residirá en la voluntad de las personas que quieren proyectar una sociedad libertaria, una sociedad de sociedades que se logrará a través de la revolución: es como cuando Ricardo Mella reconocía que la libertad, ampliamente razonada y sentida, era el vehículo hacia ese socialismo mutuamente acordado y que nos conduce, nuevamente, a la definición de entusiasmo como transporte.

¿Qué es lo que permite que la libertad constituya esa fuerza de obrar anarquista? Es aquello que llamamos microcosmos de la revolución, según la definición que realiza Gustav Landauer [3] tras la lectura del «Discurso sobre la servidumbre voluntaria, o el Contra Uno» de Etienne de la Boétie. Precisamente, en el ensayo «La Revolución», escrito para la colección de monografías «La Sociedad» que dirigía Martín Buber, Landauer redacta uno de los párrafos más prolíficos que hemos descubierto durante nuestros recorridos por la bibliografía anarquista: Sólo es necesario modificar unas pocas palabras de La Boétie si queremos llegar a conocer, a través de la opinión de un revolucionario, la tendencia y las ideas rectoras de esta nueva revolución. En segundo y último término es preciso decir que así como las revoluciones son microcosmos comprensivos, que se anticipan a su época y a la vez se repiten en el tiempo, este ensayo es el microcosmos de la revolución. Representa a ese espíritu del que dijimos que sólo era espíritu en la negación, pero que era espíritu en la negación: el presentimiento y la expresión aún no anunciada de lo positivo, cuyo ascenso se adivina. Este ensayo anuncia lo que con otras palabras dirán más tarde Godwin y Stirner y Proudhon y Bakunin y Tolstoi: está en vosotros, y no afuera; vosotros sois eso; los hombres no debieran estar ligados por la autoridad, sino unidos como hermanos. Sin autoridad: anarquía. Pero falta la conciencia o está pobremente desarrollada, de tal manera que parece decirse: no por la autoridad, sino…
<<Es cierto que la negación, tal como la practican estas naturalezas rebeldes, está llena de amor, que es energía, pero sólo lo está en el sentido tan espléndidamente definido por Bakunin: el placer de la destrucción es también un placer creador.>> (Landauer, 2005, 124)
Landauer señalará que el espíritu sólo vive en la revolución, lo que significa que los hombres y mujeres podrán vivir como hermanos no sólo cuando hayan sido removidos todos los obstáculos y toda dominación, sino que en su lucha contra la dominación ya están viviendo como tales: “donde no hay la reglamentación y el Estado” porque “donde hay espíritu hay sociedad. Donde no hay espíritu se impone el Estado. El Estado es la sustitución del espíritu” (Landauer, 1947, 45), es un espíritu artificiosamente elaborado, distinto al espíritu que mora al interior de los individuos, el cual, por el contrario, es un espíritu comunitario, una cualidad unificadora que lleva a la alianza.

El doctor Ángel Cappelletti, al subtitular su ensayo sobre Landauer como “El espíritu contra el Estado” está apuntando a este tópico: el Estado no es una institución que pueda destruirse con una revolución (Buber, 2006, 67), sino una situación, una relación entre los hombres, en la cual conviven “estatalmente”, requiriendo el orden coactivo del Estado. La destrucción del Estado, así como de toda forma de relación autoritaria, consiste en comportarse de otro modo, en establecer otro tipo de relaciones. Esta otra relación existe de hecho y sellama “pueblo”:
<<Se ha comenzado a percibir que junto al Estado existe una comunidad: no una suma de átomos individuales, sino una asociación orgánica que se alza como bóveda a partir de los diversos grupos.>> (Landauer, 2005, 142)
Para desarrollar esta otra relación, Landauer señalará que es necesario salir del pueblo para ir al pueblo, es decir, que existe otro modo de relacionarse que no sea estatalmente, pero que esta forma amerita transformase en asociaciones y federaciones para instaurarse contra el Estado:
<<Pues la tarea es ésta: no desesperar al pueblo, pero no esperar al pueblo. El que satisface al pueblo que lleva dentro, el que por ese germen no nacido y esa forma apremiante de la fantasía se une con sus iguales para convertir en realidad lo que se puede llevar a la realización del cuadro socialista, ése que se aparta del pueblo para ir al pueblo>> (Landauer, 1947, 175)

En este sentido, el proletariado no puede ser por sí solo la encarnación del pueblo, así como la humanidad no puede traducirse en sociedad [4]. El pueblo será pensado a partir de Etienne de la Boétie, rememorando el nombre que los grupos revolucionarios le dieron a su breve discurso: «El Contra Uno».
De esta forma, el contra Uno, el contra el Estado, será ese “pueblo de personas que, movidas por un impulso individual soberano, retiran su adhesión al uno y con ello se liberan de la condición servil” (Landauer, 2005, 141); un pueblo, una sociedad, cuyo germen son los individuos que tienen el deseo y la voluntad de ser libres. Lo contrario, aquel pueblo del cual hay que salir (que está basado en la relación estatal), es afirmar que nuestra servidumbre es voluntaria, que el Estado, con su policía y sus leyes e instituciones de propiedad, también será producto de la voluntad humana, cuya primera razón es la costumbre:
<<¿De dónde [el tirano] ha sacado tantos ojos para espiaros si no es de vosotros mismos? (…) Decidíos, pues, a dejar de servir, y seréis hombres libres. No pretendo que os enfrentéis a él, o que lo tambaleéis, sino simplemente que dejéis de sostenerlo. Entonces veréis cómo, cual un gran coloso privado de la base que lo sostiene, se desplomará y se romperá por sí solo.>> (La Boétie, 2009, 50)
Así, el socialismo no será un invento, sino un descubrimiento, el descubrimiento de la comunidad del ser en la pluralidad (Buber, 2006, 71), de la comunidad de la voluntareidad. De ahí que seanecesario volver a remitirnos al prolífico párrafo de Landauer que hemos citado, específicamente cuando señala que “está en vosotros, no afuera”, refiriéndose, más adelante, a que la negación de la anarquía se hace propositiva y que se constituye como afirmación de la creación, de energía creadora. Por este motivo, no habrá que esperar la revolución para que llegue el socialismo: desde ahora habrá que hacer realidad el socialismo, llevando a la práctica la solidaridad orgánica y las asociaciones, para que, de este modo, llegue la gran transformación. Esto fue expresado en Gustav Landauer con la fundación de la Sozialist Bund (La Liga Socialista) en 1908. Esta forma de organización libertaria consistía en “grupos (por localidad) y según la necesidad en confederaciones mayores o menores”, donde todos podían “relacionarse con todos“ mediante “Federación; nada de comité central” (Nettlau, 1947, 247). En 1910 contaba con 17 grupos en Suiza y Alemania, los cuales funcionaban según los 12 artículos de la Sozialist Bund, entre los cuales, sin duda, destacamos el 5°:
«La Asociación Socialista abarca a todos los que trabajan, a los que quieren el orden social de la Asociación Socialista. Su misión no es de política proletaria, ni de lucha de clases, los dos accesorios necesarios del capitalismo y del Estado de violencia, sino lucha y organización para el socialismo» (Landauer, 1947, 185).
La lucha contra el Estado no se sustentará en esencialismos ni ideas preconcebidas (de ahí las distancias con las terminologías marxistas del sujeto revolucionario proletario y de la lucha de clases). Lucha y organización para el socialismo, eso será todo. Lucha que llevarán a cabo aquellas personas que deseen retirar
su adhesión al Estado, aquellos cuya voluntad no quiere estar ligada por la autoridad.

El primer paso para retirar la adhesión a los arquetipos de dominación será lo que Landauer define como impulso individual soberano y que nosotros hemos apuntado partir del entusiasmo en Saint-Simon. Un impulso que no es divino, sino que humano , que parte desde el individuo. Por eso el microcosmos de la revolución, el microcosmos entendido como el hombre que contiene al universo dentro de sí y que Landauer figura como al individuo que es, también, pueblo:
<<Lo que ha sido ha de ser, el microcosmos es el macrocosmos; el individuo es el pueblo, el espíritu es la comunidad, la idea es la asociación.>> (1947, 142)
Microcosmos de la revolución, en cuanto la revolución parte desde el individuo (“desde el individuo comienza todo; y al individuo se refiere todo”, señala nuestro autor) que se relaciona de otro modo; modo que consiste en no ligarse mediante la autoridad. De ahí que el entusiasmo, el impulso libertario, no quedará dentro del individuo como una mera forma de desligarse del Estado ya que no es solamente un mal exterior, sino también una carencia interior, así como no sólo es revolución, sino también regeneración del espíritu.

Una sociedad libre, por ende, no será la unión de individuos aislados. Al contrario, el individuo no estará aislado: se asociará, irá hacia el pueblo, cuyo fundamento será la unión en libertad a base de un espíritu común [6]. Es en este sentido que, volviendo a lo anterior, el espíritu vive en la revolución, la cual debe realizarse desde ahora y no como la espera de un instante redentor (como si fuera inmanente al capitalismo):
<<El espíritu es, en tiempo de traslación, entusiasmo, fuego, valentía, lucha; espíritu es una acción y una construcción.>> (Landauer, 1947, 50)
En la revolución los hombres y mujeres se relacionan mediante la asociación voluntaria y no a través del Estado. Es el entusiasmo como transporte; la revolución que, como vimos, es aquel pasaje que va de la autoridad hacia la libertad.

Cappelletti observará con bastante precisión esta visión de socialismo y espíritu común en Landauer:
<<En una palabra, por oposición a los políticos (los que quieren guiar, conservar o transformar el Estado), los socialistas son los que ven el todo, los que contemplan la unidad y recogen en ella lo múltiple.>> (Cappelletti, 1961)
Esta oposición a los políticos (o la política entendida como ciencia de la organización estatal) y la posibilidad de ver el todo (“el socialista abarca el conjunto de la sociedad y el pasado”, dirá Landauer), será lo que unos párrafos más atrás denominamos como la articulación entre lo social y lo político (se destruye el carácter alienante de la política para acercarla a la sociedad, dijimos), cuya contraposición será la síntesis de la revolución social, revolución que no conoce condiciones históricas particulares para su realización, ya que pretende destruir toda forma de autoridad.

Por eso la necesidad de pensar en el entusiasmo anarquista, comprendido como un microcosmos de la revolución y cuya base es la libertad (inconciliable con la autoridad). Nuestro entusiasmo, nuestra energía creadora, será el trabajo constante por una práctica anarquista hoy, en el agitado siglo XXI, que abarque una visión interdisciplinar y multidimensional del hombre y que nos permita enfrentar los problemas del individuo y la comunidad, estudiando las condiciones de posibilidad (“una visión de la condiciones y caminos”, en palabras del filósofo alemán) de la realización de los ideales anarquistas (con lo que nos referimos a la necesidad de medirse con la realidad). Porque, volviendo a Landauer, nuestras aspiraciones ameritan más que la resistencia y que los sentimientos efímeros: “se trata de una completa transformación de los fundamentos de la sociedad; se trata de una nueva creación” (Landauer, 1947, 139).//

Notas:

[1] Giampietro “Nico” Berti enseña Historia del Pensamiento Político en la Universidad de Padua (Università degli Studi di Padova, UNIPD), en Italia. Se destaca por sus numerosos estudios sobre anarquismo, publicados en ensayos (aparecidos sobre todo en la Revista Anarchica) y libros (que ha editado Elèuthera).

[2] Jacques Ellul señala al respecto que “no hay libertad sino cuando el hombre se encuentra delante de la negación, del rechazo de su libertad, del límite impuesto. Es entonces cuando dice no y comienza a luchar por obtenerla. Ésta será siempre una victoria contra un obstáculo, la superación de un límite” (Ellul, 2005, 295).

[3] Gustav Landauer (1870-1919) fue un anarquista alemán, filósofo, traductor y escritor. En 1907 publicó La Revolución ( Buenos Aires, 2005), obra cuya influencia va desde Etienne de La Boétie al misticismo cristiano, pasando por Piotr Kropotkin y P.J. Proudhon, pero que presenta nuevas concepciones sobre la revolución, expresadas, sobre todo, en su “Sozialist Bund”, experiencia que reunió diversas comunidades y grupos en Suiza y Alemania. Redactó, a su vez, en el periódico “Der Sozialist”. Murió en 1919 a manos de ejército prusiano durante la revolución consejista de Baviera. Como este trabajo no presentará datos de la vida y obra de Landauer, recomendamos la lectura de dos trabajos sobre él en español: “Landauer”, de Paul Avrich (en Revista Bicicleta n°11, año 1) y “Landauer: el espíritu contra el Estado”, de Ángel J. Cappelletti (en “Utopías antiguas y modernas”, digitalizado por Konciencia Libertaria).

[4] Landauer señalará en su «Incitación al socialismo» que “Nosotros no podemos esperar a la humanidad; no podemos esperar que la humanidad se reúna para una economía común, para una justa economía de cambio, mientras en nosotros, individuos, no se haya encontrado y creado del nuevo el humanismo” (1947, 173).

[5] Con esto, podemos distanciarnos de cualquier categoría o valor trascendental de la libertad, como elevada al terreno de la metafísica: pensamos, más bien, en la lectura que hace Berti en relación a P.J. Proudhon: “(…) el ser humano es libre, por tanto maduro y responsable, no porque sea un ser natural, o social, o el producto de la evolución histórica o porque sea hijo de Dios. El ser humano es libre porque quiere ser libre. Solamente en esa voluntad radica el secreto de su libertad, una libertad que en sí misma no es natural, ni social, ni histórica, sino exclusivamente humana” (Berti, 1989, 124).

Referencias:

BUBER, Martín (2006). Caminos de utopía. México: FCE.

BERTI, Nico (1989). “En la raíz del problema” en La sociedad contra la política, VV.AA. Montevideo : Nordan.

CAPPELLETTI, Ángel (1961). “Gustav Landauer: el espíritu contra el Estado” en Revista del Instituto de Derecho y Ciencias Sociales. Universidad Nacional del Litoral, Rosario. Número 8.

ELLUL, Jacques (2005). “Las estructuras de la libertad” en El lenguaje libertario, Christian Ferrer (comp). La Plata : Terramar.

LA BOÉTIE, Etienne (2009). El discurso de la servidumbre voluntaria. La Plata : Terramar.

LANDAUER, Gustav (2005). La Revolución. Buenos Aires : Libros de la Araucaria.

LANDAUER, Gustav (1947). Incitación al socialismo. Buenos Aires : Americalee.

NETTLAU, Max (1946). “La vida de Gustav Landauer según su correspondencia”, en Incitación al socialismo, Gustav Landauer. Buenos Aires : Americalee.

[Tomado de https://periodicolaboina.wordpress.com/2015/02/09/microcosmos-y-utopia-acerca-del-entusiasmo-anarquista-diego-mellado.]


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